jueves, 15 de junio de 2023

“Percepción y particularidad moral”, 1994. Lawrence A. Blum

   La evolución humana es evolución cultural, y la base de ésta es la evolución moral. La mejora de las capacidades de cooperación entre los seres humanos depende de nuestra concepción de las relaciones humanas: la forma de conciliar el interés privado y el interés común. 

  Este es un libro sobre la psicología de la moralidad. Al profesor de filosofía Lawrence A. Blum le preocupa más en qué consiste el comportamiento moral y no tanto los preceptos que desarrolla. Comportarse moralmente implica una acción que tiene efectos benéficos para otros individuos y la sociedad en general, ¿bajo qué condiciones podemos dar lugar a tales acciones morales?    

Las comunidades pueden modelar poderosamente el sentido de los miembros de acometer un deber y lo que ellos consideran que es razonable esperar. Las comunidades modelan así la capacidad de sus miembros para sostener un nivel de conducta virtuosa más allá de lo que en otros contextos se consideraría exigir demasiado (si bien quizá fuese bueno y admirable).  (p. 160)

Por “psicología moral” entiendo el estudio filosófico de las capacidades psíquicas implicadas en la agencia moral y la respuesta moral –emoción, percepción, imaginación, motivación, juicio-. Los filósofos morales han estado demasiado centrados en los principios racionales, en la imparcialidad, en la universalidad y en la generalidad, en las reglas y códigos de la ética (p. 3)

  La mejora moral implica la práctica de la virtud y ahí hay pocas dudas: la mejor virtud es la del altruista, la del sujeto que, sensible a las necesidades ajenas, actúa por el bien de otros. Una comunidad humana donde abundan los altruistas tiene garantizado el más alto nivel de cooperación eficiente posible; es allí donde encontramos motivos para la confianza, mecanismos de comunicación constructivos y criterios de cohesión social prácticamente universales. Ahora bien, la virtud del altruista no consiste tanto en que asimile una doctrina benevolente que aplica de forma imparcial, sino en que muestre un carácter sensible capaz de percibir el dolor ajeno, impulsar a remediarlo… y también, como consecuencia de todo ello, verse motivado a participar en cuestiones doctrinales y de principios. Pero primero se forma el carácter del sujeto moral.

La excelencia moral parece requerir, además de un propósito moralmente estimable, cierto grado de profundo compromiso en relación con los deseos, disposiciones y sentimientos que operan en la economía psicológica de la persona.  (p. 69)

Admiramos y deseamos emular una persona compasiva y atenta, tanto como una persona que es conscientemente responsable a las exigencias objetivas e imparciales [de moralidad].  (p. 27)

   El comportamiento empático y compasivo es la fuente del comportamiento moral, y no la mera disposición racional a cumplir reglas esperando de ello obtener beneficios. 

[Tú puedes] percibir la injusticia –la violación del principio [moral]- sin percibir la indignidad para la persona que sufre la injusticia. (…) Es posible asir el error de una acción injusta sin realmente registrar la afrenta a la dignidad que sufre la persona objeto de injusticia (p. 56)

   Y, con todo, pueden cometerse errores morales cuando una persona amable no es moralmente perfecta en el sentido de objetividad: puede darse el caso del dilema moral en que para salvar a cinco hay que matar a uno, y no todos van a reaccionar con la requerida lógica en un caso tan difícil.  Pero si la persona no es sensible y benévola en primera instancia, la moralidad no podrá llegar a surgir nunca pues su origen está en la psicología empática –compasiva- de las personas.

La compasión es una entre un número de actitudes, emociones o virtudes que podríamos llamar “altruistas” debido a que implican una consideración por el bien de otras personas. Otras son la piedad, la actitud de ayuda o el interés por el bienestar ajeno (p. 173)

  No siendo la moralidad solo el juicio acerca de lo correcto e incorrecto para el bien común, sino el cultivo de un estado emocional de benevolencia que es la fuente de su conducta prosocial... y al depender la moralidad de la construcción emocional y psicológica del sujeto, también nos exponemos a ciertas debilidades.

Una persona que ha seleccionado de forma consistente la forma correcta de actuar pero que no puede resolver cómo desempeñarla con éxito estaría moralmente incompleta. (p. 61)

  Dependiendo de las circunstancias, una persona puede verse expuesta a elecciones morales y no actuar de forma correcta a pesar de comprender los principios éticos. Un pusilánime puede carecer de valor moral. O uno puede verse influenciado por el entorno (por ejemplo, racista o supremacista) o bien puede mostrarse débil ante la intimidación. 

  Peor aún: el defecto moral puede afectar a la misma sensibilidad y con frecuencia quedamos condicionados no solo para no resolver el juicio moral, sino para ni siquiera percibir la condición moral de lo que sucede (piénsese en el drama de la inmigración al que asistimos hoy a diario en un mundo arbitrariamente dividido por fronteras políticas). El autor diferencia entre un “altruismo especializado”, en el cual nos mostramos altruistas solo en un determinado entorno –nuestra familia, nuestra clase social, nuestra nación- y un “altruismo universalista” que es al que se refieren los ideales de imparcialidad.

El altruismo universalista es una forma más alta de altruismo que el altruismo especializado  (p. 130)

A su nivel más básico la moralidad siempre implica una posición de imparcialidad, requiriendo que el agente moral se sitúe fuera de sus intereses y apegos particulares, y considere a todo el mundo como de igual significancia moral. Los principios morales que se generan así no pueden confinarse meramente a las costumbres o reglas de una sociedad particular (p. 199)

   El problema con la “imparcialidad”, más próxima al ideal kantiano de la moral que se alcanza mediante la pura razón, es que, por menosprecio de la sensibilidad subjetiva, puede incurrir en los mismos errores en los que cayó Kant: puede sucumbir a las convenciones de la época y, por tanto, no ser lo suficientemente imparcial (recordemos que Kant, parcial ante tales convenciones, aceptaba la esclavitud, la sumisión de la mujer y la desigualdad económica extrema). Por otra parte, pensemos en la moralidad marxista, que rechazaba explícitamente los sentimentalismos –donde sus teóricos situaban la compasión, la empatía y la benevolencia- y basaba la acción moral en el seguimiento imparcial no solo de los principios marxistas sino también de los intereses de la acción política favorable al Estado o el Partido (a veces tomando caminos totalmente maquiavélicos, “el fin justifica los medios”).

   Por lo tanto, a pesar de los defectos del “altruismo especializado”, requerimos por encima de todo de una predisposición emocional para percibir el dilema moral, para enjuiciar moralmente –e imparcialmente- y actuar en consecuencia. La educación emocional con fines morales sería entonces el objetivo cultural básico y no tanto el cultivo de la teoría de los principios morales.

  Así el libro llega a abundar en el debate entre dos concepciones morales que no tienen por qué ser siempre contradictorias: la moral basada en principios y la basada en el “cuidado” (caring). La moral basada en el cuidado implica la actitud de benevolencia y equidad entre los seres humanos, que puede estar o no informada por principios.

Se ha propuesto que hay dos significados del término moral, uno relacionado con la justicia y el otro con el cuidado y la beneficencia (p. 212)

La atribución de compasión (una virtud de “cuidado”) y justicia (una virtud basada en principios) se refieren a algo que está dentro de la conciencia del agente (…) El agente compasivo no necesita pensar de sí mismo como que actúa compasivamente a fin de obrar así, mientras que el agente justiciero debe verse como que actúa justamente (una instanciación de la virtud de justicia) a fin de obrar así. (p. 209)

  La virtud de los principios parece limitada a aceptar reglas sociales y no emanaría de la expansión emocional del altruismo del individuo. Aquí corresponde una importante observación que señala contra el convencionalismo:  

La ética no debería ser meramente un análisis de la conducta mediocre común, debería ser una hipótesis sobre la buena conducta y sobre cómo esta puede alcanzarse (p. 169)

    La “conducta mediocre común” es simplemente la actuación que es aceptada convencionalmente en nuestro medio social. Pensemos, por ejemplo, en ciertos entornos delincuenciales, donde la violencia y el abuso de los débiles no están mal vistos, pero sí la traición o el abandono de las obligaciones familiares (esta moral “delincuencial” también se observa en muchos casos de pueblos cazadores-recolectores).

   La conclusión es que, de las conocidas tres tendencias éticas (utilitarismo, deontología y ética de la virtud) es la ética de la virtud la que mejor se adapta a tener en cuenta tanto principios como comportamiento benévolo mutuo (ética del “cuidado”).

Una tradición reconocible dentro de nuestro propio pensamiento conecta el término “moral” más próximamente con la excelencia y pureza de un estado motivacional interno que con la realización del bien. En un cierto sentido este es un punto en el cual el énfasis kantiano sobre la motivación interna se une con el énfasis aristotélico en el carácter individual, virtud y estado motivacional (p. 78)

  La fuente de toda benevolencia estará siempre en la psicología del individuo, y cómo se forma esta dependerá en buena parte del entorno social y de los estímulos intelectuales y ejemplos morales que reciba.

La extendida asunción de un vínculo entre comunidad y virtud puede deberse en parte a las raíces aristotélicas de la ética de la virtud (…) Se enfatiza la naturaleza fundamental social de la virtud –la forma en que formas particulares de la vida social están vinculadas con las virtudes particulares-. (p. 144)

Una persona de verdadera excelencia moral es más probable que tenga la generosidad de espíritu y amor a los otros del que es capaz de aceptar simultáneamente a los otros por lo que son, y hacerles sentirse responsables por cómo eligen vivir, si bien les alienta en esforzarse para mejor.  (p. 93)

  Por lo tanto, la acción moral requiere tanto de la percepción del hecho moral como de la capacidad emocional y los criterios o principios éticos. Todo ello es siempre condicionado por el entorno pero hasta cierto punto nosotros podemos actuar en base al “libre albedrío” con nuestro juicio racional informado. Podemos actuar incluso para condicionarnos a nosotros mismos si buscamos donde influenciarnos participando en una comunidad de perfeccionamiento moral (función que tradicionalmente han cumplido las religiones moralistas). Compartir un idealismo moral también implicaría un aprendizaje emocional. Recordemos que una moral mediocre, convencional, se desencamina de lo que propiamente es la actitud moral.

Lo que podría parecer abierto a todos (…) es adoptar ciertos ideales, y así comportarnos directamente como idealistas (p. 95)

[Hay actitudes valiosas que pueden] ser aprendidas de los ejemplos morales y que pueden afectar los propios valores y modo de vida, y emular los ejemplos morales puede ser una fuerza para el propio crecimiento moral (p. 95)

La moralidad basada en principios se preocupa solo por la acción moral; pero la moralidad es más amplia que eso. Incluye la circulación de actitudes, sentimientos, emociones con respecto a la otra persona, los cuales informan y son expresados en las acciones tomadas (…) Implica una sensibilidad para las otras partes implicadas  (p. 211)

  ¿Cómo se construye una “ética de la virtud”? Dentro de un contexto social, que es el que nos marca la virtud a seguir. Para el racionalismo de Kant esto puede parecer muy insuficiente, pero los errores de Kant vistos en perspectiva demuestran las limitaciones de su pura razón (¡la razón no siempre es lógica!). De lo que se trata es de comprender nuestra propia constitución moral, cómo nuestra moralidad requiere, antes de llegar a la consagración de principios inmutables, la construcción de un carácter virtuoso. Requerimos de sensibilidad compasiva, de capacidad perceptiva, de propensión al idealismo (inconformismo) y de una inteligencia suficiente para comprender la también necesaria imparcialidad y racionalidad a la hora de dirimir dilemas.

  Por encima de todo, necesitamos integrarnos en una comunidad moral que nos aliente a construirnos como emocionalmente virtuosos e intelectualmente racionales e idealistas. Y si esa comunidad moral aún no existe, debemos de alguna forma actuar para que llegue a existir.

Lectura de “Moral Perception and Particularity” en Cambridge University Press 1994; traducción de idea21

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