viernes, 5 de julio de 2024

“La senda de Aristóteles”, 2018. Edith Hall

   La profesora de clásicas doctora Edith Hall nos sugiere hacer uso práctico de la perspectiva ética defendida por Aristóteles hace más de dos mil años. No es tan disparatado: Aristóteles, a diferencia del idealista Platón, promovía que los individuos desarrollasen una vida social feliz bien integrada en las clases altas.

La diferencia más importante entre Aristóteles y Platón, su maestro, [se encuentra en que este último] opinaba que los humanos tenían que encontrar las respuestas a los problemas de la existencia en un mundo invisible de ideas intangibles o «formas» esenciales más allá del mundo material que eran capaces de ver. Aristóteles, en cambio, se centró en los emocionantes fenómenos del aquí y ahora, del mundo perceptible  (p. 14)

  Además, en la Antigüedad, al idealismo platónico y el materialismo aristotélico, sucedió una doctrina ética diferente que sería particularmente exitosa, el estoicismo.

El estoicismo de Marco Aurelio, Séneca y Epicteto, (…) es una escuela que no alienta la misma joie de vivre que la ética de Aristóteles. Antes bien, es una tendencia pesimista y sombría que requiere eliminar las emociones y los apetitos físicos, que recomienda la aceptación resignada de los infortunios más que el compromiso activo y práctico con los asuntos fascinantes y complejos de la vida cotidiana y la resolución de problemas. El estoicismo no deja espacio suficiente para la esperanza, la acción o la intolerancia al sufrimiento, y se opone al placer por el placer (p.17)

  Está claro que el aristotelismo ético resulta más atrayente para el ciudadano occidental de hoy que el idealismo platónico o estoico, pero, con todo, en la perspectiva de Aristóteles hay algo más que un pragmatismo que hoy llamaríamos “burgués”. 

Queremos ser felices y parecemos creer que la felicidad es algo más que una serie de experiencias agradables. (p. 11)

  Y es que el aristotelismo nos ha transmitido un par de buenas ideas que aún gozan de gran popularidad.

La ética aristotélica abarca todo lo que los pensadores modernos asocian con la felicidad subjetiva: realización personal, búsqueda lograda de «un significado» o «un sentido» y el «fluir» del compromiso---creativo con la vida (o «emoción positiva»).  (p. 8)

Aristóteles (…)  pensaba que la felicidad era un estado psíquico, una sensación de plenitud y satisfacción con nuestra conducta, con nuestras interacciones y con el rumbo que imprimimos a nuestra vida. La felicidad implica cierto elemento de actividad y fijación de objetivos. (p. 11)

Para el Estagirita, el trabajo y la recuperación posterior a la jornada laboral nunca son fines en sí mismos, sino únicamente el medio para practicar, en el tiempo libre, más actividades que contribuyan a realizar plenamente nuestro potencial y alcanzar la felicidad.  (p. 190)

  O sea, cumplir nuestro potencial ("realización personal"), sentirnos “plenos” y disfrutar de nuestro “tiempo libre” (bien diferenciado de la maldición de la vida laboral).

  Por otra parte, Aristóteles, materialista, poco o nada interesado en el mundo sobrenatural de los dioses, estableció lúcidamente una concepción de lo que tendría que ser la divinidad. Elaboró pruebas de la existencia de Dios –un “Dios” que no tenía por qué estar interesado en el destino de los seres humanos, lo cual no carece de lógica- y definió lo que tendría que ser la existencia intelectiva en una dimensión sobrehumana… derivada de la misma naturaleza humana más allá de los efímeros condicionamientos sociales.

Aristóteles sugiere que la vida más autosuficiente es la pura contemplación filosófica, que no requiere la intervención de nadie (p. 39)

  E incluso sobre las cuestiones sociales, que iban surgiendo ya en esta época, se pronunció con lógica… aunque sin el menor apasionamiento ni compromiso personal.

Al socialista aristotélico le complacerá ver que nuestro filósofo condena la pobreza extrema por considerarla causa de la guerra y los crímenes, y que se toma seriamente la visión radical de un contemporáneo llamado Faleas de Calcedonia, defensor de la abolición de las desigualdades, que veía la causa de los conflictos civiles en la desigualdad constatable en el ámbito de la propiedad. (p. 176)

  Probablemente, Aristóteles fue el más “moderno” de los grandes filósofos griegos y por eso se explica que la señora Hall considere que hoy podemos tomarlo como guía moral.

  Sin embargo, se podrá objetar que el convencionalismo de sus contenidos no está a la altura de la ética cristiana posterior que acabaría conquistando el mundo grecolatino… Hoy no consideraríamos que el haber experimentado la necesidad nos incapacita para la generosidad, ni que la venganza es legítima, ni que la amistad es conveniente por su utilidad. En Aristóteles encontramos muchas cosillas así, sin menoscabo de que, junto a la idea de la amistad conveniente, también señale el valor de la amistad profunda, algo mucho más significativo.

«La mayor parte de las diferencias entre amigos tienen lugar cuando no son amigos de la manera que creen serlo.» La (…) amistad, que es, con mucho, la de mejor calidad, es el amor mutuo que se da entre miembros de familias felices y entre personas sin lazos de parentesco entre sí que se esfuerzan por trabar una amistad profunda. «Consideramos que el amigo es uno de los mayores bienes, y que la carencia de amistades y la soledad es lo más terrible" (p. 162)

  En cierto modo, esto nos retrotrae a la idea aristotélica de la divinidad: no estando interesado especialmente en lo divino –pues lo veía necesariamente alejado de lo humano-, definía correctamente el Absoluto como intelección contemplativa y autosuficiente –es la visión que tomará Dante para su Cielo en “La Divina Comedia”-; tampoco parece que vea la amistad fuera del pragmatismo de las relaciones sociales –conviene tener amigos-, pero ve claramente que la amistad puede suponer una virtud y una meta por sí misma. Y esto es diferente a la felicidad por la realización del potencial, diferencia a la que Aristóteles parece que no dio gran importancia.

   Pero lo que es más destacable de la ética aristotélica es su consideración de “ética de la virtud”. En esto, no por el contenido, sino por la sistematización, nadie lo ha superado.

[Aristóteles] pensaba que si nos entrenamos para ser buenos, si ejercitamos las virtudes y controlamos los vicios, descubriremos que el estado de ánimo feliz acostumbra a surgir cuando hacemos lo correcto. Si empezamos a sonreír deliberadamente de una manera cordial cada vez que se nos acerca nuestro hijo, comenzaremos a hacerlo de un modo inconsciente. Algunos filósofos se cuestionan si una vida virtuosa es más deseable que su contrario, pero últimamente la «ética de la virtud» se ha rehabilitado en los círculos filosóficos y se ha aceptado como beneficiosa. (p. 12)

  Nos encontramos con una auténtica psicología de la vida social. Es cierto que no contamos en la ética de la virtud con las fijaciones inamovibles de contenido del idealismo kantiano ni con la sistematización contable del consecuencialismo –o utilitarismo- pero todo se centra en algo mucho más real y valioso: el camino ético es una práctica psicológica consciente para adaptarnos -cultivar conscientemente nuestro inconsciente- a un entorno cultural predeterminado que fija sus correspondientes contenidos. Nos comprometemos a un aprendizaje emocional haciendo uso de todas las estrategias morales que nuestra cultura nos ofrece.

  A diferencia de lo que hace la señora Hall, que se toma al pie de la letra el estilo de vida materialista de Aristóteles –ciertamente en buena parte equiparable al de la sociedad convencional de hoy-, lo valioso es fijarnos en la correspondencia psicológica entre el comportamiento humano y la cultura social. Formalmente, no hay un modelo ético particular, sino una comprensión práctica del hecho social humano. Practicar la virtud no es tanto seguir unos mandatos, decálogos o doctrinas, sino asumir un rol, un carácter moral, emocionalmente expresado, dentro de un marco cultural determinado. 

Las «virtudes», o «caminos hacia la felicidad», son, más que rasgos de carácter, hábitos que pueden aprenderse con la práctica. Tras reiterados ejercicios, arraigan como nuestros reflejos inconscientes cuando conducimos, y hasta tal punto que, de hecho, pueden parecer (al menos a los demás) una cualidad permanente (hexis) de nuestro carácter. (p.106)

  El ideal ético de Aristóteles en particular –contenido de criterios de elección moral- es el propio de su época. Aristóteles, intelectual académico equiparable a un prestigioso catedrático de la actualidad, defiende una felicidad apacible en cuya consecución hemos de tener en cuenta, por supuesto, el éxito social. Ahora bien, también se nos ofrece alguna indicación de los contenidos éticos más elevados, pues la idea de "virtud", así como la idea de "amistad", implican una armonía permanente que en teoría va mucho más allá de la vida apacible de los hombres de una clase social determinada en un entorno social determinado. Aunque no es eso lo que parece a primera vista.

Decidirse a buscar la felicidad viviendo bien significa practicar la «ética de la virtud» o, para decirlo más sencillamente, «hacer lo correcto». Del mismo modo, las virtudes de Aristóteles se traducen en sustantivos solemnes, como «justicia», lo que en realidad solo significa tratar a los demás bien y justamente. La ética de la virtud siempre ha atraído a humanistas, agnósticos, ateos y escépticos precisamente porque ofrece a los que quieren una vida feliz, decente y constructiva una manera reflexiva de conseguirla. La ética de la virtud ayuda a acercarse a las decisiones, a la moral y a las «grandes preguntas» acerca de la vida y la muerte confiando en nuestro propio juicio y en la capacidad de cuidarnos a nosotros mismos, a nuestros amigos y a las personas que dependen de nosotros. (p. 36)

  No es exacto decir que La ética de la virtud ayuda a acercarse a las decisiones, a la moral y a las «grandes preguntas» acerca de la vida y la muerte confiando en nuestro propio juicio  porque nuestro propio juicio no tiene por qué contar con mayor valor que el juicio de cualquier otro. Lo que la ética de la virtud nos enseña es cómo valorar un comportamiento ético en base a una concepción cultural determinada –por el entorno social, no por nuestro propio juicio-. Y tampoco es relativismo cultural –era ético ser caníbal en el Tenochtitlán de los mexicas- sino sistematización psicológica del hecho moral: la virtud fomenta la armonía y a la virtud llegamos por un condicionamiento psicológico que podemos elaborar culturalmente (practicando la vida intelectual, profesando una religión humanitaria, accediendo a la educación...). No cabe relativismo porque la virtud puede ser mejor o peor según garantice mayor o menor convivencia entre los seres humanos. La virtud dentro de una banda de delincuentes es “peor” que la virtud dentro de una comunidad de santos porque la comunidad de santos es mucho más estable y menos conflictiva. La virtud de Aristóteles era la propia de su época y clase social, pero el mismo sabio griego hubiera convenido en que era posible encontrar fórmulas más adecuadas a la misma naturaleza de “virtud” en tanto que criterio moral que más nos aproxime a la armonía. Tengamos en cuenta cómo reconocía el ideal de la “amistad profunda” –pese a promover una amistad utilitaria- y cómo definía la divinidad –pese a considerarla alejada de la vida humana de cada día-. La práctica psicológica -hexis- puede cultivar una virtud mediocre -el justo medio- tanto como, con mayor desarrollo, puede cultivar también una virtud más elevada.

  Puesto que existe una evolución de la civilización que corresponde a una evolución moral –básicamente, controlar y a ser posible erradicar la agresión entre humanos y fomentar su cooperación-, la “ética de la virtud” no puede ser otra cosa que desarrollar la capacidad del individuo para integrar su actuación en el marco de ese ideal de perfecta armonía humanista. A Aristóteles quizá le hubiese parecido un imposible desde el punto de vista practico, pero no hubiera negado la lógica de ello. 

Lectura de “La senda de Aristóteles” en Editorial Anagrama en formato digital 2022; traducción de Daniel Najmías

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