miércoles, 25 de agosto de 2021

“El cerebro altruista”, 2017. Donald Pfaff

  El neurólogo Donald Pfaff considera muy beneficioso socialmente el que se tenga en cuenta que, según los descubrimientos científicos en su campo, los seres humanos tendemos a obrar de forma altruista.

Mostraré que el cerebro está predispuesto para impulsarnos hacia la conducta empática y los sentimientos que conducen a conductas altruistas. También señalaré que este conocimiento de la estructura de nuestro cerebro puede, a su vez, aumentar nuestra capacidad de benevolencia. (p. 22)

En el mundo real de los circuitos cerebrales, nuestra respuesta altruista a la necesidad de otro es nuestra respuesta por defecto. (p. 32)

  Esto sería así en el ser humano porque, a diferencia de otros mamíferos superiores, nuestro desarrollo evolutivo dio lugar a ciertas peculiaridades de la conducta relacionadas con la empatía y la mutua ayuda. El caso más citado de estas peculiaridades es el de la necesaria cooperación de todo el grupo humano en la salvaguarda de los bebés (aloparentalidad), ya que los pequeños Homo sapiens nacen extraordinariamente frágiles y requieren de cuidados constantes.

La conducta instintiva y la actividad cerebral que evolucionó para ayudar a la crianza cooperativa se vertió en otras áreas de nuestra vida, dando origen a la conducta altruista y haciéndonos actuar con buena voluntad incluso hacia los desconocidos. (p. 52)

  Tuviese su origen el altruismo humano innato en esta o en otras peculiaridades, el mero hecho de saber que, “por defecto”, la conducta humana es altruista alienta sin duda los comportamientos prosociales en el mundo de hoy, y más podría llegar a hacerlo aún en el futuro. Hoy por hoy, el criterio científico continúa ganando prestigio sobre las instituciones tradicionales.

Si podemos aceptar que la gente es básicamente buena, deberíamos institucionalizar este concepto para fomentar la confianza. La confianza es de enorme utilidad práctica. (p. 28)

Lo fundamental de los conocimientos científicos es disipar mitos y conceptos erróneos sobre la forma en que los seres humanos podemos prosperar en un mundo que nos plantea constantes retos, y entender el cerebro no es algo diferente. (p. 119)

Si sabemos con certeza que podemos acceder a nuestras capacidades altruistas y a las de otros, podremos trabajar (como individuos y en grupo) para eliminar obstáculos a fin de hacer efectivas esas capacidades. (p. 29)

  La conducta altruista deriva de la empatía e implica procesos cognitivos muy desarrollados que tienen que ver con la imaginación y las expectativas de futuro con respecto a nuestras acciones hacia otras personas. Cada actuación altruista requiere determinados estados mentales preconcebidos.

Imaginamos a la persona que será el objetivo de este acto [altruista]. (,..) Este paso es crucial, porque proporciona la base para tratar a la otra persona como a uno mismo.  (p. 27)

Experimentamos un «sentimiento», que nos permite evaluar las consecuencias del acto [altruista] potencial  (p. 27)

  Ahora bien, como sucede con toda conducta estable de tipo social, para que el altruismo se produzca de forma continuada debe implicar algún tipo de recompensa.

La amabilidad es algo que aprendemos, como individuos, cuando empezamos a experimentar la intimidad sexual y la parentalidad. La amabilidad se vuelve a imprimir, por decirlo así, en nuestro cerebro cuando la elegimos por las cosas agradables que trae consigo. El sexo y la parentalidad actúan, por lo tanto, en nuestra vida como capacidades secundarias, reforzando los rasgos que ya estamos inclinados a expresar.(p. 91)

Actuar con altruismo produce un placer profundo derivado de la sexualidad. La relación con otras personas es necesaria para nuestra sensación de bienestar. La reciprocidad, en la forma de amabilidad mutua, es una fuente de placer que necesitamos e incluso buscamos (p. 92)

  Estas compensaciones emocionales recíprocas son gratificantes pero, por desgracia, no todo en el ser humano es amabilidad. La agresividad también está presente (y también puede ser gratificante).

La agresividad masculina es la forma paradigmática de la mala conducta, lo que nos permite trabajar para comprender otras formas. (p.159)

Los mecanismos del cerebro altruista no actúan aislados. Son acosados y deben resistir las tendencias a las conductas antisociales. Esta resistencia es más difícil si las influencias del entorno fortalecen los impulsos antisociales.  (p. 181)

   La conclusión lógica es que, con la ayuda de la ciencia, o, al menos, con el espíritu científico, deberíamos trabajar en el desarrollo de los comportamientos amables opuestos a los de tipo antisocial. Podríamos incluso producir, racionalmente, una cultura de la amabilidad.

¿Qué pasaría si pudiéramos aumentar el rendimiento de los circuitos neuronales del cerebro (es decir, su estructura neuronal) responsable de la buena conducta? (p. 173)

Si los bíceps se hacen más fuertes cuando practicamos levantando pesas de 30 kilos, luego de 40 kilos, etc., igualmente puede responder el cerebro cuando «practicamos» para ser buenos (p. 174)

  La plasticidad del cerebro implica que puede ser condicionado no solo por las buenas experiencias de la infancia, sino también mejorando en la vida adulta mediante determinadas prácticas relacionadas con la vida social

El hipocampo regula gran parte de nuestras reacciones emocionales al estrés, pero también es esencial para convertir los recuerdos a corto plazo en memoria a largo plazo. [Un] estudio comparaba el tamaño del hipocampo de niños de 4 a 7 años de edad que habían recibido un alto grado de apoyo maternal cuando se les observó bajo las condiciones algo estresantes del hospital frente a niños que recibieron grados bajos de apoyo maternal. Los niños con alto grado de apoyo tenían un tamaño de hipocampo mucho mayor. Los resultados sugieren que estos niños tendrían un funcionamiento mejor del hipocampo durante el desarrollo y probablemente en la edad adulta, y muy probablemente mejor función de la memoria y mejores reacciones al estrés. En efecto, el buen trato conducía a un desarrollo positivo del cerebro. (p. 198)

Todas [las] iniciativas de llevar la TCA [Teoría del Cerebro Altruista] a la cultura política, económica y legal encontrarán resistencia. (…) [Pero] puesto que sabemos que la reciprocidad moral es la posición por defecto de la humanidad y creemos que es deseable, nos corresponde trabajar para desarrollar instituciones y propuestas culturales que promuevan la reciprocidad moral. (p. 141)

  Queda por identificar cuáles son los mecanismos más convenientes para aprovechar esta predisposición innata de nuestro cerebro a la benevolencia.

  Podemos especular que quizá la mejor forma sería desarrollar un esquema de relaciones humanas que incentive los comportamientos amables (que son a su vez generadores de confianza), ahora que sabemos que existen y que, por tanto, suponen un objetivo razonable. Si la amabilidad aparece como una recompensa deseable y ésta se encuentra tan relacionada con el comportamiento altruista (ser amables ya es una forma de altruismo) no parece imposible desarrollar un estilo de vida basado en la amabilidad que excluya los comportamientos agresivos. Ahora bien, se trataría de una alternativa tan chocante con respecto a la sociedad convencional –que parece dirigir al individuo más bien a la obtención de estatus y bienes materiales que a la obtención de recompensas amables- que inevitablemente implicaría cambios radicales en aspectos clave de la conducta pública y privada.

Lectura de “El cerebro altruista” en Herder Editorial S.L. 2017 ; traducción de María Tabuyo y Agustín López

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