sábado, 25 de mayo de 2024

“Endemoniados”, 2020. Jimena Canales

El diccionario de Oxford define los “demonios” en la ciencia como “cualquiera de las variadas entidades nocionales que cuentan con habilidades especiales y son usadas en los experimentos mentales de los científicos”. (Introducción)

  Aunque a lo largo de su libro, la historiadora de las ciencias Jimena Canales señala un gran número de estos “demonios” que han sido ideados últimamente por científicos de prestigio, los dos ejemplos paradigmáticos a los que se hace referencia una y otra vez son solo dos: el demonio de Laplace y el de Maxwell.

El demonio de Laplace (…) se ha convertido en el santo patrón del determinismo (Capítulo 2)

  El determinismo seguirá entre nosotros durante mucho tiempo aún. El debate a su respecto sigue abierto y su estructura es bien sencilla: si existe necesariamente una relación "causa-efecto", entonces necesariamente el presente es el efecto del pasado y la causa del futuro; bastaría con conocer el estado del presente para deducir lógicamente cuál fue el pasado y cuál será el futuro.

  Más complejo es el caso del demonio de Maxwell.

Estudios sobre las teorías moleculares del calor, el movimiento browniano y el demonio de Maxwell podrían expandir nuestra comprensión sobre los bloques de construcción básicos de nuestro universo, pero también podrían ser útiles para explorar las posibilidades de aprovechar su energía, combatir la entropía y la decadencia, y detener o revertir el tiempo (Capítulo 4)

  Básicamente, el demonio de Maxwell implica eludir el principio de entropía mediante una operación inteligente sobre los elementos básicos más íntimos de la materia. Implica un elemento de “inteligencia” o “información” por parte de un agente en cuanto a alterar el caos natural para beneficio de los intereses humanos organizados. Inevitablemente, más adelante ha llegado a relacionarse esta cualidad con la activación de la informática de vanguardia.

Por el comienzo de la década de 1960 (…) los científicos se daban cuenta de que la operatividad básica de los demonios computacionales era similar a la que llevaba a cabo el demonio de Maxwell: si hay una molécula caliente, entonces, detenerse; si hay una fría, dejarla pasar. Esta actividad  -tener microprocesadores que dejan a los bits ir en una dirección en lugar de la otra- funcionaba tanto a nivel de hardware como de software. ¿Hasta qué punto podían los microprocesadores  llegar a ser inteligentes? ¿Podían ser utilizados para reducir la entropía o incluso para evitar la segunda ley de la termodinámica? (Capítulo 8)

   Pero también es lógico que desde el principio haya existido un fuerte escepticismo acerca de tales posibilidades por parte de muchos científicos. Se menciona la opinión al respecto del erudito Herman Daly.

Solo un demonio de Maxwell seleccionador [de partículas] podría convertir una tibia sopa de electrones, neutrones, quarks o lo que sea en un recurso [de utilidad humana] (…) Pero la ley de la entropía nos dice que el demonio de Maxwell no existe (…) [y] es un grave espejismo creer lo contrario (Capítulo 10)

  Porque si el punto de vista contrario –imaginativo- fuese cierto, entonces tendríamos acceso a fuentes de energía ilimitadas e incluso al control en todas las dimensiones de la existencia humana. Porque nuestro gran enemigo es la entropía. En tiempos más recientes que los de Laplace y Maxwell, físicos de primera línea como John Wheelerr han elaborado también sus propios “experimentos mentales” acerca de tales “demonios”.

Esta criatura [-el demonio de Wheeler-]  podría hacer que la entropía creada en un proceso termodinámico desapareciera dejándose caer dentro de un agujero negro (Capítulo 8) 

  Hay un componente filosófico crítico en la cuestión de los “demonios de la ciencia” que es aplicable a todos los campos del conocimiento, más allá de la Física, y es que la búsqueda de la piedra filosofal o el perpetuum mobile están directamente relacionados con el impulso ambivalente del avance científico. Sin atrevidas especulaciones, la ciencia no haría progresos.

Una contradicción subyace en el centro de la ciencia. Nuestra imaginación es necesaria para obtener nuevo conocimiento (Introducción)

  Es decir, el pensamiento científico, por una parte, implica una actitud conservadora, según la cual los fenómenos han de ser evaluados en base a las leyes naturales establecidas; y al mismo tiempo implica una actitud transgresora, porque el avance científico lleva a cuestionar  constantemente las mismas leyes cuyo seguimiento nos es imprescindible.

Los científicos en los laboratorios más avanzados del mundo continúan usando el término “demonio” cuando intentan alcanzar algo que aún no comprenden del todo (Conclusión)

  Toda situación de status quo puede derrumbarse por la activación de uno de tales “demonios”. Todo lo estable, lo firme en el conocimiento puede cambiar por la realidad hasta entonces oculta de un nuevo principio.

Básicamente, un demonio es un proceso que puede ser activado por ciertas combinaciones de situaciones (Capítulo 8)

  Aunque se pueda considerar una metáfora, tal paradigma afecta a toda disciplina del conocimiento humano e incluso se ha aplicado a los negocios.

A partir de los años 1960, los ejecutivos de las corporaciones adoptaron modelos de eficiencia basados en el demonio de Maxwell para dirigir sus negocios (…)  Cambiando personal caliente, activo y creativo para acá, moviendo aquellos que hacían tareas repetitivas para allá, siempre promoviendo, cesando y despidiendo según las reglas endemoniadas de eficiencia (Capítulo 9)

  Otros podrán considerar con escepticismo tal capacidad para el cambio y, en general, relacionarlo con un determinismo general que la nueva ciencia –cronológicamente ya no tan nueva…- ha descartado. 

  Según la opinión de Richard Lewontin

Hay una gran similitud entre el demonio de Maxwell y el de Laplace (…) ya que ambos consideran la suerte una medida de nuestra ignorancia (Capítulo 9)

  Quedan desafíos por delante, sobre todo si consideramos el elemento nuevo de la inteligencia artificial: ¿podemos llegar a conocerlo todo?, ¿podemos nosotros, seres biológicos caducos y permanentemente moribundos, vencer a la entropía?, ¿existe el determinismo definitivo?

  Tampoco estaría de más trasladar este tipo de inquietudes a las cuestiones sociales. Si, por ejemplo, la agresión –el gran obstáculo en la vida social humana- que hemos heredado de nuestros antepasados animales, pudiera ser seleccionada para su eliminación “a lo Maxwell”, ¿no habríamos entonces alcanzado la meta humanista de la plena cooperación armoniosa entre todos los seres inteligentes y sociales?

Lectura de “Bedeviled”  en Princeton University Press 2020; traducción de idea21

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