lunes, 15 de julio de 2024

“Machos demoniacos”, 1996. Wrangham y Peterson

   El debate entre rousseaunianos y hobbesianos acerca de la naturaleza violenta o no del Homo sapiens durará todavía bastante tiempo a falta de evidencias más firmes que aquellas con las que contamos ahora. La relevancia del debate se explica porque numerosas teorías sociales y políticas requieren una determinación exacta de tal supuesta naturaleza innata. 

   El igualitarismo socialista daba por sentado – desde una posición plenamente rousseauniana- que el ser humano en estado de naturaleza era pacífico… hasta que aparecieron siniestras invenciones políticas como la propiedad privada, el patriarcado o la religión (por lo tanto, una vez eliminadas tales demoniacas instituciones que solo benefician a las clases altas, el ser humano volvería de nuevo a la armonía primitiva).

  El conservadurismo reaccionario se apuntaba al hobbesianismo: la naturaleza humana es violenta y pecadora, por lo que requiere una fuerte autoridad política que evite el caos de la guerra de todos contra todos (mejor entonces fortalecer a una clase superior que pueda hacerse cargo de ejercer tal autoridad).

  Aquí, algunos pronunciamientos públicos a este respecto…

Los orígenes de la violencia. Unesco

Wikipedia. Violencia

Manifiesto de Sevilla sobre la violencia

  Paleoantropólogos y primatólogos tienen mucho que aportar a todo esto. Richard Wrangham ha estudiado ambos campos científicos, sobre todo la primatología, el comportamiento de nuestros parientes “grandes simios”. Se adhiere a la opinión más generalizada de que el comportamiento en especial de los machos es rabiosamente violento.

La violencia masculina que existe y amenaza las comunidades de chimpancés es tan extrema que [para un individuo aislado] estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado y en el grupo equivocado puede significar la muerte  (p. 21)

Somos parte de un grupo dentro de los simios donde los machos mantienen el poder organizándose en coaliciones poderosas, impredecibles, manipuladoras y guiadas por la lucha por el estatus que operan en persistente rivalidad con otras coaliciones semejantes (p. 233)

A pesar de las admirables intenciones de los que creen que el patriarcado es únicamente una invención cultural, hay demasiada evidencia contraria. El patriarcado está en todas partes y a lo largo de toda la historia, y sus orígenes pueden detectarse en la vida social de los chimpancés (p. 125)

  Después de los siniestros descubrimientos en Gombe sobre sangrientas guerras entre bandas de chimpancés, ya pocos dudan de que estos animales, tan parecidos en su vida social a la de los cazadores-recolectores humanos que conocemos, son muy violentos. Ahora bien, eso no quiere decir que los pre-humanos Homo habilis, Homo erectus o Australopiteco fuesen necesariamente igual. Y contamos con una nueva evidencia dada a conocer poco después de los informes de Gombe: el comportamiento mucho menos violento de los chimpancés bonobos.

Entre los bonobos no hay informes de coitos forzados, palizas a hembras ni infanticidios (p. 205)

No hay patrullas fronterizas, ni agresiones letales ni palizas a extraños (p. 216)

  El bonobo no es una “raza” de chimpancés, sino una especie diferenciada de grandes simios que ha evolucionado por su cuenta a lo largo de cientos de miles de años. Aunque los machos bonobos –e incluso las hembras- pueden a veces ejercer cierta violencia, la diferencia es abismal con respecto al comportamiento del chimpancé común. Y esto requiere una explicación.

  Sabemos que en muchas cosas ambas especies –chimpancé común y bonobo- son casi idénticas: los machos son más violentos, los machos son más grandes que las hembras –dimorfismo-, los machos permanecen en su grupo de origen -y son las hembras las que pasan a integrarse a otros grupos cuando son jóvenes-, ambos son cazadores y viven en bandas.

  Pero después aparecen las diferencias, y aquí Wrangham considera que podría estar la clave.

  -Los machos bonobos nunca forman coaliciones para enfrentarse a otros individuos dentro de la misma banda.

  -Las hembras bonobo forman coaliciones que controlan cualquier intento de los machos de realizar conductas abusivas.

  -Los bonobos toman más alimento vegetal (dieta más semejante a la del gorila) y no hay escasez de este en su medio

  -Como los chimpancés, los machos bonobos a veces cazan otros monos, pero no al Colobus, cuyo tamaño y aspecto se aproxima más al de los grandes simios.

Los grupos de bonobos incluyen más hembras que los de chimpancés y el tamaño de tales grupos varía menos a lo largo del año. Los grupos de chimpancés son con frecuencia más pequeños, dándose el caso de madres con crías que viajan solas. Los grupos de bonobos nunca son tan atomísticos(…) Los bonobos combinan la cohesión de la sociedad gorila con la flexibilidad de la organización social de los chimpancés (p.222)

La comida propia de los gorilas es más abundante en la región del bosque donde viven los bonobos simplemente porque allí no hay gorilas (p. 224)

  Esto puede esperanzarnos un poco: son circunstancias del entorno –mayor abundancia de comida, sobre todo- las que hacen que una especie sea más violenta que otra. Tampoco los gorilas matan a otros gorilas para disputarles el territorio (pero son infanticidas).

   Ahora bien, ¿los pre-humanos disputaban el territorio? Wrangham y piensan que sí.

Una dieta de carne, frutas, nueces, miel y raíces exigiría una constante división de los grupos para encontrar los mejores lugares para alimentarse (p. 229)

  Con ello, sería probable que los prehumanos de la sabana –australopitecos, Homo erectus y demás- no hubieran tenido la ventaja del bonobo para mantener grupos grandes, dentro de los cuales las coaliciones de hembras pudiesen mantener la paz.

  A todo esto, hay que añadir un dato llamativo que ya hemos señalado: los bonobos no son tan cazadores como los chimpancés. Alimentándose mejor, no tienen que buscar grandes piezas, como el mono colobo. ¿Tendría sentido la relación entre el homicidio y la caza?

El asesinato y la caza podrían estar más vinculados de lo que solemos pensar (p. 219)

  En cuanto a nuestra propia especie, si parece que no habríamos tenido la suerte de descender de algún tipo de simio feliz como el bonobo (o los monos muriquis), no parece que podamos esperar un comportamiento pacífico.

  ¿Qué sabemos de las bandas humanas de cazadores-recolectores? Pues los testimonios que nos han llegado recuerdan bastante a la vida violenta de los chimpancés.

Un 30% de chimpancés macho adultos [en Gombe] mueren por agresión, el mismo porcentaje que Chagnon encontró entre los yanomamo (p. 70)

  Y los homicidas parecen verse recompensados…

[Entre los yanomamo, los hombres que han matado a otros hombres] tienen dos veces y media más esposas que los no homicidas y más de tres veces más hijos (p. 68)

  Que los humanos se vean gobernados por machos violentos no quiere decir que esta violencia obedezca hoy a una necesidad por la disputa de los recursos. Simplemente, es posible que fuera así en los antepasados que nos legaron la herencia genética que conforma nuestro ser y por tanto, esta tendencia sería ahora irreversible (hemos nacido malditos, pecadores…).

La guerra entre poblados, dicen los Yanomamo, no tiene lugar por los recursos. Puede desencadenarse quizá por algo tan vago como sospechas de brujería o tan mundano como una disputa trivial (…) [También] suele suceder por las mujeres (p. 66)

  Y se daría la correspondiente selección sexual: en la medida en que la mujer –hembra- pueda elegir, elegirá al macho más exitoso, es decir, el más violento (también se valora la habilidad social para organizar coaliciones de violentos).

Mientras que los hombres han evolucionado para ser machos demoniacos, parece probable que las mujeres han evolucionado para preferir a los machos demoniacos (p. 239)

  Los rousseaunianos aún protestarán, argumentando que no hay suficientes pruebas de que los prehistóricos fuesen violentos –es discutible si aparecen evidencias de ello en los huesos encontrados- y que los antropólogos han hecho relatos sesgados sobre pueblos cazadores-recolectores que, viviendo en la época contemporánea, ya habrían sido aculturados por la sociedad civilizada.

  Sin embargo, en cuanto a esto último hay algunos relatos especialmente significativos como el caso de William Buckley

Buckley fue un convicto inglés en Australia que escapó para vivir entre forrajeros aborígenes de 1803 a 1835. Describió numerosas muertes violentas (p. 71)

  Los aborígenes australianos no tuvieron oportunidad de coexistir con civilización desarrollada alguna –no las había en el continente hasta la llegada de los europeos-. También el relato de la señora Valero confirma las evaluaciones “hobbesianas” de Chagnon sobre los yanomamo.  

   Parece que gana Hobbes, pero no se trata tan solo de emitir dictamen que descarte el utopismo socialista de la lucha de clases, sino de localizar las causas inmediatas del comportamiento violento innato y cómo podemos paliar sus consecuencias. Sabemos que se trata de algo masculino, que es probable que vaya asociado a algunas conductas –la brujería, la caza- y sabemos que, por muy arraigado que esté en nuestros instintos, el ser humano racional no se resigna a ser violento. Si pudiera elegir, elegiría ser diferente. Este inconformismo con la propia naturaleza, esta resistencia a un fatalista pesimismo es la razón de ser de la búsqueda de la sabiduría.

¿Qué es la sabiduría? Si la inteligencia es la capacidad de hablar, la sabiduría es la capacidad de escuchar. Si la inteligencia es la capacidad para ver, la sabiduría es la capacidad para ver lejos. Si la inteligencia es un ojo, la sabiduría es un telescopio. La sabiduría representa la capacidad para dejar la isla de nuestro propio yo y movernos a través del mar. Ver a nosotros mismos quizá como otros lo hacen y ver a los otros dentro y más allá de las primeras dimensiones del contexto. La sabiduría es, en otras palabras, perspectiva (p. 258)

  Si la masculinidad violenta originada por la disputa de recursos escasos es el origen de la agresión entre humanos, hoy precisamente contamos con recursos adicionales no solo para garantizar la prosperidad económica –algo que ya hace tiempo que tenemos- sino también para desarrollar fórmulas sociales innovadoras que nos permitan vivir sin una innecesaria agresión –y eso es lo que nos falta-.

Lectura de “Demonic Males” en Houghton Mifflin Company  1996; traducción de idea21   

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