miércoles, 25 de noviembre de 2020

“Más allá de la naturaleza humana”, 2012. Jesse Prinz

    Somos seres vivos, mamíferos superiores –Homo Sapiens- pero ¿en qué medida estamos determinados por nuestra naturaleza innata en lo que se refiere a nuestros propios actos sociales y aparentemente voluntarios? Los humanos somos individuos sociales fácilmente manipulables por el entorno cultural, por el estilo de vida particular del grupo dentro del cual nos construimos como seres sociales, algo muy diferente con respecto a los demás mamíferos. Tal vez los cambios culturales podrían llevarnos a estilos de vida mucho más deseables desde el punto de vista actual, pero tal vez nuestra naturaleza innata limite en mucho esa variabilidad cultural y no tengamos tantas opciones.

  El filósofo de la psicología Jesse Prinz es de lo que piensan que las influencias culturales son mucho más determinantes de lo que se piensa, en contra de la opinión de otros científicos sociales que señalan con fuerza a los impulsos innatos que serían propiamente humanos (por ejemplo, la lengua, la conducta sexual, la razón…).

Al ignorar la variación cultural, los investigadores acaban dándonos una imagen engañosa de la mente. Acabamos con la idea de que la psicología es profundamente inflexible. Esta visión infravalora en mucho el potencial humano (p. 2)

Muchos investigadores han exagerado la contribución biológica al comportamiento humano. Lo que se atribuye a la naturaleza humana con frecuencia es un resultado de la crianza  (p. 367)

La biología sí afecta al comportamiento, pero su contribución a la variación humana puede ser modesta en comparación con el impacto de nuestro entorno social (p. 51)

  Para empezar, cualquier mejora importante en la vida social pasa por una mejora en la moralidad, es decir, un aumento del interés y consideración de cada individuo por el bienestar ajeno… que es la base de la mejora del bienestar común. En esto (y en tantas otras cosas) el estilo de vida de unos ingenieros aeroespaciales europeos parece abismalmente distinto del de unos cazadores-recolectores del Amazonas.

Los seres humanos trascienden la naturaleza: somos productos de la cultura y la experiencia, no solo de la biología  (p. 365)

  Los cambios culturales tienen como base primera las relaciones de cooperación y confianza que permiten, entre otras cosas, el desarrollo tecnológico. Sin universidades, bancos, impuestos y gestión administrativa estatal no puede ponerse en marcha una sociedad tecnológica avanzada. Todo eso es posible gracias a la coordinación de millones de personas que actúan a lo largo de determinadas redes de confianza. Algo muy difícil de que suceda entre los cazadores-recolectores que viven en pequeños grupos de parientes y que no pueden confiar en individuos físicamente alejados  a los que no conocen en persona y de los que nada saben. 

  La base de todo es la evaluación preventiva de los actos ajenos. Reaccionamos emocionalmente ante estos actos previsibles a partir de unas expectativas interiorizadas. Esto es moralidad.

El juicio de que algo es moralmente bueno o malo consiste en una respuesta emocional  (p. 302)

  Y sobre las emociones, Prinz considera que se ha exagerado el carácter innato –y por tanto universal- de todas ellas, incluyendo las seis consideradas básicas: alegría, tristeza, ira, miedo, asco y sorpresa. Algunas podrían no existir en algunos pueblos, en contra de lo que otros estudiosos piensan.

[Unos nativos de Nueva Guinea] interpretaron [en una fotografía] una expresión facial de sorpresa como miedo y otra de tristeza como ira  (p. 259)

  Si ni siquiera podemos evaluar con seguridad las emociones ajenas, esto supondrá un obstáculo a la hora de interactuar con los extraños. La supuesta universalidad de las emociones humanas  -es decir, su carácter innato- siempre ha parecido una ayuda a la hora de establecer relaciones de cooperación y confianza a gran escala.

   Ahora bien, no todo está perdido: aunque quizá se haya exagerado esa descripción de emociones universales, sí es razonable considerar, al menos, una cierta base instintiva de las emociones.

El reconocimiento [de las expresiones faciales emocionales] es demasiado similar en diversas culturas como para asumir que nuestras emociones son invenciones culturales –hay claramente bloques de construcción biológicos universales- pero las diferencias en reconocimiento sugieren que estos bloques de construcción son remodelados por la cultura desde los inicios de la vida de una persona   (p. 262)

   Esto presenta ciertas posibilidades para bien: si las emociones son hasta cierto punto variables, un gran cambio cultural puede ponerlas donde queramos a fin de construir una red de cooperación de una gran estabilidad nunca hasta entonces conocida.  

   Y en cuanto a la moralidad, que deriva de las emociones:

No hay regla moral específica que sea universal. Para cada sociedad que prohíbe un acto, hay otra que o lo tolera o lo alienta  (p. 314)

  Lo cual es discutido por algunos

  Con la gran variabilidad moral sucede inevitablemente lo mismo que con la gran variabilidad emocional: podríamos construir culturas muy pacíficas, cooperativas y afectivamente gratificantes… pero también podríamos tener que soportar la posibilidad de lo contrario.

  Prinz, sin embargo, no deja de reconocer en su libro que sí parecen darse en el Homo Sapiens algunas pautas de conducta prosocial que sí serían innatas y que son desconocidas para nuestros parientes biológicos más próximos que conocemos, los chimpancés. Aunque estos cuentan con ciertas conductas de ayuda mutua, otras se encuentran sorprendentemente ausentes.

Suponga que usted y su más antiguo amigo están en un bar y el camarero le dice “Hoy es el día de bebida gratis para los amigos. ¿Le gustaría una cerveza gratis para su amigo?” Si usted fuera un chimpancé se encogería de hombros con indiferencia. (p. 319)

  Esto es lo que se ha comprobado que sucede entre estos inteligentes animales sociales en diversos experimentos de conducta. Se trata, por lo visto, de una característica que, para nosotros, sería amoral e incluso antisocial. Nada parecido se ha observado en sociedad humana alguna. Por lo tanto, sí parece que hay ciertos límites a la variabilidad cultural en este sentido.

  Afirmaciones contra un determinado innatismo se hacen también en lo que se refiere al lenguaje. Jesse Prinz desdeña la famosa “gramática universal” de Chomsky. Serían ciertas aptitudes intelectuales las que permitirían construir las estructuras gramaticales, y no tanto que estas se encuentren predeterminadas en la mente humana.

[Se afirma que] hay una facultad innata para el lenguaje (…) [Pero] es muy posible que el lenguaje se adquiera usando mecanismos de aprendizaje estadísticos que no evolucionaron con el propósito de la comunicación (p. 168)

  Por el contrario, las teorías como las de Sapir- Whorf serían más correctas.

Cada lengua se construye sobre las creencias de un grupo cultural y sirve para transmitir esas creencias. Cuando aprendes una lengua estás aprendiendo una forma culturalmente específica de pensar. La lengua modela la forma en que pensamos  (p. 180)

  Esto, de nuevo, aparenta ser una dificultad para la mejora cultural, pues las culturas pueden quedar determinadas de forma irreparable por el lenguaje en un sentido antisocial. La “corrección” requeriría entonces cambios en el lenguaje previos al cambio cultural en otros ámbitos. Pero también permitiría, quizá, cambios más profundos: podríamos diseñar un lenguaje más prosocial, más propenso al desarrollo intelectual, más facilitador de las gratificaciones afectivas…

  Asímismo, se duda acerca de las diferencias psicológicas innatas entre hombres y mujeres.

Si hay diferencias biológicas entre hombres y mujeres, esas diferencias probablemente son magnificadas por la socialización  (p. 232)

   La evaluación contra el innatismo puede seguir en el resto de ámbitos del comportamiento humano…

     Por su parte, los que sí apoyan el innatismo de las conductas sociales humanas suelen hacer referencia a fenómenos como el que la América precolombina desarrollase muchas instituciones paralelas a las de Eurasia, sin tener conexión cultural alguna con sus civilizaciones. Pero esto no querría decir exactamente que estamos programados para poner en marcha las religiones, el nacionalismo, la escritura, el dinero o el cobro de impuestos.

El ejemplo de la religión ilustra cómo un universal humano puede emerger sin ser innato  (p. 320)

  Es cierto que no se conoce pueblo alguno de cazadores-recolectores –el supuesto “estado de naturaleza” del Homo Sapiens- que no crea en dioses, magos y espíritus… pero hoy contamos con ejemplos sobrados de sociedades donde no se da tan espectacular estructura cultural. ¿Consideraremos “innato” un rasgo de conducta que puede no darse bajo determinadas circunstancias en individuos mentalmente sanos y plenamente integrados en sociedad?

  Pensándolo bien, puede ser una buena noticia el que, en lugar de hallarnos determinados por los instintos, seamos más sensibles a los cambios culturales

Lo que hace nuestra especie tan interesante es que mostramos una sorprendente variación. Somos las únicas criaturas en el planeta que podemos alterar radicalmente nuestros programas biológicos  (p. 4)

Puede incluso ser posible que la cultura instile nuevas emociones que no habríamos sentido si no nos hubiéramos formado en un determinado tiempo y lugar. (p. 241)

  Jesse Prinz nos presenta de forma inteligente el debate "nature or nurture". Para quienes tienen esperanza en un mundo mejor, las posibilidades de mejora cultural ofrecen instrumentos abundantes para la prosocialidad –un mundo armonioso, altruista, cooperativo y económicamente avanzado-, pero habrá siempre una diferencia entre una visión y otra a la hora de alcanzar los fines que más se ambicionan.

    Los marxistas, por ejemplo, creían que la armonía social surgiría “por defecto” una vez fuesen erradicadas determinadas instituciones malignas como la propiedad privada, la religión o la sociedad de clases. El cambio social que promovían, enteramente político –la acción coercitiva organizada destruiría las instituciones antisociales-, era por tanto relativamente simple porque creían en el innatismo del “buen salvaje”.

    En cambio, Sigmund Freud, un pesimista, ya auguró el fracaso de tal utopía: las características innatas de la conducta humana son mucho más complejas y su conflictividad requiere un “ajuste cultural” futuro tal vez no imposible pero, en cualquier caso, de enorme dificultad. Un “ajuste” que, de producirse, probablemente no tomará forma de cambio político…

Lectura de “Beyond Human Nature” en W.W. Norton & Company, 2012; traducción de idea21

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