viernes, 15 de enero de 2021

“Sociedades enfermas”, 1992. Robert B. Edgerton

Se reaccionaría probablemente con escepticismo a la aserción de que no hay base científica para evaluar una práctica de otra sociedad como genocidio, tortura judicial o sacrificio humano, por ejemplo, excepto si la gente de esa sociedad evalúa así tales prácticas. Sin embargo, eso es exactamente lo que asegura el principio del relativismo cultural (capítulo 1)

  El libro del antropólogo Robert B. Edgerton pone en cuestión el muy extendido “relativismo cultural”. 

  “Relativismo cultural” implica que no podemos juzgar a otras culturas desde nuestro punto de vista y que toda cultura debe ser preservada como igualmente valiosa por muy chocantes que algunas de sus características resulten a quienes son de otras culturas. “Respeto” a todas las culturas desde la diversidad que es enriquecedora para el conjunto de la Humanidad. Son principios incluso políticamente aceptados en el contexto de la comunidad internacional, pero…

   ¿Iguales pero diferentes? ¿Respetar todas las culturas? Hoy en día, en pleno siglo XXI, no hay duda de que existen culturas en las que se encuentran fuertemente arraigadas costumbres como los matrimonios concertados –compra de esposas incluida-, la mutilación genital femenina o los castigos corporales. Sin duda tales prácticas se originaron con la aprobación de la cultura de sus pueblos y debió de ser así porque se consideraba que eran beneficiosas para la comunidad. Pero nuestros conocimientos actuales nos indican que ese tipo de sociedades son incapaces de competir eficientemente contra aquellas otras que las rechazan en base a criterios racionales y humanistas, y, por tanto, se puede decir que estas sociedades están “mal adaptadas”. No podemos olvidar que la competencia entre grupos e individuos es la que determina la evolución de las fórmulas sociales cada vez más eficientes…

La mala adaptación es común entre las sociedades del mundo y, lo que es más, es inevitable (Capítulo 2)

Se considerará mal adaptada una población que mantiene creencias o prácticas que desequilibran seriamente la salud física o mental de sus miembros, y/o que no pueden adecuadamente cubrir sus propias necesidades o mantener su sistema cultural y social. (Capítulo 2)

  El relativismo cultural va unido, asimismo, a una moderna tradición intelectual, en buena parte liberal y tolerante, que considera que las sociedades tradicionales son depositarias de un tesoro cultural especialmente valioso: la armonía acorde con la naturaleza humana genuina.

La creencia de que las sociedades primitivas son más armoniosas que las modernas, que los salvajes son nobles y que la vida en el pasado era más idílica que la de hoy (…) está profundamente arraigada en el discurso académico (Capítulo 1)

  Edgerton no está nada convencido de esto, hasta el punto de considerar que algunas sociedades, incluidas sociedades ancestrales, están ciertamente “enfermas” en tanto que han asimilado costumbres que son objetivamente nocivas. 

Deberíamos ciertamente sostener la posibilidad de la existencia de sociedades, instituciones y patrones culturales enfermos o patológicos, más que hacer la asunción relativista a priori de que todos los grupos encuentran automáticamente un nivel saludable, equilibrado, de funcionamiento. (Capítulo 2)

  Esto supone un cierto reconocimiento de la objetividad cultural y moral. Al considerar que no todo es relativo se colige de ello que no todas las costumbres son buenas y que algunas valdría más cambiarlas. Esto podría entrar en lo “políticamente incorrecto”.

Es verdad que algunas sociedades tradicionales han sido relativamente armoniosas y que algunas aún lo son, pero la vida en sociedades más pequeñas y sencillas no ha estado libre del sufrimiento y frustración humanos (Capítulo 1)

Algunas poblaciones a pequeña escala no resuelven de forma efectiva los problemas que afrontan, y a veces la misma cultura que debería sostenerlas y hacer progresar su bienestar en lugar de eso produce miedo, apatía, aislamiento y degradación (Capítulo 8)

De la misma forma que los humanos en varias sociedades, sean urbanas o rurales, son capaces de empatía, bondad e incluso amor, y a veces pueden alcanzar un asombroso dominio de los desafíos que les impone el entorno, también son capaces de mantener creencias, valores e instituciones sociales que resultan de una crueldad absurda, un sufrimiento innecesario y una locura monumental en sus relaciones entre ellos mismos y con otras sociedades y el entorno físico en el que viven. La gente no es siempre sabia, y las sociedades y culturas que crean no son mecanismos adaptativos ideales perfectamente diseñados para satisfacer las necesidades humanas (Capítulo 1)

   Sin embargo, la posición que considera que las sociedades ancestrales tienen que llevar un estilo de vida coherente con su entorno y coherente con la naturaleza humana cuenta con un argumento aparentemente sólido: han tenido cientos y miles de generaciones para evolucionar y elaborar, mediante prueba y error, un estilo de vida adecuado con respecto al medio natural. La naturaleza es la que es, y las generaciones han tenido que moldearse a ella. En cambio, el estado civilizado –o la mera forma de vida sedentaria basada en la agricultura- sí que es nuevo y, por tanto, ha tenido menos oportunidad para adaptarse.

Los cambios grandes, si suceden, son típicamente impuestos por algún suceso o circunstancia externa –invasión, epidemia, sequía. En ausencia de tales sucesos, la gente tiende a enredarse confiando en las soluciones tradicionales; es decir, soluciones que aparecieron como respuesta a circunstancias previas (Capítulo 8)

  Es decir, los cambios vienen del entorno cambiante. Los cambios fuerzan nuevas adaptaciones… y entonces, la tendencia conservadora hace que estos cambios llevados a cabo en su momento por unas circunstancias determinadas persistan incluso cuando esas circunstancias que las causaron dejaron de darse…

Cuando suceden cambios en el entorno, prácticas que una vez fueron adaptativas pueden convertirse en maladaptativas, de la misma forma que prácticas que pueden ser adaptativas a corto plazo pueden tener costes a largo plazo (Capítulo 3)

Incluso si se introducen innovaciones potencialmente más adaptativas, éstas pueden no ser aceptadas porque las poblaciones tienden a ser tan conservadoras que sin una presión severa de otras poblaciones, sus creencias y prácticas tradicionales se conservarán [por encima de todo] (Capítulo 3)

  El autor señala numerosos ejemplos en diversos pueblos tradicionales. Está el caso de los tasmanos que, alejados durante miles de años de otros pueblos, perdieron la habilidad de pescar, no lograron aprender a tejer, pese a los fríos inviernos y disponer de materiales para ello, y, por supuesto, se enzarzaron en terribles guerras y disputas por mujeres. Es conocido el caso de los isleños de Rapa-Nui, que destruyeron su riqueza forestal exponiéndose a la erosión y la pobreza. Existen también tradiciones universales sobre el infanticidio de gemelos que probablemente tienen su origen en épocas de pobreza en las que era inviable que una madre amamantase a dos bebés… y que sin embargo se han mantenido en épocas más prósperas porque, muy probablemente, la tradición de supervivencia había quedado unida a tradiciones mágicas. Hay casos aún peores, como el pueblo Marind-anim en Nueva Guinea, que tiene la costumbre de, para supuestamente incrementar la fertilidad de las jóvenes esposas, que éstas sean violadas grupalmente por todos los varones, lo que suele conllevar lesiones en sus órganos que las incapacitan para la reproducción… esterilidad de las mujeres que a su vez provoca que los varones hagan la guerra contra otros pueblos para conseguir mujeres fértiles.

  Por encima de todo, la guerra, la brujería y el mutuo maltrato no parecen adaptaciones que contribuyan al éxito reproductivo de las sociedades.

Las sociedades han sido incapaces de poner sus reyertas bajo control. En algunas el resultado (…) puede llevar a niveles de violencia tan altos que la gente queda obsesionada por el terror (Capítulo 7)

No había imperativo social o económico que impulsara a los hombres tasmanos a tratar mal a sus esposas (…) o matar a otros hombres para conseguir más esposas, pero pudo haber imperativos psicológicos que en ausencia de límites sociales o culturales llevara a los hombres a comportarse así. Como muchas otras pequeñas sociedades, los tasmanos fracasaron en diseñar mecanismos culturales para controlar sus tendencias destructivas (Capítulo 3)

  Edgerton entra en conflicto con antropólogos como Sahlins, que consideraba que existía un cierto equilibrio económico y social en el mundo primitivo. O como Roy Rappaport, que señalaba cómo determinadas tradiciones sagradas estaban determinadas por cuestiones económicas y ecológicas. Sobre todo en el segundo caso, hemos de considerar que “sacralizar” una medida económica puede suponer un obstáculo para cambios futuros. Se aplicaría también al caso del infanticidio de los gemelos: una vez una costumbre arraiga como prejuicio sagrado –o “superstición”- es muy difícil modificarla aunque las circunstancias que la hicieron propicia hayan cambiado…

   En cualquier caso, la mala adaptación, la dificultad para ser flexibles ante las nuevas situaciones, hace explicable que, en contra de lo que consideran algunos antropólogos, la prehistoria no fuese una era de abundancia.

La mayor parte de los pueblos cazadores-recolectores deben vivir durante periodos regulares en situaciones de hambre extrema y afrontar la muerte, especialmente de sus hijos, como una necesidad inescapable (Capítulo 5)

  La idea de una precariedad constante se opone a la de una supervivencia asegurada a lo largo de cientos de milenios. Al fin y al cabo, la precariedad podría llevar a la extinción. 

  La concepción de Edgerton considera que, en constante competencia por los recursos y en constante enfrentamiento con los cambios del medio –clima, fauna, enfermedades-, los Homo sapiens elaboraron diversas soluciones, algunas brillantes, otras erróneas. Algunos grupos acabaron extinguiéndose por prácticas maladaptativas, los más fueron eliminados por otros grupos humanos que contaban con mejores prácticas o fueron forzados a cambiar imitando las prácticas ajenas, a pesar de la natural resistencia al cambio.

   Esto tiene más sentido que un gratuito adaptacionismo.

El impacto acumulativo de las asunciones relativistas y adaptacionistas ha llevado a generaciones de etnógrafos a creer que debe simplemente haber una buena razón social o cultural por la que existe una creencia o práctica largamente establecida  (Capítulo 1)

  Razones siempre habrá, pero no tienen por qué ser las mejores. Y los mismos pueblos tradicionales pueden cuestionar algunas de sus costumbres ya en el presente.

La gente en las sociedades tradicionales pequeñas objeta algunos aspectos de su cultura de la misma forma que se hace en las sociedades complejas y postindustriales como las nuestras (Capítulo 6)

Algunos indios yanomamo, cuya cultura exalta la ferocidad y perpetúa la guerra, francamente admitieron que no les gustaba tener que vivir con miedo a una muerte violenta  (Capítulo 6)

Las actividades de subsistencia deben ser razonablemente eficientes para que una población sobreviva, pero no necesitan ser óptimas (en el sentido de que proporcionen la mejor nutrición posible por el menor gasto de tiempo y energía)  (Capítulo 8)

  Conviene asimismo considerar un elemento “político” actual en este cuestionamiento de la mala adaptación. Durante siglos, los pueblos “civilizados” han oprimido a los “bárbaros” para lo cual han utilizado también el denigrarlos sistemáticamente. La reacción a este abuso ha sido en ocasiones –muy explicablemente- airada y poco reflexiva. Puesta en marcha esta actitud a partir de resentimientos de clase, ya con Rousseau y luego con Marx, la valoración del “buen salvaje” se unía a la lógica de considerar que la adaptación había de darse de forma natural por el mero paso del tiempo. 

[Un antropólogo] estaba convencido de que la guerra era tan central en la vida de los Dani [pueblo de Nueva Guinea] que, si fuera abolida, el resultado sería un incremento de la violencia intragrupal, incluyendo el suicidio (…) Pensaba que [la guerra] tenía que ver con redirigir la hostilidad interna. (…) Estaba equivocado, como más tarde admitió. En los dos años que siguieron a la pacificación, no hubo suicidios ni incremento de la violencia interna. Más aún, los Dani nunca se quejaron sobre la prevención impuesta por la policía contra su presumiblemente importante práctica de la guerra  (Capítulo 6)

   Todavía hoy existen postulados políticos “indigenistas”, por ejemplo en América Latina, donde se reacciona con vehemencia justificando –o “relativizando”- prácticas tan extrañas y brutales como el canibalismo y los sacrificios humanos de ciertas culturas precolombinas. Sin embargo, quienes mantienen esta postura olvidan que esos mismos pueblos cuestionaban ya entonces muchas de esas prácticas: existían tradiciones mexicas opuestas a los sacrificios humanos, y otros pueblos precolombinos execraban el canibalismo. 

La gente en una sociedad puede tomar diferentes puntos de vista sobre sus costumbres e instituciones. No es solo que los extranjeros tenían diferentes puntos de vista sobre el sati; sucedía con los mismos indios. Un desacuerdo similar ha existido y aún existe, en muchas partes de África con respecto a la práctica de la mutilación genital femenina. (Capítulo 6)

   Para muestra, el que esos cuestionamientos también se dan en nuestras sociedades civilizadas actuales:

La tortura de animales –que sucede ampliamente en muchas grandes sociedades, incluyendo la nuestra- no tiene valor adaptativo a menos que uno argumente que la gente deriva algún beneficio psicológico al redirigir la agresión de sus semejantes (algo que puede ser socialmente disruptivo) a los animales salvajes o domésticos (Capítulo 4)

    Incluso se puede argumentar que la tortura –de animales o de hombres- sirve para endurecer emocionalmente a la sociedad, por ejemplo, si se trata de una civilización guerrera –como sucedía con los aztecas o mexicas-. Justificaciones parecidas escribieron algunos autores latinos sobre las luchas de gladiadores, ¿podemos “relativizar” esos argumentos?

La práctica de torturar animales domésticos no debería ser considerada adaptativa simplemente porque la gente disfrute haciéndolo (Capítulo 4)

  Afirmación imprescindible. Y de la misma forma, cualquier práctica propia de una sociedad enferma no es adaptativa simplemente porque sea valorada positivamente por tal sociedad. Incluso hoy, ¿no existen tradiciones brutales propias de los entornos delincuenciales –subculturas- que, desde luego, no relativizamos?  La conclusión, pues, nos lleva a una objetivación del comportamiento social. 

   Por otra parte, viene al caso cuestionar la misma idea de “lo ancestral”, que es la base a partir de la cual “se relativiza” –“no podemos juzgar a los hombres de otras culturas en base a nuestros principios”- porque, en realidad, los pueblos tradicionales, si bien no progresaban –en el sentido de avances irreversibles-, sí es cierto que cambiaban, quizá de forma cíclica, adoptando diversas costumbres y paquetes culturales a lo largo de generaciones para en generaciones posteriores abandonarlos. No viene mal recordar que los pueblos tradicionales nunca han tenido una idea muy exacta de su pasado, en el que confunden lo mítico con lo “histórico”. Los cambios para ellos pueden suceder pero ellos mismos pueden no tener conciencia de que hayan tenido lugar. “Tenemos estas costumbres desde hace mucho tiempo” no significa lo mismo para el nativo de un pueblo de cazadores-recolectores que para un antropólogo. 

  Finalmente, si coincidimos en que emociones y sentimientos son los mismos para todos los seres humanos, resulta difícil considerar que determinados juicios morales no acabarán por ser compartidos a nivel universal. El orden mundial actual, al fin y al cabo, se basa en algunos principios muy generalmente aceptados –la Declaración Universal de Derechos Humanos, por ejemplo- que se contradicen con numerosos rasgos culturales tradicionales. Ni la eficiencia económica, ni el bienestar individual y comunitario pueden relativizarse tan fácilmente. No deberían.

Lectura de “Sick Societies” en The Free Press. A Division of Macmillan, Inc  1992; traducción de idea21

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