viernes, 5 de febrero de 2021

“Menos que humanos“, 2011. David Livingstone Smith

   La experiencia histórica, incluida la más reciente, nos señala que desarrollar una teoría acerca del proceso de “deshumanización” de unos seres humanos por otros supone una urgencia. Todos conocemos las atrocidades desatadas tras que los nazis considerasen a los judíos como ratas portadoras de gérmenes, o los extremistas hutus ruandeses a los tutsis como cucarachas…

Necesitamos hacer uso de la ciencia para que esclarezca aquellos aspectos de la naturaleza humana que sostienen el impulso de deshumanización. (…) El estudio de la deshumanización requiere prioridad. (Capítulo 9)

  El filósofo David Livingstone Smith define la deshumanización como

La creencia de que algunos seres solo aparentan ser humanos, pero que debajo de la superficie, donde realmente importa, no son humanos en absoluto (Prefacio)

Los miembros de una raza se imaginan que poseen una esencia común, una esencia que es única a ellos y que los convierte en la clase de personas que son (Capítulo 6)

   El desprecio racista a determinados colectivos humanos parte del mero principio de que se les considera dañinos en tanto que no son como nosotros. Quienes sostienen estos puntos de vista no tienen ninguna duda de la existencia de diferencias insuperables.

Es fácil imaginar que un ser puede parecer humano sin ser humano. La noción de la posesión demoniaca es un ejemplo evocativo (Capítulo 3)

[La] pseudoespeciación [es] la reducción de las sociedades extranjeras al estatus de especies inferiores, no del todo humanas (Capítulo 2)

  Y tal creencia no surge porque sí, sino que apunta a un siniestro objetivo:

Actúa como un lubricante psicológico, disolviendo nuestras inhibiciones e inflamando nuestras pasiones destructivas. Nos empodera para llevar a cabo actos que, bajo otras circunstancias, serían impensables (Capítulo 1)

   En los conflictos étnicos las diferencias apreciables entre personas a primera vista suelen tener poca importancia: es el discurso deshumanizador el que predomina sobre cualquier apariencia. En alguna ocasión los colectivos señalados como objeto de maltrato pueden conservar la vida porque son útiles para el trabajo (como esclavos o sirvientes), aunque en este caso no se hace nunca la equivalencia con los animales domésticos, ya que, al fin y al cabo, en nuestras culturas los animales domésticos suelen recibir bastante afecto. Ningún esclavista ha considerado jamás que “el esclavo es el mejor amigo del hombre”, y los casos de esclavismo “paternalista” son poco creíbles. De ahí que la deshumanización sea sobre todo un fenómeno cuyo fin es la agresión.

Los seres humanos necesitan hallar formas de superar las inhibiciones biológicas contra la agresión letal. Deshumanizar al enemigo es un medio para hacer esto (Capítulo 2)

  Estos fenómenos se han dado con tanta frecuencia a lo largo de la historia que de ello se concluye que ha de darse una raíz psicológica innata para la deshumanización. Es decir, se trataría de una adaptación biológica que existe en el genotipo a partir de una función hereditaria originada para un fin diferente. El racismo (o el supremacismo o el nacionalismo) no son, por fortuna, necesarios en absoluto para la vida social –más bien suponen un estorbo antisocial- pero la predisposición para que lleguen a manifestarse está siempre presente. Y esto se debe a ciertas capacidades innatas. 

Rasgos psicológicos que son condiciones necesarias para la deshumanización: 

1- un módulo de biología innata de ámbito específico que es responsable de parcelar el mundo biológico en especies naturales y hacer inferencias sobre ellas.

2- un módulo de sociología innata de ámbito específico responsable de parcelar el mundo social en especies naturales (etnorrazas) y hacer inferencias sobre ellas.

3- una capacidad de ámbito general para el pensamiento de segundo orden que hace posible reflexionar sobre los propios estados mentales. 

4- una teoría intuitiva sobre esencias que se usa para explicar porqué existen clases en la naturaleza.  

5- una teoría intuitiva de jerarquías naturales (una gran cadena del ser) para ordenar el mundo natural. (Capítulo 8)

  Estos “módulos” son, según la psicología evolutiva, adaptaciones innatas de actuación humana para ciertos comportamientos específicos. Los “módulos” de comportamiento innato se dan en muchos animales superiores, como la presa que construye el castor, y, en el caso humano contamos, cuando menos, con el “efecto Westermarck” para evitar el incesto, el temor a las serpientes o incluso nuestra tendencia a la superstición en general (creencia en seres sobrenaturales)

  Experimentos con niños pequeños hacen sospechar que existe algo parecido a un “instinto racial”. Por ejemplo, se muestran imágenes de adultos y niños en actitudes que sugieren parentesco, pero rasgos circunstanciales como el tamaño del cuerpo o la ropa son desdeñados cuando entra en juego el color de la piel. 

Las respuestas de los niños mostraban que creían que las características raciales es más probable que se hereden y que permanezcan constantes a lo largo de la vida de una persona que su profesión [hecha evidente por el uniforme que usan] o su corpulencia (Capítulo 6)

   ¿Saben los niños intuitivamente que no es de esperar una relación de parentesco entre dos figuras solo por el tamaño del cuerpo o porque lleven un uniforme de enfermera o de policía, pero sí por el color de la piel?

  Nuestra tendencia a identificar “esencias” y parcelar el mundo social en especies naturales, habría tenido un origen perfectamente inocuo: en una especie cazadora-recolectora identificar correctamente los seres vivos es una ventaja

Daños en el lóbulo temporal izquierdo del cerebro pueden incapacitar a una persona para reconocer tipos biológicos, pero no tienen efecto en su capacidad para reconocer artefactos, sugiriendo que hay un módulo cognitivo para el pensamiento biológico espontáneo (Capítulo 6)

    Y si la capacidad para diferenciar entre tipos biológicos es innata, está “cableada” en nuestros cerebros, esta tendencia estaría fácilmente disponible para otros usos, incluido el de la deshumanización…

La forma del pensamiento etnorracial es innata, mientras que su contenido se determina por creencias culturales e ideologías (Capítulo 6)

  Las “etnorrazas” son una construcción social recurrente que surgiría a partir de esta capacidad de distinguir entre grupos de seres vivos, según cuenten con una u otra “esencia”. Todo parte de percibir marcadores de diferencias entre grupos humanos de forma similar a como se hace entre seres vivos (objetivos de caza o prevención de animales peligrosos). Es probable que en un principio los grupos humanos no contactarían con mucha gente de lugares lejanos, pero la tendencia a diferenciar entre animales siempre habría estado disponible para su utilización con fines sociales (o más bien antisociales). Por encima de todo, se persigue proteger al grupo de los extraños y la identificación de marcadores de diferencia podría ser muy variada, de ahí que lo “étnico” y lo “racial” se fundan en un solo tipo de impulso de diferenciación y de rechazo. 

  Una “etnia” no es necesariamente una distinción por marcadores que indican antepasados que son comunes. Una “etnia” puede discriminarse por cualquier marcador: la profesión heredada de los padres (como las castas de la India), la religión, la lengua…

La noción de raza, tal como funciona realmente en la cognición y discurso humanos, es a veces indistinguible de las nociones de etnicidad, nacionalidad e incluso afiliación religiosa o política. Las poblaciones son con frecuencia concebidas como razas incluso si no están etiquetadas como tales, porque la raza no es primariamente aquello en base a lo cual se califica a la persona –es acerca de lo que se piensa que es (incluyendo, por supuesto, lo que la persona piensa que es). Para evitar confusión, llamaré a esto “etnorrazas” (Capítulo 6)

  A partir de ahí se dispara el sesgo endogrupal: la separación de la humanidad en grupos de “ellos” y “nosotros”. Estamos predispuestos al odio por grupos, y la deshumanización es una de sus manifestaciones más claras. El racismo es una manifestación más de este fenómeno.

El concepto de raza es el lugar en el que convergen las dimensiones de deshumanización psicológica, cultural y finalmente biológicas (Capítulo 6)

  De todas las formas de discriminación el racismo es la más efectiva, y toda discriminación siempre tenderá a preferir ese marcador “biológico” que apunta a una diferencia irreversible. En este libro se recuerda cómo los españoles del siglo XVI lograron, a pesar de su fe católica –el catolicismo es una religión cuya doctrina especifica que el bautismo nos hace a todos iguales ante Dios- desarrollar el concepto innovador de “pureza de sangre” –“Yo soy un hombre,/  aunque de villana casta,/  limpio de sangre, y jamás/ de hebrea o mora manchada.”, decía el “Peribáñez” de Lope de Vega-.

  Para luchar contra este fenómeno normalmente lo que se recomienda es “educación”, ya que la deshumanización es una irracionalidad con consecuencias antisociales, como pueden serlo las supersticiones religiosas o el mantenimiento de la desigualdad económica.

Esta tendencia puede ser resistida o contraactuada con educación, pero es un patrón de pensamiento al cual todos tendemos a deslizarnos, incluso cuando lo sabemos (Capítulo 6)

  Y sin embargo, el autor se queda corto. Ni por un momento menciona el nacionalismo, el orgullo por el propio país que se inculca en los niños –cuando menos- en los centros educativos. Resulta necio suponer que podemos desarrollar un orgullo por los logros “de nuestro pueblo” sin que eso implique –se diga de forma expresa o no- un inevitable desprecio por los extraños que carecen de tales méritos y que, en tanto que extranjeros, no pueden ser como nosotros. Si ser “como nosotros” es importante… el no serlo también lo será.

  A pesar de que hoy se han levantado algunas voces a favor de la erradicación de las creencias teístas y de todas las supersticiones en general –es cierto que astrólogos y adivinos aún hoy son considerados honorables profesionales-, hasta el momento nadie está actuando contra el nacionalismo que es el mayor responsable de la violencia entre grupos. El establecimiento de marcadores identitarios para colectivos siempre deja la puerta abierta al fenómeno terrible de la deshumanización y a otros abusos no mucho menos graves. ¿Cómo va a ser efectiva la educación frente a tales fenómenos irracionales –deshumanización, supremacismo- si se los está fomentando al mismo tiempo –nacionalismo, patriotismo-?

  El “internacionalismo”, el “diferentes pero iguales” no son más que grotescas confusiones organizadas para beneficio, al fin y al cabo, de los intereses políticos en el peor sentido de la expresión. 

  Para los demagogos, nada es más fácil que incitar a grandes colectivos a la lucha política en torno a principios etnorraciales bajo diversos disfraces. Este terrible peligro lo evidencia el establecimiento por la comunidad internacional (declaración de Naciones Unidas de 1970) de una drástica limitación al “derecho de autodeterminación de los pueblos”. El “derecho a la autodeterminación” surgió en principio para negar los abusos supremacistas sobre las naciones con estatus colonial, pero si el “derecho a la autodeterminación” estuviese generalmente reconocido para cualquier “pueblo” que a través de sus representantes políticos lo solicitase, entonces la comunidad internacional estaría dando su bendición a todos los demagogos que, organizados como clase política, tendrían así una oportunidad de movilizar a las masas accionando los disparadores etnorraciales -¡somos diferentes!, ¡no podemos vivir juntos!- que pueden perfectamente llevar a los extremos de la deshumanización o, en todo caso, a propagar la desconfianza, el odio y el enfrentamiento.

   Un “derecho de autodeterminación de los pueblos” para todos en nombre de una irreflexiva defensa de los principios democráticos no sería algo menos catastrófico que un “papeles para todos” que permitiera la libre circulación de personas inmigrantes por todo el mundo sin restricción, o una legalización total de las drogas –opiáceos, alucinógenos y estimulantes de venta libre a precios de mercado… tal como ya sucede con el tabaco y el alcohol. Nuestra incapacidad actual para afrontar nuestra propia libertad debe hacernos reflexionar acerca de los peligros de nuestro inconsciente a nivel social.

   Criticar los excesos nunca será suficiente si no erradicamos primero la base de la actuación diferenciadora. Ir contra el nacionalismo exige una valentía mayor que ir contra el teísmo y lleva inevitablemente a propugnar una alternativa social no convencional, lo que, en el caso de las “etnorrazas”, inevitablemente también activaría fuertes resistencias pues pocas tendencias antisociales humanas están más vinculadas a los intereses de la élite política que el nacionalismo.

  La limitación demostrada en el bienintencionado trabajo de Smith es un ejemplo más de las limitaciones en general de un enfoque convencional en la crítica de la antisocialidad.

Lectura de “Less Than Human” en St. Martin´s Press, 2011; traducción de idea21

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