sábado, 5 de marzo de 2022

“El amanecer de todo”, 2021. Graeber y Wengrow

  El antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow defienden en su libro una teoría sobre el origen de la civilización que ha sido muy contestada. Y lo hacen, además, con un sesgo polémico que evidencia intenciones políticas. Entre otras cosas, según ellos, las primeras civilizaciones –civilizaciones prehistóricas- no fueron urbanas, sino que abarcaban enormes extensiones de territorio –áreas culturales- donde convivían gran número de pequeñas poblaciones igualitarias dispersas entre las cuales podían moverse libremente los individuos. 

Las áreas culturales del paleolítico abarcaban continentes. Las zonas culturales mesolíticas y neolíticas cubrían áreas mucho más amplias que el territorio de la mayor parte de los grupos etnolingüísticos contemporáneos. (Capítulo 8)

[Se trataba de] “áreas culturales” o “zonas de hospitalidad” (…) [con] afinidades entre hogares y familias distantes [que] parecen haberse basado cada vez más en un principio de uniformidad cultural. En cierto sentido, está fue la primera era de la “aldea global” (Capítulo 10)

Se debería reconocer el término de “civilización” para las grandes zonas de hospitalidad  (Capítulo 12)

  Indicativo de ello es que las bandas de cazadores-recolectores igualitarios no estarían formadas por parientes tanto como se pensaba en un principio.

Los grupos residenciales [de cazadores-recolectores] resultan no estar hechos de parientes biológicos en absoluto; y el naciente campo de la genómica humana está comenzando a sugerir una imagen similar de los antiguos cazadores-recolectores en el Pleistoceno (…) Resulta que el parentesco biológico primario realmente compone menos del 10% del total de miembros de cualquier grupo residencial (Capítulo 8)

  Estas “zonas de hospitalidad” serían, en efecto, enormemente civilizadas, muy lejos de la pesadilla hobbesiana de la lucha de todos contra todos. Implicarían la libertad individual y el respeto a la seguridad de cada persona dentro de grandes territorios.

[Proporcionarían] la libertad para abandonar la propia comunidad, sabiendo que uno será bien recibido en tierras lejanas; la libertad para cambiar las estructuras sociales dependiendo de la estación del año; la libertad para desobedecer las autoridades sin consecuencia (Capítulo 4)

  Esto, evidentemente, no está al alcance de los animales superiores no humanos.

Mientras que los humanos sí tienen una tendencia instintiva a implicarse en un comportamiento de dominio-sumisión, sin duda heredado de nuestros antepasados simios, lo que hace a las sociedades distintivamente humanas es nuestra habilidad para tomar la decisión consciente de no actuar de esa forma. (Capítulo 3)

Los seres humanos tienen más decisión colectiva sobre su propio destino de lo que ordinariamente asumimos (Capítulo 5)

   Más adelante, estas civilizaciones no urbanas descubrirían poco a poco la vida urbana, pero esta seguiría siendo predominantemente igualitaria por decisión libre y razonada de los individuos.

Toda la evidencia sugiere que Teotihuacán había, en el punto más alto de su poder, encontrado una forma de gobernarse sin jerarcas aristócratas  (Capítulo 9)

  La misma capacidad del individuo en sociedad para decidir su propio destino habría llevado, sin embargo, a que, pese a las aparentes ventajas de las ciudades y grandes zonas de hospitalidad de coexistencia pacífica, igualitaria y cooperativa, también se hubieran dado ocasionalmente otras sociedades con gran variedad de organizaciones políticas

En algunas regiones, sabemos ahora, las ciudades se gobernaron durante siglos sin ningún signo de templos y palacios que solo aparecerían después; en otras, templos y palacios nunca aparecieron. En muchas ciudades antiguas, no hay simplemente evidencia alguna ni de una clase de administradores ni de ninguna clase de estrato de gobernantes. En otras, el poder centralizado parece aparecer y desaparecer. Se concluiría que el mero hecho de la vida urbana no implica necesariamente ninguna forma particular de organización política. (Capítulo 8)

  Naturalmente, uno se pregunta por qué hoy no se encuentran ya sociedades igualitarias en el mundo, ni ancestrales ni modernas, y por qué todo lo que sabemos sobre este asombroso pasado de la humanidad son conjeturas a partir de las excavaciones arqueológicas.

    Ello sin duda explica el sentir general y convencional de que los avances hacia el igualitarismo –libertad, soberanía, democracia- han sido muy lentos, de tipo lineal, y que el pasado de las civilizaciones urbanas, cuando menos, había sido en extremo autoritario. Sin embargo, se nos asegura que Teotihuacán, una de las ciudades más grandes del mundo en su tiempo –contemporánea del Imperio Romano y el imperio Han chino-, era la capital de una civilización igualitaria, sin autócratas ni aristócratas... y los autores aseguran haber constatado más casos como este, en China o en la India, siempre a partir del examen de los restos arqueológicos.

[En] Teotihuacán, en el valle de México, (…) la población de la ciudad, tras levantar las pirámides del Sol y la Luna, abandonó después tales gigantescos proyectos y se embarcó en lugar de ellos en un prodigioso programa de vivienda social, proporcionando apartamentos multifamiliares para los residentes (Capítulo 12)

  Así que habríamos venido de un pasado igualitario y ha sido el paso de los siglos el que nos ha empujado hasta el autoritarismo y la opresión... no sabemos por qué motivo.

Si algo fue terriblemente mal en la historia humana (…) quizá sucedió precisamente cuando la gente comenzó a perder la libertad para imaginar y realizar otras formas de existencia social, hasta tal grado que algunos ahora sienten que este particular tipo de libertad nunca ha existido, o que apenas se ejerció durante la mayor parte de la historia humana  (Capítulo 12)

  No se nos explica cómo se ha producido semejante retroceso (el perder la libertad para imaginar y realizar otras formas de existencia social). Lo que los autores sí tienen claro es que no tiene que ver con la agricultura y el surgimiento de una civilización urbana.

Es incorrecto asumir que plantar semillas y tener ovejas lleva necesariamente a sentirse obligado a aceptar normas sociales de desigualdad simplemente para evitar la “tragedia de los comunes” (Capítulo 7)

Simplemente no hay razón para asumir que la adopción de la agricultura en periodos más remotos también implicara el comienzo de la propiedad privada de la tierra, la territorialidad o un irreversible abandono del igualitarismo de los cazadores-recolectores. Puede haber sucedido así a veces, pero ya no puede considerarse como una asunción por defecto. (Capítulo 7)

La evidencia arqueológica muestra que [el igualitarismo en las primeras ciudades] ha sido un patrón común sorprendente, que va contra las asunciones evolutivas convencionales sobre los efectos de la escala en la sociedad humana  (Capítulo 8)

Cualquiera que estudie las sociedades agrarias sabe que la gente inclinada a expandir la agricultura de forma sostenible sin privatizar la tierra o entregar la tierra a una clase de supervisores siempre ha encontrado formas de hacerlo (Capítulo 7)

  Pero otros historiadores, antropólogos y arqueólogos han discutido las presuntas evidencias de las que hablan los autores. Por ejemplo, no todo el mundo está de acuerdo con que la república de Tlaxcala que Hernán Cortés conoció fuese más igualitaria que su contemporánea, la república de Venecia.

  Pero, en cualquier caso, este libro sí nos muestra importantes rasgos del proceso civilizatorio que nos hacen dudar de la versión convencional de un trayecto unidireccional desde las bandas nómadas de cazadores recolectores hasta las grandes civilizaciones urbanas capitalistas y democráticas. El proceso sin duda fue mucho más tortuoso.

[Los hombres prehistóricos] iban hacia adelante y hacia atrás entre arreglos sociales alternativos, construyendo monumentos y cerrándolos de nuevo, permitiendo la aparición de estructuras autoritarias durante ciertos tiempos del año y después desmantelándolas; todo, parecería, en la comprensión de que no hay un orden social particular que sea fijo o inmutable  (Capítulo 3)

  Tiene sentido que el hombre primitivo no contase con costumbres arraigadas y esto parece una ventaja, al destacarse así una presunta capacidad originaria del individuo para razonar libre e imaginativamente acerca de la problemática social… mucho antes de que surgiera la filosofía racional tal como fue conocida en la antigua Grecia. Entonces, ¿cuánta autonomía intelectual ha tenido “el hombre en estado de naturaleza”  a la hora de tomar decisiones políticas? Algunos autores consideraban que la mente primitiva no podía pensar racionalmente con la facilidad con la que lo hace una persona educada de la era moderna.

Incluso los que viven cazando elefantes o recolectando flores de loto son tan escépticos, imaginativos, pensativos y capaces de análisis crítico como los que viven operando tractores, dirigiendo restaurantes o presidiendo departamentos universitarios  (Capítulo 3)

  Por otra parte, no hay ninguna duda de que las crónicas y los testimonios personales de los exploradores, misioneros y colonos franceses entre las culturas nativas de América del Norte tuvieron un cierto impacto en la Francia del siglo XVIII. Se menciona el caso de la obra de teatro “L´arlequin sauvage”, escrita por De la Drevetiere en 1721, que fue un gran éxito y contaba la historia de un indígena norteamericano que llega a Francia, un poco en la línea de las “Cartas persas” de Montesquieu, pero también dando una imagen positiva de la libertad, tolerancia e inteligencia que podía llegar a darse entre los nativos. Pero recordemos que ya mucho antes Thomas More había situado su “Utopía” imaginaria en el Nuevo Mundo, de modo que podemos sospechar que el salvaje de la obra de De la Drevetiere tendría mucho de imaginario también.

Hay una razón por la que tantos pensadores claves de la Ilustración insistieron en que sus ideales de libertad individual e igualdad política fueron inspirados por fuentes y ejemplos de nativoamericanos: porque era cierto (Capítulo 2)

  Por poco creíble que resulte la especulación sobre lo fácilmente que los hombres del neolítico habrían podido construir civilizaciones igualitarias e incluso libertarias, la reflexión sobre el papel activo del individuo a la hora de tomar decisiones políticas racionales en todas las épocas bien vale la pena.

  En consecuencia el igualitarismo (¿socialismo democrático?) sería perfectamente accesible. 

Simplemente no es verdad que si uno cae en la trampa de la “formación del Estado” no hay salida (Capítulo 11)

[Convencionalmente vemos] la violencia y desigualdades de la sociedad moderna como que de alguna forma surgen naturalmente de las estructuras del control racional y el cuidado paternalista: estructuras diseñadas para poblaciones humanas que, se nos pide que creamos, repentinamente se hicieron incapaces de organizarse a sí mismas una vez que su número se expandió por encima de cierto umbral. No solo tal visión carece de una base sólida en la psicología humana, también es difícil de reconciliar con la evidencia arqueológica de cómo realmente comenzaron las ciudades en muchas partes del mundo: como experimentos cívicos a gran escala, que con frecuencia carecían de los esperados rasgos de la jerarquía administrativa y el mando autoritario (Capítulo 12)

Tenemos poca o ninguna idea de lo que el mundo será incluso en 2075, por no decir 2150. ¿Quién sabe? Quizá, si nuestra especie dura, y si un día miramos hacia atrás desde ese aún desconocido futuro, aspectos del remoto pasado que ahora parecen anomalías –digamos, burocracias que funcionan a escala de comunidad, ciudades gobernadas por concejos de vecinos; sistemas de gobierno donde las mujeres mantienen una preponderancia en posiciones formales, o formas de gestión de la tierra basadas en el cuidado más que en la propiedad y extracción-, parezcan la ruptura realmente significativa; y que grandes estatuas o pirámides de piedra parezcan más curiosidades históricas.  (Capítulo 12)

   Supuestamente, en cuanto a gobiernos democráticos y de economía social, todo estaría ya inventado, y, a lo más, ahora estaríamos redescubriendo la democracia, libertades e igualitarismo que ya conocían las civilizaciones de la prehistoria, incluso civilizaciones urbanas como Teotihuacán. Desde luego, es una visión que recuerda a ciertos planteamientos muy conocidos.

  Hay además, otras valiosas aportaciones en este libro, como es la referencia a la cismogénesis, que puede explicar chocantes casos de culturas vecinas pero muy diferenciadas en lo cultural.

La cismogénesis (…) describe cómo sociedades en contacto quedan dentro de un sistema común de diferencias, incluso que intenten distinguirse las unas de las otras. Quizá el ejemplo histórico clásico (…) serían las antiguas ciudades-estado griegas de Atenas y Esparta  (Capítulo 5)

  También es de interés lo que se refiere al origen de la propiedad privada, que podría estar relacionada con la reverencia a lo sagrado. También la burocracia estatal puede tener un origen parecido.

Los artículos sagrados son, en muchos casos, las únicas formas importantes y exclusivas de propiedad que existen en sociedades donde la autonomía personal es llevada a un valor máximo, o que podríamos simplemente llamar “sociedades libres” (Capítulo 4)

Las primeras formas de administración funcional, en el sentido de conservar registros de listas, bienes, procedimientos de contabilidad, inspección, auditores y archivos parecen emerger en el contexto de rituales: en los templos de Mesopotamia, los cultos de antepasados en Egipto, la lectura de oráculos en China etc (…) Los burócratas no comenzaron simplemente como una solución práctica a los problemas de manejo de información cuando las sociedades humanas avanzaron más allá de un particular umbral de escala y complejidad (Capítulo 10)

Lectura de “The Dawn of Everything” en Penguin Random House 2021; traducción de idea21

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