lunes, 25 de septiembre de 2023

“Manifiesto para una revolución moral”, 2020. Jacqueline Novogratz

    Jacqueline Novogratz es una activista humanitaria entre muchas otras y, como cada activista en particular, ha de afrontar directamente, con el mayor conocimiento de los hechos y de las circunstancias adyacentes, la problemática de un mundo en precariedad, de modo que este conocimiento y esta acción, mientras más seria y honestamente se lleven a cabo, más probable es que lleven también a explorar nuevos caminos. El proyecto que promueve, “Acumen”, tiene la peculiaridad de vincular la acción humanitaria originada directamente por ideales de tipo moral con la iniciativa empresarial. 

Un creciente número de emprendedores sociales está invirtiendo los modelos convencionales del capitalismo y reimaginando los negocios desde la perspectiva no solo de los acomodados sino, específicamente, de los vulnerables. Estos emprendedores comienzan por escuchar a los pobres con la comprensión de que podemos resolver sus problemas si comenzamos tratando a la gente con bajos ingresos no como receptores pasivos de caridad, sino como clientes que desean y merecen un mayor sentido de agencia para tomar sus propias decisiones y dirigir el curso de sus propias vidas (Capítulo 4)

  Acumen promueve proyectos empresariales en los países más pobres partiendo de un principio realista: que los pobres también tienen dinero para gastar –aunque se trate de “bajos ingresos”- y por lo tanto también es posible hacer negocios con ellos. De hecho, si no tuvieran nada, ni siquiera podrían ser explotados… De lo que se trata es de que sus pequeñas economías se desarrollen de forma socialmente efectiva y compatible con ideales humanistas universales.

  No es una idea nueva. Está relacionada con un movimiento anterior, más conocido, como es el de los microcréditos.

Las naciones se desarrollarán de forma equitativa solo si sus ciudadanos de bajo ingresos puedan ahorrar y pedir prestado (Capítulo 1)

  Pero no se trata solo de facilitar dinero, también de proporcionar apoyo empresarial directo.

Al final de 2017, [un campesino etíope de 19 años] vendió quince mil pollos, todos a pequeños granjeros. Ese año, sus ganancias excedieron los diez mil dólares, una suma astronómica en un país donde la mayor parte de la gente gana un dólar al día (Capítulo 10)

  El pollo es sin duda una de las grandes oportunidades para los campesinos africanos de asegurarse una buena y sabrosa fuente de proteínas. Pero es que, además, este chico etíope ha obtenido un magnífico beneficio (que lo sitúa automáticamente en un nivel social superior al de la mayoría de sus clientes). Novogratz no olvida señalar cómo este joven africano, asesorado y ayudado inicialmente por Acumen, puso un empeño personal, empresarial en el desarrollo de su proyecto. En suma, se nos da una imagen del empresario como “la persona con tesón e iniciativa”, no el mero especulador oportunista y tramposo.

Asumimos que el sector de negocios es más fiable y eficiente; el sector de la caridad más generoso (…) Acumen hace de puente entre los sectores que buscan beneficios y los que no lo buscan (Capítulo 7)

  Cabe preguntarse si aquí tenemos una contradicción. Novogratz también relata su encuentro con unos grandes banqueros “convencionales” interesados en proyectos humanitarios que proporcionaran rendimiento a sus inversores. Pero aquí no estamos en la misma situación que la del chico etíope de los pollos…

El banquero veía los rendimientos financieros [de los préstamos a personas de bajos ingresos] como un fin. Si los pobres se beneficiaban –bien, eso era un beneficio secundario-. Él nunca había visitado los bancos de microfinanzas en los cuales se invertían sus fondos, él nunca se había encontrado con los prestatarios de bajos ingresos. Mi desconfianza no era de él como  persona sino de un sistema que toma decisiones basándose en provechos a corto plazo, no en si aquellos a los que pretendía servir veían cambios positivos en sus vidas (…) Yo quería usar las herramientas del mercado como un medio para aliviar la pobreza, no como un fin (…) Ateniéndonos a un sistema estructurado únicamente para maximizar los beneficios de los accionistas evitamos tomar responsabilidad personal en respuesta a esta cuestión moral (Capítulo 8)

  Por encima de todo, lo que necesitamos es resolver problemas reales, lamentables, de muchas sociedades que viven en una injusta precariedad. Veamos otro caso:

Contrató a los bandidos para reconstruir el mercado [que estos destruyeron] y después negoció con los residentes del mercado proporcionar doscientos puestos a la banda, uno para cada uno de los miembros (Capítulo 6)

   Aquí se trata de un gran mercado tradicional en una localidad africana que fue atacado por un grupo de delincuentes. El empresario “Acumen” tiene que pasar por la amarga y realista prueba de convertir a unos meros bandidos en mafiosos-empresarios para que los vecinos puedan volver a tener su mercado. Pero ¿no es este el origen de mucho del tejido empresarial?, ¿el bandido, el chantajista, el matón que da el paso de elegir la vida más cómoda de empresario mafioso y finalmente de empresario respetuoso de las leyes?

  El que en este tipo de actividades económicas realistas se mantenga un ideal moral puede parecer controvertido… pero se hace más necesario que nunca.

Lo que necesitamos es una revolución moral, una que nos ayude a reimaginar y reformar la tecnología, los negocios y la política, y que debido a ello toque todos los aspectos de nuestras vidas. Por “moral”, no quiero decir estrictamente adherirnos a reglas establecidas de autoridad o convención sin considerar las consecuencias. Quiero decir un conjunto de principios centrados en elevar nuestra dignidad individual y colectiva: una elección diaria para servir a los otros y no solo para beneficiarnos a nosotros mismos. Quiero decir complementar la audacia que construyó el mundo que conocemos con una nueva humildad más afinada con nuestra interdependencia (Introducción)

  Aunque promueven la libre empresa y los beneficios, los dirigentes de Acumen no se consideran diferentes a cualquier otra agencia humanitaria en su mensaje social, ya que consideran que los pequeños negocios en el medio rural, los microcréditos, las redes comerciales a pequeña escala construyen tejido social. Benjamin Franklyn lo hubiese aprobado.

Usemos el mercado como un mecanismo de escucha (…) y dejemos que nos enseñe lo que la gente valora al tiempo que lo que puede permitirse (Capítulo 9)

Se me preguntó recientemente si era posible enseñar a la gente a construir confianza (…) Construyes confianza mostrándote, escuchando lo que otros tienen que decir, manteniendo las promesas. Construyes confianza mediante la empresa compartida y por la consistencia de tus palabras y acciones  (Capítulo 11)

   Franklyn partía de la confianza propia de los puritanos emigrados a Norteamérica, confianza que permitía un buen desarrollo económico –entre hombres de palabra, los negocios son mucho más viables que entre gente de poco fiar-, pero el punto de vista opuesto tiene mucho más sentido en sociedades más desestructuradas: partimos de la desconfianza inicial, de la conflictividad local y aún vecinal. 

   En entornos muy diferentes a la Nueva Inglaterra puritana del siglo XVIII, el que poco a poco surjan redes comerciales promueve los valores de tolerancia social y fortalece un comunitarismo cada vez más extendido. La visión de la señora Novogratz parte de que esto solo puede salir adelante si, desde el principio, los agentes comerciales e industriales han aceptado, además del natural interés empresarial del justo beneficio y progreso personal, los valores humanitarios que, compartidos universalmente, son transmitidos por el acompañamiento de los asesores –de Acumen, por ejemplo-  y de las autoridades políticas locales –que no son siempre tan corruptas como algunos pretenden-.

Nuestra esperanza para una revolución moral descansa en contar historias que unan, que desafíen los estereotipos y fáciles prejuicios, y que acaben por reforzar nuestra dignidad (Capítulo 12)

Asociarse con el gobierno es esencial para conseguir buena calidad de salud en el mundo rural de los países pobres. Los mercados solos nunca tendrán éxito en proteger a los más vulnerables de la enfermedad y la desgracia, pero compañías privadas (…) pueden ayudar al gobierno a alcanzar sus metas de servir a los ciudadanos y proteger a los más vulnerables (Capítulo 10)

La gente a veces pregunta cómo el “acompañamiento” progresa a modo de un principio. Diría que cómo nos sostenemos los unos a los otros es un ethos, una forma de ver a los otros y a nosotros mismos. Si expandimos ese ethos y si celebramos a aquellos que lo hacen bien, entonces los acompañamientos y los beneficios mutuos aumentarán. El acompañamiento no es solo para un negocio o una organización. Es un marco para una sociedad más inclusiva y afectiva (Capítulo 11)

  Encontramos entonces que el beneficio empresarial sería solo una pequeña parte de lo que supone esta versión humanitaria del capitalismo. No puede ir desvinculado del idealismo social, de atender las necesidades de la gente y de intereses que van más allá del mantenimiento de una red empresarial viable. 

El actual sistema económico mantiene la atención en lo que podemos contar (beneficios) más que en lo que más valoramos (la salud y educación de nuestros hijos, la calidad del aire que respiramos, la justa compensación para los pobres etc) (Capítulo 9)

   Aún habrá quien lo considere contradictorio. El chico emprendedor que gana un buen dinero criando pollitos que luego vende a los pequeños granjeros quizá se convierta más adelante en un despiadado magnate, o los mafiosos que ahora controlan el mercado podrán extender su influencia todavía más allá para seguir cometiendo abusos. Pero a lo largo de este libro, Jacqueline Novogratz nos convence de que está actuando, de que ve resultados prometedores y de que en ningún momento ha perdido de vista sus objetivos éticos.

Enfrentamos amenazas que llevan dentro de sí peligrosas consecuencias y oportunidades desconocidas –no para algunos, sino para toda la raza humana- desafíos que requieren que cada uno de nosotros renueve los valores de dignidad humana, derechos básicos y decencia. Cuando finalmente reunamos el coraje para cambiarnos a nosotros mismos, solo entonces cambiaremos el mundo. La libertad no existe sin limitaciones. Proclamar estos valores que nos unen, tanto si comenzamos con nuestras familias, nuestras organizaciones, nuestras comunidades o nuestras naciones, es un comienzo. Aspirar a vivir estos valores es el siguiente paso. (Capítulo 15)

Lectura de “Manifesto for a Moral Revolution” en Henry Holt and Company, 2020 ; traducción de idea21

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