jueves, 5 de enero de 2023

“La condición posmoderna”, 1979. François Lyotard

   Con este famoso ensayo el profesor de filosofía François Lyotard inventó el “posmodernismo”, concepto de duradera existencia desde entonces y cuya comprensión resulta imprescindible para comprender también el periodo histórico correspondiente.

  El enfoque inicial parte del “conocimiento”: el ser humano existe en tanto que transmite en sociedad sus hallazgos acerca del entorno. Esta capacidad para conocer la realidad material a gran escala supone nuestro mayor orgullo… pero el conocimiento humano tiene sus imperfecciones.

Este estudio tiene por objeto la condición del saber en las sociedades más desarrolladas. (Introducción)

Simplificando al máximo, se tiene por «postmoderna» la incredulidad con respecto a los metarrelatos. (Introducción)

   La idea del “relato” o “metarrelato”, referente al entorno ideológico que condiciona el conocimiento, está muy arraigada ya en el lenguaje coloquial (¡como “constructo”!) y básicamente se refiere al obstáculo que representan los prejuicios o sesgos culturales.

Desde antes de su nacimiento, el ser humano está ya situado con referencia a la historia que cuenta su ambiente y con respecto a la cual tendrá posteriormente que conducirse. (Capítulo 5)

   Lyotard afirma que esta concepción tiene raíces clásicas

[En] los libros VI y VII de La República (…) [tenemos] un relato, la alegoría de la caverna, que cuenta por qué y cómo los hombres quieren relatos y no reconocen el saber. (Capítulo 8)

  Así que nada es verdad ni mentira, todo depende del contexto ideológico dentro del cual se exponga el supuesto “saber”, que es “saber social” antes que del individuo.

El saber no encuentra su validez en sí mismo, en un sujeto que se desarrolla al actualizar sus posibilidades de conocimiento, sino en un sujeto práctico que es la humanidad. (Capítulo 9)

El saber ya no es el sujeto, está a su servicio; su única legitimidad (que es considerable) es permitir que la moralidad se haga realidad. (Capítulo 9)

  La afirmación referente a la moralidad es notable porque se señala el objeto primordial de la sabiduría: el conocimiento humano que se espera que ayude al desarrollo social. De esa forma, se extrae la conclusión de que cada relato, en tanto que vinculado a una moralidad, no es solo un obstáculo al conocimiento, sino también un compromiso social. ¿El problema entonces sería la pertinencia de tal compromiso moral y social en el metarrelato en cuestión? Pero ¿cómo hallar la sabiduría –el contenido del compromiso pertinente- si primero no partimos de criterios objetivos de conocimiento, libres de prejuicios?

   El mismo Lyotard no puede quedar ausente de su propio relato. El suyo parece ser que es una renovación del marxismo, ya muy vapuleado por la evidencia del totalitarismo soviético en la época en que escribe su ensayo.

Sería fácil mostrar que el marxismo ha oscilado entre los dos modos de legitimación narrativa (…) El Partido puede ocupar el lugar de la Universidad, el proletariado el del pueblo o la humanidad, el materialismo dialéctico el del idealismo especulativo, etc.; de ello puede resultar el stalinismo y su relación específica con las ciencias, que entonces no son más que la cita del metarrelato de la marcha hacia el socialismo como equivalente a la vida del espíritu. Pero también puede, por el contrario, según la segunda versión, desarrollarse como saber crítico, planteando que el socialismo no es más que la constitución del sujeto autónomo y que toda la justificación de las ciencias consiste en dar al sujeto empírico (el proletariado) los medios para su emancipación con respecto a la alienación y a la representación: esa fue sumariamente la postura de la Escuela de Frankfurt. (Capítulo 9)

   Es decir, los dos modos de legitimidad narrativa son, o bien el marxismo totalitario que surge de la necesidad de la acción política estatal –el Partido-, o el supuesto saber crítico marxista que llevaría a la emancipación humana. Lógicamente, sería el marxismo liberador la apuesta más sensata…  ¿Esto sería así porque no depende de un contenido moral e ideológico previo, o más bien porque su propio relato está moralmente justificado?

   ¿El marxismo es, pues, el único conocimiento científico válido a nivel social?

La necesidad de administrar la prueba se hace notar más vivamente a medida que la pragmática del saber científico ocupa el puesto de los saberes tradicionales o revelados. Al final del Discurso, ya Descartes pide pruebas de laboratorio. (Capítulo 11)

El conocimiento sería el conjunto de los enunciados que denotan o describen objetos, con exclusión de todos los demás enunciados, y susceptibles de ser declarados verdaderos o falsos. La ciencia sería un subconjunto de conocimientos. (Capítulo 6)

  Sin necesidad de que el profesor Lyotard inventase nada, ya los filósofos que buscaban la sabiduría trataron de alcanzar criterios objetivos y duraderos, lo que culminaría felizmente en el hallazgo de la idea del método científico. Pero la ejecución de este método no iba a estar a la altura de las expectativas.

El derecho a decidir lo que es verdadero no es independiente del derecho a decidir lo que es justo, incluso si los enunciados sometidos respectivamente a una u otra autoridad son de naturaleza diferente. Hay un hermanamiento entre el tipo de lenguaje que se llama ciencia y ese otro que se llama ética y política: uno y otro proceden de una misma perspectiva o si se prefiere de una misma «elección», y ésta se llama Occidente. (…)¿Quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir? (Capítulo 2)

Aristóteles, Descartes, Stuart Mill, entre otros, han intentado fijar las reglas por medio de las cuales un enunciado con valor denotativo puede conseguir la adhesión del destinatario. La investigación científica no tiene demasiado en cuenta esos métodos. Puede usar, y de hecho usa, lenguajes (…) cuyas propiedades demostrativas parecen desafíos a la razón de los clásicos. (…) El uso de esos lenguajes no es, sin embargo, indiscriminado. Está sometido a una condición que se puede llamar pragmática, la de formular sus propias reglas y pedir al destinatario que las acepte. Al satisfacer esta condición, se define una axiomática, la que comprende la definición de los símbolos que serán empleados en el lenguaje propuesto, la forma que deberán respetar las expresiones de ese lenguaje para poder ser aceptadas (expresiones bien formadas), y las operaciones que se permitirán con esas expresiones, y que definen los axiomas propiamente dichos. Pero, ¿cómo se sabe lo que debe contener o lo que contiene una axiomática? Las condiciones que se acaban de enumerar son formales. Debe existir un metalenguaje determinante si un lenguaje satisface las condiciones formales de una axiomática: este metalenguaje es el de la lógica. (Capítulo 11)

   Y la lógica de la concepción científica, en el capitalismo, tampoco es de fiar…

El saber es y será producido para ser vendido, y es y será consumido para ser valorado en una nueva producción: en los dos casos, para ser cambiado. (Capítulo 1)

La pregunta, explícita o no, planteada por el estudiante profesionalista, por el Estado o por la institución de enseñanza superior, ya no es: ¿es eso verdad?, sino ¿para qué sirve? En el contexto de la mercantilización del saber, esta última pregunta, las más de las veces, significa: ¿se puede vender? Y, en el contexto de argumentación del poder ¿es eficaz? (Capítulo 12)

   Lyotard no llega a alcanzar ninguna conclusión –más allá de la esperanza en el marxismo crítico- pero nos expone una opinión y una realidad, quizá centrada en su época y en su propio metarrelato de intelectual profesional en un entorno sociopolítico dado. De todas formas, cualquier crítica, incluso si parece exagerada, trabaja en el sentido del esclarecimiento.

El saber científico no puede saber y hacer saber lo que es el verdadero saber sin recurrir al otro saber, el relato, que para él es el no-saber, a falta del cual está obligado a presuponer por sí mismo y cae así en lo que condena, la petición de principio, el prejuicio. (Capítulo 8)

Lectura de “La condición postmoderna” en Edición digital Titivillus 2018; traducción de Mariano Antolín Rato

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