martes, 15 de julio de 2025

“Emoción, cognición y comportamiento altruistas”, 1986. Nancy Eisenberg

  La explotación de las tendencias altruistas del ser humano es nuestra mejor oportunidad para alcanzar la armonía social. En 1986, el estudio psicológico de la moralidad había alcanzado notables avances, sobre todo por la obra de Lawrence Kohlberg. La psicóloga Nancy Eisenberg participa de estas indagaciones.

El desarrollo de tendencias prosociales está sin duda influenciado por las emociones prosociales; en consecuencia, el desarrollo de estas emociones debe ser central en cualquier modelo comprensivo de altruismo (p. 57)

El altruismo se diferencia de otros comportamientos prosociales sobre la base de la motivación (p. 210)

  Si la motivación para el altruismo es el mero beneficio de nuestros semejantes (a cambio de lo cual podemos, si acaso, recibir solo una gratificación de tipo afectivo) no cabe duda de que entonces el altruismo se trataría de la más prometedora fuente de conducta prosocial y que por tanto sería también la más prometedora fuente de armonía y prosperidad mutuas. También, desde luego, podemos contar con la prosocialidad que viene de la reciprocidad (hacer el bien con la expectativa de que seamos correspondidos de forma parecida), pero un sistema altruista es infalible porque no depende del azar de si la reciprocidad es o no viable, y genera una mucha mayor confianza dentro de la sociedad (los “santos” que piensan en todo momento en el bien ajeno proporcionan más confianza que los que calculan cuándo y cómo sus buenas acciones serán correspondidas por reciprocidad).

El comportamiento altruista es con frecuencia definido como el comportamiento voluntario que pretende beneficiar a otro y no está motivado por la expectativa de una recompensa externa (…) Cuando se define de esta forma, la mayor parte de los modernos psicólogos y filósofos parecen estar de acuerdo en que sí que existe el altruismo (p. 1)

Tanto los procesos cognitivos como las respuestas afectivas con frecuencia son citados como motivadores potenciales del altruismo, pero hay un considerable desacuerdo con respecto a las contribuciones relativas de cada uno al desarrollo y mantenimiento del comportamiento altruista  (p. 2)

   Las emociones no son todas innatas. Cuando menos, la manifestación de las emociones puede ser manipulada culturalmente, lo que se evidencia en la evolución moral, donde reaccionamos de forma diferente ante las mismas cuestiones morales según el entorno cultural en el que nos encontremos (así, por ejemplo, en la sociedad de ciertos países la homosexualidad es delito, lo cual necesariamente afecta al juicio subjetivo de cada individuo de esta sociedad). Y lo que es más importante: podemos educarnos a nosotros mismos para sensibilizarnos moralmente de manera que modificamos nuestras reacciones emocionales para mejor (en base a principios racionalmente comprensibles). Pensemos en cuando dentro de la administración pública se ha hecho rutinario el dar “cursillos” de sensibilización con respecto a temas morales como el feminismo o las buenas relaciones dentro de la jerarquía laboral.

  ¿Hasta qué punto podemos influir nosotros mismos en los cambios morales? Sócrates, el filósofo arquetípico, pensaba que podía lograrse esto haciendo uso de la racionalidad.

Sócrates argumentó que la sabiduría moral es la esencia de la moralidad (p. 7)

  La sabiduría moral se origina en el razonamiento motivado por la evidencia, pero el resultado puede no ser acorde con el sentido común de la época (¿una mujer es libre de tener relaciones con quien desee? ¡eso es una prostituta!).

Debido a que no controlamos nuestras emociones, no somos responsables de nuestros sentimientos. Consecuentemente, los sentimientos no tienen nada que ver con la moralidad (p. 8)

  Éste era el planteamiento de Kant que, por lo demás, y pese a su supuesto racionalismo crítico, estaba también sujeto a prejuicios propios de su medio social.

  Por otra parte, si la sabiduría y la razón nos llevan a defender principios morales altruistas con independencia de los sentimientos (por ejemplo, no vengar las ofensas por el principio moral del amor universal), tenemos que aceptar que una cosa sería hallar criterios morales inequívocos, y otra asegurarnos de contar con motivación para la acción altruista (¿cómo logro estar motivado para no vengar las ofensas, si mi constitución emocional me impulsa a vengarlas?).

El altruismo puede ser motivado por una variedad de factores aparte de empatía o simpatía incluyendo principios morales abstractos (…) y culpa (p. 46)

  En lo que al altruismo se refiere, las emociones empáticas son las más propensas a motivarnos. En el ejemplo de no vengar las ofensas, podemos empatizar con el ofensor si consideramos, por ejemplo, sus condicionamientos sociales desgraciados (el entorno de la delincuencia), y esto puede llevarnos a la acción altruista de controlar conscientemente nuestro natural deseo de venganza.

   Pero la empatía también tiene sus problemas a la hora de seguir los principios morales de la sabiduría crítica.

[Las] enfermeras altamente empáticas era más probable que evitaran contacto con pacientes que las menos empáticas (p. 48)

   Porque la empatía causa sufrimiento vicario. Y nadie quiere sufrir. Esto sirve para el caso de la enferma como para el caso de vengarnos de un ofensor: la tendencia no empática deshumaniza al ofensor, considerándolo como una especie de bestia dañina.

La empatía es una respuesta vicaria; en contraste, la culpa, el orgullo y otras emociones autoevaluativas son reacciones evocadas por la evaluación del propio comportamiento en una situación, no en el estado de otro (…) Los roles de los afectos autoevaluativos y relacionados con los valores en la acción prosocial han sido discutidos y estudiados con mucha menos frecuencia que la empatía (p. 50)

   Emociones autoevaluativas son aquellas que se manifiestan a partir de valores o principios morales abstractos (los que motivan la culpa o el orgullo). El mismo autor reconoce que se han estudiado “menos” que la empatía. Es lógico que la cuestión sea mucho más compleja, porque, estos “afectos autoevaluativos”, ¿qué origen tienen?, ¿cómo llegan a producirse? ¿Por qué algunas personas están orgullosas de pagar impuestos y otras se avergüenzan de no haber ideado una estrategia para librarse de pagarlos?

Lo de la empatía es más simple.

[Existe una] disposición general para ser empático (rasgo de empatía) (p. 46) 

  La idea de promover los afectos autoevaluativos tiene la ventaja de que los principios racionales éticos (que son aceptados universalmente) logran alcanzar la esfera de lo emocional y con ello la actitud moral se hace más efectiva. Es mucho mejor que la gente pague los impuestos por convicción cívica que por miedo a una multa.

  Otro medio para alcanzar la conducta altruista activando la motivación es tener en cuenta la respuesta social: el feedback alienta toda acción individual (sea o no altruista).

Las reacciones afectivas a los resultados de comportamiento esperados son un importante determinante del comportamiento moral [no necesariamente altruista] (p. 18)

  La conclusión es, por tanto, que debemos disponer de medios para manipular las emociones y los afectos en el sentido que nos dicte la sabiduría moral. Esto puede hacerse con diversas estrategias, como el racionalismo de la autoevaluación o facilitando la expresión de la respuesta social alentadora a los actos altruistas.

  Desarrollando las consideraciones de Piaget y Kohlberg sobre la involucración del desarrollo cognitivo en la evaluación moral, se estudia con cierto detenimiento cómo se unen lo moral y lo intelectual.

Un comportamiento altruista es motivado por  simpatía [o por] emociones autoevaluativas (o anticipación de estas emociones) asociadas con valores y normas morales interiorizadas específicas  (…); [o] por cogniciones que tienen que ver con valores, normas, responsabilidades y deberes no acompañados por discernibles emociones autoevaluativas; o [por] cogniciones o efectos acompañantes (por ejemplo, sentimientos de incomodidad debido a inconsistencias en la propia autoimagen) o relacionadas con la autoevaluación frente a la propia autoimagen (p. 210)

  En una sociedad que valora por encima de todo lo intelectual y el razonamiento independiente la capacidad para decidir por uno mismo lo que es o no moral supone el ideal más atractivo. Sin embargo, el fenómeno de la “interiorización” es impuesto en general por el entorno cultural. 

La mayor parte [de los psicólogos] ven las normas como valores que la gente interioriza durante el proceso de socialización y desarrollo, valores que son al menos en parte construcciones cognitivas. Estos valores con frecuencia son mantenidos por la sociedad a gran escala; sin embargo, también pueden ser construidos individualmente por el individuo (p 115)

  Y es esta última posibilidad (que el individuo pueda construir sus valores morales por sí mismo) la que recibe la mayor parte de la atención. Si promovemos la capacidad individual para construir los propios valores morales podríamos obtener resultados parecidos a si se nos condiciona moralmente (interiorización de valores morales por el entorno cultural).

 Sabemos que los principios morales pueden arraigar incluso en los niños que son capaces de comprender la existencia de la “bondad”.

Cuando los adultos dicen que el previo comportamiento positivo de los niños es debido a causas internas (bondad) es más probable que los mismos niños se comporten de una forma prosocial en las subsecuentes oportunidades de asistencia (p. 96)

  Los procesos de “interiorización” emocional de la moralidad pueden entonces complementarse con la sofisticación del desarrollo cognitivo. La idea de que existe “bondad” dentro de nosotros, si se detecta ya en la infancia, supone una buena oportunidad de desarrollo.

Lectura de “Altruistic Emotion, Cognition, and Behavior” en Psychology Press 2015; traducción de idea21

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