martes, 5 de abril de 2022

“Los peligros de la moralidad”, 2021. Pablo Malo

   El psicólogo Pablo Malo parte del relato –según ciertos autores, en su mayoría estadounidenses- acerca del surgimiento de una intolerante nueva “religión”: la Justicia Social Crítica se basaría en una abusiva denuncia moral potenciada por las nuevas redes sociales.

Estamos asistiendo a un momento histórico en el desarrollo de las sociedades occidentales en el que el sistema operativo con el que funcionaba nuestra cultura, el liberalismo, se está cambiando por otro sistema operativo, la Justicia Social Crítica (Capítulo  6)

Justicia Social Crítica o wokismo (wokeism )(…) Esta ideología se expresa e influye en la sociedad de diferentes maneras: políticas identitarias, corrección política, cultura de la cancelación, feminismo y estudios de género, teoría crítica de la raza, interseccionalidad, teoría queer , estudios sobre obesidad y discapacidades, teoría poscolonial... Todas estas distintas teorías están obsesionadas con el poder, el lenguaje, el conocimiento y la relación entre ellos; analizan las dinámicas de poder de cada interacción, se centran en detectar agravios y contemplan todo como un juego de suma cero que gira alrededor de marcadores de identidad como la raza, el sexo, el género, la sexualidad y otros  (Capítulo 6)

Lo que más hace la Justicia Social Crítica en la práctica es favorecer las interpretaciones de algunos grupos marginados (los que se consideran que están en un lugar más elevado de la jerarquía de victimismo), considerarlas las auténticas y descartar las demás interpretaciones como interiorizaciones de las ideologías dominantes. De esta manera se resuelve la contradicción lógica entre el relativismo radical y el dogmatismo absoluto [contradicción que es propia del posmodernismo], pero el precio que se paga es que la teoría de la Justicia Social se convierte en algo completamente indefendible e infalsable: sea cual sea la evidencia acerca de la realidad (física, biológica, social o filosófica) que se presente, la teoría siempre puede descartarla.(Capítulo 6)

   Ahora bien, este supuesto nuevo fenómeno social entroncaría con una cuestión mucho más grave y preexistente que sería el “lado oscuro de la moralidad”

Actos agresivos o violentos que normalmente se considerarían inmorales pasan a ser morales si suponen un castigo para un individuo o grupo que se juzga que los merece como castigo. La moralidad puede legitimar la inmoralidad. (Capítulo 2)

Las personas tienen mayores probabilidades de saltarse los frenos existentes en la sociedad contra la violencia (limitaciones establecidas por las leyes y las autoridades) cuando se mueven por convicciones morales. Hemos visto asesinatos de médicos que realizaban abortos (Capítulo 3)

La intensidad de las emociones que las personas experimentan en relación con las convicciones morales es mucho más fuerte que la intensidad de las emociones asociadas a cualquier otra convicción (Capítulo 3)

Las convicciones morales no admiten ser votadas y resueltas por mayoría, lo que entra en conflicto con las reglas del juego democrático. Por ello es letal para la convivencia moralizar las opiniones políticas. (Capítulo 3)

   El poder de las convicciones morales se explica porque tienen que ver, lógicamente, con el bien común. De ahí la tendencia a que la moral se revista de religiosidad, pues el ámbito de lo sagrado, al interiorizar las preferencias de forma parecida a como funcionan los instintos (es el caso de la reacción automática al sacrilegio), facilita la salvaguarda del bien común que los criterios morales señalan.

  Ahora bien, lo que se critica en este libro es la manipulación de las emociones morales y su utilización exagerada e interesada por grupos partidistas cuyo compromiso con el bien común es dudoso. Esto es especialmente importante cuando consideramos cómo pueden justificarse moralmente actos que, con bastante objetividad, son claramente condenables (moralmente…)

Mi problema era explicar cómo personas con una moralidad que funciona de modo correcto podían apoyar actos como el asesinato que moralmente son considerados malos de forma casi universal. El rompecabezas era, por tanto, explicar a qué se debe que actos que suelen ser considerados malos —y que las personas que los llevan a cabo considerarían que son moralmente malos si los sufrieran ellas— son realizados contra otras personas por gente que cree que está haciendo el bien. (Introducción)

  Un ejemplo contemporáneo de esto lo tenemos en los ataques terroristas, que son justificados en amplios sectores de ciertas poblaciones por ideologías que apelan a la moral.

   Una fuerza tan poderosa –instintiva- como los sentimientos morales siempre resultará atractiva para los intereses sesgados, para las ideologías políticas.

El problema no es la religión, es la fe: en un Dios, en el comunismo, en el nacionalismo o en el nazismo. El problema son las ideas, las creencias y el mandato moral que suponen. (Capítulo 3)

   Sin embargo, no puede haber progreso moral sin ideas, y es el mandato moral el que permite vencer las resistencias de quienes defienden las visiones morales menos avanzadas, de modo que la condena de la misma moralidad podría no ser lo más conveniente. Con todo, lo que debe condenarse –moralmente- es la manipulación y la violencia moralista misma.

  Se exponen diversos mecanismos que permiten la manipulación moral que lleva a la violencia moralista. El más peligroso de todos es el que utiliza los criterios morales vinculándolos a los marcadores identitarios de grupo (tribalismo). Se pueden crear grupos humanos diferenciados y enfrentados en base a criterios arbitrarios, pero si se les asigna una valoración moral –ellos son malos, nosotros somos buenos- el efecto es devastador. Esto suele darse especialmente en el caso de las divisiones ideológicas.

La tendencia humana a dividir el mundo en Ellos/Nosotros (…) es considerada un universal antropológico (Introducción)

Hay un marcador de la identidad grupal de una enorme importancia al que no se le suele dar la importancia que tiene: las creencias o la ideología. (Capítulo 4)

   Una vez divididos en facciones moralizadas, la nueva situación de enfrentamiento activa otros mecanismos no menos dañinos que el mero tribalismo.

[El] encasillamiento moral (moral typecasting ) (…) consiste en que la gente es catalogada o bien como agentes morales o bien como pacientes morales, no se puede ser las dos cosas a la vez.(…)  Si queremos escapar de un castigo por algo malo que hemos hecho, la mejor solución (y esto es importante para los abogados que tengan que defender a un cliente) es presentarnos como víctimas. (Capítulo 2)

Muchos grupos religiosos tienen éxito porque las creencias que les hacen distintos provocan el ridículo, el aislamiento o la persecución. Con esas creencias no se puede ir a ningún sitio, no se puede salir del grupo. (Capítulo 4)

  Pero a nivel individual, fuera de la participación “tribal”, el moralismo también cuenta con atractivos que no tienen que ver con el altruismo propio de quienes favorecen el bien común.

Expresar indignación beneficia al sujeto, ya que señala su calidad moral a los demás. (Capítulo 5)

Castigar activa los circuitos de recompensa del cerebro, es decir, castigar nos resulta placentero. (Capítulo 1)

  El problema agravado que encuentra Pablo Malo es que, en el caso específico de “la ideología de la Justicia Social Crítica”, se produce el señalamiento moral –absolutamente desproporcionado e injusto- de un tipo específico de colectivo de individuos.

La presión moral en el mundo actual procede principalmente de la izquierda política. En ese lado del espectro político han ido surgiendo distintos movimientos que podríamos agrupar actualmente bajo el manto de la llamada «teoría de la justicia social» que incluye ideologías como la teoría poscolonial, la teoría queer, el feminismo interseccional y los estudios de género y la teoría crítica de la raza (aquí podemos incluir términos más coloquiales como la corrección política, las políticas de la identidad o lo que se ha dado en llamar «wokismo», etc.). (Capítulo 5)

El chivo expiatorio es el victimario, el que paga el precio. En la Justicia Social Crítica el hombre blanco es el chivo expiatorio que paga la inocencia de las otras identidades. (Capítulo 6)

   Naturalmente, ante una afirmación como esta, que recuerda a la carga del hombre blanco de Kipling, uno comienza a pensar si podría también aplicarse aquí lo que en el mismo libro se refiere en cuanto al victimismo y las microagresiones.

[La]cultura del victimismo (…) [y la] aparición del fenómeno de las microagresiones (…) son [por ejemplo] decirle a un norteamericano asiático que habla muy bien inglés, agarrar el bolso cuando un afroamericano entra en el ascensor o quedarse mirando las muestras de afecto de gais y lesbianas en público. (Capítulo 5)

Parece que cuanto más igualitaria es una sociedad, más agraviados nos sentimos por cosas cada vez más pequeñas. (Capítulo 5)

  En realidad, las argumentaciones de Malo en el caso de su denuncia de la “Justicia Social Crítica” parecen bastante tendenciosas y contradictorias, aunque vienen muy al caso del tema que se aborda: es moralista, hace una condena exageradamente agresiva contra el liberalismo político y cae en un descarado victimismo muy parecido al del populismo de extrema derecha.

Todo se está moralizando, desde comer carne hasta ir en coche al trabajo, y cosas que antes eran neutras moralmente van adquiriendo la cualidad o valor moral de ser malas y condenables. (Capítulo 5)

   En lugar de caer en estas tendencias contradictorias sería más valioso poner atención a la razón de ser de las condenas morales (¿por qué es malo moralizar el consumo de carne, por ejemplo?) y la necesidad intrínseca de que la moralidad, para ser tal, debe ser emocionalmente activa y lógicamente definida

Parece que sí hay ideologías con más tendencia que otras a deslizarse cuesta abajo hacia el mal y la violencia (Capítulo 3)

  Con todo, el contenido el libro cumple su función de alertar contra la tendenciosidad y la manipulación moralista. 

El problema del tribalismo es que utiliza nuestra mente moral, se sirve de la fuerza destructiva de nuestras convicciones morales, que son vividas como mandatos morales (…) y la dirige hacia la exclusión, la discriminación o incluso la violencia. (Capítulo 4)

Las fronteras entre comunidades morales pueden venir marcadas por diferentes atributos (raza, nación, religión...), pero un marcador cada vez más importante es la ideología. La ideología y las creencias políticas marcan las fronteras de nuestra comunidad moral  (Introducción)

  Ante este grave problema social, se formulan sugerencias para evitar el exceso de moralización.

El sexo también es un medio para la reproducción, para tener hijos, y hoy en día podemos saltar el paso del sexo e ir directamente a la reproducción. Se trataría de intentar hacer lo mismo con la cooperación para puentear así la moralidad. (Capítulo 8)

Debemos intentar no formular las diferencias y los conflictos en términos morales y buscar a toda costa el modo de formularlas de otra manera. El objetivo es no convertir conflictos de intereses en conflictos del «bien» contra el «mal». (Capítulo 8)

[Debemos] cambiar el lenguaje con el que nos referimos al otro bando. Cuando calificamos a los rivales de «bárbaros» o «cerdos» favorecemos que se los considere como pertenecientes a una categoría inferior. Cuando hablamos de «batallas» o «guerras» (en el discurso político estadounidense estas expresiones han ido aumentando) favorecemos el conflicto, el enfrentamiento y el recurso a la violencia. (Capítulo 7)

  Es buena idea lo referente al control de la agresividad del lenguaje, pero no tanto lo de evitar los conflictos en términos morales, pues sin una definición militante del ideal moral no sería posible el progreso moral. En cuanto a los posibles excesos puntuales del creciente moralismo en las sociedades liberales, estos no parecen ser más que “efectos colaterales” de un constante compromiso con la causa de la mejora moral, y uno diría más bien que las denuncias exageradas contra el moralismo liberal no benefician más que a la reacción conservadora. 

  Un camino probablemente más coherente, pero más difícil por ser no convencional, sería utilizar la misma fuerza psicológica del mandato moral para señalizar y con ello inhabilitar los abusos de la violencia moralista. Es decir, crear una moralidad militante que señalice todo rasgo de agresividad como inmoral.

Para reducir la violencia debemos conseguir convertirla en inmoral. Si la gente viera la violencia en todos los niveles como algo inmoral, sería muy difícil que la llevara a cabo. Siempre quedarían psicópatas (obviamente la violencia de los psicópatas no está motivada moralmente) o gente que tuviera que matar para comer o cosas por el estilo, pero sería una minoría. El problema es cómo conseguimos hacer que gente de diferentes culturas y círculos morales llegue a consensuar una moral común  (Capítulo 7)

 Puede lograrse deshaciéndonos de los prejuicios –convencionalismos- y ponderando cuales son los fines de la moralidad en el ámbito de la naturaleza humana más allá de las circunstancias contingentes –una moralidad universal-. 

  Una moralidad estricta pero no agresiva puede tomar forma en un estilo de vida prosocial que genere actuaciones benevolentes y altruistas, y no tanto vehementes condenas.

Lectura de “Los peligros de la moralidad” en Ediciones Deusto 2021

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