miércoles, 15 de noviembre de 2023

“Las leyes de la naturaleza humana”, 2018. Robert Greene

   La intención del exitoso escritor Robert Greene es ayudar al ciudadano común a la hora de desenvolverse en el mundo real, donde el inconsciente nos impone sus reglas sin que la mayoría nos demos cuenta de ello. Tanto más arriesgado es esto cuanto que todos los que nos rodean están igualmente sometidos a tales reglas no escritas.

Estamos sujetos a fuerzas profundas dentro de nosotros mismos que impulsan nuestro comportamiento y que operan por debajo del nivel de nuestra consciencia (p. 12)

Se estima que más del 65 por cierto de toda la comunicación humana es no verbal, pero que la gente percibe e interioriza solo aproximadamente el 5% de esta información  (p. 93)

Este es el punto ciego en la naturaleza humana: estamos pobremente equipados para coordinarnos con el carácter de la gente con la que tenemos que tratar (p. 126)

Debido a que principalmente reaccionamos en lugar de pensar, nuestras acciones están basadas en información insuficiente (p. 183)

  Así que tenemos que estudiar la naturaleza humana para desenvolvernos mejor entre nuestros semejantes, que son fuente de nuestra felicidad tanto como amenaza. En nuestra sociedad convencional estamos expuestos a engaños, a falsas apariencias y a expectativas decepcionantes. La actitud primera, entonces, es ver en todo individuo un enemigo potencial y que nosotros mismos debemos estar alerta para obtener ventaja allí donde sea posible. Greene cree que puede descubrirnos el lado más evidente y práctico de ello. Y no todas sus indicaciones son convencionales.

Las “Leyes de la naturaleza humana” pretenden sumergirle en todos los aspectos del comportamiento humano e iluminar la raíz de sus causas. Si usted deja que le guíe, alterarán radicalmente cómo percibe usted a la gente y toda su capacidad para tratar con ellos. Cambiarán radicalmente también cómo se ve usted a sí mismo (p. 16)

  Un poco de autoayuda está bien. Además, se le informa a uno de fenómenos psicológicos cotidianos que sin embargo no son tan fáciles de percibir y, para hacerlo más entretenido, Greene utiliza ejemplos de famosos personajes históricos que tuvieron que afrontar dilemas y situaciones de riesgo insospechado, todo ello consecuencia de que las cosas no son lo que aparentan, especialmente en lo que a comportamiento humano se refiere.

Como estudiante de la naturaleza humana (…) debes convertirte en un consumado observador de ti mismo cuando interactúas con grupos de cualquier tamaño. Comienza con la asunción de que no eres tan individual como imaginas. En gran medida, tus pensamientos y creencias han sido fuertemente influenciados por la gente que te ha criado, los colegas del trabajo, tus amigos y la cultura en general.  (p. 463)

  Naturalmente, hay un claro sesgo en cómo se presentan estos asuntos. El objeto es siempre conseguir el éxito social, pero tales tensiones también pueden verse compensadas por actitudes racionales mucho más armoniosas. Y aquí es donde encontramos lo más original de este planteamiento que en principio nos daba una imagen más bien agresiva de la vida social.

  Por ejemplo, en un mundo competitivo el deseo de emulación y de alcanzar el éxito –que no tienen en sí nada de malo- puede dar lugar a la lastimosa envidia.

En lugar de meramente felicitar a la gente por su buena fortuna, algo fácil de hacer y fácilmente olvidado, tú debes en lugar de eso activamente sentir su alegría, como una forma de empatía. Esto puede ser un tanto antinatural, ya que la primera tendencia es sentir una punzada de envidia, pero podemos entrenarnos para imaginar cómo deben sentirse los otros que experimentan su felicidad o satisfacción. Esto no solo limpia nuestro cerebro de una fea envidia, sino también crea una forma inusual de relación (…) Al interiorizar la alegría de otra gente, incrementamos nuestra propia capacidad para sentir esta emoción con relación a nuestras propias experiencias  (p. 319)

  Esto es una magnífica idea que puede llevarnos fácilmente por el camino de la benevolencia y el bien común. Requiere, como se ha explicado, entrenamiento para la interiorización y reconocimiento de que una mejor forma de vida social tiene que ser también un poco antinatural.

Acércate a la gente con la que te reúnes por primera vez o solo conoces superficialmente, con varios pensamientos positivos –me gustan, parecen listos, etc- Ninguno de estos se verbaliza, pero haz lo que puedas para sentir esas emociones (p. 242)

  Incluso cierto benévolo desapego, en el sentido de desarrollar un mundo interior cálido y consolador, puede venirnos muy bien especialmente en una sociedad establecida sobre principios conflictivos.

Vale la pena cultivar momentos en la vida en los cuales sentimos una inmensa satisfacción y felicidad separada de nuestros propios éxitos y logros. Esto sucede comúnmente cuando nos hallamos ante un bello paisaje –montañas, mar, un bosque-. No sentimos los ojos interesados y comparativos de los otros, la necesidad de tener más atención o afirmarnos a nosotros mismos (p. 320)

  Otro desarrollo interesante es compatibilizar el individualismo con el hecho social de la diversidad. Empatizar con los semejantes implica también aceptar la diferencia.

Nuestra cultura tiende a enfatizar el valor supremo del individuo y los derechos individuales, animando una mayor implicación en uno mismo. Encontramos cada vez más personas que no pueden imaginar que los otros tienen una perspectiva diferente, que no todos somos exactamente lo mismo en lo que deseamos o pensamos (p. 61)

  Y si no queremos el conflicto y si tampoco podemos predisponernos a una afectuosa armonía universal, cuando menos, cultivemos la objetividad.

La racionalidad no es un poder con el que has nacido sino uno que adquieres mediante adiestramiento y práctica (p. 30)

Ve a las otras personas como fenómenos, tan neutrales como los cometas y las plantas (…) [Así ] dejarás de proyectar tus propias emociones en ellos  (p. 50)

  Porque la mayor parte de las veces, al proyectar las emociones en los demás lo que hacemos es juzgarlos y clasificarlos según que puedan servirnos a nuestros propios intereses. Un buen principio es empeñarnos en un juicio objetivo. Puede ayudarnos la advertencia de que nada es del todo objetivo, pero si al principio de objetividad le sumamos una orientación humanista y benevolente es probable que obtengamos buenos resultados.

Lectura de “The Laws of Human Nature” en Penguin Random House  2018; traducción de idea21

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