jueves, 15 de diciembre de 2022

“Diferentes”, 2022. Frans de Waal

   El célebre primatólogo Frans de Waal aborda en su libro la cuestión de la sexualidad, bien alerta de la moderna –y valiosa- distinción entre “sexo” y “género”. Como es natural, dada su especialización, su punto de vista parte de compararnos con nuestros parientes primates, especialmente los grandes simios.

La filósofa estadounidense Judith Butler (…) sostiene que lo «masculino» y lo «femenino» son meros constructos (…) La suya es una postura extrema con la que no puedo estar de acuerdo. No obstante, considero que el concepto de género es útil. Cada cultura tiene diferentes normas, hábitos y roles para los sexos. (Introducción)

El término género se refiere al aspecto cultural del sexo de un individuo, su uso debería limitarse a sujetos afectados por normas culturales (Capítulo 2)

Que nuestros géneros estén ligados a la naturaleza no rebaja el valor del concepto de género. En la medida en que llama la atención sobre las superposiciones culturales, los roles aprendidos y las expectativas que la sociedad impone a cada sexo, es una poderosa adición al debate. La yuxtaposición de género y sexo puntualiza que siempre hay dos influencias en todo lo que hacemos: la biología y el entorno. (Capítulo 13)

  Con esto, se admite que tanto en nuestros parientes antropoides como en los seres humanos se dan características sexuales innatas que determinan el comportamiento de machos y hembras.

[Existen] unos cuantos rasgos universales. Los machos están más orientados hacia el rango y las hembras más hacia los jóvenes vulnerables. Los machos son físicamente (aunque no siempre socialmente) dominantes y tienen más inclinación a la confrontación abierta y la violencia, mientras que las hembras son más cuidadoras y se dedican más a la progenie. (Capítulo 13)

  Pero otras supuestas características no parecen corresponderse tanto con la evidencia.

Ya es hora de abandonar el mito de que los hombres tienen un mayor impulso sexual y son más promiscuos que las mujeres. (…) La sexualidad femenina parece tan proactiva y emprendedora como la masculina, si bien por razones evolutivas diferentes. (Capítulo 7)

   En particular, en lo que se refiere a esas razones evolutivas diferentes la sexualidad femenina proactiva y emprendedora tendría como origen el que la mujer busque alianzas para la protección de la prole. Para los biólogos siempre se había considerado que el relativo recato sexual femenino tiene que ver con el hecho de que la mujer valora al compañero como cuidador de la prole –se reserva para el hombre ideal y por eso es muy selectiva- pero también tener muchos amantes podría ser conveniente bajo ciertas condiciones (lo que de Waal no niega es que la razón por la que los varones son promiscuos es, evidentemente, para propagar lo más posible su semilla, el posicionamiento evolutivo clásico).

  Lo importante es que hoy, después de siglos de prejuicio, por fin parece que la ciencia está más cerca de tener una visión equilibrada de cuáles son las diferencias reales entre los sexos.

Darwin opinaba así sobre las mujeres: «Me parece de una gran dificultad que, por las leyes de la herencia, lleguen a igualar intelectualmente a los hombres». (Introducción) 

  Como ese, muchos otros prejuicios han sido finalmente apartados. Esto nos permite poner más atención en las diferencias entre sexos que sí parecen reales, tanto en nuestros parientes antropoides como entre los seres humanos, por muy diferentes que sean las culturas dentro de las cuales se desarrolla la vida social.

De manera universal, los hombres valoran más la independencia, la mejora personal y la posición social, mientras que las mujeres dan más importancia al bienestar y la seguridad de su círculo interior, y de la gente en general (Capítulo 1)

Los niños típicamente se dedican a juegos bruscos y desenfrenados, mientras que las niñas tienen menos contacto corporal y tienden a estructurar su juego en una línea argumental (Capítulo 1)

  Estas diferencias tienen hoy poca relevancia social pero sería un error no prestarles atención.

  Muy significativamente, en este libro lleno de referencias al comportamiento de los primates, se señalan algunas peculiaridades del comportamiento humano. Pese a nuestras grandes semejanzas con los demás animales, está claro que en algunas cosas sí somos diferentes de ellos.

La organización social humana se caracteriza por una combinación única de (1) vinculación masculina, (2) vinculación femenina y (3) familias nucleares. Compartimos lo primero con los chimpancés, lo segundo con los bonobos y lo tercero es cosa nuestra. (…) Creo que es este vínculo de pareja lo que nos separa de los antropoides más que ninguna otra cosa. (Capítulo 11)

 Otra importante diferencia con la mayor parte de otros mamíferos superiores es el caso de la ancianidad, que parece cumplir una función social; otra, es la homosexualidad, que es rara en animales no humanos.

La abuela, especialmente la materna, es el aloparente más fundamental. Según la hipótesis de la abuela, esta es la razón por la que evolucionó la menopausia. (Capítulo 11)

  En algunos casos, también las “abuelas” primates cumplen funciones parecidas. La aloparentalidad implica una función auxiliar dentro de la compleja problemática de la paternidad y crianza. Recordemos el dato básico de la indefensión de los bebés humanos: al nacer tan frágiles exigen una gran organización familiar que les permita sobrevivir y desarrollarse; dentro de esta organización familiar la “abuela” puede representar un importante papel.

  En cuanto a la homosexualidad, no se aventura cuál podría ser su función evolutiva. Quizá también un sostén de la aloparentalidad (existen en algunos textos menciones a una “hipótesis del tío homosexual”).

Yo aún estoy por encontrar un [bonobo] que sea predominantemente homosexual. Las categorías humanas no se aplican a los bonobos. En la famosa escala de 0 a 6 de Alfred Kinsey, de exclusivamente heterosexual a exclusivamente homosexual, la mayoría de la gente puede que esté en el extremo heterosexual, pero todos los bonobos son bisexuales perfectos, o un 3 en la escala de Kinsey. (Capítulo 12)

  Si consideramos al chimpancé como el único pariente próximo del Homo sapiens –quizá con alguna semejanza con el desaparecido Australopiteco- podríamos encontrar en sus peculiaridades con respecto a los demás primates una cierta anticipación de las complejidades de la vida familiar y social humana. Así, en el caso de la “autosocialización”, que se da tanto en los humanos como en nuestros parientes antropoides.

En la selva africana, las chimpancés jóvenes aprenden de sus madres cómo extraer termitas introduciendo ramitas en los nidos de estos insectos. Las hijas imitan fielmente la técnica de pesca específica de su madre, pero no así los hijos. (…) [En el chimpancé] el aprendizaje observacional viene guiado por el vínculo y la identificación (Capítulo 2)

  La socialización no se refiere únicamente al aprendizaje de habilidades prácticas, sino que implica la integración social del joven mediante la observación y la imitación auxiliada por los adultos.

  Esto nos muestra que el instinto resulta insuficiente por sí solo para que estos animales se desarrollen. El instinto permite la socialización porque predispone para ella, pero los chimpancés, a diferencia de otros animales, no pueden constituirse como individuos sin el apoyo activo del grupo.

Toda tendencia humana, con independencia de que la consideremos natural, puede amplificarse, minimizarse o modificarse por la cultura. (Capítulo 2)

   Esta misma capacidad para la socialización es consecuencia de un más alto desarrollo cognitivo: ya no es suficiente el instinto porque la conducta se ha hecho mucho más compleja y para que se alcancen las metas sociales el individuo ha de contar con herramientas mentales nuevas que el Homo sapiens lleva a los extremos a los que estamos habituados, como la autoconsciencia, la empatía y la consideración del bien común. Estas tendencias pueden rastrearse también en los grandes simios más evolucionados.  

Lo que vemos en los animales autoconscientes: se dan cuenta de si caen mejor o peor a los demás. (Capítulo 6)  

La enseñanza es otra forma de adopción de perspectiva ajena, pues requiere que un individuo competente aprecie la incompetencia de otro. (Capítulo 11)

[En el caso de los] gorilas y los papiones sagrados (…) aquí el macho interviene sistemáticamente para restablecer la paz entre las hembras. Los chimpancés machos van más allá, ya que controlan una variedad mucho mayor de disputas internas. (…)  Los individuos dominantes contribuyen a la armonía social. (Capítulo 9)

  Finalmente, lo más esperanzador en el ser humano es el uso que podemos llegar a dar a los lazos afectivos que permiten la cooperación compleja. La aloparentalidad quizá podemos verla como una manifestación instintiva de tal complejidad, pero sin las afecciones derivadas de la maternidad mamífera no sería posible tener esperanza de mejores sociales que no estén solo basadas en la coerción.

El amor maternal vino antes que la variedad romántica. (…)Todos los demás vínculos sociales evolucionaron a caballo de esta antigua química cerebral. Esto vale para ambos géneros, incluyendo los machos paternales y el vínculo de pareja macho-hembra de algunas especies, como la nuestra. Cuando los jóvenes se enamoran, duplican la conexión madre-hijo.(…) El vínculo maternal es la madre de todos los vínculos. (Capítulo 11)

El altruismo es un rompecabezas solo porque se presupone que los animales no tienen motivos para preocuparse por los demás. (…) Le hemos dado vueltas y más vueltas a la rareza de la bondad animal sin reconocer nunca sus antiguas raíces en el cuidado de las crías. (Capítulo 11)

  La fuente de toda forma de vínculo afectivo la tenemos accesible, pues, desde la tierna infancia, y esta supone la gran oportunidad de la sociabilidad humana en términos generales que ni siquiera hoy es plenamente reconocida.

Lectura de “Diferentes” en Tusquets Editores S.A. 2022; traducción de Ambrosio García Leal

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