lunes, 5 de abril de 2021

“Ensayo sobre el don”, 1924. Marcel Mauss

   Marcel Mauss, uno de los más célebres de entre los antropólogos de principios del siglo XX, coincidió con algunos otros renombrados colegas de su época en alertar acerca de una peculiaridad significativa del “pensamiento del hombre primitivo”: el carácter holístico de su visión del mundo que da lugar al concepto de “fenómenos sociales totales”

En (…) [los llamados] “fenómenos sociales totales” (…) se expresa a la vez y de un golpe todo tipo de instítuciones: religiosas, júrídicas y morales —que, al mismo tiempo, son políticas y familiares—; [y] económicas —y éstas suponen formas particulares de la producción y el consumo o, más bien, de la prestación y la distribución (p. 70)

  En el hombre civilizado tenemos un sujeto individual que actúa con respecto al mundo haciendo uso –o eso cree él- del “libre albedrío” desde el cual toma las decisiones pertinentes, lógicas y razonables, en diversos aspectos: económicos, personales, morales, religiosos, científicos, eruditos… No hay pues “fenómeno social total”, sino una actitud subjetiva ante un mundo social en el que pueden observarse diversos aspectos o categorías, supuestamente, de forma objetiva.

   El mundo primitivo no es así. Es a la vez más complicado y más simple. Cada acto, cada individuo, cada consideración del mundo se encuentra en función de la totalidad del sentido de la vida que abarca por igual a individuos, comunidad, materialidad y espíritu. Esto, desde su punto de vista, simplifica las cosas, pues resulta más fácil tomar decisiones.

  En “Ensayo sobre el don” Mauss aborda en particular las transacciones económicas del mundo primitivo.

    Algo que nosotros relegaríamos al ámbito de las “cuestiones prácticas” (aprovisionamiento de medios necesarios para la subsistencia material) los seres humanos precivilizados lo engloban también en el ámbito de los “fenómenos sociales totales”. El intercambio económico es siempre una cuestión social y espiritual.

En el derecho maorí, el vínculo de derecho, vínculo por las cosas, es un vínculo de almas, pues la cosa misma tiene un alma, es alma. De lo que se deriva que regalarle algo a alguien es regalar una parte de uno mismo. (p. 90)

  Porque los primitivos ni “venden” ni “intercambian”, solo “dan”: lo que los civilizados entendemos como “regalar”… pero se trata de “regalos” que generan obligaciones, lo cual no coincide exactamente con nuestra idea del “regalo”. ¿O tal vez ellos son más sinceros en esto?

La prestación total no sólo comporta la obligación de devolver los regalos recibidos, sino que también supone otras dos de igual importancia: la obligación de hacerlos, por un lado, y la obligación de recibirlos, por otro. (p. 91)

Lo que intercambian no son sólo bienes y riquezas, muebles e inmuebles, cosas económicamente útiles. Intercambian, ante todo, cortesías, festines, ritos, colaboración militar, mujeres, niños, danzas, fiestas, ferias en las que el mercado no es más que uno de los momentos y la circulación de las riquezas no es más que uno de los términos de un contrato mucho más general y mucho más permanente. Por último, esas prestaciones y contraprestaciones se realizan de forma más bien voluntaria, a través de presentes o regalos, aunque en el fondo sean rigurosamente obligatorias, a riesgo de desatarse una guerra privada o pública. Proponemos denominar todo esto sistema de prestaciones totales. (p. 75)

En las economías y los derechos anteriores a los nuestros, nunca se observan, por así decirlo, simples intercambios de bienes, riquezas y productos en un comercio llevado a cabo entre individuos. Ante todo, no son los individuos, sino las colectividades las que se comprometen unas con otras, las que intercambian y asumen contratos. (p. 74)

Siempre se sintieron con el derecho soberano de rechazar el contrato: eso es lo que da una apariencia de generosidad a esa circulación de bienes; pero, por otro lado, por lo general no tenían ni derecho ni interés en un rechazo; y esto es lo que a pesar de todo emparienta a esas lejanas sociedades con las nuestras. (p. 243)

El don implica necesariamente la noción de crédito. La evolución no hizo pasar el derecho de la economía del trueque a la venta y ésta del contrato al plazo. Fue sobre la base de un sistema de regalos hechos con devolución a plazo como se han edificado, por un lado, el trueque —por simplificación, por aproximación de tiempos antes separados—, y, por otro lado, la compra y la venta, ésta a plazo y al contado, y también el préstamo. (p. 146)

Una de las ideas centrales del derecho maorí (…) [Consiste en que] lo que obliga en el regalo recibido, intercambiado, es el hecho de que la cosa recibida no es algo inerte. Aunque el donante la abandone, ésta sigue siendo una cosa propia. A través de ella, tiene poder sobre el beneficiario  (p. 88)

   Se señala aproximadamente el momento histórico en el que este estilo de vida comenzó a quedar superado:

La economía individual y del puro interés que nuestras sociedades han conocido al menos en parte (…) fue hallada por las poblaciones semíticas y griegas (p. 247)

Fueron [los griegos y romanos] quienes, mediante una gran revolución verdadera y venerable, superaron toda esa moralidad envejecida y esa economía del don demasiado azarosa, demasiado dispendiosa y demasiado suntuaría, repleta de consideraciones personales, incompatible con el desarrollo del mercado, del comercio y de la producción y, en el fondo, en su tiempo, antieconómica. (p. 203)

  La idea básica actual es que “el negocio es el negocio”, con independencia de las consideraciones personales y sociales. Una idea ciertamente genial, por el estilo de la aceptación del método científico (“lo dicen los datos”) e incluso por el estilo del descubrimiento de algo mucho más aparentemente simple y sin embargo revolucionario: la aceptación del azar, de la casualidad (el hombre primitivo no cree que nada sea “casual”).

  No podemos entender la condición humana sin considerar estos cambios en las mentes a los que ha dado lugar la evolución cultural.

  Y sin embargo, a principios del siglo XX, Mauss considera que este planteamiento “primitivo” contiene valiosas aportaciones sociales aplicables al mundo moderno

Toda nuestra legislación sobre la seguridad social, ese socialismo de Estado que ya existe, está inspirada en el siguiente principio: el trabajador ha dado su vida y su trabajo a la colectividad, por un lado, y a sus patrones, por el otro, y (…) los que se han beneficiado de sus servicios no han saldado su deuda con él mediante el pago del salario, y el propio Estado, representante de la comunidad, debe ofrecerle, junto con sus patrones y su propia participación, cierta seguridad en la vida, contra el desempleo, contra la enfermedad, contra la vejez, contra la muerte. (p. 233)

  Si bien es cierto que el trabajo en la sociedad industrial queda englobado, en los derechos sociales modernos, dentro del curso total de la vida en sociedad, en la vida social moderna –liberal, democrática, ilustrada- se trata, por encima de todo, de consideraciones de individuo a individuo, de una derivación de la idea en la cual es el “semejante” individual, de existencia subjetiva, el objeto de compasión, consideración y amor mutuo. El auténtico humanismo no consiste tanto en que existan obligaciones colectivas, sino en que todo individuo –por serlo, por sentir, por existir- es merecedor de aprecio, estima y atenciones benévolas por parte de cada uno de los otros individuos.

   Marcel Mauss –que era un socialista francés de la época de la revolución bolchevique- comete el grave error de confundir los derechos sociales humanistas con los derechos sociales colectivistas. La realidad es que estos últimos implican –igual que en el “fenómeno social total” de los primitivos- un compromiso intransferible entre la existencia individual y la colectiva… y esto diluye la valoración del individuo y fue, probablemente, lo que permitió los abusos del marxismo del tipo “el fin justifica los medios”. 

  Incluso hoy podríamos estar equivocados al hablar de “derechos y deberes individuales” pues el enfoque humanista que ve al individuo como generador de deberes y perceptor de derechos obvia la intransferible naturaleza subjetiva compleja del individuo en sociedad. 

   El agudo novelista León Tolstoi ya percibió que una visión meramente legal del humanismo deja fuera la mayor parte de la vivencia humana (la preocupación social por el individuo se limitaría “al ámbito de la ley”). Eso no lo hacía, ciertamente el “fenómeno social total” –que no determina derechos y deberes explícitos- pero el problema de su ancestral sistema consiste en que se reduce la existencia individual misma –falta de libertad- en función del interés de la comunidad en abarcar la totalidad de la experiencia: de esa forma el individuo queda plenamente amparado… aunque muy disminuido en su potencial como persona. Y no hace falta hacer uso del referente de las sociedades cazadoras-recolectoras: es perceptible también en el esquema habitual de la vida en pequeños núcleos rurales, donde todo el mundo se conoce: mientras menos te diferencies de los demás, mejor para ti.

    El camino adecuado tal vez sea una concepción psicológica de la existencia individual no mediatizada ni por la formulación política –el Estado que crea la ley y la hace cumplir- ni mucho menos por un retorno del “fenómeno social total” en el que todo el ámbito existencial del individuo queda limitado por una concepción de vida comunitaria común –sin libertad ni aceptación del diferente-. 

   La existencia totalmente subjetiva en comunidad –comunidad como mera suma de individuos-, sin embargo, solo podría alcanzarse desarrollando al máximo la capacitación prosocial de todos y cada uno de los individuos en sociedad: una sociedad de “santos” –individuos prosocialmente capacitados- respetará al máximo la individualidad, anulará el poder coactivo de las normas sociales, incentivará mediante gratificación psicológica la cooperación armoniosa y abrirá paso a todas las posibilidades del juicio racional. Esto implica un cambio psicológico culturalmente asumido: una mejora del comportamiento social del individuo incentivado por gratificaciones de índole afectiva en un marco ideológico desprovisto de agresividad ni irracionalidad. Tal sería la consecuente conclusión del proceso civilizatorio.

  La comprensión del sistema económico primitivo, de la vida social primitiva, nos muestra principios fuertemente arraigados en nuestro comportamiento –instintuales- que siguen vigentes dentro de nosotros. Comprender la diferencia, y las ventajas y las mejoras que implican para el mundo de hoy nos enriquece y nos hace más capaces de diseñar las reformas que necesitamos para un mundo mejor.

Lectura de “Ensayo sobre el don” en Katz Editores 2009; traducción de Julia Bucci

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