sábado, 25 de febrero de 2023

“Discurso del método”, 1637. René Descartes

Creo que fue una gran ventura para mí el haberme metido desde joven por ciertos caminos, que me han llevado a ciertas consideraciones y máximas, con las que he formado un método, en el cual paréceme que tengo un medio para aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco hasta el punto más alto a que la mediocridad de mi ingenio y la brevedad de mi vida puedan permitirle llegar.  (p. 12)

  René Descartes se hizo célebre al presentar la “duda” como origen de su método para el conocimiento. Pero, con todo y con eso, había cosas de las que no dudaba.

Las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; esa misma regla recibe su certeza sólo de que Dios es o existe, y de que es un ser perfecto (p. 26)

  Dudar públicamente de la existencia de Dios hubiera sido imposible en el siglo XVII y, con ello, se afirma la excepción de que hay cosas que concebimos muy clara y distintamente de las que no se debe dudar. Lo importante, sin embargo, es la mención insistente en la duda y el método.

Deseando yo (…) ocuparme tan sólo de indagar la verdad, pensé que debía (…) rechazar como absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si, después de hecho esto, no quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente indudable (p. 24)

Considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las cosas, que hasta entonces habían entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando. (p. 24)

  Descartes escribe su breve ensayo un poco como introducción a un extenso tratado sobre los conocimientos científicos que no llegó a completar. Si lo hubiera completado, éste habría seguido teniendo poca importancia en comparación con el significado de  su “Discurso del Método” en la historia de la evolución cultural (a su “Discurso” se sumarían después muchas obras notables en la misma línea, como sus “Meditaciones metafísicas”).

   Por supuesto, ya Sócrates había creado su propio método que se basaba también en la crítica, cuestionamiento y reducción al absurdo de los argumentos con la finalidad que es la de toda búsqueda de la sabiduría: vencer al prejuicio y a su primo hermano “el sentido común”.

Viendo varias cosas que, a pesar de parecernos muy extravagantes y ridículas, no dejan de ser admitidas comúnmente y aprobadas por otros grandes pueblos, aprendía a no creer con demasiada firmeza en lo que sólo el ejemplo y la costumbre me habían persuadido; y así me libraba poco a poco de muchos errores, que pueden oscurecer nuestra luz natural y tornarnos menos aptos para escuchar la voz de la razón. (p. 15)

  Este es un camino peligroso para el intelectual - la razón -, pues la destrucción de las costumbres aparenta una terrible amenaza para la vida apacible de una sociedad. El trágico proceso a Sócrates es también un buen ejemplo de ello. La edición del “Discurso” de Descartes ya demuestra que éste fue muy cuidadoso (y aun así, Descartes se vio perseguido por sus ideas). El progreso solo puede darse poco a poco, tomando todas las precauciones posibles.

  En ese sentido, dar un punto de vista utilitario de la necesidad de nuevos conocimientos supone una actitud astuta: cuando la gente se acostumbre –por su conveniencia práctica- a las innovaciones de todo tipo… tal vez ya sea imposible volver atrás incluso si alguien se apercibe de que los cambios no podrán limitarse solo a extraer agua de los pozos o mover vehículos con vapor.

Es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de la filosofía especulativa, enseñada en las escuelas, es posible encontrar una práctica, por medio de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás cuerpos, que nos rodean, tan distintamente como conocemos los oficios varios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlas del mismo modo, en todos los usos a que sean propias, y de esa suerte hacernos como dueños y poseedores de la naturaleza. (p. 35)

   La enseñanza práctica, la tecnología, estaba apenas iniciándose en el siglo XVII, pero fue gracias a hombres como Descartes que los sencillos descubrimientos antes propios de los artesanos se revistieron de prestigio intelectual en tanto que conectados con el conocimiento que es también el propio para el progreso de las ciencias. La humildad de la ciencia de aplicación práctica, asimilable a la humildad cristiana, permite a Descartes y a muchos otros hacer avances que, a la larga, trastornarán toda la cultura generalmente aceptada.

  Las aportaciones de la visión de Descartes son valiosas también en otros aspectos relacionados con la actitud del intelectual ante el conocimiento racional y sus posibilidades.

Si lo que quieren es saber hablar de todo y cobrar fama de doctos, lo conseguirán más fácilmente contentándose con lo verosímil, que sin gran trabajo puede hallarse en todos los asuntos, que buscando la verdad, que no se descubre sino poco a poco en algunas materias y que, cuando es llegada la ocasión de hablar de otros temas, nos obliga a confesar francamente que los ignoramos (p. 39)

   Es decir, identificando la motivación de los estudiosos –el prestigio intelectual-, se señala la conveniencia de los hallazgos asequibles –en apariencia más modestos- en lugar del estilo ambicioso del conocimiento clásico –propio de la Antigüedad grecorromana- que buscaba saberlo todo –la verdad- a partir de la mera especulación  y quedaba, al estrellarse contra dificultades casi insuperables, muchas veces reducido a poco más que charlatanería.  

  Y

Ruego a quienes tengan objeciones que formular, que se tomen la molestia de enviarlas a mi librero, quien me las transmitirá (p. 40)

  Por primera vez encontramos una actitud participativa hacia el gran público. Un gran público que ahora está surgiendo en la sociedad mucho más plural, curiosa y tolerante, fuertemente urbanizada, del siglo XVII: aparece la prensa, se crea la Royal Society, los burgueses compran obras de arte, proliferan los centros de enseñanza… y el que quiera puede ponerse en contacto con el mismo René Descartes –con la ayuda del librero- que amablemente atenderá sus dudas y objeciones.

  El progreso de la razón y las ciencias hubo de hacerse paso a paso, y Descartes, que vivió en los tiempos de la guerra de los Treinta años, si bien no podía recuperar el escepticismo aristocrático de los epicúreos y otros dispersos grupos de librepensadores de la Roma precristiana -desde luego, no podía ser ateo, ya que simplemente estaba prohibido serlo-, sí podía señalar que la duda sobre casi todo implica trabajar muy intensivamente sobre las escasas certezas. Las matemáticas y las observaciones menos controvertidas de la naturaleza daban cierta seguridad. Con la observación del “yo pienso, luego soy” y la equiparación –inevitable, dadas las circunstancias- de las verdades matemáticas a la metafísica también podía, cuando menos, salir del paso a la hora de afirmar la existencia de Dios –aunque señalaba la existencia del escepticismo- y del alma inmortal.

Mi pensamiento no impone ninguna necesidad a las cosas; y así como es posible imaginar un caballo alado aunque ningún caballo tenga alas, de igual modo puedo quizás atribuir a Dios la existencia, aunque no exista ningún Dios.  Muy al contrario, está oculto aquí un sofisma: puesto que del hecho de no poder pensar un monte sin un valle no se sigue que exista en parte alguna el monte o el valle, sino tan sólo que el monte y el valle no se pueden separar mutuamente, existan o no. Por tanto, del hecho de no poder pensar a Dios privado de existencia, se sigue que la existencia es inseparable de Dios, y consiguientemente que Éste existe en realidad; no porque lo cree mi pensamiento o imponga una necesidad a alguna cosa, sino porque la necesidad de la cosa misma, es decir, de la existencia de Dios, me obliga a pensarlo: ya que no tengo libertad de pensar a Dios sin existencia, así como tengo libertad de imaginar un caballo con alas o sin ellas.5 (p. 40, Meditaciones metafísicas)

Por lo que se refiere al alma, aunque muchos han juzgado que no es fácil descubrir su naturaleza, y algunos hasta se han atrevido a decir que los conocimientos humanos demuestran que perece al mismo tiempo que el cuerpo y que sólo la fe sostiene lo contrario, no obstante, como los tales están condenados por el concilio de Letrán celebrado durante el papado de León X, en su sesión VIII, que expresamente encarga a los filósofos cristianos que refuten los argumentos de aquéllos y demuestren la doctrina verdadera con todos sus recursos, no he vacilado en intentar también esto.(p.  4, Meditaciones metafísicas)

  La aportación fundamental es la de considerar la mente humana como una posición sólida para comprender la realidad. Descartes es consciente de cómo la presión cultural condiciona el conocimiento: pero este mismo apercibimiento nos señala que, con honestidad y tenacidad, la razón individual es capaz de superar tales condicionantes. 

Habiendo visto (…), en mis viajes, que no todos los que piensan de modo contrario al nuestro son por ello bárbaros y salvajes, sino que muchos hacen tanto o más uso que nosotros de la razón; y habiendo considerado que un mismo hombre, con su mismo ingenio, si se ha criado desde niño entre franceses o alemanes, llega a ser muy diferente de lo que sería si hubiese vivido siempre entre chinos o caníbales; y que hasta en las modas de nuestros trajes, lo que nos ha gustado hace diez años, y acaso vuelva a gustarnos dentro de otros diez, nos parece hoy extravagante y ridículo, de suerte que más son la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden, que un conocimiento cierto; y que, sin embargo, la multitud de votos no es una prueba que valga para las verdades algo difíciles de descubrir, porque más verosímil es que un hombre solo dé con ellas que no todo un pueblo, no podía yo elegir a una persona, cuyas opiniones me parecieran preferibles a las de las demás, y me vi como obligado a emprender por mí mismo la tarea de conducirme. (p. 18)

  Antonio Damasio ha escrito “El error del Descartes” referido principalmente a su idea dualista de una mente separada del cuerpo –"soy una cosa que piensa"-. 

Con seguridad, mi idea de la mente humana, en tanto que es una cosa que piensa, no extensa a lo largo ni a lo ancho ni a lo profundo, y no teniendo parte alguna de cuerpo, es mucho más clara que la idea de cualquier otra cosa corporal (p. 32, Meditaciones metafísicas)

Es manifiesto por la luz natural que la percepción del intelecto debe siempre preceder a la determinación de la voluntad  (p. 35, Meditaciones metafísicas)

  Pero no fue un desacierto que Descartes considerase que la mente racional puede hallar una cierta verdad a partir de los fenómenos evidentes y mensurables, e incluso obtener de tales hallazgos beneficios prácticos para las personas. Tiene un gran valor humanístico que exista la mente escéptica y autónoma, una vigorosa subjetividad consciente de los condicionamientos externos, aunque a los neurocientíficos más avanzados les conste que no es exactamente así.

Lectura de “Discurso del Método” en www.eBooket.com; lectura de “Meditaciones metafísicas” en Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS

2 comentarios:

  1. El pienso luego existo... Hay cosas que no piensan, y existen.

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    1. Claro, pero es porque hay alguien que piensa en esas cosas... Si no hubiera nadie que pensara en ellas, entonces no existirían. ¿Cómo va a existir aquello de lo que nadie da testimonio de su existencia?

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