viernes, 15 de abril de 2022

“Sociedades guerreras y pacíficas”, 2017. Agner Fog

El presente libro ofrece una nueva y rupturista teoría basada en la teoría evolutiva que explica la extrema variabilidad en organización y cultura sociales [en cuanto a la belicosidad] (p. 1)

  La novedad de la teoría que propone el antropólogo Agner Fog consiste sobre todo en que las culturas belicosas y pacíficas pueden ser detectadas por rasgos que no tienen que ver directamente con la actividad violenta intergrupal.

Las notables diferencias entre sociedades guerreras y pacíficas se reflejan en muchas características de la cultura, incluyendo aspectos que no tienen una relación obvia con la guerra y la paz, tal como preferencias artísticas y moral sexual (p. 2)

  Para empezar, las sociedades guerreras buscan, obviamente, la eficiencia en los conflictos intergrupales y para ello se requiere autoritarismo.

El problema de la acción colectiva puede superarse instalando un líder fuerte que puede recompensar a los guerreros valientes y castigar a los desertores (p. 8)

 Un líder fuerte suele ser también un líder despiadado.

La empatía reducida no es algo enteramente malo (…) capacita al líder para tomar más decisiones racionales que den mayor peso a los intereses colectivos que a los intereses de un solo individuo (p. 17)

  La necesidad de un líder fuerte y valiente conlleva también, como consecuencia, la aparición de la poligamia por evidentes causas evolutivas.

Un gran prestigio da al guerrero valiente acceso a una esposa atractiva y quizá a múltiples esposas. Esto se traduce directamente en adaptación biológica. Los cobardes que no luchan tendrán mala reputación y bajo prestigio. (p. 11)

  Si fuera de otra manera, sucedería que los cobardes, al evitar la lucha, sobrevivirían para dejar más descendencia. La forma de compensar esta desventaja de los valerosos es la poligamia para los que sobrevivan a los azares de la guerra.

Un estudio de ADN reciente muestra evidencia de una variación extrema en éxito reproductivo masculino hace 5.000 o 7.000 años (…) Unos pocos hombres tuvieron muchos hijos, y muchos ninguno (…) Hay evidencia de una ola de poligamia extrema (p. 68)

  El autoritarismo y la preponderancia de líderes “fuertes” dan lugar también a ciertas tendencias culturales que no tienen que ver directamente con el autoritarismo necesario para que un líder dirija un combate exitoso.

Las sociedades belicosas tienden a ser bastante xenófobas e intolerantes ante todo tipo de disidencia, mientras que los grupos pacíficos son muy tolerantes (p. 21)

Las culturas belicosas típicamente tienen impresionantes obras de arte y arquitectura de materiales durables (p. 24)

Los patrones geométricos altamente repetitivos [son] típicos del arte de las [sociedades belicosas] (p. 225)

  Como es de esperar, uno de los primeros condicionantes que llevan a sociedades más pacíficas es un medio social que permita una mayor seguridad física, mientras que la percepción del peligro lleva a dar pasos hacia una sociedad más belicosa... y cuando hablamos de peligro, lógicamente, nos referimos sobre todo al que suponen otros grupos humanos que disputan los escasos recursos: esta visión sobre sociedades belicosas y pacíficas, da por sentado que partimos de una prehistoria de escasez, con la consecuente disputa por los recursos económicos de primera necesidad.

Una creciente cantidad de evidencia indica que podría haber habido una violenta lucha intergrupal a lo largo de toda la prehistoria (p. 29)

  Es decir, los grupos pacíficos son excepcionales en el entorno del “Homo sapiens originario”: la norma es el enfrentamiento por los recursos, lo que convierte a la guerra en un elemento fundamental de la vida social.

Los humanos expresarán una reacción autoritaria en caso de guerra o cualquier otro peligro colectivo percibido que requiera una acción colectiva. Esto incluye el deseo de contar con un líder, disciplina estricta, una fuerte identidad de grupo que enfatice el “nosotros” contra el “ellos”, xenofobia e intolerancia. La estructura social y política de la sociedad tomará formas acordes con estas preferencias. Veremos una organización política jerárquica y un duro castigo a los traidores y disidentes (p. 272)

La importancia cultural de la guerra, la estricta disciplina y la estricta moralidad sexual son definitivamente signos de una cultura belicosa (p. 178)

  Todo esto tiene sentido. Sobre todo si consideramos que también otras bandas de animales sociales compiten contra los de su propia especie por los recursos escasos.

  Ahora bien, el problema aparece cuando consideramos que, con la invención de nuevos sistemas de producción de recursos económicos –agricultura, pero no solo ésta-, la precariedad habría de ser cosa del pasado. ¿Por qué, entonces, siguieron existiendo culturas belicosas, si las causas para la precariedad económica ya han desaparecido? El motivo parece no haber sido otro que el dramático hecho de que la sociedad, incluso ya disponiendo de medios económicos para escapar de la precariedad, mantuvo por inercia los principios culturales propios del pasado de la escasez: la guerra no requiere tanto la existencia de amenazas reales como más bien de la percepción de la inseguridad.

La reacción belicosa a los peligros colectivos no depende del riesgo objetivo sino del percibido. Una percepción exagerada de un peligro menor o improbable puede tener un fuerte efecto en la belicosidad (p. 60)

La respuesta belicosa psicológica está solo parcialmente dirigida hacia una meta que representa un peligro específico. Hasta cierto grado, la respuesta belicosa parece ser una reacción inespecífica de fortalecimiento del intragrupo contra cualquier tipo de peligro (p. 43)

Las predicciones sobre si habrá paz o conflicto no pueden basarse en la presencia de agravios porque los agravios pueden encontrarse (o inventarse) en todas partes (p.107)

   Es decir, las tendencias belicosas están ya arraigadas y ya no requieren de amenazas directas a la seguridad. Así suele darse el caso de que el interés de las élites puede poner en marcha mecanismos que funcionen como amenazas reales a la seguridad.

  La belicosidad implica el desperdicio de recursos humanos y económicos, así como la represión de los deseos individuales de realización personal, de modo que, finalmente, las culturas más desarrolladas serán siempre las menos belicosas. 

Los estudios de los conflictos han encontrado una fuerte conexión entre riqueza, paz y democracia (p. 101)

El arte, arquitectura y música de las culturas pacíficas están menos regidas por reglas y son más individualistas [que las de las culturas belicosas], con aprecio de la fantasía e innovación y un amplio espectro de temas (p. 24)

   Pero en el pasado esas no fueron siempre las culturas que más florecieron. En general han sido las culturas belicosas las que han marcado más la historia, pero un hecho a tener en cuenta es que las culturas evolucionan, y tras el éxito en la guerra puede llegar el cambio a una sociedad más pacífica y evolucionada.

La belicosidad de una cultura puede cambiar bastante dramáticamente en pocas generaciones (p. 267)

   Se hace inevitable considerar que, puesto que el éxito económico es algo relativamente reciente -cuando la productividad del trabajo humano ha alcanzado niveles que en las primeras civilizaciones nadie hubiera podido imaginar-, el análisis acerca de las diferencias entre las culturas belicosas y las no belicosas debe partir originalmente de las culturas primitivas, cuyas circunstancias del entorno son más simples y se asemejan más al entorno que, durante decenas de miles de años dio lugar a nuestro genotipo. En este libro se parte del análisis estadístico de 186 culturas primitivas. 

La teoría de la belicosidad predice efectos tanto a nivel individual como de toda la sociedad. Las predicciones de los efectos a nivel social deberían ser comprobadas preferiblemente sobre distintos grupos socioculturales. (…). Ya que casi todas las culturas contemporáneas están fuertemente influenciadas por la cultura occidental moderna, hemos usado datos etnográficos de culturas no industriales del pasado que estaban menos influenciadas por tendencias globales (p. 230)

  En principio, las bandas de cazadores-recolectores competían por recursos escasos y el belicismo era habitual; pero incluso entre las culturas primitivas que subsisten hoy pueden darse excepciones y no todas son belicosas.

Una revisión de ejemplos publicados de grupos pacíficos de cazadores-recolectores muestra que la mayor parte de estos casos puede explicarse por su aislamiento, pacificación o estar rodeados de culturas con diferente ecología (p. 30)

  Ese podría ser el caso de los famosos Kung del Kalahari, una cultura muy primitiva pero que por diversas circunstancias -sobre todo, el que viven en una zona muy poco poblada- resulta bastante pacífica:

Las predicciones de una cultura [pacífica] están en excelente acuerdo con las observaciones de un bajo nivel de conflicto, un sistema político igualitario, disciplina laxa, religión no autoritaria, bajo grado de identificación de grupo, tolerancia de extranjeros, baja proporción de fertilidad, larga infancia, y arte y música flexibles (p. 202)

   Pero si esas son las excepciones entre las culturas primitivas, la evidencia en general reafirma que las culturas más pacíficas serán siempre  aquellas más evolucionadas socialmente y que, en teoría, la paz no habría de ser excepcional más allá de cierto nivel de desarrollo –económico primero, cultural después-.

Cuando la gente tiene abundancia de recursos de modo que ya no existe preocupación por la seguridad existencial, entonces se dará una prioridad mayor a los valores emancipativos (…) Los valores emancipativos dan a la gente el ímpetu para organizar acciones colectivas contra los tiranos, reemplazar un gobierno autoritario con un gobierno democrático e instituir instituciones cívicas que garanticen la libertad individual. Este modelo explica la creciente democratización durante los últimos siglos (…) La seguridad existencial lleva a la preferencia psicológica por valores emancipativos que a su vez llevan a una estructura política democrática (p. 57)

  Una posible conclusión nos llevaría a aceptar, por encima de todo, la movilidad del carácter belicoso o pacífico de las sociedades, dependiendo este siempre de las condiciones del entorno y de la capacidad de desafiar los prejuicios heredados de etapas anteriores. La belicosidad formaría parte de nuestro estado de naturaleza y el mantenimiento de características culturales de belicosidad sería un primitivismo a combatir.

Lectura de “Warlike and Peaceful Societies” en Open Book Publishers 2017; traducción de idea21

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