sábado, 25 de julio de 2020

“Dios. Una historia humana”, 2017. Reza Aslan

Este libro es algo más que una mera historia de cómo hemos humanizado a Dios. También es un llamamiento a dejar de imponer nuestras compulsiones humanas sobre lo divino y desarrollar una visión más panteísta de Dios. (Introducción)

   Se trata de un planteamiento original, porque “desarrollar una visión más panteísta de Dios” hace pensar en que la idea de Dios, aunque sea a nivel poético, es de por sí positiva, pero debemos tener en cuenta que Reza Aslan es a la vez sociólogo y teólogo (así como un prominente activista por la armonía entre las culturas). De todas formas, la evolución de la idea de Dios es fundamental a la hora de comprender la evolución de las culturas. Y, desde luego, al principio, las creencias religiosas se parecían más al “panteísmo” que al Dios personal y moral de la etapa contemporánea.

Somos Homo religiosus, no porque deseemos credos o instituciones religiosas, ni por nuestra devoción a divinidades y teologías concretas, sino por nuestro afán existencial de trascendencia: por alcanzar lo que hay más allá del mundo manifiesto. (Capítulo 2)

  Por otra parte, y esto también es fundamental en el desarrollo de las civilizaciones, por muy materialistas que seamos, no podemos constituir ideales de mejora moral y/o social sin considerar nuestra existencia en relación con la naturaleza -con el "todo"-. La “trascendencia” puede parecer una concepción caprichosa –filosófica-, ajena a nuestra vida cotidiana, pero su apreciación coincide con el mayor avance social, con el humanismo de las “grandes preguntas”.

  Ahora bien, la creencia en entidades sobrenaturales no tiene que ver necesariamente con ello –desde luego no hoy-. Esta creencia irracional -contraintuitiva- parece estar relacionada más bien con ciertas condiciones cognitivas de nuestros enormes cerebros. Equivale a la superstición, que es renuncia a la racionalidad, mientras que la apreciación de la trascendencia supone más bien lo contrario.

Los seres humanos poseen ciertos procesos mentales, desarrollados a lo largo de millones de años de evolución, que en determinadas circunstancias pueden llevarnos a asignar agencia a objetos inanimados y dotarlos de alma o espíritu, y luego transmitir con éxito a otras culturas y otras generaciones creencias derivadas de tales objetos. Es una explicación convincente del origen del impulso religioso (Capítulo 3)

   Si tales percepciones de asignación de agencia –es decir, atribuir “supersticiosamente” intencionalidad a todos los sucesos naturales- inevitablemente existen, es necesario que, cuando menos en determinado periodo histórico, supongan el marco dentro del cual se desarrollan las necesidades espirituales, trascendentales (y racionales). Si hay un Dios, forzosamente será solo a través de él que llegaremos a conocer el sentido de nuestras vidas y de la sociedad. El gran poder del entorno sobre nosotros es concebido supersticiosamente como agencia… o fatalidad… o destino. Tal extraordinaria circunstancia no puede ser ignorada, pero a la civilización le llevará tiempo relacionarla con la moralidad y más aún con la evolución de ésta.

Lo que llamamos «moral religiosa» carecía de lugar en la vida espiritual de los pueblos primitivos. La creencia en un «legislador divino» que determina el buen y el mal comportamiento apenas tiene cinco mil años; la fe en una recompensa celestial por dicho comportamiento es aún más reciente. (Capítulo 2)

   Y también es concebible que en el futuro el perfeccionamiento ético no nos llegue de seguir mandatos religiosos, pero para que eso suceda algún tipo de institución habría de suplantar –y mejorar- el posicionamiento de la religión como promotor ético.

  En cualquier caso, en esta evolución a lo largo de milenios y civilizaciones, la religión no empezó como enunciado de moralidad.

La teoría de Durkheim de que la religión surgió como una especie de pegamento social, un medio para fomentar la cohesión y mantener la solidaridad entre las sociedades primitivas, sigue siendo la explicación más extendida de los orígenes del impulso religioso. (Capítulo 2)

   Esto es mucho más simple que la mejora ética: solo se promueve la fuerza cohesiva del grupo. El bien del grupo puede exigir en muchos casos el sufrimiento individual y en general ser indiferente al daño mutuo que dentro del grupo pueden hacerse los individuos si esto no va en detrimento de la eficiencia del conjunto.

  Con todo, esta idea no es aún bien comprendida

La teoría de la cohesión social se basa en la idea de que la religión es la principal fuente de apego entre las comunidades prehistóricas, algo que es rotundamente falso. El parentesco es un mecanismo generador de cohesión social más fuerte y mucho más básico en la evolución humana. (Capítulo 2)

   En realidad, de lo que se trata es precisamente de que gracias a los vínculos religiosos puede extenderse la confianza entre los individuos miembros de una sociedad más allá de las limitaciones del parentesco. Ser todos “hijos de Dios” equivale a convertirnos a todos en hermanos adoptivos, y esto es de lo más útil a la hora de cohesionar una sociedad (por supuesto, existen muchos marcadores “identitarios” para cohesionar una sociedad, aparte de la religión, como pueden ser la raza, la lengua o la invención mítica de antepasados comunes; pero la religión cuenta con ciertas peculiaridades cohesivas muy efectivas... tal como demuestra la historia).

  Tampoco podemos ignorar a quienes niegan la utilidad de la religión (considerar que no sirve para cohesionar la comunidad y que, por supuesto, en un principio nada tenía que ver con el progreso moral). Esto lleva inevitablemente a considerar que, como todas las supersticiones, la religión ha supuesto un obstáculo al avance social más que lo contrario.

La religión es «materialmente costosa, siempre contraria a la realidad e incluso al sentido común. Esto es así porque exige sacrificios materiales (como mínimo, el tiempo que se dedica a la oración), desgaste emocional (al suscitar temores y esperanzas) y esfuerzos cognitivos (para mantener redes de creencias basadas tanto en la realidad como contrarias a la misma). (…) «Las creencias religiosas no son un ejemplo adecuado de adaptación biológica». (Capítulo 2)

  Pero, aparte de la “adaptación biológica”, existe otro concepto evolucionista que es la “exaptación”, es decir, la utilización con fines evolutivos en un determinado sentido de mecanismos biológicos que en origen cumplían una función diferente. Ejemplos célebres son las plumas de los reptiles, cuyo origen era el control de la temperatura pero que acabaron siendo utilizadas para volar por las aves. De forma similar, la tendencia innata a la superstición –atribución de agencia a todos los sucesos naturales- pudo acabar siendo de utilidad social. También pudo resultar ser solo un "efecto colateral" de la cognición humana, un "parásito de la mente", un lastre... Pero no es ésa la opinión más generalizada.

  Un proceso evolutivo de tipo histórico en particular daría lugar a una de las más grandes invenciones de la humanidad: el Dios personal interesado en la virtud de los hombres.

La introducción del monoteísmo entre los judíos fue (…) un mecanismo para racionalizar la derrota catastrófica de Israel a manos de los babilonios. La crisis de identidad planteada por el cautiverio de Babilonia obligó a los israelitas a reexaminar su historia sagrada y reinterpretar su ideología religiosa. La disonancia cognitiva creada por el cautiverio exigía la creación de un marco religioso dramático, hasta entonces inmanejable, para dar sentido a la experiencia. (Capítulo 7)

El Dios que aparece tras el fin del cautiverio de Babilonia no es la divinidad abstracta que había adorado Akenatón. No es el espíritu vital puro que imaginó Zaratustra. No es la sustancia informe del universo descrita por los filósofos griegos. Era un nuevo tipo de Dios, singular y personal a la vez. Un Dios solitario sin forma humana que sin embargo creó a los humanos a su imagen. Un Dios eterno e indivisible que exhibía toda la gama de emociones y cualidades humanas, buenas y malas. Es un acontecimiento extraordinario en la historia de las religiones, fruto de una evolución de cientos de miles de años y que se vería anulado al cabo de apenas quinientos por una secta advenediza de judíos apocalípticos que se autodenominaban cristianos (Capítulo 7)

  Como sucede con casi todas las grandes invenciones, su origen está en una concurrencia de casualidades: los babilonios arrasan Israel; lo lógico hubiera sido que con ello hubieran arrasado también su religión.

Cuando los babilonios destruyeron a los israelitas, la conclusión teológica era que Marduk, el dios de Babilonia, era más poderoso que Yahvé. Para muchos israelitas, la destrucción de su templo, la Casa de Yahvé, suponía algo más que el fin de sus ambiciones nacionales. Era el fin de su religión. (Capítulo 7)

   Pero muchos judíos sobreviven como cautivos en Babilonia; sorprendentemente, conservan durante generaciones la religión de su Dios derrotado; y, aún más sorprendentemente, un generoso rey posterior al cautiverio (el gran rey persa Ciro) les permite retornar a su tierra. Para entonces, Dios se ha transformado.

Hallaron una explicación alternativa: quizá la destrucción y el exilio de Israel formaran parte del plan divino de Yahvé desde el principio (Capítulo 7)

   Un Dios derrotado es un Dios victorioso porque resulta que la derrota habría sido merecida por el pueblo judío debido a sus pecados (los babilonios fueron instrumento de la ira de Dios…). En el cautiverio han expiado su culpa y ahora retornan creyentes en un Dios único, personal, moralizador y severo. Un Dios nunca conocido hasta entonces.

   Y después llega la siguiente etapa: el Dios compasivo, pacifista, moralista y universal de los cristianos. También su formación es resultado de un cúmulo de circunstancias.

  Podemos atrevernos a añadir que quizá todavía queda una última vuelta de tuerca: la religión teísta –la experiencia del pensamiento sobre Dios- puede llevarnos a negar cualquier Dios

El monoteísmo implica la adoración de un solo dios y la negación de todos los demás. Exige que uno crea que el resto de dioses son falsos (Capítulo 6)

  Todos falsos menos uno. De esto no queda tanta distancia a pensar que, si tantos son falsos, raro es que haya siquiera uno auténtico. ¿No sería más lógico pensar que en realidad todos son falsos?

Lectura de “Dios. Una historia humana” en Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U., 2019; traducción de Jordi Ainaud i Escudero

2 comentarios:

  1. Hola Idea21, primeramente agradecerte esta reseña. La primera afirmación me parece acertada: «La evolución de la idea de Dios es fundamental a la hora de comprender la evolución de las culturas».
    También decir que somos «homo religiosus» porque tenemos un deseo legítimo de «religarnos» armoniosa y sabiamente con la realidad a través este sentido y gusto por la infinitud que nos caracteriza como especie.
    Hay algunas afirmaciones especulativas del autor del libro que me parecen planteadas sin sentido crítico y hasta fuera de lugar. Entre ellas esta: «La religión es materialmente costosa, siempre contraria a la realidad e incluso al sentido común. Esto es así porque exige sacrificios materiales (como mínimo, el tiempo que se dedica a la oración), desgaste emocional (al suscitar temores y esperanzas) y esfuerzos cognitivos (para mantener redes de creencias basadas tanto en la realidad como contrarias a la misma) (…) Las creencias religiosas no son un ejemplo adecuado de adaptación biológica». Esta afirmación muestra una visión sesgada del autor sobre las religiones. Las religiones, por lo menos, las llamadas religiones históricas -con excepción de la religión musulmana la cual no conozco en profundidad-. Son espacios de encuentro, de ayuda mutua, de esperanza, de solidaridad. La oración no es tiempo perdido, es tiempo de sosegar la mente, de entrar en contacto consigo mismo. Las religiones suscitan temores y esperanzas cuando no se comprende bien el mensaje que quieren transmitir o cuando sus dirigentes no están bien formados ni preparados para desempeñar su labor como guías espirituales. Sobre las creencias religiosas no entraré pues es un tema que tiende a suscitar polémicas que no llevan a ninguna parte.
    No quiero hacer una apología ideológica ni ingenua sobre las religiones, pero esas aseveraciones no son afirmaciones de alguien que se haya tomado en serio su investigación, y si el libro consta de tales afirmaciones considero que debe ser leído con sentido crítico y poniendo en tela de juicio lo que el autor asevera y afirma. Otros autores, desde la academia, han tratado este tema con más sabiduría y objetividad que este divulgador.
    Agradezco nuevamente tu reseña.
    L.

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  2. He editado un poco más la reseña, para que quede claro que la mención a las teorías "parasitarias" de la religión no implica una visión sesgada ni del señor Aslan (que es teólogo y afirma ser musulmán creyente) ni mía. En la evolución pueden darse pautas, características, que son meras rémoras del pasado. No puede descartarse, por tanto, la "inutilidad" de la religión, aunque la opinión mayoritaria, como dice el texto, parece ir en el sentido "durkheimiano": la religión como mecanismo psicológico de cohesión social.

    En cualquier caso, la religión es un fenómeno de psicologia social. Evolucionan y seguirán evolucionando quizá hasta que desaparezcan como tales siendo reemplazadas por otros mecanismos que permitan la mejora social. Como se dice aquí http://unpocodesabiduria21.blogspot.com/2015/04/la-catedral-de-darwin-2002-david-sloan.html La humanidad ha subido por la escala de la religion y una vez "arriba", ya podría prescindir de ella.

    Las "mejores" religiones han sido las del cristianismo reformado, y las sociedades resultantes tienden cada vez más a ser sociedades ateas. https://unpocodesabiduria21.blogspot.com/2019/04/sociedad-sin-dios-2008-phil-zuckerman.html

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