domingo, 25 de diciembre de 2022

“Diez puntos acerca de la guerra”, 2008. R. Brian Ferguson

  Los diez puntos sobre la guerra del antropólogo R. Brian Ferguson suponen la conclusión de sus investigaciones acerca del origen de la guerra.

1- Nuestra especie no está biológicamente destinada a la guerra

2- La guerra no es parte inevitable de nuestra existencia

3- Comprender la guerra implica considerar una jerarquía de condicionamientos encadenados

4- La guerra expresa tanto prácticas pan-humanas como valores culturalmente específicos

5- La guerra modela la sociedad para sus propios fines

6- La guerra existe en múltiples contextos

7- Los oponentes son construidos a lo largo del conflicto

8- La guerra es una continuación de la problemática doméstica por otros medios

9- Los líderes favorecen la guerra porque la guerra favorece a los líderes

10- La paz es más que la ausencia de la guerra 

(Ten Points on War)

  El breve tratado de Ferguson en torno a sus diez puntos se complementa con escritos anteriores en los cuales fue exponiendo sus descubrimientos.

Si nos atenemos a la evidencia más que a la suposición, la guerra estuvo ausente en muchos lugares y periodos, se hizo mucho más común a lo largo del tiempo (si bien no se dio un incremento lineal) y en la mayor parte de los hallazgos arqueológicos más tempranos no hay signos de ella en absoluto. Hubo un tiempo antes de la guerra. (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  Buena parte del argumentario se construye polemizando con autores que opinan que, por el contrario, la guerra forma parte del estado natural de la sociedad humana y que, por lo tanto, ha existido en todas las épocas.

El registro arqueológico local contradice la idea de que la guerra siempre ha sido un rasgo de la existencia humana; más bien, el registro muestra que la guerra ha sido en gran parte un desarrollo de los pasados 10.000 años (The Birth of War)

  Esto querría decir que los humanos prehistóricos pudieron ser muy diferentes a los humanos que conocemos del Neolítico en adelante. Porque no hay ninguna duda de que todas las civilizaciones han sido guerreras. Es más: las sociedades primitivas de cazadores-recolectores documentadas por la antropología, todas sin excepción, en mayor o menor medida, han conocido la guerra.

  Por supuesto, si en la lejana prehistoria no hubo guerra, tenemos que dudar entonces de que más adelante las guerras posteriores se produjeran de forma sistemática. Éstas tendrían lugar por causas de tipo civilizatorio y no tanto, por ejemplo, por algo tan biológicamente necesario como el éxito reproductivo.

Encontramos que los Yanomami no comienzan las guerras para capturar mujeres (Ten Points on War)

  Concluir la presunta inexistencia de la guerra en la sociedad humana originaria lleva incluso a cuestionar las afirmaciones de muchos primatólogos acerca de la guerra que parece también darse entre los chimpancés.

El número de las muertes intergrupales entre chimpancés ha sido exagerado (…) Cuando suceden encuentros letales, ello plausiblemente puede atribuirse a circunstancias creadas por actividades humanas recientes (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  Con esto, Ferguson hace referencia a la terrible y muy documentada historia de la guerra de exterminio entre dos bandas de chimpancés de la reserva de Gombe, que muchos atribuyen a un exceso de obsequios de alimentos valiosos por parte de los naturalistas que los observaban. Paralelamente, Ferguson y otros autores consideran que la extrema ferocidad en las guerras yanomamis que documentó el antropólogo Chagnon pudieran tener un origen parecido: los obsequios de los antropólogos –sobre todo las armas de hierro, como los machetes- para ganarse la confianza de los nativos habrían creado un exceso de riqueza que desató la codicia.

Las guerras yanomami se ven como una sobredimensión de los antagonismos relacionados con el acceso desigual y explotativo a los bienes occidentales de intercambio (Ten Points on War)

  Pero ¿podemos estar de verdad seguros de que en el Paleolítico –hace, digamos, 20000 o 30000 años- la guerra era desconocida? Al fin y al cabo, ¿la aparición de unos pocos bienes de valor relativo –unos machetes y unos plátanos- es suficiente para motivar un fenómeno tan terrible como la guerra?

  Aquí nos encontramos con un debate que solo puede resolverse a partir de la evidencia arqueológica. Ferguson está seguro de que la evidencia acerca de una prehistoria pacífica es abrumadora.

Se han encontrado restos extensos de los cazadores-recolectores de Natufia, que vivieron entre hace 12800 y 10500 años en lo que hoy es [Próximo Oriente]. Un análisis cuidadoso de 370 esqueletos solo ha revelado dos que muestran algún signo de trauma, y nada que revele una acción militar. (The Birth of War)

  Y dedica una nota extensa a rechazar las presuntas evidencias en contra que expone su antagonista Lawrence H Keeley, particularmente lo que se refiere a los notables yacimientos arqueológicos de Predmosti, Pavlov y Dolni Vestonice.

  Estamos en manos, de momento, de la demostrabilidad de las correspondientes evidencias.

  Pero supongamos que Ferguson tiene razón y la “Prehistoria profunda” fue pacífica, ¿qué nos demostraría esto?

La antropología puede efectuar una contribución positiva al establecer claramente que no hay base científica para creer que un futuro sin guerra es imposible (Ten Points on War)

Un paso que podemos dar es que la guerra como práctica regular, la guerra como institución social, tuvo un comienzo. Si tuvo un comienzo, entonces la guerra no es una expresión inevitable de la naturaleza humana o de la existencia social (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  Lo más importante de todo es que

La cuestión no es si hubo guerra antes de la civilización. Ningún estudioso serio duda de que existió. La cuestión es cómo explicar la guerra, tanto guerras específicas y guerra en general como parte de la condición humana, y cómo la etnología y la arqueología pueden unir sus fuerzas en esta indagación (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

  ¿Podemos calificar a Ferguson de rousseauniano, en el sentido de que considera la guerra el resultado de una intromisión nefasta de unos elementos culturales –propiedad privada, por ejemplo- tan novedosos como prescindibles (parasitismo)?

La guerra es el resultado de preocupaciones materiales básicas, filtradas a través de sistemas políticos internos/externos, impulsados por valores que alientan el militarismo (Archeology, Cultural Anthopology and the Origins and Intensifications of War)

Los comentaristas con frecuencia han comparado la guerra con una enfermedad, pero una analogía más apta es compararla con una adicción (Ten Points on War)

  El peligro del “rousseaunianismo” es que podría trivializar la gravedad de los impulsos agresivos y con ello alentar “salidas fáciles” a las situaciones antisociales. El rousseaunianismo tuvo su más negativa expresión en el socialismo de lucha de clases en general y en el marxismo en particular: bastaría con liquidar la propiedad privada y la religión, o exterminar a la clase opresora para que, automáticamente, las tendencias prosociales y antiagresivas predominen de nuevo… como supuestamente ya sucedía en la prehistoria. Tal promesa de un “radiante porvenir” resulta inevitablemente atractiva como mensaje político… para beneficio de los líderes que la proponen.

  Los “hobbesianos”, que creen en la naturaleza agresiva del ser humano –Hobbes hace su propuesta en pleno auge del puritanismo que considera al hombre tiranizado internamente por su naturaleza pecadora-, aunque puede parecer muy pesimista –y que considera que solo un poder político tiránico puede reprimir las tendencias antisociales y caóticas-, también puede interpretarse como que, al presentar una idea más realista de la agresividad innata, está alentando que se desarrollen estrategias antiagresivas más profundas, de tipo psicológico y cultural, y no tanto soluciones políticas.

  Por otra parte, se ha llegado a escribir que el progreso de la civilización hubiera sido imposible sin la guerra, pues solo la guerra pudo impulsar a las sociedades a crecer y con ello desarrollar nuevas formas sociales.

Es poco común, si no raro, que la guerra implique grupos preexistentes. En la práctica real, es el conflicto es que establece los grupos opuestos. (Ten Points on War)

  Es decir: la guerra sí parece tener cierto poder como aglutinador social. O tal vez lo tuvo en el principio y hoy ya resulta contraproducente (un planteamiento parecido se hace a veces con la religión: su evolución posibilitó la llegada al racionalismo y el consecuente ateísmo). 

   Considerar que la guerra pudo no haber existido durante miles de años siempre puede ayudarnos a crear un mundo mejor, interpretación rousseauniana aparte. 

  Por otra parte, resulta poco creíble que desconocieran la guerra simplemente por circunstancias del entorno como que, por ejemplo, disponían de mucho espacio a lo largo del cual desplazarse, lo que les habría impedido entrar en conflicto con otros grupos. En realidad, era vital que estuvieran en contacto con otros grupos para evitar la endogamia –intercambio de parejas sexuales- y hoy, de hecho, conocemos pueblos cazadores-recolectores muy aislados y que han subsistido en medio de grandes espacios –los esquimales del ártico-…  todos los cuales practican la violencia intergrupal en mayor o menor medida. Y de los pueblos que habitaron islas alejadas, cada uno pudo haber elegido vivir en paz, y en realidad todos han conocido la guerra; en comparación, los tahitianos –y los taínos de la Española que encontró Colón- eran relativamente pacíficos en comparación con los feroces hawaianos o los maoríes de Nueva Zelanda pero incluso tahitianos y taínos conocían la guerra.

  ¿Quizá ningún pueblo primitivo de los conocidos por los etnólogos modernos pudo evitar la guerra porque ésta ya era conocida –y recordada- del pasado? ¿Quizá se trataba de que la guerra había de ser “inventada”, y una vez se inventó –en algún momento hace veinte mil años- ya nadie pudo librarse de ella -¿una “adicción”?-, un poco como cuando se inventó la propiedad privada o al mismo Dios? En tal caso, la solución a la guerra –que Ferguson señala acertadamente como dependiente también de la agresividad interna del grupo y no solo dependiente de circunstancias externas al grupo- implicaría nuevas invenciones de tipo social. 

   Si tuvo lugar una maligna “revolución cultural” en algún momento de la prehistoria que llevó a que el concepto de guerra quedase, en apariencia, irreversiblemente unido a la condición humana, no es imposible una nueva “revolución cultural” en el futuro –¿“poshistoria”?- que desactive el mecanismo de agresividad humana que opera tanto a nivel intragrupal como extragrupal.

Lectura de “Ten Points on War” en “Social Analysis” (Berghahn Journals) June 2008  (artículo); lectura de “The Birth of War” en “Natural History” July-August 2003 (artículo); lectura de “Archeology, Cultural Anthropology and the Origins and Intensifications of War” en “The Archaeology of War: Prehistories of Raiding and Conquest” (Capítulo 13) editado por Arkush y Allen; University Press of Florida, 2006. Traducción de idea21.    

jueves, 15 de diciembre de 2022

“Diferentes”, 2022. Frans de Waal

   El célebre primatólogo Frans de Waal aborda en su libro la cuestión de la sexualidad, bien alerta de la moderna –y valiosa- distinción entre “sexo” y “género”. Como es natural, dada su especialización, su punto de vista parte de compararnos con nuestros parientes primates, especialmente los grandes simios.

La filósofa estadounidense Judith Butler (…) sostiene que lo «masculino» y lo «femenino» son meros constructos (…) La suya es una postura extrema con la que no puedo estar de acuerdo. No obstante, considero que el concepto de género es útil. Cada cultura tiene diferentes normas, hábitos y roles para los sexos. (Introducción)

El término género se refiere al aspecto cultural del sexo de un individuo, su uso debería limitarse a sujetos afectados por normas culturales (Capítulo 2)

Que nuestros géneros estén ligados a la naturaleza no rebaja el valor del concepto de género. En la medida en que llama la atención sobre las superposiciones culturales, los roles aprendidos y las expectativas que la sociedad impone a cada sexo, es una poderosa adición al debate. La yuxtaposición de género y sexo puntualiza que siempre hay dos influencias en todo lo que hacemos: la biología y el entorno. (Capítulo 13)

  Con esto, se admite que tanto en nuestros parientes antropoides como en los seres humanos se dan características sexuales innatas que determinan el comportamiento de machos y hembras.

[Existen] unos cuantos rasgos universales. Los machos están más orientados hacia el rango y las hembras más hacia los jóvenes vulnerables. Los machos son físicamente (aunque no siempre socialmente) dominantes y tienen más inclinación a la confrontación abierta y la violencia, mientras que las hembras son más cuidadoras y se dedican más a la progenie. (Capítulo 13)

  Pero otras supuestas características no parecen corresponderse tanto con la evidencia.

Ya es hora de abandonar el mito de que los hombres tienen un mayor impulso sexual y son más promiscuos que las mujeres. (…) La sexualidad femenina parece tan proactiva y emprendedora como la masculina, si bien por razones evolutivas diferentes. (Capítulo 7)

   En particular, en lo que se refiere a esas razones evolutivas diferentes la sexualidad femenina proactiva y emprendedora tendría como origen el que la mujer busque alianzas para la protección de la prole. Para los biólogos siempre se había considerado que el relativo recato sexual femenino tiene que ver con el hecho de que la mujer valora al compañero como cuidador de la prole –se reserva para el hombre ideal y por eso es muy selectiva- pero también tener muchos amantes podría ser conveniente bajo ciertas condiciones (lo que de Waal no niega es que la razón por la que los varones son promiscuos es, evidentemente, para propagar lo más posible su semilla, el posicionamiento evolutivo clásico).

  Lo importante es que hoy, después de siglos de prejuicio, por fin parece que la ciencia está más cerca de tener una visión equilibrada de cuáles son las diferencias reales entre los sexos.

Darwin opinaba así sobre las mujeres: «Me parece de una gran dificultad que, por las leyes de la herencia, lleguen a igualar intelectualmente a los hombres». (Introducción) 

  Como ese, muchos otros prejuicios han sido finalmente apartados. Esto nos permite poner más atención en las diferencias entre sexos que sí parecen reales, tanto en nuestros parientes antropoides como entre los seres humanos, por muy diferentes que sean las culturas dentro de las cuales se desarrolla la vida social.

De manera universal, los hombres valoran más la independencia, la mejora personal y la posición social, mientras que las mujeres dan más importancia al bienestar y la seguridad de su círculo interior, y de la gente en general (Capítulo 1)

Los niños típicamente se dedican a juegos bruscos y desenfrenados, mientras que las niñas tienen menos contacto corporal y tienden a estructurar su juego en una línea argumental (Capítulo 1)

  Estas diferencias tienen hoy poca relevancia social pero sería un error no prestarles atención.

  Muy significativamente, en este libro lleno de referencias al comportamiento de los primates, se señalan algunas peculiaridades del comportamiento humano. Pese a nuestras grandes semejanzas con los demás animales, está claro que en algunas cosas sí somos diferentes de ellos.

La organización social humana se caracteriza por una combinación única de (1) vinculación masculina, (2) vinculación femenina y (3) familias nucleares. Compartimos lo primero con los chimpancés, lo segundo con los bonobos y lo tercero es cosa nuestra. (…) Creo que es este vínculo de pareja lo que nos separa de los antropoides más que ninguna otra cosa. (Capítulo 11)

 Otra importante diferencia con la mayor parte de otros mamíferos superiores es el caso de la ancianidad, que parece cumplir una función social; otra, es la homosexualidad, que es rara en animales no humanos.

La abuela, especialmente la materna, es el aloparente más fundamental. Según la hipótesis de la abuela, esta es la razón por la que evolucionó la menopausia. (Capítulo 11)

  En algunos casos, también las “abuelas” primates cumplen funciones parecidas. La aloparentalidad implica una función auxiliar dentro de la compleja problemática de la paternidad y crianza. Recordemos el dato básico de la indefensión de los bebés humanos: al nacer tan frágiles exigen una gran organización familiar que les permita sobrevivir y desarrollarse; dentro de esta organización familiar la “abuela” puede representar un importante papel.

  En cuanto a la homosexualidad, no se aventura cuál podría ser su función evolutiva. Quizá también un sostén de la aloparentalidad (existen en algunos textos menciones a una “hipótesis del tío homosexual”).

Yo aún estoy por encontrar un [bonobo] que sea predominantemente homosexual. Las categorías humanas no se aplican a los bonobos. En la famosa escala de 0 a 6 de Alfred Kinsey, de exclusivamente heterosexual a exclusivamente homosexual, la mayoría de la gente puede que esté en el extremo heterosexual, pero todos los bonobos son bisexuales perfectos, o un 3 en la escala de Kinsey. (Capítulo 12)

  Si consideramos al chimpancé como el único pariente próximo del Homo sapiens –quizá con alguna semejanza con el desaparecido Australopiteco- podríamos encontrar en sus peculiaridades con respecto a los demás primates una cierta anticipación de las complejidades de la vida familiar y social humana. Así, en el caso de la “autosocialización”, que se da tanto en los humanos como en nuestros parientes antropoides.

En la selva africana, las chimpancés jóvenes aprenden de sus madres cómo extraer termitas introduciendo ramitas en los nidos de estos insectos. Las hijas imitan fielmente la técnica de pesca específica de su madre, pero no así los hijos. (…) [En el chimpancé] el aprendizaje observacional viene guiado por el vínculo y la identificación (Capítulo 2)

  La socialización no se refiere únicamente al aprendizaje de habilidades prácticas, sino que implica la integración social del joven mediante la observación y la imitación auxiliada por los adultos.

  Esto nos muestra que el instinto resulta insuficiente por sí solo para que estos animales se desarrollen. El instinto permite la socialización porque predispone para ella, pero los chimpancés, a diferencia de otros animales, no pueden constituirse como individuos sin el apoyo activo del grupo.

Toda tendencia humana, con independencia de que la consideremos natural, puede amplificarse, minimizarse o modificarse por la cultura. (Capítulo 2)

   Esta misma capacidad para la socialización es consecuencia de un más alto desarrollo cognitivo: ya no es suficiente el instinto porque la conducta se ha hecho mucho más compleja y para que se alcancen las metas sociales el individuo ha de contar con herramientas mentales nuevas que el Homo sapiens lleva a los extremos a los que estamos habituados, como la autoconsciencia, la empatía y la consideración del bien común. Estas tendencias pueden rastrearse también en los grandes simios más evolucionados.  

Lo que vemos en los animales autoconscientes: se dan cuenta de si caen mejor o peor a los demás. (Capítulo 6)  

La enseñanza es otra forma de adopción de perspectiva ajena, pues requiere que un individuo competente aprecie la incompetencia de otro. (Capítulo 11)

[En el caso de los] gorilas y los papiones sagrados (…) aquí el macho interviene sistemáticamente para restablecer la paz entre las hembras. Los chimpancés machos van más allá, ya que controlan una variedad mucho mayor de disputas internas. (…)  Los individuos dominantes contribuyen a la armonía social. (Capítulo 9)

  Finalmente, lo más esperanzador en el ser humano es el uso que podemos llegar a dar a los lazos afectivos que permiten la cooperación compleja. La aloparentalidad quizá podemos verla como una manifestación instintiva de tal complejidad, pero sin las afecciones derivadas de la maternidad mamífera no sería posible tener esperanza de mejores sociales que no estén solo basadas en la coerción.

El amor maternal vino antes que la variedad romántica. (…)Todos los demás vínculos sociales evolucionaron a caballo de esta antigua química cerebral. Esto vale para ambos géneros, incluyendo los machos paternales y el vínculo de pareja macho-hembra de algunas especies, como la nuestra. Cuando los jóvenes se enamoran, duplican la conexión madre-hijo.(…) El vínculo maternal es la madre de todos los vínculos. (Capítulo 11)

El altruismo es un rompecabezas solo porque se presupone que los animales no tienen motivos para preocuparse por los demás. (…) Le hemos dado vueltas y más vueltas a la rareza de la bondad animal sin reconocer nunca sus antiguas raíces en el cuidado de las crías. (Capítulo 11)

  La fuente de toda forma de vínculo afectivo la tenemos accesible, pues, desde la tierna infancia, y esta supone la gran oportunidad de la sociabilidad humana en términos generales que ni siquiera hoy es plenamente reconocida.

Lectura de “Diferentes” en Tusquets Editores S.A. 2022; traducción de Ambrosio García Leal

lunes, 5 de diciembre de 2022

“La evolución del contrato social”, 1996. Brian Skyrms

  El filósofo y lógico Brian Skyrms aborda en esta obra, desde un riguroso punto de vista científico, los equilibrios posibles entre fuerzas de intereses opuestos; especulación que toma forma en una serie de detallados análisis numéricos a partir de las diversas versiones de la  “teoría de juegos”. Los hallazgos no se refieren necesariamente al comportamiento humano sino que, en tanto que abstracciones aplicables a todo tipo de agentes, son representativos de cualquier dinámica social en la que el interés privado y el interés común traten de encontrar un espacio compatible, algo que puede referirse tanto a personas como a animales sociales o simulaciones informáticas.

[No se ha pretendido] presentar una teoría completa de la evolución del contrato social. Más bien, se trata de una introducción a algunos de los elementos de tal teoría. Desde cierta perspectiva, los elementos pueden ser vistos como una lista de simples modelos de áreas de problemas generales: juegos de regateo y justicia distributiva, juegos de ultimátum y compromiso, dilema del prisionero y mutua ayuda, [dialéctica] halcón-paloma y el origen de la propiedad, y juegos de señalamiento y la evolución del significado. (p. 106)

   El autor no considera que esto represente todos los factores a tener en cuenta en las relaciones sociales reales entre los seres humanos.

Aquellos [individuos de pueblos] que rechazaban ofertas demasiado generosas [en el juego del Ultimátum] viven en culturas donde aceptar un regalo generoso te pone en una obligación. Incluso si el experimentador actúa anónimamente, aplican la norma de rechazar tales ofertas (p. 40)

   Estas variaciones culturales no invalidan los modelos de la teoría de juegos, pero los ponen en sus justos términos. La ética tendrá siempre que basarse en los instintos sociales humanos y en sus estructuras funcionales siempre considerando cuáles son las variaciones culturales. En las teorías de juegos, el individuo siempre busca la ganancia material, pero en las diversas culturas a veces existen ganancias de otro tipo –prestigio, prevención, devoción religiosa o amor filial- que han sido inculcadas profundamente y condicionan el comportamiento.

  Lo que nunca cambia, por supuesto, es que cada individuo dentro de una sociedad actúa de acuerdo con unas reglas generalmente aceptadas.

En el modelo limitativo de la perfecta autocorrelación, la dinámica evolutiva ejecuta una versión darwiniana del imperativo categórico de Kant: actúa solo de modo que si los otros actúan igual se maximice la adaptación. Las estrategias que violan este imperativo están condenadas a la extinción. Si hay una estrategia única que la obedece, una estrategia estrictamente eficiente, entonces esta estrategia quedará establecida. En el mundo real la correlación nunca es perfecta, pero la correlación positiva no es rara. (p. 62)

    La correlación de intereses individuales en el marco de la “dinámica evolutiva” implica por tanto una identidad en las pautas de actuación. Tal correlación, aun dándose, nunca podría ser estable del todo ya que, si lo fuese, la evolución se detendría. La correlación estable sería solamente aquella en la cual los intereses particulares se identifiquen con los generales, algo que, a primera vista, no parece posible.

Todo el mundo preferiría ser un cooperador en una sociedad de cooperadores a ser un tramposo en una sociedad de tramposos. La cooperación universal beneficia a todos más que la deserción universal, pero la cooperación [no] es (…) una estrategia evolutiva estable  (p. 60)

  Ahora bien, la cooperación universal sí podría llegar a la estabilidad  -lo cual sería valiosísimo- en una cultura predeterminada para que todos los individuos desarrollen un comportamiento de cooperador. No, por supuesto, en el sentido de cooperar con una expectativa de reciprocidad –algo que solo puede darse a posteriori y por lo tanto no puede ser la base de una conducta instintiva- pero sí predisponiendo al altruismo, algo que no es imposible ya que sabemos que existen tendencias altruistas instintivas que pueden afectar a diferentes ámbitos del comportamiento dependiendo de los condicionantes del entorno.

  Encontramos aquí un enfrentamiento entre las posibilidades reales del comportamiento humano y la realidad social dentro de la cual este comportamiento humano queda hoy limitado por las circunstancias presentes. Lo primero tiene que ver con la naturaleza humana y sus posibilidades, y lo segundo con la naturaleza humana y sus limitaciones dentro de una cultura dada.

La ética es un estudio de las posibilidades de cómo podríamos vivir. La filosofía política es el estudio de cómo las sociedades podrían ser organizadas (p. 110)

  Ética y filosofía política no son necesariamente dos caras del mismo fenómeno sino que se refieren a fenómenos diferentes, ya que los seres humanos conocen formas sociales no políticas, como la familia, por ejemplo.

  A pesar de la urgencia que puede suponer abordar las cuestiones sociales actuales, el autor tiene en cuenta algo más que los impulsos por el propio interés y también añade predisposiciones conflictivas como por ejemplo la propiedad o territorialidad. Aunque a primera vista ser poseedor incrementa la seguridad material, en la práctica no siempre implica disfrutar más de los bienes; las obligaciones y servidumbres del cuidado de la posesión pueden llevarnos a prescindir en ocasiones de mejores condiciones de vida y conducirnos a conflictos ilógicos. De lo que se trata más bien es de considerar que los comportamientos sociales no siempre responden al beneficio evidente de las teorías de juegos en las cuales los actores siempre contabilizan las ganancias como interés inmediato.

Homo sapiens no es la única especie que muestra comportamiento de propietario. La territorialidad está muy extendida [en el reino animal] y en algunas especies los machos se comportan como si tuvieran la propiedad de una o más hembras (p. 78)

  Territorialidad y propiedad son, como la agresión, instintos arraigados que, en apariencia, siempre exigen control político, pero también es opinable que tales instintos puedan controlarse por otros medios, tal como ya sucede con la superstición o el impulso sexual.

  Por encima de todo, nunca debemos perder de vista nuestra condición biológica. Todo desarrollo cultural dependerá siempre de nuestra riqueza instintiva, y los instintos no siempre equivalen a una solución lógica acorde con nuestros intereses.

En una especie como la nuestra que se reproduce sexualmente, hay dos fuentes de variación: mutación y recombinación. En una especie que se reproduce asexualmente toda la variación se debe a la mutación. Las mutaciones son raras y solo hacen una contribución significativa a largo plazo. La reproducción sexual incrementa enormemente la cantidad de variaciones. (p. 35)

  El sistema de recombinación determina entonces el enfrentamiento de intereses pero también la diversidad de conductas para paliarlo. Un estudio en profundidad del comportamiento humano –y de otras criaturas- tendrá que tener siempre en cuenta que las características hereditarias no se limitan al éxito reproductivo. Antes bien, la naturaleza, aun apuntando siempre en último término al éxito reproductivo, nos ha dotado de impulsos mucho más complejos y menos evidentes que, sometidos a manipulación cultural, hacen del comportamiento social algo muy difícil de prever a largo plazo. El contrato social puede ser el resultado tanto de un equilibrio aritmético de la dinámica de intereses encontrados como de manipulaciones culturales mediante instrumentos simbólicos más sutiles. Aunque, desde luego, nunca podrá ser el resultado del uso de la libre razón por parte del individuo, tal como presentaba JJ Rousseau

  De todos modos, cualquier previsión que se realice, tendrá que someterse necesariamente a leyes lógicas previsibles las cuales pueden verse desarrolladas haciendo uso de técnicas del tipo que exhibe el profesor Skyrms en su libro. Nada sobra ni falta en su examen que se atiene a las condiciones reales de la dinámica de fuerzas que aborda.

Lectura de “Evolution of the Social Contract” en Cambridge University Press 2014; traducción de idea21