martes, 5 de septiembre de 2023

“La navegación de los sentimientos”, 2001. William Reddy

  Lo que el antropólogo cultural William M. Reddy llama "la navegación de los sentimientos" tiene que ver con la evolución ideológica de la valoración emocional a lo largo de los tiempos. Y particularmente con una época determinada.

Se usa aquí “navegación” para referirnos a un conjunto de cambios emocionales, que incluyen cambios de metas a alto nivel. “Navegación” abarca así “control”, que es el uso de efectos emotivos autoinfluyentes en el sentido de un conjunto fijo de metas (p. 122)

  Y en su particular visión, considera que ciertas manifestaciones emocionales llevadas a cabo por los individuos de manera intencional, que llama simplemente “emotivos”, tienen la capacidad de desarrollar los estados emocionales que caracterizan a una cultura determinada. Puede tratarse de una declaración amorosa, una pública repulsa a nivel moral o una profesión de fe: una emoción hecha pública para influenciar a otros y también como autoafirmación de intenciones.

Las afirmaciones acerca de cómo nos sentimos merecen un término especial; yo he propuesto el término “emotivos” (…) El mundo en el que operan los emotivos (…) incluye atención, material de pensamiento activado e interpretación como la tarea fundamental de la atención  (p. 128)

La teoría de los emotivos hace posible un nuevo tipo de explicación histórica. Los efectos diferenciales de los emotivos pueden explicar el éxito de algunos regímenes emocionales, el fracaso de otros y en consecuencia ayudarnos a comprender cómo los órdenes reales del Estado y la sociedad vienen y van (…) Hay mucho en juego en los regímenes emocionales que llegan a gobernar nuestras vidas y nuestro sentido del yo. (p. 315)

  ¿Qué es la emoción? Una definición útil es

La activación de material de pensamiento asociado con las áreas complejas de la coordinación de los fines  (p. 121)

  La aparición de nuevas concepciones emocionales (nuevos pensamientos y nuevos fines) da lugar a nuevas actitudes morales y permite, por tanto, el avance de la civilización al crearse fórmulas prácticas innovadoras para el desarrollo de la confianza y la cooperación, creándose ideologías y también ideologías políticas. De ese modo, descubriríamos que, en contra de la interpretación de ciertas teorías, las emociones no son tan innatas como parecen, estarían vinculadas a la cognición y serían, por tanto, muy manipulables por el entorno cultural.

  Parece haber alguna evidencia científica de esto:

Las personas sin educación de [ciertas] áreas rurales coinciden menos en el significado de expresiones faciales [de otras personas sin educación de otras áreas rurales], lo que sugiere que la exposición a películas o televisión (u otras influencias) puede haber preentrenado a los sujetos urbanos educados a compartir las normas de los experimentadores [de psicología social que investigan la naturaleza de las emociones] (p. 13)

Ningún procedimiento experimental que se haya diseñado sugiere que las emociones son algo enteramente diferente de la cognición (p. 20)

[Algunos] han propuesto una nueva palabra para lo que hacemos cuando pensamos y sentimos: “cogmoción”, un término más capaz que las palabras actualmente en uso para representar “la naturaleza interactiva e inseparable de la emoción y cognición” (p. 15)

La complejidad de las relaciones entre los procesos automáticos e intencionales (…) [llevan a que] se iguale la emoción a un hábito cognitivo sobreaprendido (p. 17)

¿Qué es la cultura, para el individuo, si no un conjunto de hábitos cognitivos sobreaprendidos?  (p. 34)

  Aquí entraría la teoría de los “emotivos” como agentes de cambio cultural en tanto que implican no solo reacciones anímicas, sino también contenidos, invenciones culturales que, siendo consecuencia del entorno, también pueden manipular este.

[Los emotivos son] un tipo de acto de locución diferente de las expresiones performativas y constatativas, las cuales describen (…) y [promueven ] cambios en el mundo, porque la expresión emocional tiene un efecto exploratorio y autocambiante en el material de pensamiento de la emoción activada  (p. 128)

   Habría tres tipos de expresiones emocionales: emotivas, performativas y constatativas. La performativa es para realizar acciones y la constatativa supone una descripción, mientras que, por su parte, la expresión emotiva tiene la capacidad de alterar intencionadamente al que la expresa y al que la oye –por ejemplo, un juramento-.

Las comunidades buscan sistemáticamente entrenar las emociones, idealizar algunas, condenar otras. Las emociones son sometidas a juicios normativos y aquellas que alcanzan ideales emocionales son admiradas y se les concede autoridad. Esta evidencia ofrece una fuerte confirmación de la teoría de los emotivos. El poder modelador de los emotivos es tan significativo que ninguna comunidad humana puede permitirse ignorarlo. Los emotivos son en consecuencia del mayor significado político. Para comprender cómo las comunidades tienden a modelar el control emocional de sus miembros, propongo una serie de conceptos [como] libertad emocional, sufrimiento emocional, esfuerzo emocional, conflicto de metas inducido, régimen emocional y refugio emocional (p. 323)

  Recordemos la capacidad para el cambio cultural de las religiones, que algunos consideran una “educación de las emociones”.

   Tal azaroso movimiento lleva a ocasionales conflictos políticos y este libro se fija en particular en los de la Revolución francesa, el Terror y las consecuencias que estos impresionantes acontecimientos tuvieron para el fructífero siglo XIX que continuó. Sin duda es a lo largo del siglo XVIII, en ámbitos en principio muy ajenos a la confrontación política, cuando se consolida una nueva concepción emotiva. Ya en 1800, una extraordinaria observadora, como fue Madame de Stael, detecta cómo influye en el cambio de costumbres la en apariencia trivial experiencia literaria de los lectores de novelas de alto contenido emocional.

Germaine de Stael (…) [escribió que] las palabras e ideas enriquecían y educaban los sentimientos. Su “Sobre la literatura en su relación con las instituciones sociales” (1800) era una verdadera historia de las emociones en Europa. Tal como ella concebía la gran narrativa, primero el Cristianismo y después el espíritu de los pueblos del Norte habían reformado el errado estoicismo de los antiguos. Finalmente, la moderna novela había llegado a transformar el más alto sentimiento del hombre, que era la amistad, en amor entre un hombre y una mujer (p. 144)

  Novelas, prédicas religiosas intimistas (las más próximas al cristianismo reformado), filósofos pragmáticos como Descartes y Locke, los textos utópicos de More, Bacon o Campanella, el nacimiento de las ciencias… y la amarga reflexión sobre las terribles guerras de religión del pasado reciente (la de los Treinta años…) van desarrollando nuevos ámbitos emocionales de la experiencia individual que poco a poco encuentran expresión colectiva.

Los emotivos y la emoción interactúan de una forma dinámica. Proporciono evidencia para sugerir que este aspecto de los emotivos es universal y desarrolla un marco de pensamiento acorde con ella. Intento mostrar cómo esta pequeña concesión al universalismo es suficiente para fundamentar tanto la explicación histórica como una defensa de la libertad humana (p. xii)

Los liberales [de principios del siglo XIX] (…) insistían en las más altas motivaciones derivadas de los principios universales de razón, justicia y belleza. Sin embargo, solo los socialistas estaban preparados para reconocer el sucio secreto del nuevo orden. Para ellos era obvio que el funcionamiento práctico del orden civil creado por la Revolución y sistematizado en los códigos legales, asumía que el autointerés prevalecía y debía prevalecer en los asuntos cotidianos de la vida. La sociedad estaba siendo regida como si una visión mecánica de la naturaleza humana fuera correcta. Solo los socialistas estaban preparados para ofrecer alternativas prácticas. La fuerza de su reconocimiento era suficiente para impulsarlos a una extraordinaria visibilidad e influencia a pesar de sus con frecuencia incoherentes e incluso ilusorios excesos. Tras el final de la monarquía de julio, las cabezas más frías –incluyendo a Blanc, Proudhon y también a Marx y Engels-, desarrollarían un juicio de lo políticamente posible que ayudó a convertir el socialismo en la fuerza dominante que quedó al final del siglo. Pero con ello pagaron un caro precio. El socialismo posterior con frecuencia desdeñaba la especulación sobre la naturaleza humana y la motivación humana a favor de una apreciación cínica del poder político. Sin embargo, incluso sus sueños más realistas estaban condenados si no tenían con que llenar el espacio conceptual que la desaparición del sentimentalismo había dejado vacante (p. 240)

  Dentro del mundo de las ciencias, dentro del materialismo, la emoción humana es una magnitud más. En el siglo XIX serán quienes manipulen las emociones los que tengan más éxito en influir la sociedad en su conjunto, con sus cambios culturales y políticos.

   La transformación de la civilización es una transformación psicológica que halla su expresión más evidente en la interpretación cultural de las emociones.  Al cabo, nos encontramos con la explosión emotiva de una nueva realidad política: la ideología democrática y revolucionaria, que contendrá su propia evolución emotiva.

Al final del siglo XVIII, la razón y la emoción no se veían como fuerzas opuestas; [esto cambió] a principios del siglo XIX  (p. 216)

La Ley de Sospechosos del 17 septiembre de 1793, designaba para ser arrestado a “aquellos que, bien por su conducta o por sus relaciones, por sus palabras o escritos, se han mostrado partidarios de la tiranía o enemigos de la libertad” (…) Esta ley (…) era una ley sobre sentimientos (p. 195)

Los tribunales revolucionarios enviaban a los sospechosos a la guillotina en base a desdenes o manierismos, elección de ropas o vocabulario, así como ser aristócrata o ser un antiguo sacerdote, como si conocer los verdaderos sentimientos fuese fácil, como si no hubiese una oscuridad privada en la que no pudiesen mirar. Los tribunales posrrevolucionarios [en cambio] solo penetraban ocasionalmente y con dificultad en el lugar donde residían los verdaderos sentimientos, tras una prolongada y difícil deliberación (p. 291)

  No se trata tanto de que los revolucionarios franceses hubieran sido precursores de la orwelliana "policía del pensamiento", sino de que, procedentes del mundo de la fe (las guerras de religión anteriores a las guerras por ideologías políticas), los hábitos de concepción de la conciencia religiosa persistían en quienes tomaron la religión de las emociones políticas (cosas semejantes se verían más adelante, por ejemplo, en el maoísmo).

   Tras el desastre del Terror, la visión de las emociones, pues, cambió. Se consideró que emociones y razón eran incompatibles y que la racionalidad no podía seguir el curso de las emociones (aunque sí podía utilizarlas). Esto, que nos parece natural, no lo es tanto si hemos partido primero de identificar la naturaleza humana como básicamente emocional. En el siglo XVIII se podía creer que lo racional era seguir las emociones humanas pues éstas suponían la esencia misma de la humanidad.

Un estudio de las cartas de amor al final del siglo XVIII revela un ideal de amor que tiene un núcleo de rasgos estables: el amado se sitúa por encima del yo [y existen] fidelidad, igualdad entre los amantes, reciprocidad de dar y recibir, y exclusividad. (…) Hacia el siglo XIX, el amor es reconcebido, no como una pasión peligrosa y desviada, sino como un sentimiento natural que modela su propia moralidad. Las mujeres ya no superan su inherente debilidad para alcanzar el amor, sino que en lugar de eso muestran su verdadera naturaleza al amar. El amor ya no es visto como peligroso para el matrimonio, sino que es el fundamento propio del matrimonio. El matrimonio afectivo era uno de aquellos refugios emocionales del siglo XIX (donde antes el matrimonio había sido concebido como una alianza familiar y los conyugues vinculados por el honor y la obligación contractual) (p. 275)

  Al menos, el reconocer las emociones más amables como un bien privado que merece cultivarse nos aporta una esperanza. El análisis de esta expresión emocional a nivel social nos permitiría ayudar a mejorar la sociedad, cambiando nuestra concepción de las relaciones humanas, transformando el “ethos”.

Como los hábitos cognitivos, las emociones son tan maleables como cualquier otra dimensión de la vida comunitaria que implica símbolos y proposiciones, tales como religión, cosmología, parentesco, principio moral o ideología política (p. 55)

Debido a los efectos impredecibles de los emotivos, es mejor pensar en ellos como que permiten un tipo de navegación, pero ese especial tipo de navegación en el cual los cambios de rumbo pueden alterar las cartas; esa especial clase de navegación en la cual el puerto que buscamos puede, como resultado, cambiar su posición. (p. 323)

  Navegar las emociones, ¿es llegar con ellas a buen puerto? Desde luego, es muy diferente vivir sometido a las emociones a conocer su existencia y ponderar nuestra capacidad para asumirlas e incluso controlarlas. 

Lectura de “The Navigation of Feeling” en Cambridge University Press 2004; traducción de idea21

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