martes, 25 de junio de 2024

“Oligarquía”, 2011. Jeffrey Winters

    Los antiguos griegos hablaban de tiranía, oligarquía y democracia como formas de gobierno. El politólogo Jeffrey Winters descubre que la oligarquía está plenamente vigente en la organización social actual a escala planetaria. Pero que no se trata exactamente de una forma de gobierno.

Si bien en varios momentos de la historia los oligarcas han gobernado directamente, no se definen por su rol en el gobierno o por su posición de mando. Los oligarcas pueden gobernar pero no hay necesidad de que lo hagan  (p. 39)

  ¿Qué define la oligarquía?

La oligarquía es comprendida [en este libro] como la existencia de los oligarcas, individuos que son poderosos por su riqueza (p. xvi)

Los oligarcas son diferentes de otras minorías poderosas debido a que la base de su poder –riqueza material- es desacostumbradamente resistente a la dispersión o nivelación (p. 4)

Solo los oligarcas son capaces de usar la riqueza para la defensa de la riqueza (p. 6)

  Por supuesto, no carece de interés el estudio de las épocas en que los oligarcas sí han detentado el poder político.

Este estudio explora lo que los oligarcas de diferentes eras tienen en común, pero también cómo la oligarquía ha evolucionado a medida que las circunstancias que confrontan los oligarcas han cambiado (p. xii)

Las oligarquías guerreras dominaron el paisaje [de Europa] hasta al menos el siglo XI, [pero] durante los siguientes cuatrocientos años de conflicto  y competición los monarcas cada vez más absolutistas supervisaron la transformación de los oligarcas guerreros en oligarcas dominantes e incluso en limitadas oligarquías sultanistas (p. 50)

  Se puede dominar sin guerrear, y se puede ejercer poder político solo a nivel local y de forma limitada en lo referente a proteger el patrimonio.

Las oligarquías guerreras se distinguen de las oligarquías civiles, sultanistas y gobernantes por tres cosas: los oligarcas implicados están directamente armados y personalmente comprometidos en la violencia y la coerción en defensa de su riqueza, tienen un grado inusualmente alto de implicación en el gobierno de la comunidad (…) y persiguen sus objetivos de defensa de la riqueza de una forma que es altamente fragmentada en oposición a la forma colectivamente institucionalizada, mucho menos visible externamente, de una figura sultanista o un estado impersonal  (p. 65)

  En cuanto a “figuras sultanistas”, Winters hace un análisis de las dictaduras asiáticas de Suharto en Indonesia, y de Marcos en Filipinas, poderosos defensores del status quo del poder económico frente a la amenaza comunista a la vez que caudillos nacionalistas. Sin embargo, eran gobernantes que detentaban el poder de la violencia institucionalizada del Estado, no meros “señores de la guerra”, mafiosos o saqueadores.

La diferencia clave entre una oligarquía guerrera y una gobernante es el mucho más alto nivel de cooperación entre oligarquías en la segunda (p. 66)

  Podríamos considerarnos privilegiados de que en las democracias occidentales las oligarquías ya no detenten el poder político. Puesto que solo procuran conservar la riqueza, todo lo demás les daría igual.

El control directo es mucho menos vital para los oligarcas norteamericanos [actuales] de lo que lo era para sus equivalentes romanos (p. xi)

  El problema persiste, sin embargo, ya que la existencia de una oligarquía económica con grandes privilegios no es un fenómeno inocuo. En los últimos decenios el incremento de la riqueza a nivel mundial parece haber llevado a un mayor incremento de la desigualdad y al surgimiento de una especie de industria financiera internacional dedicada exclusivamente a la evasión de las responsabilidades fiscales –es decir, de solidaridad social- para beneficio de una minoría muy específica que ni siquiera puede ser identificada propiamente con la clase superior económica.

En una oligarquía civil, la carga del compromiso político para la defensa de los ingresos propios raramente depende de los oligarcas mismos, sino que en lugar de ello se pone a otros a la tarea. Estos actores colectivamente constituyen una lucrativa industria de defensa de los ingresos cuyos participantes están motivados por las oportunidades de hacer beneficios que son generados por las amenazas que los oligarcas enfrentan y desean vencer (…) [En cierto momento reciente en Estados Unidos] había 16.000 abogados especializados en propiedades y fondos, lo cual es solo un componente de esta industria (p. 218)

   El autor no menciona que el que gran número de personas muy intelectualmente dotadas se dediquen a tales tareas improductivas también perjudica a toda la sociedad en la medida en que se nos priva a la mayoría de buena parte de la élite intelectual organizada. Esta podría dedicarse a trabajar por el bien común en lugar de a asegurar el absurdo lujo y la neurótica codicia de unos cuantos individuos particulares.

Lo que la teoría democrática no puede explicar es por qué unos 150.000 oligarcas que comprenden apenas una décima parte del 1% de los más ricos derrotan políticamente a los 1.35 millones de ciudadanos que integran el resto del 1% (p. 226)

   Es decir, estamos hablando –en el caso del país más rico del mundo, Estados Unidos- del 10% del 1%, que gozaría de privilegios únicos, aparentemente inalcanzables.

Ocultar la riqueza, reestructurarla para evadir la fiscalidad y diseñar complejos paraísos fiscales son servicios muy caros que son proporcionados a los oligarcas americanos por una sofisticada industria de defensa de los ingresos.  La misma existencia de esta industria es una expresión del poder y los intereses de la oligarquía (p. xii)

  Solo podemos consolarnos con que, tal como hemos visto, la oligarquía, no teniendo ya ambición política en sí como sucedía en el pasado, resulta más inocua si el sistema queda bajo control de las autoridades y no al revés.

Cualquiera que sean sus limitaciones, amansar a los oligarcas mediante leyes es mejor que permitir que las durezas y patologías sociales de la oligarquía salvaje continúen intactas (p. 285)

  Lo malo es que, a falta de alternativas, los oligarcas han logrado en buena parte esto que tanto se dice de ahora de “apropiarse del relato”…

La noción de que es un error llevar a cabo redistribuciones radicales de riqueza es marcadamente duradera. No se puede decir lo mismo sobre las actitudes hacia la esclavitud, dominación de género o la negación de los derechos ciudadanos (p. 4)

  ¿Y en un mundo ideal?

Acabar con la oligarquía es imposible a menos que el recurso del poder que define a los oligarcas –la concentración de riqueza- sea dispersada. Esto ha sucedido muchas veces en la historia como consecuencia de guerra, conquista o revolución. Sin embargo, nunca ha sido intentado con éxito como una decisión democrática (p. 285)

  Y no es lo único que no se ha intentado. En contra de lo que muchos ingenuos piensan, quedan fórmulas de innovación social que están disponibles pero que, aparentemente, no se ven favorecidas por el ethos del momento.

Lectura de “Oligarchy” en Cambridge University Press 2011; traducción de idea21

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