lunes, 25 de diciembre de 2023

“Pensando sobre las emociones”, 2017. Cohen y Stern (Editores)

    Los filósofos Alix Cohen y Robert Stern reúnen a diversos autores que analizan con profunda erudición la obra de famosos autores clásicos de diversas épocas acerca del valor de las emociones. Hoy las emociones son estudiadas por la psicología e incluso la neurología, pero en el pasado se abría todo tipo de cuestionamientos desde el punto de vista filosófico. Las emociones son la expresión humana más notable en nuestra vida cotidiana… aunque es verdad que los filósofos, ávidos de la sabiduría surgida de la razón, no simpatizaban siempre con la naturaleza emocional humana, demasiado próxima a la de las bestias irracionales.

Este volumen propone investigar la historia filosófica de las emociones reuniendo a importantes historiadores de filosofía y cubriendo un amplio espectro de escuelas de pensamiento y época, desde la antigua filosofía hasta el siglo veinte (p. 1)

  Un buen inicio de la exploración sería Kant, el gran racionalista.

Kant parece sugerir que el sentimiento de simpatía es una notable excepción a su supuesto ideal sin emociones (p. 172)

    Kant, racional y moralista, tiene que enfrentarse a la realidad de que hay emociones benévolas que incluso marcan un ideal. Los antiguos (Aristóteles o Aquino) pensaban que las emociones eran consecuencias perturbadoras de nuestra naturaleza que afectaban la actitud filosófica propia del hombre sabio. 

Las emociones están sujetas al mando de la razón y voluntad. No siempre serían controlables, ya que con frecuencia resisten el mando, pero en principio obedecen a la razón y pueden ser reguladas. Es por eso que somos responsables de ellas (p. 61)

  Éste era Aquino. La emoción, claramente, es enemiga de la virtud racional (y del orden supremo que Dios ofrece al hombre). Pero el hombre no debe perder la esperanza de ejercer un control suficiente sobre ellas.

  La emoción tiene tal poder perturbador porque no solo la experimenta el sujeto sino que además es intencional y por tanto agente directo en la sociedad humana. La perturbación, por tanto, llega a nivel comunitario.

Las emociones son característicamente intencionales en el sentido de que tienen un objeto (p. 12)

  Cuando, para el filósofo, todo lo intencional tendría que depender de la razón. La intención emocional fuera de control puede llevar al arrebato pasional y a otras muchas flaquezas humanas. En la lucha por la virtud, el hombre debe enfrentarse a las pasiones y a todo estímulo externo sensorial.

Los seres humanos (a diferencia de los animales) son en algunos casos incluso responsables de las emociones  sensoriales (p. 72)

  Según Ockham, yo no puedo evitar sentir placer al cometer sexo adúltero, pero puedo evitar cometer adulterio y con ello evito el placer que es una emoción puramente sensorial.

  La lucha contra la pasión es un principio de intentar racionalizar la fuente de toda emoción.

Somos incapaces de eliminar las causas de una pasión, digamos de la tristeza, afectada por fuerzas que sobrepasan las nuestras, sin embargo podemos cambiar de un estado pasivo de confusión a una emoción activa de alegría meramente comprendiendo sus causas. Esto despierta cuestiones sobre la identidad tanto de la mente que lucha para liberarse de las pasiones  como de en particular de las pasiones mismas que son definidas como confusas e inadecuadas, ideas parciales, y cuya misma forma parece depender de su confusión y inadecuación si se les considera como ideas. (p. 83)

  Todo esto empieza a cambiar en la época moderna:

Las emociones son estados complejos con rico contenido intencional, y el comportamiento emocional mantiene cierta relación inteligible con este contenido (…) Estas razones pueden, de hecho, ser centrales para la moralidad, y (…) debido a que estas razones son específicas para el ámbito de las emociones, las emociones serían nuestro medio para descubrir tales razones. (p. 185)

  Por lo tanto, no parece existir tanta contradicción entre razón y emoción. Más adelante la psicología cognitivo-conductual hará evidentes muchos mecanismos mediante los cuales el pensamiento razonado puede no solo controlar las emociones sino hasta cierto punto programarlas. Pero eso lo descubrirán los psicólogos, no los filósofos, por mucho que algunos ya lo presintieran.

Para Kant, desde el punto de vista práctico, el ejercicio de nuestras capacidades racionales y morales se experimenta como “encarnado empíricamente” (…) más que sucediendo en un mundo inaccesible atemporal. Ya que debemos vernos a nosotros mismos como seres empíricos que actúan libremente, nuestras capacidades emocionales pueden ser moralmente relevantes sin amenazar nuestra autonomía o nuestra capacidad para la agencia. (p. 180)

[Debemos] usar los sentimientos de simpatía como un medio para promover la benevolencia racional (p. 173)

Lo que parece dar la preeminencia emocional al mundo, es que la situación presenta al agente con exigencias que no puede cumplir –y su respuesta emocional (sea alegre, airada o triste) consiste en un patrón de cambios cognitivos y fisiológicos que reducen la urgencia, baja la intensidad o neutraliza la fuerza de estas exigencias-. Esta es, básicamente, el borrador de Sartre de su teoría de las emociones (p. 274)

  La naturaleza empírica del ser humano nos aleja no solo de la espiritualidad religiosa, sino también de los planteamientos esquemáticos acerca de la dicotomía racionalidad/emotividad.

El deber es cultivar la capacidad para tener sentimientos de simpatía y fortalecer los sentimientos que uno ya tiene. Este deber puede tomar un número de formas que son relativas a nuestra naturaleza y nuestras circunstancias. Algunas de ellas son negativas (refrenarse) y otros son positivos (cultivar). Por ejemplo, algunas actividades están prohibías porque dañan nuestra capacidad para la simpatía –en particular el maltrato de animales- (p. 174)

   Cultivar las emociones, educarlas, ha de ser nuestra principal tarea. Misión en buena parte cumplida en los últimos siglos por la educación religiosa, hoy ya no recibe la atención debida. El ser humano libre en la sociedad competitiva y materialista no se haya de forma alguna instigado a cultivar la simpatía y racionalizar las emociones prosociales (altruismo, amabilidad, benevolencia). Ésta es una tarea que queda para el futuro.

Lectura de “Thinking about the Emotions” en Oxford University Press 2017; traducción de idea21

viernes, 15 de diciembre de 2023

“El animal social”, 2017. Elliot Aronson

   El libro del psicólogo Elliot Aronson es ya un clásico de la divulgación cultural que comprende la mayor parte de las teorías de la psicología social, con jugosos ejemplos que han sido contrastados y a veces corregidos a lo largo de los años.

El propósito de este libro fue y sigue siendo aclarar la relevancia que la investigación psicosocial puede tener para ayudarnos a comprender y tal vez comenzar a resolver algunos de los problemas más importantes que aquejan a la sociedad contemporánea. (La historia de este libro, 2017)

Psicología Social [es] el estudio científico de las formas en que los pensamientos, sentimientos y comportamientos de las personas son influenciados por la presencia real o implícita de otros (Capítulo 1)

  Básicamente, lo que la psicología social nos enseña es que en las relaciones humanas las cosas no son siempre lo que parecen y que no siempre obedecen a la lógica más deseable para alcanzar los fines sociales a los que la mayoría aspiramos. Este libro está lleno de ejemplos de ello.

Un método que supuestamente detecta sesgos que la gente no sabe que tiene ha atraído la atención mundial. El Test de asociación implícita (TAI), (…)Mide la velocidad de las asociaciones positivas y negativas de las personas con un grupo objetivo (Capítulo 7)

  El bombazo que supuso la aparición del Test de Asociación Implícita es comparable al que produjo el Test de Coeficiente Intelectual. Ambos son ejemplos empíricos de nuestras capacidades intelectuales y sociales, quizá por eso son tan odiados y se trata de buscarles la vuelta centrándose en detalles insignificantes que probarían su inexactitud. Pero eso nunca ocultará que el ser humano social es una realidad empírica, y que esto puede aplicarse a todo tipo de fenómenos del comportamiento.

  Por ejemplo, a la división arbitraria en grupos enfrentados, tan contraria a la armonía.

Los seres humanos tienen una inclinación tan natural a dividir el mundo en nosotros y ellos que el prejuicio dentro del grupo surge incluso cuando la pertenencia al grupo se basa en diferencias que son triviales, incluso sin sentido. (Capítulo 2)

   O la tacañería cognitiva, que nos frena en el avance hacia nuevos logros.

La tendencia hacia la tacañería cognitiva significa que las primeras impresiones se forman rápidamente y perduran. (Capítulo 2)

  La heurística muchas veces sostiene los prejuicios, pero, al menos, tiene un fundamento de utilidad.

Si algo es caro, inferimos que es mejor que algo más barato. (Capítulo 2)

   Otras tendencias sociales ni siquiera tienen esa utilidad.

Si una persona pasa por una experiencia difícil o dolorosa para alcanzar alguna meta u objeto, esa meta u objeto se vuelve más atractivo, un proceso llamado Justificación del esfuerzo. (Capítulo 3)

  Fenómenos como la “reducción de la disonancia cognitiva”, la “teoría del mundo justo” o la ilógica del razonamiento social que demuestra la tarea de Wason, son más ejemplos de los problemas sociales a los que nos enfrentamos.

  ¿Por qué el ser humano social está mal hecho, albergando tales tendencias contraproducentes y aun antisociales? Pues porque no hemos sido biológicamente diseñados para vivir en civilización. Hemos sido evolutivamente diseñados para ser hombres prehistóricos, cazadores-recolectores en la sabana, viviendo en grupos de menos de ciento cincuenta individuos –número de Dunbar- y en un estado de permanente hostilidad contra los grupos extraños.

Tratar a los extraños como atacantes potenciales es una mejor manera de sobrevivir en un mundo peligroso que tratarlos como amigos. (Capítulo 7)

  Para vivir en civilización hemos necesitado de progreso moral, experiencia, sabiduría, ciencia y, finalmente, necesitamos de la psicología. Nos hace mucha falta porque los hallazgos de estos sabios profesores acaban siempre influyendo en las costumbres.

   Como dijo William James en 1890:

"No hay nada tan absurdo que no se pueda creer que es verdad si se repite con suficiente frecuencia". (Capítulo 2)

  Pongamos como ejemplo de la necesidad de la psicología social incluso más allá de la primera psicología –centrada en el individuo- a uno de los varios errores cometidos por el genial doctor Freud. El buen doctor pensaba que los impulsos instintivos operan como un sistema hidráulico. Si uno siente agresividad, debe desahogarla derivando tal flujo a otra canalización que tenga consecuencias inocuas. Por ejemplo, el deporte de competición o el agresivo ajedrez.

   Pero la psicología social, a diferencia de las ideas que Freud sacaba de sus propias experiencias o las de sus pacientes, trabaja de forma experimental, con método científico, con tablas de datos, modificaciones y variables, siempre tratando de alcanzar certezas conformes a la lógica. Y los resultados en el caso de la agresividad no son los mismos que obtenía Freud. No parece existir tal “sistema hidráulico”.

Si la actividad física intensa y el comportamiento agresivo que es parte del fútbol reduce la tensión causada por la agresión reprimida, esperaríamos que los jugadores mostraran una disminución en la hostilidad durante la temporada. En cambio, hubo un aumento significativo en la hostilidad entre los jugadores a medida que avanzaba la temporada de fútbol. (…) La actividad física, como golpear un saco de boxeo o practicar un deporte agresivo, no disipa la ira ni reduce la agresión posterior hacia la persona que la provocó. De hecho, los datos nos llevan exactamente en la dirección opuesta: cuantas más personas expresan enojo comportándose agresivamente, más enojadas permanecen y más agresivas se vuelven. Dar rienda suelta a la ira, directa o indirectamente, verbal o físicamente, no reduce la hostilidad; aumenta (Capítulo 6)

La mera presencia de un objeto asociado con la agresión (escopeta, rifle u otra arma) sirve como señal para una respuesta agresiva. (…) Evidencia que contradice el eslogan que a menudo se ve en las calcomanías de los parachoques: "Las armas no matan a la gente, la gente sí". (Capítulo 6)

   Igualmente hay muchos otros tópicos que la psicología social nos desmiente.

Cientos de experimentos (…) han demostrado que cuanto más similar te parece una persona en actitudes, opiniones e intereses, más te gusta. Los opuestos pueden atraerse, pero no pegan. (Capítulo 8)

  Pero todos estos descubrimientos que parecen negativos nos abren por otra parte formidables caminos a la esperanza. Si sabemos lo que hacemos mal, también podemos llegar a averiguar lo que hacemos bien… o lo que podríamos llegar a hacer bien.

De todos los motivos que rigen la vida social, el más importante es la pertenencia: nuestro deseo de conexiones estables y significativas con otras personas (Capítulo 2)

   Esto nos dificulta alcanzar la lógica de la abstracción a la hora de juzgar y evaluar todos los fenómenos que no son asociados a la vida social cotidiana. No es un problema en absoluto que la armonía entre individuos interrelacionados suponga nuestra más alta aspiración, todo lo contrario… pero sí es un problema las reacciones ilógicas que con frecuencia derivan de tal meta común.

Cuando se nos pregunta qué sucedió, inventamos historias fácil y automáticamente. Vamos más allá de la información proporcionada para atribuir intenciones, motivos y personalidades humanas, incluso a figuras geométricas, objetos inanimados y, cada vez más en el mundo actual, robots. (…) Pensar en "términos personales" mejora la memoria porque cuando una tarea se estructura en torno a personas, la red de modo predeterminado está involucrada, lo que a su vez ayuda a almacenar recuerdos. (Capítulo 2)

  Debemos separar, por tanto, la lógica de las relaciones personales de la lógica abstracta que necesitamos para procesar otras situaciones.

  Igualmente, la psicología social nos enseña otro error por el estilo del de Freud y la agresividad: la inadecuación de una mera actuación represiva –estilo “Ley del Talión”- cuando se producen actos antisociales.

Cuanto menos grave es la amenaza, menos justificación externa; a menor justificación externa, mayor necesidad de justificación interna. Permitir que las personas tengan la oportunidad de construir su propia justificación interna puede ayudarlos a desarrollar un conjunto duradero de valores. (Capítulo 3)

  El auténtico objetivo de la prosocialidad es despertar la propia capacidad para controlar la agresión y fomentar la cooperación. Las justificaciones internas –a diferencia de la mera coacción punitiva- arraigan en la actitud y dan una oportunidad a los impulsos prosociales.

Una opinión que incluye tanto un componente emocional como evaluativo se llama actitud. En comparación con las opiniones, las actitudes son extremadamente difíciles de cambiar (Capítulo 5)

   Los cambios de actitud son el auténtico objetivo y estos no se obtienen de la forma en que la mayoría podríamos pensar. 

Asustar a los fumadores sobre los peligros de la nicotina aumentaba su intención de dejar de fumar. Pero a menos que ese mensaje estuviera acompañado de consejos sobre cómo dejar de fumar, no cambió el comportamiento de los fumadores. (…)La combinación de estimulación del miedo e instrucciones específicas produjo los mejores resultados (Capítulo 5)

   Otras veces se obtienen evidencias de los factores que llevan a la agresión. Por ejemplo, el soportar sufrimiento.

Los estudiantes que sufrieron el dolor de tener las manos sumergidas en agua muy fría mostraron un marcado aumento en los actos agresivos hacia otros estudiantes. (Capítulo 6)

   O erróneas formas de comunicación.

Formas de comunicación destructivas (…) Críticas hostiles (…) Actitud defensiva (…) El desprecio (…) Obstrucción, donde el oyente simplemente se retira, negándose a hablar o incluso a estar en la misma habitación (Capítulo 8)

  O por no poderse superar el conformismo, que nos incapacita para juzgar en base a las evidencias.

La conformidad prevalece más en sociedades colectivistas, que valoran explícitamente la armonía grupal (como Japón y China), que en sociedades individualistas (como Estados Unidos y Francia). (Capítulo 4)

   Nuestros propios juicios a la hora de evaluar actos antisociales son muchas veces contraproducentes al estar sometidos a impulsos –actitudes- que no contribuyen a la mejora de los demás.

Error fundamental de atribución: La tendencia a sobreestimar la importancia general de la personalidad o los factores de disposición sobre las influencias situacionales o ambientales al describir o explicar la causa del comportamiento social. (Capítulo 2)

  En el error fundamental de atribución se suele hacer uso de actitudes agresivas y mal instrumentadas para evaluar las conductas ajenas. Por ejemplo: si fulano tuvo un accidente de automóvil sin duda es porque conduce como un loco.

  Todos estos descubrimientos de la psicología social y muchos más han tenido éxito a pequeña escala y podrían tenerlos a gran escala si se encauzaran en movimientos sociales cuyo fin fuese generar mejores actitudes. El caso es que sabemos cómo hemos de comportarnos, otras cosa es que podamos resistir las presiones en contra de la mejor conducta posible o que no estemos estimulados por el entorno para seguir el camino menos fácil (por ejemplo, resistir al conformismo) o dejarnos llevar por un sesgo de negatividad y agresividad.

Cuando las personas aprenden a expresar sus sentimientos sin juzgar a la otra persona como equivocada, insensible o indiferente, rara vez se produce una escalada [de agresividad]. (Capítulo 8)

Teoría del aprendizaje cognitivo social: La teoría de que las personas aprenden a comportarse a través de sus procesos cognitivos, como sus percepciones de los eventos y observando e imitando a otros (…) La teoría del aprendizaje cognitivo social nos recuerda que entre la provocación y la respuesta se encuentra el cerebro humano: nuestra capacidad para considerar las intenciones de los demás (Capítulo 6)

Conversación directa: Una declaración clara de los sentimientos y preocupaciones de una persona sin acusar, culpar, juzgar o ridiculizar a la otra persona. (Capítulo 8)

Si los niños forman vínculos seguros y de confianza con sus padres, confían más en los demás, con la esperanza de formar vínculos más seguros con amigos y amantes en la edad adulta (Capítulo 8)

Las personas que actúan de una manera que beneficia a los demás luego se sienten más favorables hacia ellos: "Si estoy ayudando, debe ser porque se lo merecen". (Capítulo 7)

Solo se necesita una disidencia para disminuir seriamente el poder del grupo para inducir la conformidad (Capítulo 4)

El comportamiento altruista produce mayores sentimientos de felicidad. (Capítulo 6)

Hacer que los participantes se comprometieran a tomar perspectiva, contemplando activamente las experiencias de los demás, también conocida como empatía, redujo en gran medida las expresiones automáticas de prejuicio racial. (Capítulo 7)

  Este breve catálogo tendría que ser convincente para quienes se cuestionan qué cosas pueden hacerse para mejorar nuestra sociedad. Hay mucho que se puede hacer, solo hay que ordenarlo y organizarlo como una pauta moral con capacidad para influir socialmente. Y, sobre todo, debemos tener en cuenta que lo que de verdad importa para mejorar una sociedad son este tipo de “pequeños detalles” pues son los que conforman una actitud. Una actitud puede generalizarse y formar una cultura, y a estas alturas no podemos dudar de que hay culturas mucho más avanzadas socialmente que otras, y que las más avanzadas son las más capaces de generar mayor confianza mutua, lo que da lugar a la más eficiente cooperación. No parece que haya límites para la mejora social en este sentido.

Lectura de “El animal social” en Alianza Editorial 2018; traducción de Victoria Tomaselli

martes, 5 de diciembre de 2023

“Civilización”, 1969. Kenneth Clark

   En 1969, el erudito Kenneth Clark se atrevió a dirigir y presentar una magnífica serie documental televisiva en la BBC llamada “Civilización”. Centrada sobre todo en las artes plásticas, a lo largo de ella dio su punto de vista sobre el desarrollo civilizatorio en un marco temporal sagazmente limitado. 

Esto no es una historia del arte, sino de las creencias vitales e ideales que se hicieron visibles y audibles por medio del arte (p. A)

   Ese punto de vista sigue siendo válido más de medio siglo después, pero mantiene peculiaridades extraordinariamente significativas.

No pienso que haya ninguna duda de que Apolo encarna un estado de civilización más alto que [una notable] máscara [africana]. Ambos representan espíritus, mensajeros de otro mundo –es decir, de un mundo de nuestra propia imaginación-. Para la imaginación negra es un mundo de temor y oscuridad, dispuesta a infligir horribles castigos por la menor ofensa a un tabú. Para la imaginación helenística es un mundo de luz y confianza en el que los dioses son como nosotros, solo que más bellos, y descienden a la tierra a fin de enseñar a los hombres la razón y las leyes de armonía (p. 2)

  Señalar civilizaciones como superiores e inferiores implica tener un concepto muy determinado de lo que “civilización” significa.

Cuando uno considera las sagas islandesas, que están entre los grandes libros del mundo, uno debe admitir que los nórdicos produjeron una cultura. Pero ¿era una civilización? (…) La civilización quiere decir algo más que energía, voluntad y poder creativo, algo que los primeros nórdicos no tenían, pero que, incluso en su época, estaba comenzando a reaparecer en Europa Occidental. ¿Cómo lo definimos? Bien, en breve: un sentido de permanencia. Los errantes y los invasores estaban [por el contrario] en un continuo estado de flujo.  (p. 14)

  Es probable que este punto de vista no sería tan fácilmente aceptado hoy. Clark, desde luego, desdeña el romanticismo de la barbarie, algo que hoy se vería quizá como supremacismo eurocentrista.

Toda la evidencia sugiere que el aburrimiento del barbarismo es infinitamente mayor [que el de la civilización]. (p. 7)

Mahoma, el profeta del Islam, predicó la doctrina más simple que haya jamás tenido aceptación, y dio a sus seguidores la solidaridad invencible que una vez dirigió las legiones romanas (p. 7)

En ciertas épocas el hombre ha sentido la consciencia de algo sobre él mismo –cuerpo y espíritu- que estaba fuera de la lucha diaria por la existencia y la lucha nocturna con el miedo; y ha sentido la necesidad de desarrollar estas cualidades de pensamiento y sentimiento a fin de poder aproximarse tanto como sea posible al ideal de perfección –razón, justicia, belleza física, todo ello en equilibrio-. Ha conseguido satisfacer esta necesidad de varias formas –mediante mitos, mediante baile y canción, mediante sistemas de filosofía y a través del orden que ha impuesto al mundo visible-. Los hijos de su imaginación son también la expresión de un ideal  (p. 3)

El hombre civilizado, o así me parece, debe sentirse que pertenece a algún lugar en el espacio y el tiempo, que continuamente mira hacia delante y hacia atrás. Y para este propósito es una gran conveniencia ser capaz de leer y escribir (p. 17)

    (Mahoma era analfabeto… mientras que Jesús tenía un amplio conocimiento de las escrituras de la antigua religión judía… que a su vez, en tiempos de Jesús, estaba ya ampliamente influenciada por el pensamiento moral helenístico).

  Clark se salta la Antigüedad clásica y comienza su itinerario con la Edad Media, que fue mucho más diversa y rica de lo que parece a primera vista.

Nuestro entero conocimiento de la antigua literatura se debe a la recolección y copia que comenzó bajo Carlomagno, y casi todos los textos clásicos que sobrevivieron hasta el siglo VIII han sobrevivido hasta hoy (p. 18)

  Antes de este afortunado periodo, muchos escritos de la Antigüedad fueron deliberadamente destruidos por oponerse o ser extraños a la doctrina cristiana.

   En todo caso, la civilización que comienza a partir de Carlomagno y el año 1000 es también básicamente cristiana… aunque el cristianismo evoluciona constantemente.

En el año 800 el Papa coronó [a Carlomagno] como la cabeza de un nuevo Santo Imperio Romano, obviando el hecho de que el emperador nominal gobernaba en Constantinopla. A Carlomagno después se le dijo que este famoso episodio fue un error; y quizá era así: dio al Papa una supremacía sobre el emperador que fue la causa o pretexto para guerras durante tres siglos. Pero los juicios históricos son dudosos. Quizá la tensión entre los poderes espirituales y mundanos a lo largo de la Edad Media fue precisamente lo que mantuvo viva la civilización europea. Si se hubiera alcanzado un poder absoluto, la sociedad podría haber evolucionado tan estática como las civilizaciones de Egipto y Bizancio. (p. 20)

Podría argumentarse que la civilización occidental fue básicamente la creación de la Iglesia.  (p. 35)

    Los cambios comienzan a dar lugar a hitos fácilmente identificables.

El primer arte cristiano estaba interesado en los Milagros, curaciones y aspectos esperanzadores de la fe como la Ascensión y la Resurrección (…) Fue en el siglo X, esa época despreciada y rechazada de la historia Europea, que se hizo de la crucifixión un símbolo emotivo de la fe cristiana  (p. 29)

   Es también la misma época en que comienza a imponerse la castidad de los sacerdotes.

La iglesia (…) era poderosa por razones positivas. Hombres inteligentes tomaban de forma natural y normalizada las sagradas órdenes y podían elevarse de la oscuridad a posiciones de enorme influencia. A pesar del número de obispos y abades de familias reales o principescas, la Iglesia era básicamente una institución democrática cuya habilidad –administrativa, diplomática y de pura capacidad intelectual- se abría camino. Y la Iglesia era internacional. Era, en gran extensión, una institución monástica que seguía la regla Benedictina y que no debía lealtad territorial (p. 35)

  Las consecuencias no son solo teológicas y administrativas.

El amor cortés (…) era enteramente desconocido en la Antigüedad. La pasión, sí, el deseo por supuesto, el afecto constante, sí. Pero ese estado de extrema sujeción a la voluntad de una mujer casi inaccesible; esta creencia de que ningún sacrificio sería lo suficientemente grande, que toda una vida podía gastarse en cortejar a una dama en particular o sufrir por ella –esto habría parecido a los romanos o a los vikingos no solo absurdo, sino increíble, y sin embargo durante cientos de años fue incuestionable- inspiró una vasta literatura-. (p. 64)

   Para cuando llega el Renacimiento, la civilización eclesiástica ha llevado a cabo numerosos avances culturales que Clark no nos puede relatar en su totalidad. Por ejemplo, no nos habla de la psicología mística aunque sí de los debates teológicos en las primeras universidades, que dan lugar a polémicas y herejías… pero que la Iglesia no interrumpe, como podía haber hecho, simplemente, cerrando las Universidades.

A mi mente lo extraordinario es el enorme seguimiento que tuvo y cómo próximo fue Erasmo, o el punto de vista erasmista, a tener éxito. Muestra que muchas personas, incluso en tiempos de crisis, desean la tolerancia, la razón y la simplicidad de la vida –de hecho, la civilización-. Pero en la corriente de los feroces impulsos emocionales y biológicos ellos son impotentes (p. 157)

  Aquí Clark, con el caso de Erasmo, señala una importante tipología intelectual: el héroe pensador solitario, apenas tolerado y que existe en el limitado entorno de una intelectualidad muy poco numerosa pero extraordinariamente activa y lúcida. Tras él vendrán otros… y tardarán más de dos siglos en que los humanistas salgan a la luz y se conviertan en el motor del cambio civilizatorio.

  Mientras tanto, el Renacimiento dará lugar a la Reforma protestante, de la que, por cierto, Clark, británico, no tiene una imagen positiva.

Cualquiera que fuesen los efectos a largo plazo del Protestantismo, los resultados inmediatos fueron muy malos, no solo malos para el arte, sino malos para la vida (p. 160)

  Pero Erasmo no viene solo. No todo es Lutero y Calvino, y la Contrarreforma: la civilización se infiltra con discreción durante el duro siglo XVI y sus guerras religiosas.

¿Qué podía hacer un hombre inteligente, de mente abierta en la Europa de mediados del siglo XVI? Mantenerse en silencio, trabajar en soledad, exteriormente conforme, permaneciendo interiormente libre. Las guerras de religión evocan una figura nueva para la civilización europea, si bien familiar en las grandes épocas de China: el intelectual recluso (p. 161)

   Montaigne tiene su equivalente dramático en el sorprendente Shakespeare, empresario teatral.

Shakespeare debe ser el primero y quizá el último supremo gran poeta sin una creencia religiosa, incluso sin una creencia humanista en el hombre (p. 164)

  El siglo XVII supone un tímido avance: los intelectuales se pueden seguir desenvolviendo, pero ahora tienen un medio nuevo, que son la ciencia y las matemáticas. Pensadores como Descartes y Spinoza logran salir indemnes del escrutinio inquisitorial. Todo está listo para el siglo XVIII y su Ilustración.

Cuando uno comienza a preguntarse “¿esto funciona?” o incluso “¿esto vale la pena?” en lugar de “¿es la voluntad de Dios?” se consigue un nuevo conjunto de respuestas y una de las primeras es que intentar suprimir las opiniones que uno no comparte es mucho menos valioso que tolerarlas.  (p. 195)

El siglo XVIII se enfrentaba con la compleja tarea de construir una nueva moralidad sin la revelación o las sanciones cristianas. Esta moralidad se construye sobre dos fundamentos: uno de ellos era la doctrina de la ley natural; el otro, la moralidad estoica de la antigua Roma republicana  (p. 262)

   La tolerancia hacia los Rousseau y Voltaire –que son criticados y perseguidos, pero elaboran y difunden sus obras durante sus largas vidas- abre todas las puertas.

  Pero Clark no ve la auténtica civilización en los avances políticos sino en el avance moral. Los ideales humanistas pasan de las palabras a los hechos:

El movimiento antiesclavitud se convirtió en la primera expresión comunitaria del despertar de la conciencia (p. 323)

   El cambio será imparable, hasta implantarse en la estructura moral íntima e la sociedad.

Pregúntese a cualquier persona decente en Inglaterra o América qué piensa que importa más en la conducta humana. Cinco a uno la respuesta será “bondad”. No es una palabra que hubiera aparecido en la boca de cualquiera de los héroes de este libro. Si hubiera preguntado a San Francisco lo que importaba en la vida habría contestado “castidad, obediencia y pobreza”; si hubiera preguntado a Dante o Miguel Ángel podrían haber respondido “desprecio a la vulgaridad y a la injusticia”; si hubiera preguntado a Goethe, habría dicho “vivir plenamente y la belleza”. Pero la bondad, nunca.  (p. 329)

La bondad, en alguna medida, es la extensión del materialismo, y esto ha hecho que los antimaterialistas la miren con cierto desprecio, como un producto de lo que Nietzsche llamaba la moralidad del esclavo (p. 330)

  El arte, la literatura, logran esforzadamente el milagro de la racionalización de los sentimientos prosociales.

Todo el mundo leyó a Dickens. Ningún autor vivo ha sido tan histéricamente amado por una sección tan amplia de la comunidad. Sus novelas produjeron reformas en las leyes, en los tribunales, en la desaparición de los ahorcamientos públicos, en una docena de direcciones. (p. 327)

  Más o menos aquí acaba la relación de Kenneth Clark, bellamente ilustrada por las creaciones artísticas que son objeto de cuidadosas observaciones, como la de que la reacción de la Contrarreforma implicó a su vez una brillante creación en las artes plásticas que los protestantes ni siquiera intentaron emular… pero que, en cambio, estos desarrollaron una revolución en la música. 

   Por otra parte, en el siglo XIX las artes plásticas entran en el mundo de la crítica independiente (aparecen autores como William Morris, Walter Pater o John Ruskin) y es la literatura la que cimenta, a través sobre todo de la novela (y en la dramaturgia, que incluye las impactantes óperas), los cambios civilizatorios finales… hasta el ideal prosocial de la bondad que muy atinadamente Clark señala como ideal materialista.

Lectura de “Civilisation” en   British Broadcasting Corporation  1969; traducción de idea21

sábado, 25 de noviembre de 2023

“La masa enfurecida”, 2019. Douglas Murray

  El escritor y periodista Douglas Murray escribe un libro combativo contra lo que parece una moda peligrosa en las costumbres -¿o ideología?- que podría haber surgido a mediados de la década del 2000, extendiéndose desde los medios universitarios anglosajones. Una ola de intolerancia a favor de una determinada visión de la justicia social.

La interpretación del mundo a través de las lentes de la “justicia social”, “política de identidad de grupo” e “interseccionalismo” es probablemente el esfuerzo más audaz y comprensivo desde el fin de la guerra fría en crear una nueva ideología (Introducción)

Este libro se ha centrado en cuatro de las cuestiones más consistentemente aparecidas en nuestras sociedades: cuestiones que no se han convertido solo en tema de noticia diaria, sino en la base de un movimiento completo de moralidad societaria. Defender la situación de las mujeres, los gais, gente de diferentes entornos raciales y la de los trans se ha convertido no solo en una forma de demostrar compasión sino una demostración de una forma de moralidad. Se trata de cómo practicamos esta nueva religión. Luchar por estas cuestiones y ensalzar su causa se ha convertido en una forma de mostrar que eres una buena persona (Conclusión)

  Un movimiento completo de moralidad societaria. Centrado en la denuncia de una ideología supremacista que sería la de las clases superiores blancas y masculinas opuestas a la diversidad racial y las reivindicaciones de género sexual diverso. Todo esto tendría su origen en la evolución del pensamiento izquierdista a finales del siglo XX, y con tal origen, su movimiento sucesorio no puede sino resultar de lo más sospechoso.

En público y en privado, online u offline, la gente se está comportando de forma que es cada vez más irracional, enfebrecida, borreguil y simplemente desagradable (…) El origen de esta condición raramente se reconoce. Se trata del simple hecho de que hemos estado viviendo a través de un periodo de más de un cuarto de siglo en el cual todas nuestras grandes narrativas han colapsado. Una por una, las narrativas han sido refutadas, se han hecho impopulares de defender o imposibles de sostener. Las explicaciones para nuestra existencia que solían ser proporcionadas por la religión desaparecieron primero, del siglo XIX en adelante. Entonces, a lo largo del siglo pasado las esperanzas seculares mantenidas por las ideologías políticas comenzaron a seguir el destino de la religión. Al final del siglo XX hemos entrado en la era posmoderna. Una era que se define por su desconfianza contra todas las grandes narrativas. Sin embargo (…) la naturaleza aborrece el vacío y en el vacío posmoderno han comenzado a deslizarse nuevas ideas con la intención de proporcionar explicaciones y significados por su cuenta. (Introducción)

[La] interseccionalidad (…) es una invitación a pasar el resto de nuestras vidas intentando solucionar cada afirmación de identidad y vulnerabilidad en nosotros mismos y los demás, y organizarlos mediante cualquier sistema de justicia emergente de la perpetuamente móvil jerarquía que denunciamos. Es un sistema que no solo es inviable sino demencial, que hace exigencias que son imposibles hacia fines inalcanzables (Introducción)

  Ciertamente, esta forma de ir contra todas las grandes narrativas en particular nos muestra una nueva narrativa bastante precisa pero intolerante ante sus oponentes. Intolerancia que, según Murray, se demuestra por su voluntario oscurantismo que ayuda a cerrar toda discusión.

Los que sustentan las ideologías de justicia social e interseccionalidad tienen en común que su trabajo es ilegible. Sus escritos tiene un estilo deliberadamente obstructivo empleado cuando alguien o bien no tiene nada que decir o necesita ocultar el hecho de que lo que dice es incierto (Capítulo 1)

   Para Murray es evidente que muchas de las aserciones de la nueva narrativa que va contra todas las narrativas son bastante inasumibles.

Nuestras sociedades se han hundido en el espejismo de que las diferencias biológicas –incluidas las diferencias de aptitud- pueden ser desplazadas, negadas o ignoradas. Un proceso similar ha sucedido en las diferencias sociales (Capítulo 2)

  El antirracismo se vuelve entonces en una especie de racismo al revés, donde el origen racial determina un rechazo social parecido a como sucedía en países marxistas como Rusia o China con los orígenes de clase.

Ya que todo ha sido establecido por una estructura de hegemonía blanca cada cosa en esa estructura está creada con implícito o explícito racismo, y en consecuencia cada aspecto separado de ello debe ser excluido (Capítulo 3)

   La intolerancia lleva incluso a dictaminar que

[La] diversidad de pensamiento es solo un eufemismo por “supremacía blanca” (Capítulo 3)

   Lo que nos comunica una intolerancia total por parte del nuevo estilo ideológico de pensamiento: no se admite diversidad fuera del nuevo relato “que va contra todos los relatos”.

   De la cuestión racial se pasa a la del género.

El problema en el presente no es la disparidad, sino la certeza –la certeza espuria con la cual una cuestión increíblemente compleja [la cuestión trans] se presenta como si fuera la cosa más clara y mejor comprendía imaginable (Capítulo 4)

El objetivo de los que hacen campaña por la justicia social ha sido consistentemente tomar a cada uno –gais, mujeres, razas, trans- que puedan presentar como una agresión a los derechos y presentar su caso de la forma más incendiaria. Su deseo no es curar sino dividir, no aplacar sino inflamar, no apagar el fuego sino iniciarlo. En esto puede ser vista la subestructura marxista. Si no puedes dominar una sociedad –o pretender regirla, o intentar regirla y hacer colapsar todo- entonces puedes hacer algo diferente: en una sociedad que está pendiente de sus errores y que sin embargo, como imperfecta, queda como una mejor opción que cualquier otra cosa que se ofrezca, debes sembrar duda, división, animosidad y miedo. Más efectivamente, puedes intentar hacer que la gente dude de absolutamente todo. Hacerles dudar de si la sociedad en la que viven es buena en absoluto. Hacerles dudar de si la gente realmente recibe un buen trato. Hacerles dudar sobre si existen agrupaciones como hombres o mujeres. Hacerles dudar sobre casi cualquier cosa. Y entonces te presentas como el que tiene las respuestas: el grandioso y amplio conjunto de respuestas que te lleva a algún lugar perfecto (Conclusión)

  Con todo, como siempre, las críticas de Murray y otros autores por el estilo se exceden al negar una determinada ideología que, con sus errores, también tiene cosas que aportar a un mundo que lucha por el avance moral y que, inevitablemente, necesita nuevas ideologías, a la vista de que las anteriores (el socialismo, el liberalismo) no han aportado el resultado esperado.

¿Cómo se puede reconciliar la información de que las mujeres deben ser siempre creídas con el hecho de que hay industrias enteras cuyo objetivo es ayudar a las mujeres a engañar a los hombres? (Capítulo 2)

  ¡Aquí está refiriéndose a la cosmética y a la moda!

A una mujer debe permitírsele ser tan sexy y sexual como desee, pero esto no quiere decir que pueda ser sexualizada. Sexy pero no sexualizada. Es una exigencia imposible (Capítulo 2)

  Esto son opiniones necias, no menos necias que anécdotas como las que relata Murray de un vendedor de comida mexicana que es denigrado por no ser mexicano y estar por tanto robando la identidad racial ajena.

  Tampoco es exacta esta defensa de los personajes del pasado hoy discutidos:

La gente solo piensa que ellos habrían actuado mejor en la historia porque saben cómo acabó la historia. La gente que ha participado en la historia no tenía y no tiene ese lujo. Ellos tomaron buenas o malas elecciones en sus tiempos y lugares en los que estaban, dadas las situaciones en las que ellos se encontraron (Capítulo 3)

  No podemos aceptar como modelos morales individuos que no defendían los ideales morales alcanzados hoy, por mucho que sus elecciones correspondiesen a las situaciones en las que ellos se encontraron. Deben ser evaluados justamente desde la perspectiva histórica, pero eso no niega que sea correcto que hoy se retiren en Estados Unidos, por ejemplo, las estatuas del general Lee, o que cualquier presentación de la obra de Kipling recuerde su imperialismo.

  Ahora bien, y esto no lo menciona Murray, muchos influyentes autores de izquierda merecerían ser igualmente reprobados. En las novelas de García Márquez hay numerosas incitaciones a la pederastia (niñas que gozan siendo violadas por adultos), Pasolini abusó de niños cuando fue maestro rural y en novelas de Julio Cortázar se exalta la violación. Es rarísimo que alguien de los que promueven el relato de justicia social recuerde tales cosas. O que denuncie la dictadura de Cuba.

  Esto contrasta con el trato que se da en medios intelectuales a aquellos que reconocen haber cometido errores de juicio moral en el pasado –es decir, no haber estado en su momento lo suficientemente avanzados moralmente-.

Hemos creado un mundo en el cual el perdón se ha convertido en algo casi imposible (…) Hoy parecemos vivir en un mundo donde las acciones pueden tener consecuencias que nunca podríamos haber imaginado, donde la culpa y la vergüenza están más a mano que nunca, y donde no tenemos medio alguno de redención (Capítulo 3)

  Según algunas sensibilidades, los nuevos moralistas de la justicia social están constantemente escarbando en el pasado de las personalidades públicas para detectar sus errores pasados y así clasificarlos como enemigos. Un señalamiento que parece inevitablemente vinculado a una agresividad bastante pronunciada y poco prometedora para una sociedad mejor.

Lectura de “The Madness of Crowds” en Bloomsbury Publishing   2019; traducción de idea21

miércoles, 15 de noviembre de 2023

“Las leyes de la naturaleza humana”, 2018. Robert Greene

   La intención del exitoso escritor Robert Greene es ayudar al ciudadano común a la hora de desenvolverse en el mundo real, donde el inconsciente nos impone sus reglas sin que la mayoría nos demos cuenta de ello. Tanto más arriesgado es esto cuanto que todos los que nos rodean están igualmente sometidos a tales reglas no escritas.

Estamos sujetos a fuerzas profundas dentro de nosotros mismos que impulsan nuestro comportamiento y que operan por debajo del nivel de nuestra consciencia (p. 12)

Se estima que más del 65 por cierto de toda la comunicación humana es no verbal, pero que la gente percibe e interioriza solo aproximadamente el 5% de esta información  (p. 93)

Este es el punto ciego en la naturaleza humana: estamos pobremente equipados para coordinarnos con el carácter de la gente con la que tenemos que tratar (p. 126)

Debido a que principalmente reaccionamos en lugar de pensar, nuestras acciones están basadas en información insuficiente (p. 183)

  Así que tenemos que estudiar la naturaleza humana para desenvolvernos mejor entre nuestros semejantes, que son fuente de nuestra felicidad tanto como amenaza. En nuestra sociedad convencional estamos expuestos a engaños, a falsas apariencias y a expectativas decepcionantes. La actitud primera, entonces, es ver en todo individuo un enemigo potencial y que nosotros mismos debemos estar alerta para obtener ventaja allí donde sea posible. Greene cree que puede descubrirnos el lado más evidente y práctico de ello. Y no todas sus indicaciones son convencionales.

Las “Leyes de la naturaleza humana” pretenden sumergirle en todos los aspectos del comportamiento humano e iluminar la raíz de sus causas. Si usted deja que le guíe, alterarán radicalmente cómo percibe usted a la gente y toda su capacidad para tratar con ellos. Cambiarán radicalmente también cómo se ve usted a sí mismo (p. 16)

  Un poco de autoayuda está bien. Además, se le informa a uno de fenómenos psicológicos cotidianos que sin embargo no son tan fáciles de percibir y, para hacerlo más entretenido, Greene utiliza ejemplos de famosos personajes históricos que tuvieron que afrontar dilemas y situaciones de riesgo insospechado, todo ello consecuencia de que las cosas no son lo que aparentan, especialmente en lo que a comportamiento humano se refiere.

Como estudiante de la naturaleza humana (…) debes convertirte en un consumado observador de ti mismo cuando interactúas con grupos de cualquier tamaño. Comienza con la asunción de que no eres tan individual como imaginas. En gran medida, tus pensamientos y creencias han sido fuertemente influenciados por la gente que te ha criado, los colegas del trabajo, tus amigos y la cultura en general.  (p. 463)

  Naturalmente, hay un claro sesgo en cómo se presentan estos asuntos. El objeto es siempre conseguir el éxito social, pero tales tensiones también pueden verse compensadas por actitudes racionales mucho más armoniosas. Y aquí es donde encontramos lo más original de este planteamiento que en principio nos daba una imagen más bien agresiva de la vida social.

  Por ejemplo, en un mundo competitivo el deseo de emulación y de alcanzar el éxito –que no tienen en sí nada de malo- puede dar lugar a la lastimosa envidia.

En lugar de meramente felicitar a la gente por su buena fortuna, algo fácil de hacer y fácilmente olvidado, tú debes en lugar de eso activamente sentir su alegría, como una forma de empatía. Esto puede ser un tanto antinatural, ya que la primera tendencia es sentir una punzada de envidia, pero podemos entrenarnos para imaginar cómo deben sentirse los otros que experimentan su felicidad o satisfacción. Esto no solo limpia nuestro cerebro de una fea envidia, sino también crea una forma inusual de relación (…) Al interiorizar la alegría de otra gente, incrementamos nuestra propia capacidad para sentir esta emoción con relación a nuestras propias experiencias  (p. 319)

  Esto es una magnífica idea que puede llevarnos fácilmente por el camino de la benevolencia y el bien común. Requiere, como se ha explicado, entrenamiento para la interiorización y reconocimiento de que una mejor forma de vida social tiene que ser también un poco antinatural.

Acércate a la gente con la que te reúnes por primera vez o solo conoces superficialmente, con varios pensamientos positivos –me gustan, parecen listos, etc- Ninguno de estos se verbaliza, pero haz lo que puedas para sentir esas emociones (p. 242)

  Incluso cierto benévolo desapego, en el sentido de desarrollar un mundo interior cálido y consolador, puede venirnos muy bien especialmente en una sociedad establecida sobre principios conflictivos.

Vale la pena cultivar momentos en la vida en los cuales sentimos una inmensa satisfacción y felicidad separada de nuestros propios éxitos y logros. Esto sucede comúnmente cuando nos hallamos ante un bello paisaje –montañas, mar, un bosque-. No sentimos los ojos interesados y comparativos de los otros, la necesidad de tener más atención o afirmarnos a nosotros mismos (p. 320)

  Otro desarrollo interesante es compatibilizar el individualismo con el hecho social de la diversidad. Empatizar con los semejantes implica también aceptar la diferencia.

Nuestra cultura tiende a enfatizar el valor supremo del individuo y los derechos individuales, animando una mayor implicación en uno mismo. Encontramos cada vez más personas que no pueden imaginar que los otros tienen una perspectiva diferente, que no todos somos exactamente lo mismo en lo que deseamos o pensamos (p. 61)

  Y si no queremos el conflicto y si tampoco podemos predisponernos a una afectuosa armonía universal, cuando menos, cultivemos la objetividad.

La racionalidad no es un poder con el que has nacido sino uno que adquieres mediante adiestramiento y práctica (p. 30)

Ve a las otras personas como fenómenos, tan neutrales como los cometas y las plantas (…) [Así ] dejarás de proyectar tus propias emociones en ellos  (p. 50)

  Porque la mayor parte de las veces, al proyectar las emociones en los demás lo que hacemos es juzgarlos y clasificarlos según que puedan servirnos a nuestros propios intereses. Un buen principio es empeñarnos en un juicio objetivo. Puede ayudarnos la advertencia de que nada es del todo objetivo, pero si al principio de objetividad le sumamos una orientación humanista y benevolente es probable que obtengamos buenos resultados.

Lectura de “The Laws of Human Nature” en Penguin Random House  2018; traducción de idea21

domingo, 5 de noviembre de 2023

“Los caminos y el poder del amor”, 1954. Pitirim Sorokin

   Este es un libro extraño. Pitirim Sorokin, el primer catedrático de sociología de Harvard, nacido en Rusia y testigo privilegiado de la Revolución, escribe en el Estados Unidos de la guerra fría un libro sobre una alternativa social para la humanidad basada en el amor. Es verdad que también por la misma época Erich Fromm escribió su “El arte de amar”, ¿se trataba quizá de dar una respuesta no violenta a la promesa comunista de un mundo solidario y justo?

Nos concentraremos en este estudio principalmente en los planos psicológicos y socioculturales del amor –amor como un fenómeno psicosocial empírico visible-.  (p. 14)

  ¿Qué es el amor?

Éticamente el amor se identifica con la misma bondad. El amor se ve como la esencia de la bondad inseparable de la verdad y la belleza  (p. xvii)

Psicológicamente la experiencia del amor es un complejo consistente en elementos emocionales, afectivos, volicionales e intelectuales. Tiene muchas formas cualitativas referentes a cuestiones como empatía, simpatía, bondad, devoción, admiración, benevolencia, reverencia, respeto, adoración, amistad…por mencionar solo unos pocos  (p. 10)

En cualquier experiencia psicológica genuina de amor, el ego o el yo del individuo que ama tiende a fundirse e identificarse con el amado tú. (…) En una relación de amor, los egos de las partes están libremente mezcladas en un “nosotros” (…) Su amor mutuo es el amor final. Cada parte hace y da cualquier cosa por el bienestar del otro. No hay regateo, ni cálculo de beneficios, placeres o utilidades. (p. 76)

Ofrecer un asiento a otra persona en un tranvía es una acción de amor, si bien de poca intensidad  (p. 15)

  Se trata, por tanto, de una pauta de conducta, una manifestación conductual de una actitud personal de benevolencia hacia el semejante que facilita la plena cooperación entre las personas.

El amor reemplaza la lucha por la existencia por la unidad armoniosa y la ayuda mutua (p. 8)

   La solución a todos los problemas sociales. Pero no parece  corresponderse con lo que sabemos del comportamiento humano convencional. Más bien el amor se da en circunstancias excepcionales dentro de las vivencias entre particulares. No parece tratarse de un fenómeno social a gran escala.

Las formas más puras e intensas del amor han sido producidas espontáneamente y principalmente en las interacciones de miembros de la misma familia, de amigos íntimos o de pequeños grupos –escolásticos, religiosos, políticos, ocupacionales, étnicos, culturales y otros-.  (p. 16)

   Una idea de Sorokin, esencial en su concepción, es que el amor se produce primero porque algunos individuos excepcionales descubren la conexión entre los cambios de comportamiento humanos y una virtud trascendente y eterna que denomina el “supraconsciente”.

El supraconsciente parece ser la fuente de los mayores logros y descubrimientos en todos los campos de la actividad creativa humana: ciencia, religión, filosofía, tecnología, ética, derechos, artes, economía y política  (p. 98)

El supraconsciente crea y descubre mediante la intuición supraconsciente  (p. 99)

Las grandes religiones (…) pudieron ser creadas solo mediante el supraconsciente y no mediante la mente empírica y lógica. Esta conclusión se refuerza por el invariable fracaso de todos los intentos de crear una religión “racional y científica”, lógica, sensata, empáticamente verificable. Tales religiones nunca pueden ir más allá de filosofía vulgarizada y seudociencia de tercera categoría, divulgada entre un mero puñado de intelectuales racionales despojados de la gracia del supraconsciente (p. 110)

   Se puede ser despectivo con la “seudociencia”, pero todo este sistema de Sorokin recuerda un poco a Jung. Y nos encontramos aquí con una dificultad para hacer una lectura constructiva del panorama de la mejora moral que presenta Sorokin. Por una parte, está el protagonismo que se da a los líderes espirituales.

Jesús, Buda, Mahavira, Lao Tse, Confucio y Francisco de Asís (…) junto con un puñado de seguidores remodelaron la mente y comportamientos de millones, transformaron culturas e instituciones sociales y decisivamente condicionaron el curso de la historia. Ninguno de los grandes conquistadores y líderes revolucionarios pudieron remotamente competir con estos apóstoles del amor en la magnitud y duración del cambio que llevaron a cabo gracias a sus actividades  (p. 71)

  Sabemos poco sobre estos personajes históricos –de hecho, algunos tienen más bien naturaleza legendaria- y de los pocos mencionados que son más asequibles al estudio –como Gandhi- está por ver que su actitud moral sea equiparable a la perfección psicológica y social tal como la entendemos desde principios objetivos.

El mayestático, gigantesco poder del amor y la amabilidad, el poder de las grandes encarnaciones de amor como Buda y Jesús, San Francisco y Gandhi (…) [suponen] la forma más efectiva y accesible de adquirir el máximo de poder constructivo es amar de forma verdadera y sabia. (p. 12)

Mediante [la] imitación de unos pocos héroes del amor se levantan los estándares morales de las masas mucho más efectivamente de lo que pueden hacerlo miles de razonadores ético y predicadores racionales  (p. 484)

  Pero el desarrollo del altruismo a nivel universal requiere de planteamientos menos excepcionales. Ahora bien, ¿cómo llegar de la excepcionalidad de la virtud a una generalización de la virtud altruista como estilo de vida a nivel universal?

  Ante todo, hemos de considerar que se trata de interiorizar pautas de conducta.

El almacenamiento de la energía del amor en los individuos quiere decir hacer sus acciones y reacciones de amor espontáneamente habituales, interiorizadas y arraigadas hasta tal punto que se conviertan en una segunda naturaleza. (p. 45)

  Esto es el ámbito de “lo sagrado”, la pauta moral emocionalmente interiorizada conlleva la reacción refleja que condiciona el comportamiento en el sentido marcado por la doctrina moral.

  Pero ¿cómo llevar esto a cabo, al tratarse de conductas fuera de lo convencional, que no pueden surgir de la mera educación y de la mera interactuación con las personas convencionales?

Las escuelas intentan instigar en sus alumnos el egoísmo y los valores de competición tanto como el yo sin ego y el valor del amor; glorifican el culto al éxito y la victoria sobre los competidores más que el servicio humilde (p. 246)

  Sorokin tiene el acierto de señalar una posición intermedia entre la genialidad de los santos y la escasa sensibilidad del mundo convencional: el monasticismo y las escuelas de la virtud.

[Hay] tres principios básicos de los grupos altruistas: identificación ideológica y conductual del grupo y de sus miembros con los valores supremos del amor (llamado de formas diferentes); criterio común de los valores básicos para todos los miembros; y la afiliación total de cada miembro con la comunidad (monástica o no), con el resultado de someter todos los egos y afiliaciones al valor supremo de la comunidad y la comunidad misma (p. 454)

Las escuelas [convencionales] no son las mejores agencias para adiestrar a los genios de creatividad altruista. Solo instituciones grupales institucionales establecidas intencionalmente para los propósitos del adiestramiento altruista pueden cumplir tal requerimiento (p. 246)

   La enseñanza del altruismo requiere, ante todo, la motivación del que quiere ser enseñado y esto implica, por tanto, tener en cuenta el cambio social previo.

Por parte de los altruistas ateos (…) su ideal y valores más altos es frecuentemente llamado por varios nombres prosaicos: la mayor felicidad, el mayor bien, el mayor placer, el valor social más alto, el impulso emocional más profundo, la mayor necesidad social, libido, energía vital y demás. Estas formas denotan en tales casos algo mucho más trascendente que su significado literal (p. 146)

  Puesto que ya no vivimos en la época de las creencias tradicionales de lo sobrenatural, son las creencias racionalistas las que deben tomar provecho de las enseñanzas de la Antigüedad en la búsqueda de la virtud altruista –o prosocial, usando un término más preciso-. La insatisfacción de las fórmulas políticas y económicas puede acabar empujando la inquietud social a una búsqueda efectiva de un estilo de vida que forme una base firme del desarrollo de la civilización que no se quede en meras vaguedades de buena intención.

Hay muchas personas que profesan amar al conjunto de la humanidad. La extensión de su amor es por tanto enorme. Pero su amor a la humanidad raramente va más allá de declaraciones y muestra poco en sus obras. Esto es amor de baja intensidad con vasta extensión  (p. 20)

  En las reglas monásticas, sin embargo, Sorokin encuentra un buen ejemplo de cómo un trabajo metódico sobre las emociones humanas pueden llevarnos a una existencia armoniosa.

El [monasticismo nos muestra el] carácter de las técnicas usadas por altruistas eminentes para el despertar y desarrollo de sus conductas y actividades de amor (…) Su objetivo es el despertar y desarrollo del supraconsciente para la difícil realización de las acciones de amor supremo. Rezos al supraconsciente (llamado por diferentes nombres) en varias formas; aislamiento eremítico de todos los seres humanos y de toda la civilización con todas sus fuentes para el desarrollo del conocimiento racional, libros, bibliotecas, conferencias, instrucción etc; sostenida meditación y concentración que ni busca ni trata con los problemas del desarrollo del intelecto humano y su conocimiento científico; silencio por largos periodos, entrenamiento ascético y semiascético en el control de las propensiones conscientes e inconscientes; trances de éxtasis, obras peculiares del altruismo como el acto repentino de San Francisco de abrazar leprosos y besar sus horribles heridas: estos y cientos de otras técnicas no son diseñadas ni efectivas para el desarrollo intelectual del hombre ni para el juego más placentero y espontáneo de las propensiones inconscientes y bioconscientes (p. 139)

   La variedad de estrategias exige un detenido análisis. Besar las horribles heridas de los leprosos puede resultar poco conveniente para el desarrollo de un altruismo efectivo a gran escala, aunque fuese apropiado para la visión mística de San Francisco. Pero es mucho más valioso el énfasis en las transformaciones conductuales cotidianas, la psicología de la benevolencia y sus consecuencias.

Casi todas las constituciones monásticas contienen varias reglas explícitamente prohibiendo (…) el ayuno excesivo u otras formas de extremo ascetismo. Una de las razones para tal prohibición es que el extremo ascetismo puede disparar el espíritu de competición, vanagloria y autosatisfacción que son extraños a la continencia  (p. 404)

Que no haya signo de enfado, implacabilidad, celos o contención entre los monjes; ningún gesto, movimiento, palabra, mirada, expresión o nada parecido que esté calculado para desatar la ira de un compañero  (p. 397)

   ¿Se puede articular esto en un monasticismo propio de la sociedad actual? De hecho, podría suponer una ventaja el contar hoy con el análisis y metodología científicos para avanzar en la mejora moral.

Todas las medidas que faciliten un incremento de la creatividad constructiva en los campos de la verdad y la belleza también sirven al propósito de incrementar la creatividad en el campo de la bondad  (p. 19)

  Sorokin no nos da una fórmula viable. Todo se queda en llamar nuestra atención sobre el fenómeno real del desarrollo altruista y exigirnos actuar. 

Los existentes poderes inconsciente, consciente y supraconsciente del hombre son suficientes para la eliminación de la mayor parte de las guerras interhumanas, así como para un espléndido renacimiento del hombre mismo, de su cultura y su universo social. Tan pronto como estos poderes estén organizados según un plan, comenzarán su trabajo y en un tiempo comparativamente breve alcanzarán resultados  que excederán las mejores expectativas.  (p. 488)

   ¿Una organización de poderes inconsciente, consciente y supraconsciente? No se da mayor detalle.

  Sin embargo, la sociedad actual produce millones de científicos, técnicos y teóricos, una asombrosa abundancia si lo comparamos con los tiempos de Arquímedes y Aristóteles. ¿No podría suceder algo parecido al nivel de la moral?

  Incluso en la psicoterapia, de la que Sorokin tanto desconfía, encontramos indicadores de la mejora conductual.

La transferencia positiva, esto es, el sentimiento afectivo y cálido del paciente hacia el terapeuta –en contra de la transferencia negativa con su sentimiento de hostilidad- es generalmente considerada la condición necesaria para la mejora del paciente (p. 64)

   Consideremos también otro mecanismo de desarrollo del amor que ya remarcaron algunos intelectuales del siglo XIX: la literatura dramática.

Una gran tragedia con frecuencia conmueve a la audiencia mucho más profundamente que un elocuente sermón, una gran novela o una gran sinfonía con frecuencia nos inspiran aspiraciones morales más fuertes que una excelente conferencia sobre ética (p. 319)

   Se trata, por tanto, de que la búsqueda de la virtud es un fenómeno que puede describirse y articularse en funciones comprensibles y efectivas.

Ningún desarrollo altruista notable es posible sin tres cambios personales y socioculturales mutuamente conectados: una autoidentificación del individuo con algún tipo de valores altruistas, concebidos bien en su forma más elemental o en su formar más sublime; una respectiva reordenación del propio ego, valores y estándares; y una correspondiente reordenación de las afiliaciones de grupo y entorno (p. 287)

  Al cabo, el camino monástico –hoy abandonado- puede ser el más valioso, pues se trataría de desarrollar comportamientos estándar asequibles a muchos –aunque no a todos, pues el factor motivación varía mucho de unas personas a otras- que pueden mediar entre el ideal heroico –de dudosa existencia, pero útil como ideal- y una sociedad convencional que sigue buscando soluciones sociales innovadoras.

El excepcionalmente alto nivel de las exigencias monásticas para la perfección moral requiere una movilización de todos los poderes creativos de un monje, reforzados por el entusiasta apoyo de su comunidad monástica a fin de que el monje y la comunidad puedan alcanzar sus fines. (p. 404)

   Y como conclusión, parece que el error más grave del punto de vista de Sorokin es que rechaza la racionalización de la mejora moral.

Ni las acciones sublimes del amor ni la ética de reverencia para la vida pueden basarse, derivarse o motivarse por puro pensamiento científico, racional o consciente. Para ello es necesaria una directa visión interior más profunda, intuitiva y mística del deseo vital (p. 128)

   El pensamiento científico, racional o consciente también puede –y debe- alcanzar el ámbito de las emociones morales, dando una explicación asumible de lo místico y lo intuitivo. La acción altruista debe informarse también racional y analíticamente de las experiencias del pasado en las cuales se dieron grandes pasos para la mejora moral, por mucho que este camino estuviera entonces condicionado por tradiciones históricas que hoy ya hemos dejado atrás.

Lectura de “The Ways and Power of Love” en Templeton Foundation Press 2002; traducción de idea21

miércoles, 25 de octubre de 2023

“Epicuro”, 1981. Carlos García Gual

Se ha dicho que ningún otro filósofo de la Antigüedad ha sido tan calumniado como Epicuro el materialista, el hedonista, el negador de la inmortalidad del alma y de la providencia divina, y, por tanto, el enemigo de la religión y del Estado. (p. 7)

  Sin embargo, el viejo Epicuro no era un rebelde: creía en los dioses, fomentaba la moderación del deseo y afirmaba que el sabio no ha de meterse en política. Que un personaje tan apacible haya sido tan atacado ya de por sí justifica la curiosidad de un erudito de la talla de Carlos García Gual.

  El epicureísmo se enmarca en la “filosofía helenística”, las escuelas filosóficas que sucedieron a los “gigantes” Platón y Aristóteles. Con los cínicos, los epicúreos y los estoicos, se consolida la enseñanza del sabio a la sociedad.

El ideal humano de conducta -tanto para los epicúreos como para los estoicos- se incorpora en la imagen del sabio, paradigma moral personificado. Se trata de una herencia socrática, mejor conservada en la tradición cínica que en la vertiente platónico-aristotélica, más atenta a lo intelectual. Sócrates o Diógenes representaban ese tipo de filósofo ejemplar en su vida, al margen de las convenciones sociales, que sabía regir su vida autónomamente. Más tarde los cristianos tendrán a sus santos, pero el ideal del sabio es la figura ejemplar y heroica (p. 225)

   El sabio enseña sabiduría, ya no tanto compleja filosofía académica. El sabio enseña a vivir y su propia vida se convierte en paradigma de enseñanza.

El philósophos es así el sophós; no sólo persigue un ideal teórico, sino que realiza en su vivir ejemplar esa conducta que le distingue de los demás humanos desgraciados  (p. 60)

  Hay muchas perspectivas desde las que abordar la filosofía de Epicuro.

Destaca en la filosofía de Epicuro más la coherencia que la originalidad. Recoge, en una hábil síntesis, teorías bien conocidas de otros pensadores griegos: el atomismo de Leucipo y Demócrito para explicar la constitución material del universo, el hedonismo de Aristipo de Cirene, el empirismo en la teoría de la percepción derivado de Aristóteles, y la búsqueda de la serenidad de ánimo, la ataraxía, de los escépticos. En su rechazo de la política y la educación coincide (…) con los cínicos, los escépticos y los primeros estoicos. Sin embargo, lo importante es lo ajustadamente que armoniza, en un sistema nuevo, todas las ideas surgidas ya en la tradición anterior.  (p. 77)

   Célebre por predicar el placer como objetivo supremo de la vida, su idea del placer resulta bastante moderada.

[La] admisión del placer como último fin de nuestra conducta supone decididamente la negación de todo idealismo ético, en el sentido platónico; es la negación más rotunda a considerar como fin del hombre algún objetivo trascendente, como el Bien platónico. (p. 164)

  En las propias palabras del filósofo:

Cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación, como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbados en el alma (…) Ni banquetes ni juergas constantes ni los goces con mujeres y adolescentes, ni de pescados y las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece, engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de las que procede la más grande perturbación que se apodera del alma. (p. 144)

Si Epicuro rechaza los placeres de los disolutos y los viciosos, como dice, no es porque los condene desde el mirador de la Virtud, sino porque no le parecen provechosos, sino dañinos a la larga y a la corta, según su cálculo utilitario. Esos placeres desordenados no aportan serenidad al alma, no dan ataraxía al espíritu (p. 194)

  Hay que precisar que Epicuro es capaz de hallar este placer moderado incluso en circunstancias que objetivamente no serían nada placenteras. De hecho, era hombre enfermizo y toda la vida sufrió malestar físico. Superó tales circunstancias gracias a la filosofía…

  Por otra parte, Epicuro niega la intervención de los dioses en la vida humana así como niega la inmortalidad del alma (pero no ve que la muerte deba angustiarnos).

La negación de la providencia divina por parte de Epicuro fue ya para los antiguos uno de los trazos más escandalosos de su filosofía (p. 173)

El alma por sí sola no vive ni siente ni piensa, sino que sólo realiza estas funciones en el conjunto psicosomático, que es el organismo vivo. Es decir, siente con los sentidos del cuerpo y mueve al cuerpo desde dentro de él. Cuando el cuerpo se disgrega, también el alma perece. (p. 121)

El más espantoso de los males, la muerte, nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos. (p. 142)

  Hasta aquí, la concepción del epicureísmo que se suele tener y que lo clasifica a veces como una anécdota en comparación con los grandes sistemas filosóficos de Platón y Aristóteles. 

  Pero en Epicuro hay algo más. El epicureísmo es apolítico, se interesa por el conocimiento físico –porque a este conocimiento se le atribuye proporcionarnos paz de espíritu- y destaca determinados rasgos del comportamiento humano creando una original insinuación de un modelo de vida trascendente. A primera vista, el epicureísmo es extremadamente egoísta: mientras que platónicos y estoicos ponen el sentido de la vida en el servicio público, los epicúreos parecen aislarse de las desgracias ajenas.

Gozar al máximo de lo dado, ya que la Naturaleza nos ha dejado siempre al alcance la posibilidad de una felicidad terrena sencilla, y contrarrestar los embates de la Fortuna inconstante con la fuerza del espíritu, con el recuerdo y la imaginación, son consejos que Epicuro ha dado no sólo en su teoría, sino también a través de su ejemplo personal (p. 56)

   Pero lo interesante es que, en esta concepción de la felicidad –en la que no se busca el heroísmo ni la grandeza-, va un mensaje psicológico que sí tiene un alcance social.

El sabio epicúreo no es, ni un fakir ni un egoísta radical. Esa autosuficiencia no está reñida con un cierto amor al prójimo (más amable como persona que como miembro de la muchedumbre), ni tampoco con el elogio de la amistad, como fuente de la más perfecta felicidad (p. 76)

   La amistad. Si la felicidad no nos la dan los placeres viciosos, ni la vanidad de la fama, ¿cuál es la mayor felicidad? Es la amistad.

En la concepción social de epicureísmo, los individuos viven en un mundo hostil y ajeno, donde la justicia es un mero pacto de no agresión, donde los mayores beneficios se obtienen por la cautela y el apartamiento de la muchedumbre. El individuo vaga, tan sin rumbo como el átomo en el espacio, sin finalidad supraindividual. Pero la amistad se le aparece como un lazo de unión entre los hombres elegidos por su concordia y su liberalidad, un lazo personal y gozoso.  (p. 220)

De los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad (p. 148)

  Así, se conserva la supuesta carta que escribió el mismo Epicuro el día de su muerte a uno de sus mejores amigos:

«Mientras transcurre este día feliz, que es a la vez el último de mi vida, te escribo estas líneas. Los dolores de mi estómago y vejiga prosiguen su curso, sin admitir ya incremento su extrema condición. Pero a todo ello se opone el gozo del alma por el recuerdo de nuestras pasadas conversaciones... ». (p. 170)

   Esta visión amable y en apariencia modesta del sentido de la vida humana le da a su pensamiento una coherencia moral que es perfectamente compatible con un mensaje social mucho más perfecto que la grandiosidad cívica de platónicos y estoicos.

El amor a la humanidad nos lleva a socorrer a los extranjeros (p. 242)

No sólo es más hermoso hacer el bien que recibirlo, sino también más agradable; pues nada hay que engendre más alegría que la beneficencia (p. 219)

El sabio epicúreo «sentirá pesar», se afligirá en algunas circunstancias penosas, mientras que el estoico es inalterable en su egoísmo apático. (p. 226)

  Encontramos así que los egoístas epicúreos han descubierto una amabilidad que es la base psicológica del amor mejor comprendido. Los epicúreos se han sensibilizado a la realidad humana, han desarrollado la amabilidad fraterna como paradigma de la vida social. Su visión del mundo es optimista, serena y madura. Conocer la naturaleza física, de hecho, les proporciona una seguridad en tanto que supera el oscurantismo de un destino incierto.

  Epicuro fue atacado por sus rivales filosóficos –no podía ser de otra manera, si negaba el compromiso político, el poder de los dioses y el alma inmortal-, y sin embargo su mensaje no es amargo ni desdeñoso, pues predicó una felicidad privada capaz de trascender la fragilidad y brevedad de la vida humana.

«El acordarse de los bienes pasados es importantísimo para la vida feliz» (…) Es también la reflexión la que niega las ansias de un goce de duración ilimitada. «Tiempo finito y tiempo infinito dan igual cantidad de placer si se miden sus límites por la razón»  y así «el sabio ha de sacar fruto no del tiempo más duradero sino del más agradable»  (p. 169)

La filosofía de Epicuro no es una filosofía del placer, es una filosofía del gozo  (p. 162)

   Este optimismo –o esta resignación amable y serena- no implica una visión del progreso social. Si Epicuro rechaza que el filósofo entre en política es porque sabe que la política no es la solución. Que la naturaleza humana es demasiado compleja para verse mejorada por la acción política. La virtud social está en otra parte.

No cree Epicuro, como otros mantenedores de la tesis del contrato social, en el salvaje feliz y bondadoso. En tal sentido se halla más cerca de Hobbes que de Rousseau. (p. 211)

Epicuro no creyó en el mito del salvaje feliz ni en la mayor felicidad de los tiempos pasados. Intentó, sí, liberar al individuo de cargas sociales y de la sumisión a unos valores que estimaba como falsos. La sociedad era para él una fábrica de vanas opiniones, que amenazaban la dicha personal al someterla a la conquista del honor y las riquezas, al esclavizar la conducta humana en aras de unos ideales competitivos que no traían consigo ni el placer del cuerpo ni la serenidad del ánimo. (p. 68)

[Las] normas tienen que adecuarse a lo que es conveniente para todos, al interés general, que es una norma democrática, que Epicuro da por supuesta (p. 213)

   Y si la naturaleza humana no es de por sí amable, he ahí el mérito de su predicación de la fraternidad benévola de los hombres esclarecidos como ejemplo a seguir por quienes no han descubierto aún la virtud de la sabiduría.

Lectura de “Epicuro” en Alianza Editorial 2002

domingo, 15 de octubre de 2023

“Hacia un paradigma no violento“, 2009. Joám Evans Pim (Editor)

  El profesor de antropología Joám Evans Pim edita esta recopilación de breves ensayos inspirados principalmente por la obra de Glenn Paige (“Center for Global Nonkilling”). Los autores aquí reunidos (más de veinte, en su mayoría profesores universitarios) abordan la cuestión del desarrollo de un “Nonkilling Paradigm” (no matar), equivalente a una visión universal y coherente de la no violencia. Con todo, no encontramos aquí una fórmula social basada en el comportamiento no violento sino, propiamente, elementos de juicio que pudieran llevarnos a ella.

Cada ensayo de este libro ofrece una perspectiva única, pero todas están unidas en su visión de que una sociedad no homicida es posible y que puede alcanzarse paso a paso, sin milagros y a un coste que puede ser menos que el de mantener una organización masiva de defensa (p. 12)

Los ensayos que se ofrecen en este libro, si bien breves y exploratorios, proporcionan fundamento para la confianza en las posibilidades para un importante cambio de la ciencia que acepte el pasar de la letalidad a un paradigma de no matar éticamente orientado que empodere transiciones sociales y culturales hacia sociedades no violentas. (p. 30)

   “Paso a paso” pero, aparentemente, no siguiendo una ruta precisa. Se trata de pasos dispersos, que parten de un similar planteamiento pero que habrán de encaminarse en una ruta aún por diseñar. La necesidad de tal diseño se expresa en ocasiones con una simplicidad muy efectista.

Lo que se necesita más que nunca es un proyecto colaborativo de investigación sobre la paz y la no violencia tanto en teoría y como en práctica, con un compromiso, personal experto y recursos adecuados a una escala equivalente al proyecto Manhattan de la segunda guerra mundial  (p. 44)

  De momento no hay tal proyecto. Pero este libro sí contiene muchas reflexiones e ideas valiosas.

Una sociedad no violenta se caracteriza porque no haya violencia ni amenazas de violencia contra las personas, ni tecnologías ni justificaciones de violencia, y que no se den condiciones sociales que dependan de la amenaza o uso de fuerza letal  (p. 219)

  Por lo tanto, aunque el concepto “Nonkilling” puede parecer limitado, nos estamos refiriendo a un fenómeno mucho más amplio, la no violencia o el control de la agresión humana en general.

La violencia viene del miedo, el miedo viene de la incomprensión, la incomprensión viene de la ignorancia… eliminamos la ignorancia con la educación. Reconocer, respetar y no temer valores diferentes es la forma de eliminar la violencia (…) Los mayores fines de la educación son aportar a las nuevas generaciones el conocimiento compartido, y el comportamiento y los valores de sostén del grupo y, al mismo tiempo, estimular y ampliar la creatividad y el progreso (p. 242)

Comprender la naturaleza de la violencia humana y reducir su ocurrencia son las cuestiones más apremiantes de nuestra época (p. 9)

  Aquí no encontramos una teoría general sobre el control de la agresión –ni aquí ni en ninguna parte- pero en los apuntes al respecto encontramos aciertos y ausencias que equivalen a errores.

En el extenso ámbito de todas las relaciones sociales la paz se logra promoviendo un nuevo tipo de ética social que descansa en la corresponsabilidad, igualitarismo, el compartir, la justicia y la comunidad (p. 299)

  Buscando un eco inmediato, los promotores de la no violencia siempre intentan hacerla compatible con el convencionalismo de la paz civil: igualitarismo y justicia. Pero esto es ignorar las consecuencias inmediatas de las actitudes morales a nivel emocional; la justicia no puede existir sin la coerción y la penalización.

El no matar abarca los conceptos de paz (ausencia de guerra y condiciones que conducen a la guerra), no violencia (psicológica, física y estructural) y ahimsa (no herir en pensamiento, palabra y obra) (p. 15)

A fin de transformar los conflictos exitosamente sin violencia la mejor actitud es la empatía, el comportamiento más apropiado la no violencia y la forma más efectiva de afrontar las contradicciones la creatividad (p. 86)

   La concepción de ahimsa, incluye, al menos, el control de los pensamientos agresivos. En la ahimsa no hay lugar para la justicia ni para el muy medido igualitarismo. Por otra parte,  esta concepción amplia de la no violencia choca con la idea de que la violencia es un elemento extraño introducido en el comportamiento humano por una serie de accidentes de la civilización

No matar a otros seres humanos es de momento la estrategia más conveniente para la supervivencia, además de ser la adoptada por los seres humanos desde su inicio (hace cien mil años). Hace 8.000 años sucedió un puro accidente cultural (p.120)

Matar a un semejante habría supuesto una interrupción de 90.000 años de una bien establecida tradición de no matar. (p. 121)

  Esta visión optimista de una prehistoria pacífica, basada en pruebas arqueológicas muy discutidas, tiene una justificación didáctica. Al bienintencionado Darwin se atribuyó el haber causado un duro perjuicio social a mediados del siglo XIX cuando sus descubrimientos sobre la evolución humana mostraron –en la interpretación de muchos- una imagen despiadada de la lucha por la “supervivencia del más apto”. Qué duda cabe que una visión optimista proporciona mayor esperanza y, en principio, ayudaría a emprender tendencias más amables.

Las creencias culturales con respecto a la inevitabilidad de la violencia, el homicidio y la guerra trastornan nuestras interpretaciones y afectan nuestra visión de la naturaleza humana hasta tal punto que nos ciegan con respecto a las posibilidades de desarrollar alternativas a la violencia y la guerra. La creencia de que la agresión y el homicidio son inevitables en los seres humanos, según la evidencia empírica, es errónea. (p. 284)

  Pero la realidad es que, históricamente, las creencias en que la violencia y la guerra son consecuencia de un “accidente” acabaron teniendo consecuencias nefastas. Surgieron teorías acerca de que bastaba con eliminar algunos obstáculos de tipo político para retornar al paraíso perdido de la prehistoria. Por ejemplo, eliminar la aristocracia, o la propiedad privada de los medios de producción, o el capitalismo, o el Estado o la religión. Todos esos intentos –en los cuales con frecuencia se invocaba el principio inapelable de que “el fin justifica los medios”- no demostraron en absoluto que contemos con una naturaleza benévola, sino más bien lo opuesto.

  Y si estudiamos el comportamiento de nuestros primos los chimpancés descubrimos otra dimensión de las relaciones interpersonales, nada compatible con la idea de que el homínido Homo sapiens haya vivido sin violencia hasta hace unos pocos miles de años. Pero sí encontramos también algunas diferencias importantes en el comportamiento social de los chimpancés y el nuestro.

  Por ejemplo, los chimpancés han sido sometidos a diversas versiones de los dilemas del “ultimátum” y el “dictador”.

Los chimpancés no mostraron ni altruismo ni desprecio, proporcionando evidencia de que tanto el altruismo como el desprecio podrían ser características específicas solo de los humanos  (p. 362)

  Esto hace ver que su concepción del “semejante” es diferente a la nuestra. Los humanos tendríamos una tendencia natural a empatizar con el bien ajeno. Amamos o despreciamos porque concebimos la existencia ajena (sus emociones, principalmente) como directamente relacionadas con la nuestra. No somos diferentes a la vida interior que presumimos que en otros no es muy diferente a la que experimentamos día a día.

   Una circunstancia afortunada que habríamos de aprovechar.

   La conclusión queda incompleta.

Los estudios sobre no violencia en nuestro caso, pertenecen (…) al marco teórico de la paz positiva –esto es, el conjunto de proposiciones cuyo fin es la prevención de toda forma de violencia, no solo su reducción-. Este campo de estudios es raro en los programas de enseñanza e investigación, probablemente porque implica dos premisas impopulares: definir la naturaleza humana y cambiar estilos de vida y modelos sociopolíticos bien establecidos (p.96)

  Cambiar el modelo sociopolítico puede y debe implicar también cambiar la concepción social misma. Hoy por hoy, se intenta predicar relaciones sociales democráticas y de economía competitiva que sean compatibles con la paz. Pero la agresión se encuentra no solo en la raíz de los actos sociales violentos, sino también en nuestra concepción precavida de las relaciones sociales (bajo control democrático) y en nuestra concepción del progreso económico competitivo en pos del estatus social.

  Una sociedad realmente no violenta y no agresiva tiene que estar poblada por santos. Y es ahí donde debe ponerse el esfuerzo del cambio social, en el ámbito psicológico, emocional y simbólico de las relaciones sociales de proximidad extendidas universalmente.

Lectura de “Toward a Nonkilling Paradigm” en Center for Global Nonkilling, 2009; traducción de idea21

jueves, 5 de octubre de 2023

“La ira y el perdón”, 2014. Martha C. Nussbaum

    La filósofa Martha Nussbaum aborda una cuestión ética que ya fue central en el estoicismo clásico: la ira y su ambiguo antagonista el perdón. Si la sociedad encuentra en la agresión su principal obstáculo y si la civilización clásica se construyó tras un proceso político de constantes guerras, no cabe duda de lo importante de neutralizar la raíz de todas las conductas agresivas públicas. Se considera la ira el motor psicológico de la agresión.

La ira en el sentido en que la tradición filosófica la entiende [es] un movimiento hacia el exterior vengativo y esperanzado que busca el dolor del infractor a causa del dolor propio y como un medio para aminorarlo o compensarlo. (p. 43)

La ira exige una causa. Se trata de una agresión que el agente considera proporcionada al daño procedente del antagonista.


El blanco de la ira es una persona, pero su foco es el acto injusto. (p. 70)


La ira tiene ciertos beneficios que pueden ser valiosos en una etapa de la prehistoria humana. Incluso hoy se conservan algunos vestigios de su utilidad. Sin embargo, los sistemas de justicia benéficos con miras al futuro han hecho en buena medida que esta emoción sea innecesaria, y somos libres de atender a su carácter irracional y destructivo.  (p. 60)


Nussbaum quiere convencernos de la inutilidad de la ira, aun después de haber señalado su relación directa con la evaluación de los hechos y por lo tanto con la justicia.


La venganza suele tener una función psíquica. Si la cultura nos ha convencido de que la venganza es buena, se sentirá una satisfacción verdadera al obtenerla. (…) Sin embargo, el hecho de que una enseñanza cultural construya patrones de sentimiento que se vuelven reales no debería hacer que acojamos un engaño, en especial cuando la vida no tardará en abrirnos los ojos. Los litigios por negligencia no resucitan a los muertos, y un acuerdo de divorcio punitivo no restaura el amor. De hecho, en ambos casos es probable que el proyecto de venganza ponga en juego la felicidad futura en vez de promoverla. (p. 48)


En un mundo ideal, sin duda sería así. Pero nos encontramos en un mundo construido en torno a constantes tensiones de poder y supremacía.


Para alguien que piensa (…) en términos de disminución y gradación de estatus, no sólo resulta verosímil pensar que la venganza repara el daño o lo anula, sino que es cierto. (…) Las cosas sólo tienen sentido si el enfoque está puramente en el estatus relativo, y no en algún atributo intrínseco (salud, seguridad, integridad corporal, amistad, amor, riqueza, buen trabajo académico o algún otro logro) que se haya puesto en peligro a causa del acto injusto y que pueda conferir estatus de modo incidental. (p. 45)


Con frecuencia, cuando observamos con mayor detenimiento, descubrimos que lo que hace que la ira persista y supure es un pensamiento oculto en torno al estatus.  (p. 140)


La lucha por el estatus sigue siendo esencial hoy casi tanto como en el pasado y con ello la venganza se vuelve imprescindible. Si no vengas una ofensa no te ganas el respeto de quienes te rodean en una sociedad convencional. Por otra parte, el impulso de la venganza ya conlleva una primaria voluntad de hacer justicia.


Por el contrario, Nussbaum pretende hacernos ver el despilfarro que implica la venganza y la ira, por mucho que nos sintamos impulsados por ellas.


Efectivamente nos producen placer las historias en que el delincuente sufre, con lo que supuestamente se equilibra el acto horrible que ocurrió. Sin embargo, la estética, al igual que nuestra prehistoria evolutiva, puede ser engañosa. En realidad no es así. (…) Matar a un asesino no revive a los muertos (p. 44)


Igualmente, se desconfía del concepto de perdón, pues también parece basarse en la supremacía del que perdona sobre el perdonado.


En el perdón cristiano el drama de la bajeza y el miedo se ha amplificado tanto, que no parecería haber espacio para la dignidad personal y el amor propio  (p. 104)


Es importante cómo Nussbaum equipara “dignidad personal” y “amor propio”. Muchos cristianos –o inspirados por el cristianismo- sustituirían “dignidad” por “pureza” y rechazarían el “amor propio” junto con la soberbia.


Un enfoque basado en el perdón personal, pero elevado al plano público, en ocasiones tiene mérito pues forja una conexión humana entre individuos previamente alienados. No obstante, el espíritu de venganza puede apoderarse fácilmente de dichos rituales con miras al pasado y la forma condicional de perdón puede convertirse, en sí misma, en un tipo de venganza (p. 318)


Todas estas consideraciones acaban llevando a una visión general del estilo de vida, pues solo en el contexto de un estilo ético –ethos- tienen sentido las elecciones sobre perdón, venganza, estatus e ira. El modelo clásico siempre será el de los estoicos.


La ira (…)  no es más que una de las muchas expresiones en que las personas revelan un apego insensato a las cosas externas  (p. 195)


Aquí aparece la concepción de la “ira de transición” como un efecto emocional ante la injusticia –sentirse indignado por lo injusto, pero reaccionar de forma constructiva con vistas al futuro-, diferente a la impasibilidad estoica, pero que no lleva a acciones agresivas injustificables.


La ira de variedad común, desear mal al infractor, está en tensión con el amor incondicional. La ira de transición no lo está porque carece del deseo de daño. (p. 56)


La manera de tratar con la aflicción es justamente la que se podría esperar: duelo y, finalmente, una acción constructiva con miras al futuro para reparar y continuar la vida. La ira suele estar bien fundada, pero también es demasiado simple desviar el proceso de luto necesario. Por lo tanto, la transformación de ira en duelo —y, finalmente, en pensamientos con miras al futuro— debe preferirse ampliamente sobre el cultivo y alimentación de la ira  (p. 137)


Una concepción cognitiva de las emociones nos pone en la buena pista para reaccionar ante los conflictos.


Una manera en que las culturas provocan la ira en hombres y mujeres es mediante la creación de guiones de emoción descriptivos. (p. 67)


Aristóteles dice que es poco probable que una persona que ve las cosas desde el punto de vista de los otros y entiende lo que experimentan desee vengarse. (p. 76)


La elaboración racional de una imagen del entorno social causante de las injusticias permitiría reemplazar la ira por actuaciones positivas, mientras que la capacidad humana para evaluar la conducta de nuestros semejantes y rastrear la causación de los conflictos sociales se ve inevitablemente estorbada por la ira… a menos que ésta la evaluemos también racionalmente como una reacción emotiva natural que puede ser controlada –“ira de transición”- .


  Nussbaum manifiesta una visión idealista de las relaciones sociales y la resolución de conflictos. Controlar la ira, evitar la venganza y fomentar la paz y el altruismo serían caminos viables, y contaríamos con algunos ejemplos al respecto, como la lucha social desprovista de ira que llevaron a cabo líderes benévolos como Martin Luther King o Nelson Mandela.


  Ahora bien, Nussbaum también es crítica con ciertos idealismos “insensatos”.


Las opiniones de Gandhi en torno a la guerra son insensatas. Su idea de que la mejor manera —y una completamente adecuada— de abordar a Hitler era mediante la no violencia y el amor era simplemente absurda y hubiera resultado profundamente dañina si alguien la hubiera tomado en serio (p. 291)


  Nussbaum señala por el contrario el ejemplo ético de Nelson Mandela, pacifista en un principio, reflexivo combatiente más adelante y ejemplar hombre de estado democrático al final de su trayectoria. Mandela, sin duda representa un ideal político, pero ¿era el ideal de Gandhi realmente político? La no violencia implica una aspiración social definitiva, el control final de la agresión humana (lo que nos lleva a un ámbito social no-político) y no es tan absurda la idea de que incluso un régimen tan brutal como el nazi podía ser sensible a una movilización moral. En 1940 los nazis tuvieron que renunciar a su plan de “eutanasia” (que se intentó mantener en secreto) contra los enfermos mentales alemanes cuando ya habían asesinado a miles de ellos, debido a la reacción indignada sobre todo de las iglesias cristianas. Pocos meses después del fin de la “Aktion T4” comenzó el espantoso Holocausto judío, pero éste fue también mantenido en secreto y se desarrolló dentro del embrutecimiento propio de la guerra. En cualquier caso, no hubo reacción moral alguna en contra, como sí sucedió con la Aktion T4.


  Si algo había incorrecto en el planteamiento de Gandhi era su ambigüedad política, sus incoherencias ideológicas y la escasez de partidarios de la no-violencia no oportunistas. Lo que faltó precisamente fue el suficiente número de personas que lo hubieran tomado en serio, porque una oposición no violenta coherentemente planteada sí es posible que hubiera tenido efecto incluso frente a los nazis.


Lectura de “La ira y el perdón” en Fondo de Cultura Económica 2018; traducción de Víctor Altamirano