miércoles, 25 de octubre de 2023

“Epicuro”, 1981. Carlos García Gual

Se ha dicho que ningún otro filósofo de la Antigüedad ha sido tan calumniado como Epicuro el materialista, el hedonista, el negador de la inmortalidad del alma y de la providencia divina, y, por tanto, el enemigo de la religión y del Estado. (p. 7)

  Sin embargo, el viejo Epicuro no era un rebelde: creía en los dioses, fomentaba la moderación del deseo y afirmaba que el sabio no ha de meterse en política. Que un personaje tan apacible haya sido tan atacado ya de por sí justifica la curiosidad de un erudito de la talla de Carlos García Gual.

  El epicureísmo se enmarca en la “filosofía helenística”, las escuelas filosóficas que sucedieron a los “gigantes” Platón y Aristóteles. Con los cínicos, los epicúreos y los estoicos, se consolida la enseñanza del sabio a la sociedad.

El ideal humano de conducta -tanto para los epicúreos como para los estoicos- se incorpora en la imagen del sabio, paradigma moral personificado. Se trata de una herencia socrática, mejor conservada en la tradición cínica que en la vertiente platónico-aristotélica, más atenta a lo intelectual. Sócrates o Diógenes representaban ese tipo de filósofo ejemplar en su vida, al margen de las convenciones sociales, que sabía regir su vida autónomamente. Más tarde los cristianos tendrán a sus santos, pero el ideal del sabio es la figura ejemplar y heroica (p. 225)

   El sabio enseña sabiduría, ya no tanto compleja filosofía académica. El sabio enseña a vivir y su propia vida se convierte en paradigma de enseñanza.

El philósophos es así el sophós; no sólo persigue un ideal teórico, sino que realiza en su vivir ejemplar esa conducta que le distingue de los demás humanos desgraciados  (p. 60)

  Hay muchas perspectivas desde las que abordar la filosofía de Epicuro.

Destaca en la filosofía de Epicuro más la coherencia que la originalidad. Recoge, en una hábil síntesis, teorías bien conocidas de otros pensadores griegos: el atomismo de Leucipo y Demócrito para explicar la constitución material del universo, el hedonismo de Aristipo de Cirene, el empirismo en la teoría de la percepción derivado de Aristóteles, y la búsqueda de la serenidad de ánimo, la ataraxía, de los escépticos. En su rechazo de la política y la educación coincide (…) con los cínicos, los escépticos y los primeros estoicos. Sin embargo, lo importante es lo ajustadamente que armoniza, en un sistema nuevo, todas las ideas surgidas ya en la tradición anterior.  (p. 77)

   Célebre por predicar el placer como objetivo supremo de la vida, su idea del placer resulta bastante moderada.

[La] admisión del placer como último fin de nuestra conducta supone decididamente la negación de todo idealismo ético, en el sentido platónico; es la negación más rotunda a considerar como fin del hombre algún objetivo trascendente, como el Bien platónico. (p. 164)

  En las propias palabras del filósofo:

Cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación, como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbados en el alma (…) Ni banquetes ni juergas constantes ni los goces con mujeres y adolescentes, ni de pescados y las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece, engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de las que procede la más grande perturbación que se apodera del alma. (p. 144)

Si Epicuro rechaza los placeres de los disolutos y los viciosos, como dice, no es porque los condene desde el mirador de la Virtud, sino porque no le parecen provechosos, sino dañinos a la larga y a la corta, según su cálculo utilitario. Esos placeres desordenados no aportan serenidad al alma, no dan ataraxía al espíritu (p. 194)

  Hay que precisar que Epicuro es capaz de hallar este placer moderado incluso en circunstancias que objetivamente no serían nada placenteras. De hecho, era hombre enfermizo y toda la vida sufrió malestar físico. Superó tales circunstancias gracias a la filosofía…

  Por otra parte, Epicuro niega la intervención de los dioses en la vida humana así como niega la inmortalidad del alma (pero no ve que la muerte deba angustiarnos).

La negación de la providencia divina por parte de Epicuro fue ya para los antiguos uno de los trazos más escandalosos de su filosofía (p. 173)

El alma por sí sola no vive ni siente ni piensa, sino que sólo realiza estas funciones en el conjunto psicosomático, que es el organismo vivo. Es decir, siente con los sentidos del cuerpo y mueve al cuerpo desde dentro de él. Cuando el cuerpo se disgrega, también el alma perece. (p. 121)

El más espantoso de los males, la muerte, nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos. (p. 142)

  Hasta aquí, la concepción del epicureísmo que se suele tener y que lo clasifica a veces como una anécdota en comparación con los grandes sistemas filosóficos de Platón y Aristóteles. 

  Pero en Epicuro hay algo más. El epicureísmo es apolítico, se interesa por el conocimiento físico –porque a este conocimiento se le atribuye proporcionarnos paz de espíritu- y destaca determinados rasgos del comportamiento humano creando una original insinuación de un modelo de vida trascendente. A primera vista, el epicureísmo es extremadamente egoísta: mientras que platónicos y estoicos ponen el sentido de la vida en el servicio público, los epicúreos parecen aislarse de las desgracias ajenas.

Gozar al máximo de lo dado, ya que la Naturaleza nos ha dejado siempre al alcance la posibilidad de una felicidad terrena sencilla, y contrarrestar los embates de la Fortuna inconstante con la fuerza del espíritu, con el recuerdo y la imaginación, son consejos que Epicuro ha dado no sólo en su teoría, sino también a través de su ejemplo personal (p. 56)

   Pero lo interesante es que, en esta concepción de la felicidad –en la que no se busca el heroísmo ni la grandeza-, va un mensaje psicológico que sí tiene un alcance social.

El sabio epicúreo no es, ni un fakir ni un egoísta radical. Esa autosuficiencia no está reñida con un cierto amor al prójimo (más amable como persona que como miembro de la muchedumbre), ni tampoco con el elogio de la amistad, como fuente de la más perfecta felicidad (p. 76)

   La amistad. Si la felicidad no nos la dan los placeres viciosos, ni la vanidad de la fama, ¿cuál es la mayor felicidad? Es la amistad.

En la concepción social de epicureísmo, los individuos viven en un mundo hostil y ajeno, donde la justicia es un mero pacto de no agresión, donde los mayores beneficios se obtienen por la cautela y el apartamiento de la muchedumbre. El individuo vaga, tan sin rumbo como el átomo en el espacio, sin finalidad supraindividual. Pero la amistad se le aparece como un lazo de unión entre los hombres elegidos por su concordia y su liberalidad, un lazo personal y gozoso.  (p. 220)

De los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad (p. 148)

  Así, se conserva la supuesta carta que escribió el mismo Epicuro el día de su muerte a uno de sus mejores amigos:

«Mientras transcurre este día feliz, que es a la vez el último de mi vida, te escribo estas líneas. Los dolores de mi estómago y vejiga prosiguen su curso, sin admitir ya incremento su extrema condición. Pero a todo ello se opone el gozo del alma por el recuerdo de nuestras pasadas conversaciones... ». (p. 170)

   Esta visión amable y en apariencia modesta del sentido de la vida humana le da a su pensamiento una coherencia moral que es perfectamente compatible con un mensaje social mucho más perfecto que la grandiosidad cívica de platónicos y estoicos.

El amor a la humanidad nos lleva a socorrer a los extranjeros (p. 242)

No sólo es más hermoso hacer el bien que recibirlo, sino también más agradable; pues nada hay que engendre más alegría que la beneficencia (p. 219)

El sabio epicúreo «sentirá pesar», se afligirá en algunas circunstancias penosas, mientras que el estoico es inalterable en su egoísmo apático. (p. 226)

  Encontramos así que los egoístas epicúreos han descubierto una amabilidad que es la base psicológica del amor mejor comprendido. Los epicúreos se han sensibilizado a la realidad humana, han desarrollado la amabilidad fraterna como paradigma de la vida social. Su visión del mundo es optimista, serena y madura. Conocer la naturaleza física, de hecho, les proporciona una seguridad en tanto que supera el oscurantismo de un destino incierto.

  Epicuro fue atacado por sus rivales filosóficos –no podía ser de otra manera, si negaba el compromiso político, el poder de los dioses y el alma inmortal-, y sin embargo su mensaje no es amargo ni desdeñoso, pues predicó una felicidad privada capaz de trascender la fragilidad y brevedad de la vida humana.

«El acordarse de los bienes pasados es importantísimo para la vida feliz» (…) Es también la reflexión la que niega las ansias de un goce de duración ilimitada. «Tiempo finito y tiempo infinito dan igual cantidad de placer si se miden sus límites por la razón»  y así «el sabio ha de sacar fruto no del tiempo más duradero sino del más agradable»  (p. 169)

La filosofía de Epicuro no es una filosofía del placer, es una filosofía del gozo  (p. 162)

   Este optimismo –o esta resignación amable y serena- no implica una visión del progreso social. Si Epicuro rechaza que el filósofo entre en política es porque sabe que la política no es la solución. Que la naturaleza humana es demasiado compleja para verse mejorada por la acción política. La virtud social está en otra parte.

No cree Epicuro, como otros mantenedores de la tesis del contrato social, en el salvaje feliz y bondadoso. En tal sentido se halla más cerca de Hobbes que de Rousseau. (p. 211)

Epicuro no creyó en el mito del salvaje feliz ni en la mayor felicidad de los tiempos pasados. Intentó, sí, liberar al individuo de cargas sociales y de la sumisión a unos valores que estimaba como falsos. La sociedad era para él una fábrica de vanas opiniones, que amenazaban la dicha personal al someterla a la conquista del honor y las riquezas, al esclavizar la conducta humana en aras de unos ideales competitivos que no traían consigo ni el placer del cuerpo ni la serenidad del ánimo. (p. 68)

[Las] normas tienen que adecuarse a lo que es conveniente para todos, al interés general, que es una norma democrática, que Epicuro da por supuesta (p. 213)

   Y si la naturaleza humana no es de por sí amable, he ahí el mérito de su predicación de la fraternidad benévola de los hombres esclarecidos como ejemplo a seguir por quienes no han descubierto aún la virtud de la sabiduría.

Lectura de “Epicuro” en Alianza Editorial 2002

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