lunes, 25 de abril de 2016

“No solo por los genes”, 2005. Richerson y Boyd

   Descubrimientos recientes han confirmado la importancia de la herencia genética también a la hora de determinar las pautas del comportamiento humano, tanto a nivel individual como de grupo, sin embargo, está claro que no se puede exagerar este hecho en absoluto, y no solo por lo políticamente peligroso que es, sino porque ignora los factores de cambio social más importantes.

Los genes son como una receta, pero una en la cual los ingredientes, la temperatura de la cocción y demás son establecidos por el ambiente.

  El ambiente es cambiante, y los genes tardan mucho en adaptarse a sus rápidos cambios. En el ser humano, la cultura (las peculiares pautas de comportamiento transmitidas de generación a generación) cumple mejor que la genética esa función de adaptación.  

En contraste [con los simios], hay mucha variación del comportamiento entre los grupos humanos. Tal variación es el motivo por el que tenemos cultura: para permitir a los grupos diferentes acumular diferentes adaptaciones a una gran cantidad de entornos. Por sí misma, tal variación no basta para dar lugar a la selección de grupo, para que la selección de grupo sea una fuerza importante debe operar algún proceso que pueda mantener la variación entre grupos. Pensamos que hay al menos dos organismos de ese tipo: el castigo moralista y el sesgo conformista.

  La selección de grupo (que se da en base a las variaciones culturales casi siempre, y casi nunca en base a las variaciones genéticas que puedan distinguir a un grupo de otro dentro de la misma especie) fue una idea de Darwin que, en términos generales, se ha visto confirmada por la ciencia actual: a medida que un grupo humano desarrolla mejores estrategias de supervivencia se apropia de los medios de vida de los grupos menos eficientes, desplazándolos y gradualmente eliminándolos. Para que tal fenómeno llegue a producirse es preciso que se dé una fuerte variedad de comportamientos en los individuos y que esta variedad se perpetúe en un grupo a lo largo de generaciones por transmisión cultural. Esto suele implicar que determinados individuos con determinada personalidad cobran mayor protagonismo en un grupo dado y que sus características acaban influyendo y predominando sobre los demás, creándose así el carácter específico de la cultura del grupo. Esta variabilidad en las tendencias se hace más evidente en la tecnología (que implica también la aceptación por la cultura del grupo de algunas innovaciones individuales).

   Los seres humanos somos el único animal cuyas estrategias de supervivencia varían por completo según las características culturales. Puede ser que un grupo de chimpancés utilice un palito para capturar termitas y que otro no lo haga, pero esta diferencia cultural carece de importancia en lo que se refiere a la capacidad de un grupo para imponerse a otro (en una guerra o, simplemente, privando al otro grupo de los recursos necesarios para la subsistencia). También puede ser que unas bandadas de pájaros canten de una forma y otras tengan una canción diferente, pero de la misma forma estas diferencias entre grupos no implican ventaja relevante alguna. En cambio, la diferencia entre una comunidad de cazadores-recolectores del Amazonas y la de los ingenieros y ejecutivos de Silicon Valley es abismal, siendo como son biológicamente el mismo tipo de ser humano. Entre los cazadores-recolectores la cultura resaltará la impulsividad y el valor en la batalla, haciendo que los individuos con estos rasgos de personalidad alcancen cierta supremacía. Entre los ejecutivos e ingenieros será muy diferente. Estas variaciones de rasgo de personalidad están detrás de las diferencias tecnológicas que también transmite la cultura, si bien la materialidad de los cambios tecnológicos son mucho más visibles que los cambios en las tendencias de la personalidad preferidas por el grupo cultural.

   La forma en que se llegan a producir estas mejores estrategias dentro del grupo y cómo se transmiten (dentro del grupo, a las generaciones futuras, y de uno a otro grupo) son las cuestiones determinantes que se abordan en este libro de Robert Boyd y Peter Richerson (antropólogo y biólogo, respectivamente).

  “El castigo moralista” y “el sesgo conformista” suponen que la comunidad humana persevera en el mantenimiento de las costumbres de una determinada cultura dada su utilidad social: quienes violan las costumbres son percibidos con rechazo (moral) y en consecuencia se les coacciona a que no vuelvan a hacerlo (castigo), pero la inmensa mayoría imita las pautas de comportamiento recibidas de sus mayores (sesgo conformista).

  Castigo moralista y sesgo conformista permiten mantener los éxitos alcanzados… pero a la vez implican resistencia para incorporar éxitos venideros.

   Los autores de este libro señalan que, aparte de mantenerse las características exitosas que marcan la diferencia entre grupos, también han de producirse, por supuesto, variaciones emergentes (sino, no podrian darse cambios), y aquí distinguen tres mecanismos posibles, uno de los cuales sería la ya mencionada selección de grupo (cuando se produce una variación que facilita la supervivencia y expansión del grupo), y los otros dos serían la variación por azar (que puede ser o no seleccionada más tarde) y la variación por la toma de decisiones. Sin duda, el mecanismo que merece más atención es el de toma de decisiones, pues en él podemos participar como individuos, lo que no sucede ni en el azar ni en la selección de grupo. Ahora bien, antes de que surgiera la misma idea cultural de “invención” (o las de “tecnología” o “ciencia”), los procesos de toma de decisiones innovadoras eran muy diferentes. Se distinguen dos formas de “toma de decisiones”: “variación guiada” y “transmisión sesgada”.

  La “variación guiada”, es lo que se parece más al proceso de invención moderno. Ciertamente, hubo de existir un primer hombre prehistórico que ató un palo a una piedra alargada para fabricar el primer hacha.

Variación guiada (…) Cambios no azarosos en las variantes culturales a cargo de individuos que son subsiguientemente transmitidos. Esta fuerza es el resultado de la transformación a lo largo del aprendizaje social, o del aprendizaje, invención o modificación adaptativa de las variantes culturales.

  El proceso de “transmisión sesgada” (el individuo selecciona las invenciones de otros), los autores del libro lo dividen a su vez en tres variantes: “contenido basado en el sesgo”, “sesgo basado en la frecuencia” y “sesgo basado en el modelo”

Contenido basado (o directamente tomado) en el sesgo (…) Los individuos es más probable que aprendan o recuerden algunas variantes culturales a partir de su contenido. El sesgo basado en el contenido puede resultar del cálculo de costos y beneficios asociado con variantes alternativas, o debido a que la estructura de cognición hace que algunas variantes sean más fáciles de aprender o recordar.

Sesgo basado en la frecuencia (...) El criterio de lo común o de la rareza de una variante cultural como base para elección. Por ejemplo, la variante más ventajosa es probable que sea la más común. 

Sesgo basado en un modelo (…) La elección del rasgo basado en los atributos observables del individuo que exhibe el rasgo. Las inclinaciones plausibles basadas en el modelo incluyen una predisposición a imitar a los individuos exitosos o prestigiosos, y una predisposición para imitar a los individuos similares a uno mismo

  En la transmisión sesgada, por tanto, se procede a la selección de determinadas variaciones culturales por los individuos. Como se ve, esta selección no se basa necesariamente en criterios racionales de utilidad. Esto no es “selección de grupo

La transmisión [cultural] sesgada ocurre porque la gente preferentemente adopta algunas variantes culturales más que otras, mientras que la selección ocurre porque algunas variantes culturales afectan las vidas de sus portadores de forma que hace a estos portadores más probable que se los imite.

  Al seleccionarse las variaciones simplemente porque su contenido sea más asequible, porque la nueva variedad sea recurrente por cualquier motivo (frecuencia) o porque se haya tomado a un individuo como modelo con independencia de la utilidad de su comportamiento está quedando claro que la acumulación de invenciones (variación guiada) solo muy poco a poco va dando lugar a mejoras. Ya hemos visto  que la gente no quiere cambios (castigo moralista, sesgo conformista), de modo que la transmisión cultural de innovaciones objetivamente provechosas ha sido prehistóricamente muy rara.

No hay evidencia de que los humanos hicieran herramientas tan complejas como lanzas con punta de piedra hasta hace alrededor de cuatrocientos mil años

  Y para pasar de las lanzas al arco y la flecha se requirieron muchos miles de años más. Solo a partir del momento en el que se guardó memoria y reconocimiento de la invención como invención –es decir, una idea cultural “positiva” del cambio- pudieron empezar a acumularse las innovaciones a mayor ritmo. El conformismo siempre ha sido la regla. Por lo menos, hasta tiempos muy recientes.

La transmisión sesgada depende de lo que está pasando en el cerebro de los imitadores (…) Mientras que la transmisión sesgada tiene importantes analogías con la selección natural, la variación guiada no. 

  Recordemos que la variación guiada es “la invención”: cambios no azarosos en las variantes culturales a cargo de individuos

  Estos fenómenos, todos basados en la imitación de conductas individuales (la “variación guiada” también es “imitación con modificación”-evolución), se dan en el ser humano y no en el chimpancé simplemente por la capacidad intelectual superior del humano, que le permite almacenar en su memoria rasgos, conductas y distinciones, y aplicarlos del tiempo pasado al presente y al futuro.

No afirmamos que la imitación sea única en los humanos. Sin embargo, la evidencia actual sugiere que la evolución cultural acumulativa es rara, y quizá esté ausente en otras especies, y que incluso nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, hacen uso de modos de aprendizaje social diferentes a los de los humanos

   El mecanismo de imitación no es muy racional, tal como hemos visto por el sesgo conformista y los muy divergentes criterios de la “transmisión sesgada”. Tengamos en cuenta sus consecuencias a todos los niveles:

La evolución también favorece una psicología que hace a la gente más inclinada a imitar individuos prestigiosos e individuos que son como ellos incluso si este hábito puede resultar fácilmente en hábitos no adaptativos. (…)Muchos experimentos psicológicos sugieren que estamos predispuestos a imitar a la gente exitosa y prestigiosa incluso en ámbitos que no están obviamente relacionados con su éxito.

  De forma que, por un conservadurismo ancestral o porque se imitan rasgos inútiles incompatibles con los que son útiles (el sesgo por imitación del modelo o el sesgo por frecuencia) se pueden rechazar cambios que serían convenientes.  También pueden desaparecer las invenciones provechosas por pura casualidad (“deriva”…). Nos consta que hay culturas que “olvidaron” tecnologías aparentemente tan prácticas como el arco y la flecha, o navegar en canoa:

Deriva cultural (...) Efectos causados por anomalías estadísticas en pequeñas poblaciones. Por ejemplo, en las sociedades sencillas algunas habilidades, como construir barcos, pueden ser practicadas por algunos especialistas. Si sucede que, por casualidad, en una generación en particular todos los especialistas mueren jóvenes o tienen personalidades que los incapacitan para ese trabajo, desaparecerá esa habilidad

  Estos son casos raros –extremadamente reveladores, pero raros-, pues en general

aunque las teorías unilineales de progreso humano han caído en desgracia, la tendencia general hacia una mayor complejidad no es puesta en duda

    Esto en cuanto a la tecnología material, pero ¿qué pasa con la “tecnología de la mente”? Para favorecer el progreso social, nada es más eficaz que descubrir fórmulas culturales que fomenten la cooperación entre los individuos y disminuyan la violencia. Es decir, fórmulas que, haciendo uso de nuestros instintos más prosociales, contrarresten nuestros innegables instintos egoístas y agresivos. Por ejemplo, la invención de la justicia imparcial, del perdón o de los derechos humanos. Aquí entra la selección de rasgos de personalidad que hemos comentado antes. Las culturas pueden primar los rasgos de individuos que pueden ser buenos guerreros frente a las que priman los rasgos de individuos que pueden ser buenos trabajadores intelectuales, así como preferir la benevolencia a la ferocidad en el combate (que suele ir aparejada con la malevolencia)... los rasgos propios de los guerreros no suelen favorecer la cooperación armoniosa dentro de grandes grupos, aunque esto no siempre ha estado tan claro (en la Antigüedad, Platón creía que el sabio contaba con cualidades propias del noble soldado).

Creemos que los procesos culturales evolutivos construyeron un entorno social que causó que la selección individual natural favoreciera el altruismo empático

  También aquí los viejos hábitos culturales de tipo social son difíciles de sustituir por las nuevas invenciones. Los autores de este libro sacan varios ejemplos de la antropología acerca de la resistencia a los cambios.  Uno es el de las “culturas del honor” del sudeste de los Estados Unidos.

El sur [de EEUU] es más violento que el norte porque la gente del sur ha adquirido culturalmente creencias acerca del honor personal que son diferentes de las de sus equivalentes del norte. Los del sur creen más fuertemente que los del norte que la reputación de una persona es importante y vale la pena que sea defendida incluso a gran coste. (…) Los ganaderos irlando-escoceses fueron los principales pobladores del sur, mientras los granjeros ingleses, alemanes y holandeses poblaron el norte. Históricamente los estados han tenido considerable dificultad en imponer el poder de la ley en las regiones poco pobladas donde la ocupación dominante es la ganadería. De ahí que en las sociedades ganaderas frecuentemente aparezca una cultura del honor debido a la necesidad de cultivar reputaciones

   Generaciones después sus conductas siguen siendo más violentas que las de los habitantes del norte. También son más pobres, debido a que hoy estas conductas son contraproducentes y no generan beneficio social alguno.

Esto no quiere decir que las culturas sean inmutables; existen situaciones en las cuales el deseo de asimilación excede la lealtad a la tradición

  De no ser de otra forma, no se hubiera acabado por dar el “progreso social” (más producción económica, más tecnología, menos homicidios y guerras). De lo que se nos avisa es de las inevitables resistencias que encuentran los cambios, y la misma dificultad para que tales cambios surjan. Por eso el “proceso civilizatorio” que  atestigua la historia ha sido tan intrincado.

  Todo parece indicar que los cambios culturales que tienen que ver con las relaciones sociales han tomado inicialmente la forma de cambios religiosos.

Las innovaciones religiosas son como mutaciones y las religiones exitosas están adaptadas en formas sofisticadas más allá del saber de los innovadores individuales.

  Igualmente, el cambio religioso ha de expandirse mediante procesos de selección individual (transmisión sesgada) y de selección de grupo, y aquí también entraría en juego lo que hemos visto de la imitación de conductas individuales de prestigio. Supongamos que el jefe de una tribu se muestra inesperadamente cruel y el jefe de otra tribu se muestra inesperadamente compasivo. El prestigio del jefe hará que los de la primera tribu imiten su crueldad y los de la segunda su compasión. A lo largo de las generaciones podrían o no conservarse estas tradiciones, y la selección dirá cuál tribu es más exitosa.

No tenemos idea de cuántas distintas variedades de imitación selectiva basadas en el prestigio puede haber. 

    De todas las invenciones a ser seleccionadas, las más valiosas serán siempre las que fomentan estrategias psicológicas de grupo a favor de la prosocialidad. Puede sernos muy útil comprender el sesgo conformista y la necesidad de superarlo, y comprender las dificultades a las que siempre se enfrentarán las innovaciones, por muy racionalmente beneficiosas que puedan parecer. El proceso civilizatorio no puede estar acabado, simplemente porque queda claro que muchas cosas siguen funcionando mal en nuestra especie, a pesar de nuestra casi milagrosa tecnología y de nuestra sorprendente capacidad para la cooperación…

viernes, 15 de abril de 2016

“Psicología del desarrollo moral”, 1984. Lawrence Kohlberg

  El psicólogo Lawrence Kohlberg tuvo la iniciativa de clasificar moralmente a los seres humanos de acuerdo con “seis estadios de moralidad psicológica”.

Nuestros estadios morales (…) representan claramente unas crecientes orientaciones interiorizadas hacia las normas morales que se mueven desde una preocupación por las sanciones, hasta una preocupación por la alabanza y la culpa, hasta una preocupación por los principios internos

  El comportamiento moral, en términos generales, supone la actitud del individuo ante los dilemas que presenta la convivencia con unos semejantes que, como él mismo, se hayan fuertemente motivados por sus naturales deseos egoístas.

La conducta honesta es el resultado de un conflicto entre una tentación y un estándar moral. Un test de conducta moral debe de tener un fuerte componente emocional.

  Se distinguen tres grupos de estadios morales: de moralidad preconvencional, convencional y postconvencional. El sistema de Kohlberg no es el único, pero sí el más sólido y generalmente aceptado hasta el momento.

  Estadio 1. Premoral [preconvencional].  Orientación al castigo y la obediencia.
  Estadio 2. Premoral [preconvencional] . Ingenuo hedonismo instrumental.
  Estadio 3. Moralidad de conformidad con el rol convencional. Moralidad de mantenimiento de buenas relaciones, aprobadas por parte de todos.
  Estadio 4.    Moralidad de conformidad con el rol convencional. Moralidad de mantenimiento de la autoridad.
  Estadio 5. Moralidad de principios morales autoaceptados [postconvencional].  Moralidad de compromiso de derechos individuales y de la ley democráticamente autoaceptada
  Estadio 6. Moralidad de principios morales autoaceptados [postconvencional].  Moralidad de principios individuales de conciencia.

El nivel moral preconvencional [1 y 2] es el nivel de la mayoría de los niños menores de nueve años, de algunos adolescentes y de muchos adolescentes y adultos delincuentes. El nivel convencional [3 y 4] es el nivel de la mayoría de adolescentes y adultos de nuestra sociedad y de otras sociedades. El nivel postconvencional [5 y 6] se alcanza por una minoría de adultos y, normalmente, solo después de los veinte años

  En resumen: la moral preconvencional consiste en obedecer la reglas por temor al castigo, la convencional en obedecer las normas por ser las aceptadas socialmente y la postconvencional consiste en obedecer las propias normas morales autoaceptadas e interiorizadas. Kohlberg lo tenía muy claro. También tenía claro que el individuo suele evolucionar a lo largo de los años por estos estadios (y casi nunca se produce una regresión). Un proceso que muchos llamaríamos “madurez”.

  Para realizar la medición, los psicólogos recurren a poner a prueba a los individuos ante los “dilemas éticos”. Para no extendernos, plantearemos el más usado de todos, el llamado “dilema de Heinz”:  “Existe un hombre llamado Heinz, cuya esposa está muy enferma. Un rico farmacéutico vende el medicamento que puede curarla. Heinz no tiene dinero para comprarlo y no puede llegar a ningún arreglo con el farmacéutico que le permita salvar la vida de su esposa. Entonces, roba el medicamento. ¿Merece Heinz ser castigado penalmente por su acción?”

  En todos los estadios es posible posicionarse a favor y en contra, pero siempre en base a criterios diferentes.

En el estadio 1, la acción está motivada para evitar el castigo, y “la conciencia” es un miedo irracional al castigo.(…) En el estadio 2, [se da una] acción motivada por el deseo del premio o beneficio. Se ignoran las posibles reacciones de culpa y el castigo se ve de una forma pragmática [ya no es un miedo irracional] (…) Estadio 3: acción motivada por anticipación de la desaprobación de otros (…) Estadio 4: acción motivada por anticipación del deshonor y por culpa del daño concreto hecho a otros   (…) Estadio 5: preocupación por mantener el respeto de iguales y de la comunidad. (…) Preocupación por mantener el respeto de uno mismo (…) Estadio 6: preocupación por la autocondena por violar los principios propios de uno mismo

  En el estadio 2, la motivación para robar el medicamento que salve a la esposa es que “Heinz” quiere que su esposa viva (“porque su esposa le gusta, le satisface”), mientras que, por otra parte, el castigo, en caso de que lo atrapen, no sería muy grande. Evidentemente, eso solo en caso de que “Heinz” desee tanto prolongar la vida de su esposa como para que le compense el riesgo del castigo. Pero en el “estadio 1”, la motivación a favor de salvar a la esposa sería simplemente que se le podría acusar de no haber hecho todo lo posible para salvarla. Es evidente, por tanto, que las acciones morales, prosociales, favorecedoras de un comportamiento benévolo (que es el que despierta la confianza de los otros y facilita la cooperación dentro de una comunidad), serían menos probables para los “preconvencionales” de los “estadios 1 y 2”.

  Todavía podemos comprobar mejor esto si estudiamos la reacción ante el terrible “Experimento Milgram", en el cual se coacciona –no violentamente, solo psicológicamente- a unos sujetos para que hagan daño a personas inocentes. Cuando por primera vez se llevó a cabo este experimento de psicología social, fueron solo una minoría los que se negaron a obedecer, ¿los “estadios de moralidad de Kohlberg” permitirían anticipar la reacción de cada individuo?

En este estudio, solo los sujetos de estadio 6 se supone que se cuestionan el derecho moral de la autoridad para pedirles que hagan daño a otro. Los sujetos de tipo “contrato social” de estadio 5, tenderían a sentir que la voluntaria participación de la víctima con previo conocimiento les salvaría de la responsabilidad para con el investigador, mientras que su acuerdo en participar les obligaría a llevarlo a cabo. Tal y como se preveía, el 75% de un grupo pequeño de sujetos de estadio 6 se retiran, comparado al solo 13 % del restante número de sujetos en estadios morales más bajos. 

  Por lo tanto, Kohlberg creyó haber encontrado una medida del comportamiento prosocial, bien que imperfecta y sujeta a numerosas variables a la hora de determinarla. Lo más valioso sería que la “prosocialidad” –la “bondad”- puede medirse, y que los individuos son "mejores" o "peores" de acuerdo con criterios objetivos. Además, averiguaríamos ciertas cosas, como que existe una relación entre la inteligencia y la moralidad. De acuerdo con las conclusiones de un estudio en particular:

Lo que tiene más interés es la interacción entre el cociente intelectual y los estadios morales. Agrupando a los adolescentes según convencionales y preconvencionales, vemos que los dos grupos que más probablemente [engañaban] eran los sujetos preconvencionales de alto cociente intelectual y los sujetos convencionales de bajo cociente intelectual

  Recordemos que “los convencionales” son aquellos que se someten a los dictados de lo que es generalmente aceptado por la sociedad: al ser poco inteligente puedes no darte cuenta de lo que la sociedad exige de ti.  Por lo tanto, el comportamiento antisocial siempre está relacionado con un bajo coeficiente intelectual de “los convencionales”, o con las deficiencias cognitivas -compatibles con una gran inteligencia- propias de la etapa preconvencional (extrema inmadurez por juventud, o incluso psicopatía).

  Uno de los problemas más preocupantes es que, si la mayoría de las personas se encuentran en los “estadios convencionales” 3 y 4, del “contrato social” (obrar de acuerdo con las costumbres de tu entorno), la historia nos demuestra que todo tipo de brutalidades son posibles (matanzas, desigualdad social extrema, intolerancia…) en tanto que el entorno lo fomente, permita o tolere. Si queremos un mundo mejor, por lo tanto, deberíamos interesarnos por promover los estadios superiores, postconvencionales, en los que se obra en base a derechos y principios de conciencia “autónomos”, independientes de la presión social. La capacidad para afirmar juicios morales debe proceder de la formación interna e intelectual del individuo. Esto era el viejo sueño de Kant.

  Observemos ahora la distinción entre los dos estadios superiores, 5 y 6:

[En el estadio 5 se opina, con respecto al dilema de Heinz, que] “el juez debería inclinarse más hacia el punto de vista moral”. (…) La ley, como la moralidad, se deriva de los derechos y valores individuales, y los dos están más o menos al mismo nivel. En un estadio 6, [en cambio,] la obligación se define según unos principios universales éticos de la justicia.

  En el nivel 5, se espera una armonía entre el mundo legal y el de la moralidad autónoma. En el estadio 6 se abandonan estas esperanzas, lo que quiere decir que el hombre justo no necesita que ninguna autoridad le imponga criterios de moralidad, puesto que él ya tiene su propio criterio. El postconvencional de estadio 5 es un socialista ingenuo, mientras que el postconvencional del estadio 6 es un anarquista abnegado, cuya moralidad se origina en una práctica sistemática y racional de la empatía acorde con sus propias emociones. ¿Cómo puede este anarquista asegurarse de obrar correctamente, sin el auxilio de la ley ni de la opinión pública democráticamente expresada?

En nuestra concepción teórica, un sexto estadio se basa en un proceso de toma de rol ideal o “sillas musicales morales” en el que cada persona en su imaginación cambia de lugar con cada una de las personas del dilema antes de establecer su postura como la correcta.

  Planteado así el asunto, Kohlberg encuentra cuatro opciones de tipo filosófico para la estructura esencial de la moralidad:  de orden normativo, utilitaria, de justicia y de “yo ideal”. Para ver cómo se expresan estas opciones, pensemos, simplemente, en cómo explicar el mandato de “no robarás”:

Orden normativo: el robar está siempre mal. Si empiezas a quebrantar las normas del robo, se desmoronaría todo.
Utilitario: Hieres a otra gente.
Justicia: El [propietario de los bienes que se roban] trabajó mucho para ganar dinero
El yo ideal: una persona que no es honesta no vale mucho.

  La conclusión de Kohlberg:

Aunque todas estas orientaciones se pueden utilizar por un individuo, mis colegas y yo afirmamos que la estructura esencial de la moralidad es una estructura de justicia (…) Posiblemente, la razón más importante para centrarnos en la justicia es que es la característica más estructural del juicio moral. 

  No todo el mundo está de acuerdo en esto. Kohlberg menciona que

al centrarnos en la justicia no estamos negando la posibilidad de extender la idea de los estadios de juicio moral a otros, y posiblemente más amplios, conceptos del campo moral

    Las conclusiones de Lawrence Kohlberg le llevaron al enfrentamiento con muchos de sus discípulos y colaboradores. El caso más conocido fue el de Carol Gilligan, la creadora del concepto de “ética del cuidado”, según la cual la estructuración de los criterios de justicia, basados en la adjudicación de castigos y no-castigos a quienes se atengan a las normas, desdibuja la dimensión real de las relaciones humanas. Al fin y al cabo, si se da por sentado que existe una ética autónoma, una acción puramente altruista, la justicia (castigos, premios, asignación de méritos…) estaría de más en los casos de moralidad más avanzada (el anarquista moralmente autosuficiente).

  Desde esta perspectiva, parece más aceptable el criterio del “yo ideal”, en el que las relaciones humanas se basan en la visión que tenemos de nuestros semejantes y de nosotros mismos en relación con ellos. Si interiorizamos una concepción moralista, altruista y racional (postconvencional) del comportamiento, entonces tenemos un camino para la reforma de la vida social que pasa por nuestra propia afirmación moral.  Y este “yo ideal” también engloba el criterio “utilitario” (el mayor bien para el mayor número)… Mientras que si lo que interiorizamos es la idea de que los individuos deben ser sujetos por la coacción de las normas socialmente aceptadas de acuerdo con criterios distributivos y de mérito (El [propietario de los bienes que se roban] trabajó mucho para ganar dinero) entonces a lo mejor nuestra conducta no puede ser tan prosocial, porque siempre dependerá de la conflictividad entre particulares ideas de mérito e intereses privados.

  Una fórmula fácilmente comprensible –y necesariamente discutible- sería decir que habríamos de obrar de tal modo que puedas beneficiarte de la gratificación afectiva dentro de una comunidad de extrema confianza (basada en el “yo ideal”). Si esta comunidad existe, aunque sea una posibilidad o incluso aunque sea imaginaria, obras en base a ganarte una reputación dentro de ella. Eres fiel a la propia imagen que quieres dar de ti y te ves incentivado por la aprobación de tus semejantes que comparten el mismo ideal humano. En el caso de Heinz, a favor de robar el medicamento estaría que salvas a una persona inocente y eres comprensivo con tu propia necesidad de amar y ser amado por tu esposa; y en contra estaría el hecho de que dispones de un bien que otros pueden necesitar y la posibilidad de que practicar el robo tenga malas consecuencias sociales –indirectas- que conducirían a un mayor sufrimiento para todos en el futuro (todos robarían y en la industria farmacéutica no se iban ya a esforzar en alcanzar grandes logros debido a que no obtendrían beneficios).

martes, 5 de abril de 2016

"Nadie pierde", 2000. Robert Wright

  En teoría económica, el “juego de suma cero” es aquel en el que la ganancia de uno equivale a la pérdida de otro (yo gano lo que tú pierdes). El “juego de suma no-cero“  es aquel en el que nadie pierde y todos ganan. Participar en el juego, por lo tanto, equivale a cooperar. El divulgador científico Robert Wright cree que existe un principio general de “suma no-cero” aplicable a la totalidad de las actividades de los seres vivos y, naturalmente, también al comportamiento social humano.

Pretendo hacer visible un tipo de fuerza –la dinámica de suma no-cero – que ha sido crucial en el desarrollo de la vida en la tierra hasta hoy

Mientras más de cerca examinamos la deriva de la evolución biológica y, especialmente, la deriva de la historia humana, más parece que existe una clave para todo ello. Porque la palabra correcta no es en ningún caso “deriva”. Ambos procesos tienen una dirección, una flecha indicadora. Al menos, ésa es la tesis de este libro 


  La idea de “deriva” (particularmente la “deriva genética”) implica que los cambios evolutivos se producen meramente por azar, que no existe criterio discernible alguno en la naturaleza.  Muchos estudiosos actuales (biólogos, pero también de las ciencias sociales) han desdeñado la idea decimonónica de “progreso” aplicada sobre todo a los cambios en la sociedad humana, en contra de lo que parece a primera vista (creemos constatar que cada vez existe más población, más producción económica, más tecnología, mayor complejidad política, económica, artística). Pero Robert Wright está en desacuerdo con el punto de vista escéptico.

Las sumas no-cero (…) explican porqué la evolución biológica, si se le da bastante tiempo, es muy probable que cree vida altamente inteligente –vida lo suficientemente inteligente para generar tecnología y otras formas de cultura.

Como promedio, a largo plazo, las situaciones de suma no-cero producen más sumas positivas que negativas y más beneficio mutuo que parasitismo. Como resultado, la gente queda inserta en redes de interdependencia más grandes y ricas. Esta secuencia básica –la conversión de situaciones de suma no-cero a sumas en su mayor parte positivas –ha comenzado a suceder al menos desde hace 15.000 años 


  Esta idea optimista, sin embargo, no debemos interpretarla en el sentido de que estén todos los participantes de una sociedad contribuyendo conscientemente al bienestar común. Se trata de algo mucho más complejo y difícil de apercibir, consecuencia de una dinámica impersonal.

Yo tengo una relación de suma no-cero con la gente en Japón que construyó mi minifurgoneta, pero ni yo ni ellos hemos elegido cooperar el uno con el otro 

  En términos generales, lo que defiende Robert Wright es la vieja tesis del “doux commerce” (que aparece en la Ilustración, y que podemos relacionar con la de la “mano invisible” de la economía de mercado), según la cual la humanidad habría ido gradualmente mejorando sus habilidades cooperativas por la motivación egoísta de industriales y comerciantes, lo que habría tenido el resultado final de proporcionar más bienes para todos.

Mucho del crecimiento de la suma no-cero durante los pasados milenios ha sido como consecuencia de que la gente se ha unido por la ganancia común

La fuerza impulsora no era un “estrés” causado por [la escasez] del entorno, sino una fuerza más constante: vanidad humana, alentada por la competición por el estatus que se muestra en todas las sociedades conocidas y que parece ser innata 


  Otra fuerza impulsora de la cooperación y el progreso tecnológico habría sido la guerra (en la cual el objetivo es siempre que uno gane y otro sea derrotado, naturalmente):

La Guerra no encarna precisamente la suma no-cero. Con todo, la guerra no es solo suma-cero sin parar [porque], incluso si la guerra es suma-cero entre dos grupos, dentro de los grupos las cosas son bastante diferentes.

Cuando se ha observado la fusión política de poblados, ésta ha llegado normalmente por agresión e intimidación. Y cuando la consolidación ha sido voluntaria, ha sido generalmente para hacer frente a una agresión externa 


   Es decir, el que un grupo se enfrente a otro exige aumentar la cohesión y la fuerza dentro de cada grupo para hacerlo militarmente más eficiente, lo que se consigue mejor con cooperación y tecnología. Y, por supuesto, mientras más numeroso es el grupo social, más posibilidades de victoria hay en la guerra…

  Por otra parte, la aparición de bienes suntuarios en las tumbas prehistóricas demuestra fuera de toda duda que el deseo de atesorar bienes ha existido siempre y, por supuesto, que el valor de estos bienes venía dado por el estatus que se asignaba a sus poseedores, pero ¿por qué solo en tiempos recientes se han desarrollado las tendencias cooperativas para aumentar la cantidad de bienes? La arqueología y la etnografía nos muestran que los “hombres primitivos” no se preocupaban mucho por aumentar la producción para el conjunto de la sociedad. Cada individuo se preocupaba tan solo por mejorar en estatus y reputación ante sus semejantes tratando de disponer para sí de los bienes que hubiese, pocos o muchos. Parece ser que  el incremento en la producción de bienes se ha dado solo en la medida en que la sociedad ha permitido a más individuos participar en la competición por el estatus. En esto ha sido vital la aparición gradual de las clases sociales intermedias.

  Guerra y lucha por el estatus parecen, pues, más bien factores antisociales que otra cosa, y si la prosocialidad ha surgido de esto, ha sido bajo nuevas condiciones, no tanto del entorno, sino por la presión añadida de otros factores humanos de cambio.

La selección natural “reconoce” la lógica del juego de suma no-cero antes de que la gente lo haga (…) Cierto grado de estructura social se construye así en nuestros genes 

La mezcla de instintos humanos competitivos y cooperativos, la sutil pero potente lucha por el  estatus, la ingeniosidad que ello fomenta fueron evidentes mucho antes de que llegara la teoría darwiniana para explicar su razón de ser (…) Sin estas cualidades asociales (lejos de ser admirables por ellas mismas) los seres humanos vivirían en una Arcadia de existencia pastoral de perfecta armonía, autosuficiencia y amor mutuo. Pero todos los talentos humanos quedarían ocultos para siempre en un estado durmiente

La historia –y la prehistoria- atestiguan que evolucionar de un diferente nivel de organización política a otro frecuentemente trae “inestabilidades transicionales”, un término amable para catástrofe 


  La idea de Wright de que los talentos humanos requieren de la competitividad dentro del grupo y de la agresión frente a otros grupos para poder aflorar no está, sin embargo, argumentada, ya que, al fin y al cabo, no tenemos ejemplo alguno de seres humanos que hayan alguna vez vivido en una Arcadia de existencia pastoral de perfecta armonía, autosuficiencia y amor mutuo. Lo que sí sabemos es que los impulsos competitivos y agresivos en el ser humano son innatos.

Dentro de casi cada juego de suma no-cero en la vida subyace una dimensión de suma cero (…) En todas las culturas la amistad soporta una tensión subyacente. En todos los lugares de trabajo existe el chismorreo sobre quién es un aprovechado y quién es un trabajador de equipo. En todas las culturas la gente escudriña el panorama en busca del vago y el ingrato, y cada cual asigna su generosidad de acuerdo con esto. En todas las culturas la gente intenta conseguir el mejor reparto posible. 

Somos profundamente gregarios y profundamente cooperativos, si bien profundamente competitivos. Instintivamente jugamos tanto juego de suma no-cero como de suma cero (…) Si bien esto ha sido responsable de mucho sufrimiento, la tensión entre [estos factores] ha sido, al final, creativa 

    Ahora bien, parece claro que para que una cooperación sea más eficaz, no basta con la estrategia maquiavélica de “conviene que estemos unidos para poder vencer a los otros y obtener más botín”, sino que es inevitable que surjan, por selección social, impulsos psicológicos altruistas:

Generosidad (si bien selectiva y a veces precavida); gratitud y un acuciante sentido de obligación, una creciente empatía y confianza para aquellos que prueban ser fiables agentes recíprocos (también conocidos como “amigos”) (…) Estos sentimientos y los comportamientos que dan lugar, se hallan en todas las culturas. 

   El maquiavelismo no genera confianza. Tanto los líderes que buscan alcanzar el estatus mostrando generosidad, como los guerreros que luchan juntos mostrando camaradería, no pueden alcanzar sus metas sin un desarrollo psicológico genuino de los impulsos prosociales a fin de que las muestras de benevolencia que permiten ganarse la confianza de los demás resulten convincentes. Pero ¿no está la benevolencia sincera en contradicción con los impulsos egoístas, competitivos y agresivos que se afirma que, a su vez, llevan al progreso tecnológico?

La suma no-cero, aparte de ser la razón de que exista la complejidad orgánica, y la razón por la cual la comunicación de información fue inventada, es la razón de que exista el amor 

Incluso si nuestros impulsos nucleares [egoístas] no pueden ser erradicados, pueden ser moderados y redirigidos. O, más propiamente: algunos impulsos pueden ser usados contra otros. 


   Es decir, esa tendencia de “mano invisible” hacia el progreso económico, que convierte los recursos naturales en instrumento de la tecnología… también convertiría los recursos psicológicos humanos en instrumento de la tecnología (una "tecnología de la mente"): si quiero un sistema industrial fiable, necesito personas fiables, necesito personas obedientes, no conflictivas, inteligentes y capaces de despertar confianza en los demás. Si la sociedad económica industrial y tecnológica requiere este tipo de tendencias en el comportamiento, estaríamos promoviendo, cada vez más, individuos que será más difícil que les mueva exclusivamente la avaricia y la competitividad.

La avaricia y el deseo de estatus, de poder sobre la gente, ayudaron a impulsar una evolución tecnológica que permitió a la gente más libertad (…) El final [de esto] ha llegado. Con el ecosistema del mundo ya bajo presión, y con miles de millones de personas aparentemente en camino, el materialismo despreocupado se hace más que dudoso  

  Y lo que Wright no menciona es que tampoco parece tan claro que fuese simplemente el impulso de obtener más riquezas y hacer más eficazmente la guerra lo que movió en el pasado a las sociedades hacia el progreso tecnológico. Una pregunta habitual es ¿por qué fue Europa el origen de la Revolución Industrial? ¿Por qué no fue China?

Hacia el final del siglo XI, China estaba produciendo 150.000 toneladas de hierro al año, un resultado que toda Europa no alcanzaría hasta 1700 

   ¿Y por qué tampoco la Roma imperial, al igual que la China imperial, no logró lo que sí logró la Europa moderna, a partir de la Baja Edad Media y el Renacimiento?

¿Por qué las élites gobernantes [medievales] estaban más abiertas al cambio que las de Roma? 

  Wright nos asegura que se debió en buena parte al azar…

La desconexión llegó durante la dinastía Ming, que reinó de 1368 a 1644. Cuando los Ming derrotaron a los Mongoles (…) un gobernante Ming, quizá por puro capricho, rescinde los viajes oceánicos de China, y la nación más sofisticada en la tierra se cierra al exterior 

   Este “cierre al exterior” de la dinastía Ming tampoco parece explicar gran cosa (¿fue tan fundamental para el progreso industrial y social europeo la explotación de América?). Sobre todo porque produjo un fenómeno social y económico europeo que tuvo lugar antes del descubrimiento de América: el crecimiento de las ciudades libres, con su clase artesanal y comercial.

El instinto de los señores feudales era explotar la clase emergente de comerciantes con impuestos en los puentes y tributos. Pero los comerciantes no tardaron en darse cuenta del interés  común que tenían. Éstos se unieron en gremios y exigieron las libertades necesarias para el comercio: no solo estar libres de impuestos abusivos, sino libertad para comprar y vender propiedad, libertad para comprometerse en contratos, y libertad para decidir qué otras libertades necesitaban (…) Los potentados feudales de finales de la Edad Media llegaron a darse cuenta [de que] necesitas dar alguna libertad para hacerte rico 

  ¿Y por qué no se dieron cuenta de eso los potentados de la Roma imperial?, ¿y por qué la dinastía Ming se cierra al exterior y, en cualquier caso, pone inconvenientes al desarrollo industrial y comercial?, ¿por el capricho de un emperador?

  En realidad, el fallo de la tesis de Robert Wright está más atrás: no fue el cambio económico (producción de más recursos para la guerra fuera del grupo y competitividad por el estatus dentro del grupo) el que impulsó los cambios morales y culturales. En realidad, muchos antropólogos discuten que los cazadores-recolectores mejoraran su forma de vida material con la agricultura (parece que los primeros agricultores se alimentaban peor que los cazadores-recolectores). Lo que sí sabemos es que mucho antes de que se dieran las condiciones económicas para la vida sedentaria se había producido un profundo cambio psicológico en el hombre del Paleolítico al aparecer la vida espiritual: el arte, los enterramientos y el lenguaje (con narraciones míticas). El sedentarismo precedió a la aparición de la agricultura, y ésta no fue otra cosa que un recurso para hacer posible la vida sedentaria en los casos en que la caza y recolección no lo permitieran (los primeros asentamientos parece que se debieron a la abundancia de algunas cosechas silvestres y a los recursos pesqueros).

    Así que es más sensato preguntarse qué es lo que gana el ser humano con la vida sedentaria, y todo parece indicar que en un principio no se trató de ventajas materiales, sino de alcanzar una sociabilidad más compleja: más  vecinos, más colaboradores, más experiencias religiosas, más ceremonias, más bardos, más fiestas… Más vida social… y menos violencia.

Esta tendencia de los humanos a  formar vínculos más allá de la familia se habría hecho crucial a medida que la evolución cultural comenzó la larga expansión geográfica de la suma no-cero 

   Si éste es el impulso principal, los otros impulsos, como la obtención de más bienes para asentar el estatus de algunos, o crear ejércitos más numerosos, son los que derivan de ello, y no al revés. Entre los cazadores-recolectores también hay divisiones de estatus (aunque muy simples y sometidas a control para que no evolucionen a desigualdad económica) y el sedentarismo ofrece menores posibilidades para la guerra ofensiva que el nomadismo… aunque aporta grandes ventajas para la guerra defensiva…

  Entonces podríamos también explicar por qué Roma y China no lograron los avances tecnológicos y económicos que sí comenzaron a obtenerse a finales de la Edad Media europea: en Roma y en China no se produjo el tipo particular de evolución cultural, ideológica, que sí tuvo lugar en Europa al cabo de mil años de cristianismo, cuya relativa benevolencia permitió que los poderosos dieran más libertad a los artesanos y comerciantes. La misma tendencia humana a la sociabilidad que llevaría al hombre del Paleolítico a desarrollar una inaudita vida espiritual, llevaría también al sedentarismo en cuanto las condiciones del entorno lo permitieron y en cuanto se desarrollaron las tendencias culturales específicas al respecto. Más adelante, el continuo desarrollo de las tendencias psicológicas asociativas llevaría a una "era axial" (hace entre tres mil y dos mil años) en el transcurso de la cual surgirían las filosofías y religiones teóricamente complejas con sus contenidos prosociales, generadoras de confianza e incluso no violentas. Y esto no se contradice en nada con lo argumentado acerca del deseo, por ejemplo, de acrecentar el número y fuerza de los ejércitos: muchos emperadores promovieron religiones más compasivas para fomentar precisamente la cohesión social y la riqueza. Los bárbaros germanos y mongoles que conquistaron Roma y China adoptaron la religión de los vencidos, abandonando voluntariamente la propia, la de los vencedores, porque reconocieron la utilidad de las religiones más prosociales. Se podría decir, incluso, que la paz sería un "subproducto" de la guerra.