sábado, 5 de agosto de 2023

“La soberanía del bien”, 1967. Iris Murdoch

   La célebre novelista Iris Murdoch desarrolló a lo largo de su vida una brillante trayectoria como filósofa en ámbitos académicos. A mediados de los años 1960 impartió varias conferencias (en este libro se registran tres de ellas) mostrando su particular crítica a los posicionamientos en moralidad de su época, particularmente marcada por la popularidad del existencialismo. Sus planteamientos valen la pena por lo que rechazan y por lo que sugieren.

El punto de vista que sostengo ofrece un relato más satisfactorio de la libertad humana que el del existencialismo. (…)Característico de todos [los existencialistas] es la identificación de la verdadera persona con la voluntad de elección vacía; y el correspondiente énfasis en la idea de movimiento más que en la de visión. LA IDEA DE PERFECCIÓN

[En] el existencialismo (…) una forma de vida auténtica se presenta como alcanzable mediante la inteligencia y la fuerza de voluntad. La atmósfera es estimulante y suele producir autosatisfacción en el lector, que se siente de pronto un miembro de la élite, interpelado por otro. El desprecio por la vulgar condición humana y la seguridad de la salvación personal salvan al escritor de un pesimismo real. Su melancolía es superficial y encierra euforia. (…)Tales actitudes contrastan con las imágenes evanescentes de la teología cristiana que representaban el bien casi como una dificultad imposible y el pecado casi como insuperable, y ciertamente como una condición universal. DE DIOS Y DEL BIEN

  ¿Cuál es entonces la propuesta ética de Iris Murdoch y en qué medida puede ser hoy significativa? Para empezar, Murdoch desconfía del intelectualismo existencial y centra más el comportamiento moral en las emociones de benevolencia. Esta distinción vendría de muy atrás.

Kant (…) no reconoció oficialmente a las emociones como parte de la estructura de la moral. Cuando habla del amor distingue entre el amor práctico que es una acción racional y el amor patológico que es una mera cuestión de sentimiento. Quiere separar la cálida y turbulenta psique empírica de las limpias operaciones de la razón. De todos modos,  (…) concede un lugar subalterno a una emoción particular, la de Achtung o respeto por la ley moral. Esta emoción es un tipo de orgullo doliente que acompaña, aunque no motiva, el reconocimiento del deber. Se trata de una verdadera experiencia de libertad (parecida al Angst existencialista), la constatación de que, aunque nos veamos sacudidos por pasiones, somos también capaces de llevar una conducta racional. (…) Vivimos lo Sublime cuando nos enfrentamos a la espantosa contingencia de la naturaleza y del destino humano y volvemos a nosotros mismos con un orgulloso estremecimiento de poder racional. LA SOBERANÍA DEL BIEN SOBRE OTROS CONCEPTOS

   La concepción de la emotividad en el moralismo clásico siempre nos recuerda un poco a los estoicos, que a su vez fueron inspirados por el budismo: la buena vida es la del que contiene sus emociones. Pero contamos con la experiencia de que los grandes avances morales se produjeron cuando el cristianismo, altamente emocional, reemplazó al austero estoicismo

  Si buscamos una moralidad más entusiasta, más próxima a la acción benevolente que genere confianza, unión y armonía entre las personas (¿Amor?), entonces se hace oportuno el señalamiento de la necesidad de establecer un ideal de “Bien” equiparable a la antigua divinidad moral cristiana como inspiración motivadora.

Si alguien dijera, «¿Crees entonces que la idea del Bien existe?», contestaría, «No, no de la manera en que la gente creía que Dios existía». Lo único que uno puede hacer es apelar a algunas áreas de experiencia, señalando ciertos rasgos, utilizando metáforas adecuadas e inventando conceptos plausibles donde sea necesario con el fin de visibilizar esos rasgos. DE DIOS Y DEL BIEN

El Bien está relacionado con el esfuerzo por ver el no yo, por ver y responder al mundo real a la luz de una conciencia virtuosa. Este es el significado no metafísico de la idea de trascendencia al que los filósofos se han remitido sin cesar en sus explicaciones del bien. Que «el Bien es una realidad trascendente» significa que la virtud es un intento por rasgar el velo de la conciencia egoísta y unirse al mundo tal y como es. LA SOBERANÍA DEL BIEN SOBRE OTROS CONCEPTOS

  La lucidez de Murdoch se encuentra en que es capaz de comprender que la motivación emocional de la moralidad depende de la interiorización de simbolismos: visibilizar rasgos y crear conceptos plausibles –el Bien, el Amor- puede llegar a ser tan útil para el avance moral como la invención de un Dios justo y perfecto lo fue. La trascendencia implica un avance hacia la comunidad prosocial (donde el individuo no es disminuido, sino enriquecido por la acción de los otros) pero no es fácil que simbolismos abstractos originados en la especulación racional alcancen el efecto psicológico que para los cristianos tuvo la idea de Dios. Murdoch nos muestra la actitud generalizada al respecto de los intelectuales de su época.

El Bien, incluso como ficción, no es probable que inspire o que sea comprensible a más que un reducido número de gente con mentalidad mística que, reacios a descartar a Dios, camuflan su imagen con el «Bien» para mantener así algún tipo de esperanza. La imagen no es sólo puramente imaginaria, es que ni siquiera va a ser eficaz. Es mucho mejor confiar en ideas utilitarias y existencialistas, simples y populares, añadirles un poco de psicología empírica y quizá algo de marxismo docto, para tratar de que la raza humana vaya tirando. El sentido común empírico y cotidiano debe tener la última palabra. Todo vocabulario ético especializado es falso. Es mejor olvidarse de la vieja y seria búsqueda metafísica, igual que del concepto pasado de moda de Dios padre. DE DIOS Y DEL BIEN

  Pero si el “Bien” no puede sustituir a Dios, difícilmente podrá hacerlo el “sentido común” ni el marxismo ya que el ideal moral, para ser efectivo psicológicamente, debe implicar la idea de perfección y un cierto modelo de convivencia humana afectiva. Sin duda la metafísica merece ser olvidada, pero nos convendría un simbolismo moralista con fuerte valor emotivo que nos afirme en la benevolencia  y nos libre de la peligrosa arbitrariedad del intelectualismo (con su elitismo y sus ideologías totalitarias).

A Kant le impresionaban especialmente los peligros de la obediencia ciega a una persona o a una institución. Pero existen (como la historia del existencialismo demuestra) por lo menos los mismos peligros en la idea ambigua de encontrar lo ideal en el interior de uno mismo. LA IDEA DE PERFECCIÓN

  Se trata, en suma, de un problema práctico teniendo en cuenta cuál es la naturaleza psicológica de nuestras inclinaciones morales.

Uno de los principales problemas de la filosofía moral podría ser formulado así: ¿existen técnicas para la purificación y reorientación de una energía que es naturalmente egoísta, de tal manera que cuando lleguen los momentos de elección estemos seguros de actuar con corrección? DE DIOS Y DEL BIEN

   El amor, como simbolismo moral, no podrá existir hasta que se consolide culturalmente. Hasta entonces, no es más que un vago referente incapaz de ofrecer una alternativa vital al hombre común, que no es intelectual pero sí receptivo a la sabiduría humanista. Para que cada individuo pueda convertirse en agente racional autónomo sensible a las elecciones morales debe estar emocionalmente motivado en un sentido que sea compatible con la armonía. El amor y la perfección suponen ideales imprescindibles porque son capaces de conmovernos.

El amor es el nombre genérico de la calidad de la adhesión y es susceptible de una degradación infinita, al tiempo que es la fuente de nuestros más grandes errores, pero cuando está refinado, aunque sea parcialmente, constituye la energía y la pasión del alma en busca del Bien, la fuerza que nos vincula al Bien y que nos une al mundo a través del Bien. Su existencia es la señal inequívoca de que somos criaturas espirituales, atraídos por la excelencia y hechas para el Bien. LA SOBERANÍA DEL BIEN SOBRE OTROS CONCEPTOS

¿Qué ocurre con el mandamiento «Sed, pues, vosotros perfectos?» ¿No sería más delicado decir «mejorad, pues, vosotros ligeramente»? Algunos psicólogos nos advierten de que si tenemos el listón muy alto podemos volvernos neuróticos. Tengo para mí que la idea de amor surge sin remedio en este contexto. La idea de perfección nos conmueve y probablemente nos cambia (como artistas, trabajadores, agentes) porque inspira amor en nuestra parte más noble. Uno no puede sentir amor puro por un patrón moral mediocre, de la misma manera que no puede sentirlo tampoco por la obra de un artista mediocre. La idea de perfección es también un productor natural de orden. DE DIOS Y DEL BIEN

  Los ideales morales son los que determinan toda moral. La moral es un ”programa de máximos” pues de lo contrario carecería de fuerza emotiva. Una moralidad meramente instrumental y pragmática resulta ineficaz.

¿Qué significa, para alguien que no es creyente ni una especie de místico, aprehender alguna forma separada de bondad bajo los múltiples ejemplos de buena conducta?  DE DIOS Y DEL BIEN

Es (…) un hecho psicológico –relevante para la filosofía moral– que todos nosotros podamos recibir ayuda moral concentrando nuestra atención en cosas valiosas como la gente virtuosa, el gran arte e incluso (…) la idea del bien en sí misma. Los seres humanos están naturalmente apegados, y cuando un apego resulta doloroso o nocivo es desplazado casi de inmediato por otro que un esfuerzo de atención puede estimular. DE DIOS Y DEL BIEN

  La moralidad debe existir simbólicamente como el Dios y el Jesús cristiano llegaron a existir. Hoy por hoy, no es lo mismo creer en seres sobrenaturales que creer en el poder emotivo e intelectual de los símbolos morales, pero una concepción racional de la sociedad humana nos aporta muchas ventajas sobre la concepción de las viejas tradiciones religiosas. Lo que nos falta es un mecanismo psicológico asentado en una simbología emocional y cognitiva de impacto que tome una forma cultural capaz de incitarnos moralmente a actuar con benevolencia de forma racional y a gran escala. 

   Por ejemplo, ¿y si la “gente virtuosa” convirtiese su estilo de vida en algo así como una obra de arte, con el propósito explícito de dar una forma simbólica al Bien –amor y perfección- de modo que pudiera ser asimilada universalmente? Monjes y puritanos buscaron la perfección moral subordinándola –indebidamente- a tradiciones acerca de lo sobrenatural. Supongamos que nuevos monjes y puritanos, personalmente motivados para actuar en el sentido de la perfección moral y lo suficientemente honestos para rechazar las antiguas tradiciones de lo sobrenatural, tuvieran como objetivo no solo experimentar la perfección por su propio provecho –motivación personal- sino también por el bien común, conscientes de que el Bien solo puede llegar a existir como trascendencia si toma una forma real –simbólica, cultural- asequible a todo aquel que albergue inquietudes morales.

Lectura de “La soberanía del bien” en Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. 2019; traducción de Andreu Jaume   

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