martes, 5 de junio de 2018

“El gran nivelador”, 2017. Walter Scheidel

No es el desarrollo económico o, en términos más generales, el desarrollo humano lo que aquí nos ocupa, sino cómo se distribuyen los frutos de la civilización, por qué se distribuyen como lo hacen y qué sería necesario para cambiar esos resultados. He escrito este libro para demostrar que las fuerzas que modelaban la desigualdad [en el pasado] en realidad no han cambiado hasta resultar irreconocibles.

Debemos preguntarnos si alguna vez se ha aliviado una gran desigualdad sin una gran violencia, cómo son las influencias más benignas en comparación con el poder de este Gran Nivelador y si el futuro será muy distinto, aunque tal vez no nos gusten las respuestas.

   Sin violencia no habría igualdad económica, no habría justicia social. Ése es el Gran Nivelador. El historiador económico Walter Scheidel habla de los “cuatro jinetes” del Apocalipsis que permiten la “compresión”, es decir, un cierto retorno a la igualdad económica originaria, siendo la desigualdad la tendencia natural de las economías propias de la civilización.

La desigualdad se ha visto allanada por cuatro tipos de rupturas violentas: guerra con movilización masiva, revolución transformadora, fracaso del Estado y pandemia letal. A esto lo denomino los «cuatro jinetes de la equiparación». 

  En el principio fue la igualdad. La propia de las sociedades primitivas. Pero eran igualitarios porque eran muy pobres y porque contaban, además, con costumbres fuertemente represoras de la natural tendencia a la desigualdad…

La desigualdad entre los cazadores-recolectores no es inexistente, sino muy baja en comparación con la de las sociedades que recurren a otras formas de subsistencia. (…)  El igualitarismo de los recolectores se basa en el rechazo a los intentos de dominación.

 En cuanto surgen las civilizaciones agrarias, la desigualdad se dispara. No hay ejemplos de lo contrario. Y eso no quiere decir que alguna vez la desigualdad haya sido bien aceptada, porque los desfavorecidos siempre han tratado de cambiar la situación en su favor.

Cuando nuestra especie adoptó la producción alimentaria domesticada y sus consecuencias habituales, el sedentarismo y la formación de estados, y hubo reconocido alguna forma de derechos de propiedad hereditarios, la presión ascendente sobre la desigualdad material se convirtió en un rasgo fundamental de la existencia social humana. 

Durante casi todo el periodo agrario, el Estado enriqueció a unos pocos a expensas de muchos: las ganancias salariales y los beneficios por prestar un servicio público normalmente resultaban nimios si los comparamos con la corrupción, la extorsión y el saqueo. A consecuencia de ello, muchas sociedades premodernas llegaron a alcanzar un nivel de desigualdad máximo

Las sociedades antiguas tendían a ser lo más desiguales posibles

   Scheidel enumera casos de desastres políticos (violencia) y naturales que, en ocasiones, han corregido la desigualdad. Pero con la estabilidad económica y la prosperidad, la desigualdad retornaba.

En una amplia variedad de sociedades y en distintos niveles de desarrollo, la estabilidad favoreció la desigualdad económica. Esto es cierto tanto en el Egipto faraónico como en la Inglaterra victoriana, el Imperio Romano y Estados Unidos. Las sacudidas violentas tuvieron una importancia crucial a la hora de alterar el orden establecido, condensar la distribución de ingresos y riqueza y atenuar la brecha entre ricos y pobres. 

   ¿Sabemos algo de por qué es esto así?

El residuo del igualitarismo ancestral fue sustituido por la creencia en los méritos de la desigualdad y la aceptación de la jerarquía como elemento integral del orden natural y cósmico.

Los gobernantes y sus agentes también ofrecían protección en el sentido en que lo hacen los grupos mafiosos modernos, aprovechando los beneficios de su preponderancia en el uso de la violencia organizada. Con frecuencia ejercían un gran poder despótico

  Aunque Scheidel no lo dice expresamente, parece claro cuál es el origen de la relativa tolerancia a la desigualdad: una sociedad estratificada, incluso “mafiosa”, garantiza un cierto orden político. Si todos ambicionamos riquezas, todos estamos en permanente conflicto, tanto por apoderarnos de ellas como para impedir que otros se apoderen de ellas. La violencia hobbesiana indiscriminada se reemplaza por lo que otros autores llaman la “violencia sistémica”: la de los poderosos y propietarios. Y conviene puntualizar que no es la propiedad privada en sí el origen de la desigualdad, sino el poder político, ya que el derecho a la propiedad “sagrado”, “intocable”, es una creación moderna.

  Además, no solo la opresión de la sociedad de clases garantiza un mayor orden político: también parece que es lo que permite el progreso económico.

La economía moral [igualitaria] impedía el crecimiento y la falta de crecimiento impedía la producción y concentración de excedentes.

Apenas existen escenarios creíbles en los que el crecimiento económico no provoque un aumento de la desigualdad absoluta.

  De lo que encontramos poco en este libro es de una reflexión acerca de la precariedad. Al fin y al cabo, no importa mucho que unos sean más ricos que otros (¡no hay que ser envidiosos!), lo grave es cuando la riqueza en desigualdad, incluso si la riqueza total es objetivamente abundante, causa el sufrimiento físico y psicológico de los que quedan en precariedad.

  La pobreza en la Antigüedad, que incluía situaciones terribles como la esclavitud, estaba indudablemente vinculada al sufrimiento. Sin embargo, hoy la pobreza y la precariedad resultan en cierto modo aún más indignantes debido a la inmensa riqueza que ha creado la tecnología. Pase lo que pase con la desigualdad, nunca habría sido más fácil que hoy evitar las situaciones de pobreza angustiosa.

  ¿La compasión ha mejorado algo esta situación? Si bien todavía estamos lejos de que en las sociedades actuales más prósperas se cuente con una “sociedad del bienestar” completa, no cabe duda de que parece que nos acercamos a ese objetivo, tal como sucede hoy en unas pocas sociedades. Scheidel insiste en sus “cuatro jinetes” pero ¿no es la prosperidad actual en tiempos de paz la prueba de que hay otros factores de igualación económica aparte de la violencia y las pandemias?

La distribución más equilibrada de ingresos finales típica de la eurozona y Escandinavia depende sobre todo del mantenimiento de un sistema expansivo y costoso de intervenciones estatales sumamente igualadoras.

  Intervención estatal propia de los estados más democráticos y respetuosos con los derechos humanos individuales.

A primera vista, la expansión de las instituciones democráticas puede parecer un candidato plausible como medio pacífico de igualación. Sin embargo, (…) la democratización formal no puede ser tratada como un hecho autónomo y desvinculado de acciones violentas. Al igual que la evolución de la antigua democracia ateniense estuvo salpicada de movilizaciones militares de masas, la ampliación del sufragio en muchos países occidentales en momentos concretos de la primera mitad del siglo XX estuvo muy ligada a las sacudidas de las dos guerras mundiales.  

  El autor reconoce que tuvieron lugar cambios sociales esperanzadores antes de que estallara la primera de las guerras mundiales, durante el periodo de cien años que va desde el fin de las guerras napoleónicas hasta 1914, en el que hubo pocas guerras en Occidente (la muy localizada guerra civil norteamericana y la más bien breve franco-prusiana, las más conocidas). Hubo tensión social, revueltas y episodios violentos localizados y breves, pero no grandes catástrofes.

Durante varias décadas antes de 1914, numerosos países occidentales ya habían empezado a aprobar legislaciones de seguridad social e impuestos sobre la renta o el patrimonio y habían ampliado el sufragio y permitido la sindicalización. Aunque esas iniciativas fueron modestas para los criterios de generaciones posteriores, pusieron los cimientos institucionales y conceptuales para la gran expansión de los organismos redistributivos y el estado del bienestar que se desarrollaron aproximadamente a lo largo de las dos generaciones siguientes.

  Por lo tanto…

no podemos descartar la posibilidad de una equiparación gradual pacífica en condiciones de modernidad, si bien existen pocas pruebas empíricas que respalden esta idea.

Debemos contemplar la posibilidad de que la humanidad se haya vuelto más pacífica con el tiempo

   “Posibilidades” quizá más importantes que las evidencias poco valiosas de que las catástrofes políticas y las pandemias dan lugar a transitorios periodos de igualación económica. Al fin y al cabo, el efecto de los “cuatro jinetes” parece limitarse a que los ricos se empobrecen cuando llega la ruina para todos (pero ellos tienen ”más” que perder, naturalmente) y a que algunos pobres se benefician de la mayor demanda de mano de obra durante el periodo de reconstrucción tras la catástrofe.

  Quizá el autor hubiera ganado concreción de haber diseñado su libro diferenciando entre la cuestión de la precariedad objetiva y la cuestión de la igualdad económica como fenómeno psicológico. Recordemos cómo valoraba Adam Smith la pobreza ya en el siglo XVIII, en la relativamente próspera Gran Bretaña:

Los mínimos de ingresos reales no solo están determinados por la subsistencia fisiológica mínima, sino también por poderosos factores sociales y económicos. La definición que elabora Adam Smith de los requisitos mínimos en su época es un ejemplo famoso. En su opinión, estos incluyen «no solo los servicios indispensables para la vida, sino todo aquello que según la costumbre del país sea indecente que las personas honorables, incluso en los estratos más bajos, no posean», como —en Inglaterra— una camisa de lino y unos zapatos de piel. 

  Eso explica el chocante espectáculo de los congresos sindicales internacionales, donde los obreros del Tercer Mundo se muestran como camaradas de los del Primer Mundo de ideología progresista. Por muy camaradas que sean, las reivindicaciones de los obreros de los países ricos se refieren a temas como las vacaciones, las pagas extra y la capacidad para afrontar las hipotecas mientras que las de los obreros pobres se refieren a acceder al agua potable, escolaridad para sus hijos y un salario que permita poco más que la supervivencia.

La pobreza es, sin duda, un blanco en movimiento: una persona pobre en Estados Unidos no lo sería en África central.

  Es grave que se diga que la paz trae la desigualdad y que la violencia trae la igualdad. Probablemente no es cierto, a la vista de lo que parecía un pacífico incremento de la justicia social hasta 1914. No es lo mismo tener en cuenta las tensiones sociales que las catástrofes cruentas a las que se refieren los “cuatro jinetes”.

Por ahora, estamos atrapados en las mentes y cuerpos que tenemos y en las instituciones que estos han creado. Esto indica que las perspectivas para una igualación futura son escasas.

  Quizá no se trata tanto de mentes y cuerpos, sino de procesos de avance cultural, relacionados, cuando menos, con la educación y el avance de la ciencia. Desde luego, no hemos de olvidar cómo sucedían las cosas en la Antigüedad, pero no tienen por qué suceder igual ni hoy en día ni en el futuro próximo.

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