jueves, 15 de abril de 2021

“La psicología del comportamiento religioso”, 1997. Beit-Hallahmi y Argyle

   Los psicólogos Benjamin Beit-Hallahmi y Michael Argyle hacen una descripción del comportamiento religioso centrado particularmente en la religiosidad occidental contemporánea. Si bien el comportamiento religioso tiene orígenes muy remotos, el examen de la religiosidad contemporánea es prioritario puesto que se trata de la religiosidad que tenemos más cerca y que muchos de nosotros hemos vivido. También parece ser la más evolucionada y podría por tanto darnos buenas indicaciones acerca del futuro de la religión.

[Los] ideales de caridad y humildad llevan a continuos milagros de devoción y altruismo. Parece que solo la religión ha sido capaz de producir estos ejemplos de servicio desprendido a los demás (p. 2)

  Estas religiones prosociales –de “servicio desprendido a los demás“- son hoy día la concepción predominante. Pero las religiones primitivas –las del hombre originario- eran más sencillas.

[En las] culturas preliterarias (…) los rituales religiosos son capaces de aumentar la cohesión social entre grupos de hombres que van a emprender misiones peligrosas de caza o pesca, donde ellos van a depender mucho unos de otros  (p. 54)

  Es decir, funcionaban a modo de “desarrollo de espíritu de equipo” –cohesión social- pero no estaban implicadas en la mejora moral.

La principal contribución de la religión a la supervivencia (…) está en la creación de cohesión de grupo y apoyo social  (p. 93)

  Los humanos somos animales sociales. No somos los únicos: los ciervos, los lobos y las hormigas también lo son, y estas criaturas no tienen religión. ¿Por qué el animal social “Homo sapiens” tiene religión y los lobos o las focas no?  Pues porque “Homo sapiens” no solo es animal social, es también animal cultural y se manipula a sí mismo –es decir, a sus propios instintos- mediante estrategias cada vez más complejas transmitidas a lo largo de generaciones, lo que le permite sacar más partido, entre otras cosas, a su capacidad de cohesión social.  Y hay una clara relación entre la mayor capacidad social y la religión.

La religión [es] un importante complejo de control de los instintos (p. 16)

   No se conoce ningún caso de sociedad humana sin religión y es probable que los prehumanos –neanderthales o erectus- ya tuviesen algún comportamiento de este tipo. Tengamos en cuenta que el ritual –tan importante en la religión- tiene precedentes directos en el comportamiento animal (por ejemplo, gesticulaciones de intimidación de macho dominante a dominado o comportamientos tranquilizadores como quitarse parásitos unos a otros).

La herencia humana evolutiva puede incluir rituales que reduzcan la agresión y produzcan sobrecogimiento y subordinación, [ya] observados entre los animales (p. 13)

   Con el desarrollo civilizatorio, la sociedad humana ha incorporado a la religión elementos doctrinales, morales, trascendentes… A nosotros, en concreto, nos interesan las religiones más prosociales: las que impulsan el progreso moral y nos convierten en menos agresivos y más cooperativos hasta el punto de aspirar al “Reino de Dios en la Tierra”.

  Para empezar, la concepción religiosa contemporánea incluye la ideología.

La religión es claramente una ideología, queriendo decir “esa parte de la cultura que está activamente preocupada por el establecimiento y defensa de patrones de creencias” (Geertz) Pero es claramente diferente de todas las ideologías que conocemos  (p. 5)

  Básicamente se trata de una ideología que implica una visión trascendente de la realidad humana con una fuerte carga emocional, con un contenido simbólico y que es puesta al servicio del bien común. Pero no debemos tampoco creer que la visión cristiana –compasiva, intimista, ética- es universal en las religiones civilizadas.

Cuando [musulmanes y judíos de Próximo Oriente] eran preguntados sobre “emoción religiosa” los individuos mencionaban sucesos históricos, colectivos que habían experimentado tales como triunfos militares o grandes desastres. Ninguno informó de tales experiencias en soledad (…) Esto es un claro efecto de las tradiciones culturales. Parece que las tradiciones judías y musulmanas llevan a concepciones y expectativas totalmente diferentes de experiencia religiosa [con respecto a las cristianas].  (p. 96)

[Si nos atenemos a las] experiencias relatadas [por creyentes de determinadas religiones] (…) muchas de ellas (un sentimiento de paz profunda, una certeza de que todas las cosas funcionarán para bien, sentido de mi propia necesidad de contribuir a otros) no serían consideradas religiosas en muchas culturas   (p. 96)

   Parece claro que, en todo caso, en la cultura cristiana contemporánea ser religioso nos beneficia emocionalmente e incluso socialmente.

La religión produce grandes beneficios en términos de felicidad individual (p. 155)

La religión ofrece primero compensación psicológica mediante la fantasía, y después sociabilidad, comunidad y sentimiento de poder, y una experiencia de pertenencia y aceptación, todo lo cual sirve para reducir la frustración  (p. 28)

Los beneficios de la religión para los individuos aparentemente vienen de las creencias que proporcionan paz mental, mandamientos que llevan a una vida más disciplinada y el apoyo explícito a una familia estable (…) El compromiso religioso puede ser una respuesta efectiva a la soledad individual y a la dislocación social  (p. 207)

  Esto es objetivamente algo bueno. Algo que deberíamos preservar. Ahora bien, como sucede con muchas cosas socialmente buenas –el trabajo industrial y los impuestos, por ejemplo-, también implica inconvenientes. Lo inteligente es, pues, quedarnos con lo positivo y prescindir de lo negativo, que es como suele funcionar la evolución cultural. 

  ¿Qué es lo negativo de la religión occidental actual?

La religiosidad está vinculada al etnocentrismo, discriminación, prejuicio e ideas antidemocráticas (p. 243)

A la vez que todas las tradiciones religiosas enfatizan la importancia del libre albedrío y la actuación humana en tomar elecciones libres acerca de los compromisos religiosos, todas se aseguran de crear estructuras que llevan solo a unos resultados en particular, propiamente al compromiso religioso por parte de los hijos nacidos dentro de una tradición (p. 109)

  Y, por encima de todo: una sociedad avanzada que predique la libertad, la inteligencia y el avance tecnológico (económico) no puede sostener creencias en seres sobrenaturales por mucho tiempo. Objetivamente, las creencias religiosas están al nivel de los horóscopos, la ufología y el espiritismo. No hay futuro para la religión.

  Así que es inteligente comprender por separado los elementos que conforman la vida religiosa –que es subjetivamente gratificante y en gran medida prosocial- a fin de poder salvar todo lo salvable y desechar lo contraproducente y lo superfluo. Una “religión” evolucionada, en tanto que innovación cultural, podría proporcionar, además, beneficios sociales notables a una sociedad ilustrada secular.

  Para empezar, en este libro –como en otros muchos que abordan la psicología de la religión- se considera al ritual un elemento básico de todo el comportamiento religioso.

Por rituales se entiende patrones estandarizados de comportamiento social que son simbólicos más que instrumentales; no son actos de comportamiento racional y siempre contienen importantes elementos no verbales (p. 49)

  Rituales no religiosos hay muchos: desde la liturgia en los tribunales de justicia, hasta los desfiles militares pasando por el ocio de masas organizado –un concierto de rock-. Sin embargo, los rituales religiosos tienen un poder especial para afectarnos emocionalmente.

El elemento religioso hace el ritual más poderoso, porque una autoridad religiosa tiene el carisma que induce sentimientos de sobrecogimiento  (p. 51)

   Este “sobrecogimiento” –se deba a la acción de la autoridad religiosa o a otros factores- nos resulta familiar en otro campo de experiencias propiamente humano.

Los efectos de los rituales y creencias religiosos pueden compararse a los efectos del arte (p. 234)

  Y no es casualidad que algunas de las más exquisitas obras de arte se hayan producido en el contexto de la religión.

  Ahora bien: obras de arte de temática no religiosa logran hoy también grandes efectos “de sobrecogimiento”. Esto deberíamos interpretarlo como que quizá se podría también lograr efectos de satisfacción psicológica y prosocialidad similares a los de la religión mediante estrategias ideológicas que no sean las basadas en supersticiones tradicionales.

  Algunos podrán argumentar que las sociedades de hoy más prosociales son las menos religiosas. Sin embargo no parece casualidad que estas sociedades no religiosas más prosociales resulta que todas cuentan con el mismo sustrato religioso básico, el cristianismo reformado. Además, estas sociedades cada vez más ateas ni han alcanzado la perfección buscada ni han progresado mucho en los últimos tiempos ni tampoco han sido capaces de expandir su modelo laico a sociedades con otros antecedentes históricos.

  En suma: nos interesa “rescatar” los elementos positivos de la religiosidad prosocial y entre ellos también los rituales que son sin duda los más llamativos.

Se ha argumentado que en la sociedad moderna la falta de rituales ha resultado en anomía  (p. 51)

  ¿Es tan valioso el ritual? En realidad, no, porque lo que consigue el ritual -la estrategia psicológica en la cual consiste- se puede reemplazar por medios más inteligentes y menos relacionados con imitar a las pasadas tradiciones, tal como se ha producido en todas las áreas de conocimiento práctico. Si se pasó de la alquimia a la química y de la astrología a la astronomía, también se puede pasar de la religiosidad tradicional a nuevos tipos de iniciativas por el cambio social mediante estrategias psicosociales más centradas en el cambio moral y de sensibilidad empática. 

Se ha demostrado que la atendencia a los rituales [religiosos] era un factor de protección, reduciendo la probabilidad de delincuencia, uso de drogas y otras disfunciones  (p. 212)

    Aparentemente, se diría que los estímulos del ritual son parecidos a los que logran –entre otras- las prácticas de la programación neurolingüística y la psicoterapia cognitivo-conductual. La psicología nombra numerosos ejemplos de comportamientos aprendidos que nos permiten cambiar en alguna medida determinadas funciones de nuestra mente. 

   Si asistimos a un oficio religioso en que nos arrodillamos en grupo, oímos palabras acerca de benevolencia y armonía, todo ello envuelto en buena música y una ideología tradicional con base mítica y poblada de símbolos está claro que se trata de un agregado de estrategias psicológicas que nos afectan emocionalmente. Un ejemplo notable de una similar reorientación de la conducta –que no procede, por cierto, de la psicología académica- son las actividades de “Alcohólicos Anónimos”–que a veces utilizan también estrategias religiosas-.

   Pero el ritual es solo uno de los elementos que hace funcionar la religión. Cuando menos, tenemos otros dos de importancia capital: la ideología y el sentimiento de comunidad.

  La ideología del cristianismo, con todas sus contradicciones, fomenta la prosocialidad –caridad, justicia social, disciplina social. Aparentemente, nos falta una ideología secular que determine cuales son nuestros objetivos de conducta en prosocialidad. Se ha dicho que el occidente ilustrado cuenta con el ideal de los “Derechos Humanos” como base ideológica… pero esto se limita a determinar cierto ideal de acción política para las autoridades y da una orientación al comportamiento cívico –solo dentro del ámbito de respetar o no las leyes-: no tenemos un equivalente a “Alcohólicos Anónimos” que trabaje psicológicamente en modelar nuestra conducta en el sentido de alcanzar los niveles más altos de prosocialidad (Alcohólicos Anónimos lo tiene mucho más claro porque su ámbito de fomento de cambio de la conducta se limita a dejar las adicciones a narcóticos). Existe, sí, un sistema educativo en el cual nuestra civilización actual pone grandes esperanzas, pero se halla limitado a los menores de edad y ni siquiera con ellos cuenta con una capacidad de intervención emocional comparable a la de la educación religiosa.

  La religión, finalmente, dispone de una comunidad de creyentes que excede en mucho la comunidad cívica de quienes tratan de coexistir pacíficamente mediante el respeto de la ley, el pago de impuestos y el cumplimiento de otras obligaciones legales. Nadie nos exige en la sociedad democrática ilustrada que seamos afectuosos y caritativos como sí puede exigirnos la religión.

   ¿Hay algún precedente de ideología no religiosa pero que haya operado en alguna medida como religión, incluso con rituales incluidos? Sí lo hay: el comunismo, algo que tampoco se aborda en este libro. El comunismo de índole marxista contaba con una ideología sagrada, con un ideal de comportamiento moral, con un contenido simbólico, con un fuerte sentido de comunidad y con rituales que afectaban emocionalmente. Durante algún tiempo dio resultados efectivos en ciertas sociedades, mucho más cerca de la religión en sus efectos psicosociales que el civismo democrático.

   Los bienes que ofrece la religión proceden, pues, de una coordinación de diversos factores que logran un efecto emocional para el cambio de conducta: el ritual, el simbolismo, una ideología trascendente –que lo explica todo-, la ocasional y más o menos valiosa promesa de ciertos prodigios –milagros y vida de ultratumba-, la adhesión a una larga tradición y, por encima de todo, la experiencia de comunidad.

La experiencia de comunidad es la función más importante de la tradición para la mayor parte de la gente. Estar en un grupo en el cual se sienten valorados y aceptados, incluso especiales, simplemente porque pertenecen a él, es profundamente gratificante  (p. 226)

  En este libro no deja de indicarse que algunos objetivos de las religiones no se cumplen tanto como se desearía. La promoción de la prosocialidad, por ejemplo, no es completa. No hay una mejora directa del comportamiento a través de la religión, sino más bien se trata de una mejora de las condiciones sociales.

Cuando se les daba [a personas religiosas practicantes] una oportunidad para engañar o llevar a cabo un acto de ayuda altruista [en un experimento psicológico], no hubo correlación entre su comportamiento real y su nivel de religiosidad (p. 203)

  El religioso no es más altruista como individuo, pero al integrarse socialmente en organizaciones que buscan la popularidad mediante el altruismo, el creyente hace más actos objetivamente altruistas. Esto podría mejorarse: la religión –o su sucedáneo evolucionado- debería poner mayor interés en producir comportamientos intrínsecamente altruistas y no tanto en actuar solo para fortalecer la imagen altruista de la organización religiosa.

Tres factores [cuentan] en el afrontamiento religioso [de sucesos adversos]- colaborativo (tomar a Dios como un aliado, con responsabilidad conjunta), -diferiente (esperar, dejar que Dios decida) y autodirección (Dios nos da libertad para tomar nuestra propia responsabilidad)  (p. 191)

  Todo esto lo pudo hacer también en alguna medida la ideología comunista, el fenómeno social que no se ha mencionado en este libro y que coincide con la religión: se puede actuar de acuerdo con el Partido, se puede esperar a que el Partido decida o se puede actuar por propia responsabilidad siguiendo la guía del pensamiento del Partido. Esto supone un ejemplo, a pesar de todos sus aspectos negativos, de cómo pueden crearse fenómenos sociales afiliativos de índole religiosa sin elementos irracionales ni tradicionales (el comunismo creó su propia tradición… prácticamente de la nada). 

   La parte negativa del comunismo –aparte del "error general” de su ideología política- es que, al igual que sucede con las religiones tradicionales actuales –cristianismo, Islam…-, una de las principales motivaciones de los creyentes era alcanzar el prestigio social al integrarse dentro de una gran organización que trata de alcanzar la supremacía -el individuo elegido participa de la dominancia de la organización-. Por eso, contando con ideología, comunidad y rituales, con frecuencia la mejora ética queda en segundo plano. Prima el interés de la gran organización –Iglesia, Congregación, Partido o Estado comunista- por encima del individuo… cuya principal meta suele ser integrarse en las estructuras de poder de la gran organización (esto no sucede, en cambio, en “Alcohólicos Anónimos”, organización centrada exclusivamente en servir a la estrategia del cambio de conducta de sus integrantes).

  En teoría, no resulta difícil diseñar una “no-religión” que cumpla más eficientemente las metas de prosocialidad que hoy consideramos propias de la religión.

    Para empezar, si el objetivo es mejorar la conducta prosocial en el sentido de promover la benevolencia, el altruismo, la empatía, la afección y la cooperación inteligente entonces su ideología debe limitarse a ese aspecto de la conducta humana y no permitir que ninguna cuestión secundaria estorbe a ello.

    En cuanto a los efectos emocionales del ritual, casi con seguridad se hallarán estrategias más efectivas que la mera imitación de los antiguos rituales, dada la experiencia de los tiempos recientes en la psicoterapia más todo lo que pueda descubrirse mediante “prueba y error” en este sentido. 

   Y en apariencia, el sentimiento de comunidad debe de verse muy potenciado por una ideología basada precisamente en la conducta prosocial. Probablemente la comunidad aparecería como mera suma de afecciones entre individuos dentro de un mismo contexto de cultura prosocial.

   Ahora bien, nos encontramos con una problemática que la diferenciaría de casi todas las religiones conocidas hasta hoy: no tratará de capacitar al individuo para integrarse exitosamente en la sociedad convencional, sino que promoverá su propio ideario –muy probablemente, no convencional- en función de su interés primordial de mejorar la conducta. Si se trata de producir santos –igual que Alcohólicos Anónimos produce abstemios- tenemos que asumir que la sociedad convencional –capitalista, competitiva, coercitiva, politizada y en buena parte tradicional- no está diseñada con ese fin, luego haría falta otro tipo de sociedad. Este fue el camino que llevó al efímero éxito de la ideología –cuasirreligiosa- comunista, que pretendía ser no convencional y de ruptura, con la diferencia, claro está, de que el comunismo nunca fue realmente una ideología de mejora de la conducta, sino que en la práctica se adhirió al ideal maquiavélico de “el fin justifica los medios” y el “fin” del comunismo era que su élite dirigente tomase el poder político… de forma parecida a como las grandes religiones siempre han tenido también como fin el que sus jerarquías logren la mayor influencia política, si no el poder político mismo. Los creyentes en el comunismo, por su parte, esperaban que un cambio político aportara por sí mismo un cambio de comportamiento: el "hombre nuevo" del comunismo. Hasta que el cambio se consumara, sin embargo, solo cabía esperar...

  Una ideología de reforma prosocial genuina tendría que ser, lógicamente, de índole no tradicional, centrada en la reforma del comportamiento y de orientación no política, y por tanto no convencional.

Lectura de “The psychology of religious behaviour, belief and experience” en Routledge 1997; traducción de idea21

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