El filósofo y lógico Brian Skyrms aborda en esta obra, desde un riguroso punto de vista científico, los equilibrios posibles entre fuerzas de intereses opuestos; especulación que toma forma en una serie de detallados análisis numéricos a partir de las diversas versiones de la “teoría de juegos”. Los hallazgos no se refieren necesariamente al comportamiento humano sino que, en tanto que abstracciones aplicables a todo tipo de agentes, son representativos de cualquier dinámica social en la que el interés privado y el interés común traten de encontrar un espacio compatible, algo que puede referirse tanto a personas como a animales sociales o simulaciones informáticas.
[No se ha pretendido] presentar una teoría completa de la evolución del contrato social. Más bien, se trata de una introducción a algunos de los elementos de tal teoría. Desde cierta perspectiva, los elementos pueden ser vistos como una lista de simples modelos de áreas de problemas generales: juegos de regateo y justicia distributiva, juegos de ultimátum y compromiso, dilema del prisionero y mutua ayuda, [dialéctica] halcón-paloma y el origen de la propiedad, y juegos de señalamiento y la evolución del significado. (p. 106)
El autor no considera que esto represente todos los factores a tener en cuenta en las relaciones sociales reales entre los seres humanos.
Aquellos [individuos de pueblos] que rechazaban ofertas demasiado generosas [en el juego del Ultimátum] viven en culturas donde aceptar un regalo generoso te pone en una obligación. Incluso si el experimentador actúa anónimamente, aplican la norma de rechazar tales ofertas (p. 40)
Estas variaciones culturales no invalidan los modelos de la teoría de juegos, pero los ponen en sus justos términos. La ética tendrá siempre que basarse en los instintos sociales humanos y en sus estructuras funcionales siempre considerando cuáles son las variaciones culturales. En las teorías de juegos, el individuo siempre busca la ganancia material, pero en las diversas culturas a veces existen ganancias de otro tipo –prestigio, prevención, devoción religiosa o amor filial- que han sido inculcadas profundamente y condicionan el comportamiento.
Lo que nunca cambia, por supuesto, es que cada individuo dentro de una sociedad actúa de acuerdo con unas reglas generalmente aceptadas.
En el modelo limitativo de la perfecta autocorrelación, la dinámica evolutiva ejecuta una versión darwiniana del imperativo categórico de Kant: actúa solo de modo que si los otros actúan igual se maximice la adaptación. Las estrategias que violan este imperativo están condenadas a la extinción. Si hay una estrategia única que la obedece, una estrategia estrictamente eficiente, entonces esta estrategia quedará establecida. En el mundo real la correlación nunca es perfecta, pero la correlación positiva no es rara. (p. 62)
La correlación de intereses individuales en el marco de la “dinámica evolutiva” implica por tanto una identidad en las pautas de actuación. Tal correlación, aun dándose, nunca podría ser estable del todo ya que, si lo fuese, la evolución se detendría. La correlación estable sería solamente aquella en la cual los intereses particulares se identifiquen con los generales, algo que, a primera vista, no parece posible.
Todo el mundo preferiría ser un cooperador en una sociedad de cooperadores a ser un tramposo en una sociedad de tramposos. La cooperación universal beneficia a todos más que la deserción universal, pero la cooperación [no] es (…) una estrategia evolutiva estable (p. 60)
Ahora bien, la cooperación universal sí podría llegar a la estabilidad -lo cual sería valiosísimo- en una cultura predeterminada para que todos los individuos desarrollen un comportamiento de cooperador. No, por supuesto, en el sentido de cooperar con una expectativa de reciprocidad –algo que solo puede darse a posteriori y por lo tanto no puede ser la base de una conducta instintiva- pero sí predisponiendo al altruismo, algo que no es imposible ya que sabemos que existen tendencias altruistas instintivas que pueden afectar a diferentes ámbitos del comportamiento dependiendo de los condicionantes del entorno.
Encontramos aquí un enfrentamiento entre las posibilidades reales del comportamiento humano y la realidad social dentro de la cual este comportamiento humano queda hoy limitado por las circunstancias presentes. Lo primero tiene que ver con la naturaleza humana y sus posibilidades, y lo segundo con la naturaleza humana y sus limitaciones dentro de una cultura dada.
La ética es un estudio de las posibilidades de cómo podríamos vivir. La filosofía política es el estudio de cómo las sociedades podrían ser organizadas (p. 110)
Ética y filosofía política no son necesariamente dos caras del mismo fenómeno sino que se refieren a fenómenos diferentes, ya que los seres humanos conocen formas sociales no políticas, como la familia, por ejemplo.
A pesar de la urgencia que puede suponer abordar las cuestiones sociales actuales, el autor tiene en cuenta algo más que los impulsos por el propio interés y también añade predisposiciones conflictivas como por ejemplo la propiedad o territorialidad. Aunque a primera vista ser poseedor incrementa la seguridad material, en la práctica no siempre implica disfrutar más de los bienes; las obligaciones y servidumbres del cuidado de la posesión pueden llevarnos a prescindir en ocasiones de mejores condiciones de vida y conducirnos a conflictos ilógicos. De lo que se trata más bien es de considerar que los comportamientos sociales no siempre responden al beneficio evidente de las teorías de juegos en las cuales los actores siempre contabilizan las ganancias como interés inmediato.
Homo sapiens no es la única especie que muestra comportamiento de propietario. La territorialidad está muy extendida [en el reino animal] y en algunas especies los machos se comportan como si tuvieran la propiedad de una o más hembras (p. 78)
Territorialidad y propiedad son, como la agresión, instintos arraigados que, en apariencia, siempre exigen control político, pero también es opinable que tales instintos puedan controlarse por otros medios, tal como ya sucede con la superstición o el impulso sexual.
Por encima de todo, nunca debemos perder de vista nuestra condición biológica. Todo desarrollo cultural dependerá siempre de nuestra riqueza instintiva, y los instintos no siempre equivalen a una solución lógica acorde con nuestros intereses.
En una especie como la nuestra que se reproduce sexualmente, hay dos fuentes de variación: mutación y recombinación. En una especie que se reproduce asexualmente toda la variación se debe a la mutación. Las mutaciones son raras y solo hacen una contribución significativa a largo plazo. La reproducción sexual incrementa enormemente la cantidad de variaciones. (p. 35)
El sistema de recombinación determina entonces el enfrentamiento de intereses pero también la diversidad de conductas para paliarlo. Un estudio en profundidad del comportamiento humano –y de otras criaturas- tendrá que tener siempre en cuenta que las características hereditarias no se limitan al éxito reproductivo. Antes bien, la naturaleza, aun apuntando siempre en último término al éxito reproductivo, nos ha dotado de impulsos mucho más complejos y menos evidentes que, sometidos a manipulación cultural, hacen del comportamiento social algo muy difícil de prever a largo plazo. El contrato social puede ser el resultado tanto de un equilibrio aritmético de la dinámica de intereses encontrados como de manipulaciones culturales mediante instrumentos simbólicos más sutiles. Aunque, desde luego, nunca podrá ser el resultado del uso de la libre razón por parte del individuo, tal como presentaba JJ Rousseau…
De todos modos, cualquier previsión que se realice, tendrá que someterse necesariamente a leyes lógicas previsibles las cuales pueden verse desarrolladas haciendo uso de técnicas del tipo que exhibe el profesor Skyrms en su libro. Nada sobra ni falta en su examen que se atiene a las condiciones reales de la dinámica de fuerzas que aborda.
Lectura de “Evolution of the Social Contract” en Cambridge University Press 2014; traducción de idea21
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