domingo, 25 de febrero de 2024

“Nacidos para el amor”, 2010. Szalavitz y Perry

¿Cómo podemos continuar nuestra lenta marcha hacia una expresión más completa de la humanidad de nuestra especie? ¿Qué promueve el desarrollo de la empatía en el individuo? ¿Qué práctica, programas y políticas de una sociedad influencian en la expresión de empatía? (Capítulo 13)

  Los autores de este libro, el psiquiatra infantil Bruce Perry y la divulgadora Maia Szalavitz, desarrollan su argumentación acerca de la importancia de la empatía y la afección en la vida social recurriendo en ocasiones a casos personales concretos, sobre todo de jóvenes conflictivos que son objeto de análisis. El déficit de empatía es siempre el principal obstáculo para las relaciones humanas armoniosas.

El cerebro se desarrolla en un contexto social: uno no puede desarrollar un sentido de sí sin un sentido del otro (Capítulo 5)

  La empatía consiste en la capacidad para identificarse con las vivencias ajenas. Es algo útil, práctico, pues nos permite en cierta medida anticipar las acciones ajenas que pueden afectarnos, pero tiene consecuencias morales necesarias para nuestra propia vida que es inevitablemente social. La empatía posibilita la confianza y de la confianza surge la cooperación, lo que da también una oportunidad a las relaciones humanas afectivas de proximidad, gratificantes por sí mismas.

La humanidad no habría prevalecido y no podría continuar sin la capacidad de formar relaciones reconfortantes, productivas y duraderas. Sobrevivimos porque podemos amar. Y amamos porque podemos empatizar –esto es, ponernos en el lugar de otros y cuidar sobre lo que se siente al estar ahí- (Introducción)

  El amor es la gran gratificación humana, pero no es nada fácil de alcanzar. En su origen, está basado en las experiencias infantiles de cuidado y atención. Hasta tal punto está vinculado a este episodio oscuro en el recuerdo, que un déficit de amor en la infancia marca todo el comportamiento humano posterior.

Los niños de ocho y nueve meses no quieren ser abrazados por nadie que no sea su mamá o quien quiera que haya sido su primer cuidador. Este vínculo intensamente estrecho raramente se extiende a más de una persona (Capítulo 3)

  Los casos de comportamiento antisocial son el más claro ejemplo de que el descuido afectivo en la infancia puede ser determinante.

La infancia [de un joven gangster del gueto] de negligencia y caos le había hecho hipervigilante a la amenaza –él podía percibir incluso la más insignificante insinuación de agresión en el rostro, voz o manierismo de alguien-. Todos los cerebros están vinculados con algún grado de sesgo para detectar falsamente peligro más que evitar el error opuesto (Capítulo 9)

  (Se trata del sesgo de negatividad)

Su falta de empatía hacía eco de la falta de cuidados con los que fue tratado. Y así, su banda de delincuentes se convirtió en su familia. Como una familia, proporcionaba refugio, compañía y un conjunto de valores establecidos (Capítulo 9)

  A ello se suma la frustración generada por la desigualdad social.

[Si] el sistema está trucado en favor de los ricos (…) si el sistema es injusto ¿por qué no hacer trampas? (Capítulo 12)

   Este origen de la agresividad en las deficiencias afectivas en la infancia coincide con la teoría del apego que hoy en día no está tan aceptada como debería.

Mucha gente desgraciadamente todavía cree que responder rápidamente a los bebés que lloran los echará a perder emocionalmente (…) Lo opuesto es lo cierto. Los padres que responden a las señales de un bebé y proporcionan cuidados de consuelo no pueden echar a perder a sus bebés. Es siempre bueno confortar a un bebé que llora, los bebés no pueden ser amados demasiado en tanto que están respondiendo a sus demandas (Capítulo 13) [Se constata] un 59% de reducción en detenciones de adolescentes [en Estados Unidos] cuyas madres habían sido visitadas por asistentes sociales comparado con [el caso de] aquellos que no lo fueron (…) Por cada dólar gastado en visitas de enfermeras o asistentas sociales a familias vulnerables, pudieron ahorrarse 6 dólares en asistencia social futura, salud y costes de la justicia penal  juvenil (Epílogo)

  Queda claro la importancia de la empatía y el apego en la formación subconsciente de toda persona en su primera infancia. Pero ¿qué podemos hacer en el mundo de los adultos, tal como lo vivimos hoy?

La confianza (…) descansa en las relaciones humanas y (…) estas relaciones descansan en la empatía. Sin empatía no habría confianza porque si no creemos que la gente se comportará en una forma que predeciblemente honra sus compromisos con nosotros, no podemos conectar con ellos o comprometernos en transacciones mutuamente benéficas. (Capítulo 12)

Nuestros cerebros han evolucionado, parece, no solo para ver el mundo mediante múltiples perspectivas, sino también con un sesgo hacia la equidad y la conexión relacional (Capítulo 12)

  Nuestra capacidad para la empatía y la equidad proporciona los medios psicológicos para establecer relaciones de confianza y cooperación que erradiquen la agresividad y los prejuicios de grupo. Aun conservando la agresividad y los sesgos de grupo, subsiste nuestra capacidad original para superar estos condicionamientos innatos. Sabemos que la crianza y educación en los primeros años es muy importante, pero en la sociedad adulta se pueden construir estructuras de convivencia que favorezcan la armonía e incluso que relativicen los condicionamientos negativos de la infancia que hayan podido darse.

  En ese sentido, en los últimos años están llegando algunas malas noticias acerca de nuevos condicionamientos que son negativos para el desarrollo de la empatía.

En 1985, la mayor parte de la gente decía que tenía tres amigos íntimos –pero en 2004, este número descendió a dos-. Una cuarta parte de los americanos no tienen a nadie en quien confíen. Y el 80% dice que solo comparten información emocionalmente importante con el cónyuge o con un miembro de su familia particular queriendo decir, esencialmente, que no tenían amigos íntimos fuera de la familia (Capítulo 13)

Una economía de mercado donde la gente está obsesionada con ganar estatus mediante la riqueza y las posesiones sobre todo –una que ve la ganancia como la única cosa de valor- tenderá a socavar la confianza e incrementar el engaño. (Capítulo 12)

Las comunidades de autoayuda, psicológica y psiquiátrica, han acabado atrapadas en la pasión americana por la independencia, promoviendo la idea de que la verdadera salud necesita solo a uno mismo, que la felicidad no requiere relaciones.  (…) Desde esta perspectiva, uno debe aprender a amarse a uno mismo, lo primero y ante todo (Capítulo 13)

   No es este el mejor camino para desarrollar la capacidad de empatía, y los autores tampoco nos ofrecen una alternativa fuera de las relativas ventajas de la vida tradicional (más expuesta a la sociabilidad pero también menos libre, más irracional y más condicionada por prejuicios).

  Por otra parte, no debemos olvidar que el surgimiento de la empatía no está directamente relacionado con una visión universal de la confianza y armonía cooperativas.

Nuestras mejores cualidades –autosacrificio, bondad, cooperación- pueden haber sido el producto de selección genética porque estos rasgos ayudaron a nuestros antepasados a tener éxito en nuestra empresa más baja y cruel, la guerra  (Capítulo 5)

Un impulsor de la evolución de la bondad fue probablemente la necesidad de cooperar en la cría de niños (Capítulo 5)

Es más fácil crear empatía entre gente que se parece, que son visiblemente como nosotros. Podemos inconscientemente verlos como parientes (Capítulo 12)

  De ahí que necesitamos de innovaciones sociales para alcanzar el nivel de civilización al que legítimamente podemos aspirar, dados los orígenes tal vez “impropios” de la empatía (guerra, crianza de niños, tribalismo). La manipulación cultural de nuestros instintos agresivos y cooperativos incluye, por ejemplo, el surgimiento de la literatura como medio para el desarrollo de la empatía.

Leer ficción –particularmente novelas escritas en primera persona o usando intercambios de cartas- explícitamente requiere tomar perspectiva, poner al lector en la posición de los personajes y despertar placer a partir de sus triunfos y dolor en su sufrimiento. Leer tales libros es esencialmente practicar empatía. (Capítulo 13)

Todas las historias en este libro muestran cómo la experiencia afecta profundamente el desarrollo e incluso la habilidad más básica para sentir y expresar empatía (Capítulo 13)

  Falta una estrategia general para desarrollar la empatía de la forma más propia: universal, integral, racional y como fundamento de nuestro estilo de vida. Hoy por hoy, el estilo de vida generalmente aceptado es individualista y competitivo. No es el camino correcto.

Lectura de “Born for Love” en HarperCollins e-books 2010; traducción de idea21

jueves, 15 de febrero de 2024

“Ignorancia”, 2023. Peter Burke

   El historiador cultural Peter Burke analiza la ignorancia desde diferentes puntos de vista. Por una parte, la admisión de la ignorancia es la base del conocimiento (¡el gran Sócrates!); por otra parte, son muchos los intereses en mantener a la población en la ignorancia.

Una ignorancia consciente es el preludio de cualquier progreso verdadero en la ciencia (Capítulo 7)

Hay una larga tradición que viene desde San Agustín y que critica la «curiosidad vana», dando a entender que ostentar cierto tipo de ignorancia es la opción más inteligente. El clero moderno, tanto el católico como el protestante, solía ser enemigo de la curiosidad y la trataba «como un pecado, generalmente venial, pero a veces mortal». Se presenta como mortal en la leyenda de Fausto, que ha inspirado obras de teatro, óperas y novelas. Cuando Kant utilizó el «atrévete a saber» (Sapere Aude) como lema de la Ilustración, se trató de una reacción contra la recomendación bíblica de «no queráis saber lo que está por encima de vosotros» (capítulo 1)

  Sea por presión de agentes interesados o por las deficiencias cognitivas naturales, hoy tenemos el ejemplo de la ignorancia voluntaria de hechos de relevancia global, como el cambio climático

Los debates recientes sobre el calentamiento global —incluido el debate sobre su negación— han sacado a la luz una nueva ignorancia sobre la tierra, además de situar a todos sus habitantes ante nuevos desafíos. (Capítulo 8)

  En realidad, la ignorancia llega más lejos. A pesar de las irrefutables evidencias, el conocimiento general no admite que instituciones como la religión o el nacionalismo son hoy esencialmente antisociales y que, como tales, tendrían que ser objeto de rechazo generalizado en todos los ámbitos relacionados con la mejora cultural como, por ejemplo, la educación o los medios de comunicación. Igualmente, Kant, con su ética racional supuestamente universal, fue incapaz de condenar la esclavitud, la desigualdad social o la opresión de las mujeres; estos razonamientos estaban cognitivamente a su alcance, pero una ignorancia sistémica le impedía ir más allá de los prejuicios de su tiempo. Y lo mismo sucede aún hoy en muchos otros aspectos de la vida social.

   Hay muchas teorías sobre las limitaciones del conocimiento.

En el pasado, una de las principales razones de la ignorancia en los individuos era que circulaba muy poca información en la sociedad. Parte del conocimiento era «precario» (…): solo se había plasmado en manuscritos y se conservaba escondido porque las autoridades de la Iglesia y el Estado lo rechazaban. Hoy en día, la paradoja es que el problema estriba en la abundancia, en la «sobrecarga de información». Los individuos experimentan un «aluvión» de información, y a menudo son incapaces de elegir lo que quieren o lo que necesitan, una situación también conocida como «fallo del filtrado». Por lo tanto, nuestra autodenominada era de la información «permite la difusión de la ignorancia tanto como la difusión del conocimiento»(capítulo 1)

   La sobrecarga de mala información no puede ser solo consecuencia de la abundancia de medios de comunicación. La información improbable, prejuiciosa o irracional es seleccionada en base a criterios de ignorancia asumida.

Es difícil tener la mente abierta en un sistema cerrado. Es difícil, por no decir imposible, poner en duda los sistemas si no existe aunque sea una cierta conciencia de las alternativas, conciencia que suele adquirirse gracias al encuentro con individuos de otras culturas. Estos encuentros expanden el horizonte de expectativas para ambas partes (capítulo 1)

   El encuentro con individuos de otras culturas fue bastante importante en la Ilustración del siglo XVIII, por ejemplo, pero cuando esas otras culturas aún no existen, el salto que va de la ignorancia al conocimiento requiere otro tipo de condiciones.

La historia de la ignorancia surge de la historia del conocimiento, que a su vez surge de la historia de la ciencia. (Capítulo 7)

Todo paradigma se concentra en unos rasgos de la realidad y descuida los otros (Capítulo 4)

   La ignorancia no se sostiene por sí misma. En muchos casos, numerosas instituciones sociales tienen sus propias razones para impedir que el conocimiento se abra paso y dé lugar a ideas nuevas.

En el fondo, la Iglesia prefería que la gente creyera en la doctrina más que entenderla, ya que cualquier intento de entenderla podría llevar a los fieles a la herejía (Capítulo 6)

Los gremios a los que pertenecían los artesanos insistían en mantener en secreto sus conocimientos particulares, igual que hacían los alquimistas, para evitar la competencia (Capítulo 7)

Hay formas de ignorancia que se exigen a grupos concretos en una cultura determinada. Al principio de la Edad Moderna europea, por ejemplo, se esperaba que los caballeros no supieran nada o supieran muy poco sobre dinero, o sobre las habilidades relacionadas con los oficios, ya que las clases altas despreciaban el trabajo manual. Las damas, por su parte, no debían saber nada de muchos temas, entre ellos la cultura clásica o el sexo (al menos antes del matrimonio). (Capítulo 5)

Hay un caso muy bien documentado de grandes empresas que se niegan a aceptar las conclusiones de los científicos: la industria del tabaco, que ya en 1950 tuvo pruebas de la relación entre fumar y el cáncer de pulmón (Capítulo 13)

  Ante tanta resistencia, vencer la ignorancia fue una tarea lenta y ardua.

Los miembros de clase alta de muchas asociaciones agrícolas que se fundaron en Europa durante la Ilustración calificaron a menudo de ignorantes a los campesinos; fue el caso de la Sociedad de Mejora del Conocimiento de la Agricultura, que se creó en Edimburgo en 1723. Fue precisamente en el contexto agrícola en el que se asentó el uso de la palabra «mejora», un concepto clave de la Ilustración. Se refería a la rotación de cultivos, a la utilización de una nueva forma de arado y a otros aspectos de lo que se conoce como la «Segunda Revolución Agrícola», promovida por los terratenientes. En el siglo XVIII se fundaron muchas entidades de este tipo (Capítulo 10)

[El político John] Roebuck planteó ante el Parlamento británico un proyecto de ampliación de la educación a nivel nacional, acusando al gobierno de «fomentar y perpetuar la ignorancia entre la gente».(Capítulo 11)

  Aparte de la presión de las fuerzas interesadas en mantener la ignorancia, existen ciertos mecanismos sociales autónomos que la promueven. Por ejemplo, la falta de conocimiento riguroso deja paso libre a conocimientos con muy poca base que obstaculizan el avance del conocimiento más sólido.

La naturaleza humana aborrece el vacío. La imaginación colectiva, espoleada por la curiosidad, la esperanza y los temores, rellena los huecos, al principio con rumores, y a largo plazo con leyendas y mitos(Capítulo 8)

Un vacío de conocimientos fidedignos se llena muy deprisa con rumores, que circulan de manera oral y luego se difunden gracias a la imprenta y otros medios. (Capítulo 10)

Los rumores son efectivos porque juegan con dos emociones muy poderosas: la esperanza y el miedo. (Capítulo 10)

   Lo que se opone a la ignorancia no es cualquier saber, si no uno que obedezca en alguna medida a las leyes de la lógica, la razón y la experimentación. En este sentido, parece fácil salir de la ignorancia ya que la evidencia del conocimiento fiable es fácil de constatar. Pero el nuevo conocimiento implica novedad, implica cambios, y por tanto implica riesgos.

Una educación generalizada haría que creciera el número de personas «capaces de generar dudas» con respecto al número de personas capaces de resolverlas. En otras palabras, aunque no lo dijera así, Richelieu pensaba que la educación para todos haría que demasiadas personas fueran capaces de cuestionar el gobierno y a la Iglesia. (Capítulo 11)

  El pasado de la ignorancia parece más o menos claro. Pero no tanto la ignorancia del presente. ¿Por qué, por ejemplo, se siguen produciendo crisis económicas catastróficas?

La ignorancia de los inversores, como la de los consumidores, nunca se ha estudiado de manera sistemática. Pero las rápidas fluctuaciones del mercado de valores a lo largo de los siglos, sus auges y caídas, serían muy difíciles de explicar sin la existencia de «inversores inexpertos» (Capítulo 10)

  Por otra parte, encontramos en el mundo de hoy conocimientos tan complejos que hacen imposible esperar que la ignorancia del conocimiento desaparezca.

La paradoja observada por el economista Friedrich von Hayek de que cuanto mayor es el aumento del conocimiento colectivo, gracias a las investigaciones de científicos y eruditos, «menor es la proporción de todo ese conocimiento [...] que una mente puede absorber» (Conclusión)

  ¿Podemos defendernos de esta situación en un mundo como el de hoy?

Si leemos las predicciones de los futurólogos décadas después de que se hagan, los fracasos saltan a la vista. (Capítulo 14)

La historia en términos de progreso inevitable, que imperaba en los siglos XVIII y XIX e incluso más tarde, hablaba de una historia simplista de la derrota de la ignorancia por el conocimiento. Por el contrario, (…) el surgimiento de nuevos conocimientos(s) a lo largo de los siglos ha implicado necesariamente el surgimiento de nueva(s) ignorancia(s).  (Conclusión)

  El autor no nos ofrece ninguna solución, aparte de reiterarnos que siguen existiendo fuerzas sociales que nos empujan deliberadamente a la ignorancia. Pero resulta desalentador constatar que la acumulación de conocimientos nos aleja de poder abarcarlos aunque sea a un nivel general y práctico.

  Quizá la solución esté en hallar un conocimiento social que nos dé una pauta básica de comprensión de los fenómenos humanos relacionados con el conocimiento y la ignorancia. Los eruditos que estudian los mercados, el cambio climático o la ciencia más compleja también se hallarán sometidos a tal pauta. Si entendemos cómo se originan sus errores, podemos aceptar el conocimiento válido dentro de sus limitaciones humanas.

Lectura de “Ignorancia” en Alianza Editorial 2023; traducción de Cristina Macía Orio

lunes, 5 de febrero de 2024

“Los orígenes de la moralidad”, 2011. Dennis Krebs

    Si somos conscientes de que el desarrollo de la civilización depende de la evolución moral, encontramos inevitablemente que averiguar los orígenes de la moralidad nos da las mejores pistas para hallar medios a fin de desarrollarla en su sentido más óptimo. El profesor de psicología Dennis Krebs lleva a cabo un estudio exhaustivo recogiendo la obra de los filósofos y psicólogos sociales que han trabajado en la cuestión desde que la moralidad se ha considerado una manifestación necesaria de la evolución natural, de la psicología humana y del progreso social.

Presento un relato de la moralidad derivado de la teoría de la evolución que pienso que está equipado para servir como marco para situar y revisar las teorías psicológicas, incluyendo aquellas avanzadas por los teóricos cognitivo-desarrollistas, y dirigir el estudio de la moralidad en nuevas direcciones más productivas. (p. vii)

Los mecanismos mentales que disponen que la gente se comporte de forma moral y los mecanismos mentales que dotan a la gente con un sentido de moralidad no fueron inmunes a la selección natural; evolucionaron de acuerdo con los mismos principios que guiaron la evolución de otros mecanismos mentales (p. 3)

  ¿Qué es la moralidad?

El ámbito de la moral consiste en valores, normas, reglas y juicios evaluativos que implican formas de conducta que la gente considera incorrecta y correcta, y rasgos de carácter que la gente considera buenos y malos (p. 16)

Los precursores de la moralidad fueron disposiciones que ayudaron a los primeros humanos a coordinar sus esfuerzos de forma que los capacitaba para maximizar sus ganancias de vivir en grupo, incluyendo aquellas que los dotaban con la capacidad para posponer la gratificación y resolver conflictos de intereses (p. 13)

Los comportamientos y rasgos que la gente considera morales tienden a encajar en cinco categorías principales –respeto a la autoridad, autocontrol, altruismo, equidad y honestidad (p. 14)

Hay al menor cuatro diferentes concepciones cualitativamente diferentes de lo que quiere decir ser moral –comportarse en forma prosocial, poseer virtudes, poseer sabiduría moral y poseer integridad  (p. 259)

Instintos sociales [según Darwin]: (…) sentir placer cuando se afilia uno con miembros de su grupo; disposiciones altruistas para llevar a cabo servicios para los miembros del propio grupo; sentimientos de simpatía por los otros (lo que hoy los psicólogos llaman empatía emocional) y desear conseguir la aprobación de otros y evitar la desaprobación (p. 41)

[Hay] cuatro formas de comportamiento prosocial (…) obediencia a la autoridad, autocontrol, altruismo y cooperación  (p. 72)

  Toda sociedad cooperativa requiere de reglas de comportamiento. Estas reglas pueden ser asimiladas instintiva o conscientemente. Se dan en todos los animales sociales. Pero en el Homo sapiens cuentan con características originales que nos proporcionan incontables ventajas.

La capacidad sin paralelo del humano para la comunicación simbólica tiene una consecuencia incidental de especial importancia para la ética. En el medio biológico, la comunicación es casi sinónimo de intento de manipulación. Es una forma poco costosa de conseguir que algún otro se comporte de forma favorable para uno (p. 221)

[Se dan] cuatro tipos de relaciones sociales: relaciones afectivas entre gente que comparten vínculos sociales; relaciones jerárquicas entre gente que difiere en rango social; intercambios igualitarios entre iguales y relaciones económicas que buscan maximizar la relación coste/beneficio entre diferentes mercancías (p. 220)

   (De estos cuatro tipos de relaciones sociales, solo el último tipo sería exclusivo del Homo sapiens)

Los individuos que heredaban mecanismos (genotipos) que los capacitaban para adaptarse a los nuevos entornos creados culturalmente les iba mejor que aquellos que no, causando que la cultura afectara a la evolución biológica y a la naturaleza de la especie humana (p. 231)

  Capacidad para el simbolismo, empatía-simpatía, visión a largo plazo, postergación de las recompensas, memoria… Tales tesoros de la cognición se hallan en nuestro cerebro y nos han permitido desarrollar reglas de juego de lo más ventajosas. Y la evolución moral no ha terminado. Lo demuestra la versatilidad de los mecanismos psicológicos hacia la prosocialidad (comportamiento cooperativo y benevolente que fomenta la confianza).

  El origen de la moralidad descansa en nuestra biología evolutiva. La preservación de la herencia genética implica el vínculo del parentesco por el cual todos tienden a favorecer a sus parientes, y aquí la naturaleza se desliza inequívocamente hacia la civilización desde el momento en que el vínculo de parentesco se extiende también a quienes realmente no son parientes.

Debido a que el reconocimiento del parentesco está diseñado de forma imperfecta, la gente puede acabar ayudando a otros que parecen y actúan como parientes, incluso si ello contribuye poco o nada a la propagación de sus genes (p. 107)

   La moralidad, cada vez más alejada de sus orígenes en los vínculos de parentesco, es un mecanismo mental que no se reduce a encontrar soluciones prácticas a determinados dilemas. Exige una conexión directa con la psicología individual, una interiorización de las normas a nivel emocional

Las reglas que los miembros de los grupos crean para controlar el comportamiento de otros acaban controlando su propio comportamiento (p. 11)

  Al mismo tiempo hay una influencia cultural que determina nuestras emociones morales y que nos da una imagen ambigua y borrosa de la moralidad efectiva, alejada del idealismo racionalista.

Mientras que la mayor parte de los americanos dicen que está mal robar un ticket de tren porque es el único medio de ir a la boda de un amigo, la mayor parte de los indios creen que su obligación moral de ir a la boda está por encima de refrenarse en robar (p. 20)

La gente puede derivar juicios morales de fuentes diferentes al razonamiento moral, y debido a que estas otras fuentes no están estructuradas por la razón, pueden inducir a la gente a formar juicios morales que son incapaces de justificar de forma racional (p. 214)

  Por ejemplo, el racismo.

  En general, no debemos confundir la moralidad con el altruismo y la prosocialidad. La moralidad es pragmática y adaptada a la sociedad de la que surge, aunque siempre sujeta a su capacidad para evolucionar (y aquí el idealismo racional y universalista tiene su oportunidad).

La gente puede comportarse moralmente sin comportarse de forma altruista mediante, por ejemplo, querer tomar su justa parte o luchar para conseguir avanzar sus intereses de forma cooperativa  (p. 37)

 Ahora bien, este tipo de moralidad no altruista enfrenta grandes problemas, ya que en la búsqueda del propio interés la “forma cooperativa” de conseguirlo se encuentra en riesgo constante por la desconfianza inevitable que surge de la relación entre agentes egoístas que cooperan solo en base a la propia conveniencia.

   La ciencia nos confirma incluso que la capacidad emocional para los juicios morales es biológicamente diferente del mero conocimiento de las normas exigidas o del provecho que lógicamente podamos obtener de ellas.

La gente que ha sufrido ciertas heridas cerebrales comprende la diferencia entre el bien y el mal, pero no sienten la diferencia, porque no experimentan emociones tales como vergüenza, culpa, gratitud e indignación moral de la misma forma que la gente normal. (p. 208)

La gente posee varios sentidos cualitativamente diferentes de moralidad o una continuidad de sentidos morales. El sentido de que deberíamos respetar la autoridad es bastante diferente del sentido de que debemos resistir la tentación y este a su vez es bastante diferente al sentido de equidad o justicia  (p. 203)

   Igualmente, el altruismo no egoísta puede resultar en ocasiones antisocial.

La gente puede comportarse de forma altruista sin comportarse moralmente cuando, por ejemplo, se busca ayudar a alguien a engañar, o se decide salvar la vida de un amigo a expensas de la vida de varios extraños  (p. 37)

  Este es un concepto de altruismo diferente al que manejamos habitualmente, en sentido universal (exteriorización de un deseo general de benevolencia), pero perfectamente realista. Tanto este tipo de altruismo, como el concepto anterior de cooperativismo egoísta escapan al control de la civilización, que requiere siempre de leyes morales ideales.

  Para contrarrestarlo, los mecanismos civilizatorios, por encima de todo, conciben la moralidad más perfecta como afirmada por un contenido psicológico, emocional, y es este contenido emocional precisamente el que permite su evolución, ya que la psicología emocional es innata y no del todo manipulable por los condicionamientos sociales. La base de toda moralidad está en nosotros mismos, no nos es dada por la sociedad, y de esa forma las sociedades más civilizadas pueden partir de esta base inamovible para alcanzar un modelo extremo de cooperación basada en la confianza.

  El desarrollo de la moralidad, por tanto, no es un camino inequívoco. Sí lo es el de la civilización, que busca extender la confianza y la cooperación hasta sus máximas consecuencias. Y estos valores civilizatorios parten de principios morales innatos. Por otra parte, la existencia de la equidad, el altruismo o la afección como instintos se dan incluso en animales irracionales, pero solo los humanos podemos desarrollarlos hasta sus últimas consecuencias a nivel social. Estas diferencias emocionales se observan en las diferentes especies de seres vivos.

El consuelo es común en humanos y simios (e, interesantemente, en algunos pájaros de gran cerebro) pero es virtualmente inexistente en los monos (p. 198)

  La moralidad avanzada –civilizada- es la que más se aproxima a un altruismo generalizado. Así, la diferenciación entre simpatía y empatía nos muestra diversas etapas de desarrollo moral.

La simpatía es evocada solo por el sufrimiento y dolor de otros e implica un estado emocional que es negativo por naturaleza (p. 148)

   No es muy diferente la simpatía de algunas reacciones vicarias de los animales y de los bebés, pero la empatía implica algo más que sensibilidad al sufrimiento, implica identificación con las emociones ajenas, no limitándose a las emociones negativas.

La gente a veces ayuda a otros impulsivamente, sin preocuparse por el propio bienestar. (…) Un conjunto de emociones dispone que la gente respete la autoridad, resista la tentación, ayude a otros, sostenga sistemas de cooperación y repare relaciones dañadas. Estas emociones pueden dar lugar a estados motivacionales altruistas (p. 160)

Durante el último periodo del Pleistoceno, entre hace 45 y 150.000 años, algunas importantes transformaciones sucedieron en grupos de los primeros humanos en un notable corto periodo de tiempo que tuvieron significativas implicaciones en la evolución de la moralidad (…) Los grupos se incrementaron en tamaño (…) los órdenes sociales se hicieron significativamente más igualitarios (…) los sistemas de directa reciprocidad se expandieron en sistemas de reciprocidad indirecta en la cual los miembros de los grupos voluntariamente compartían algunos de sus recursos con sus grupos en conjunto, como comunidad de bienes públicos (…) Casi ciertamente compartían la comida que obtenían de la caza de grandes piezas (…) Miembros designados del grupo, o el grupo en su conjunto, asumían responsabilidad de hacer cumplir las normas, incluyendo normas que mantenían un orden social igualitario y sistemas de reciprocidad indirecta  (p. 189)

  La conclusión es que nos hallamos insertos en un proceso de perfeccionamiento moral en el contexto de un avance civilizatorio que es acorde con la evolución natural. Si bien la moralidad tiene orígenes relativamente simples y no necesariamente asociados con la extrema prosocialidad que hace posible –o que hará posible algún día- la plena cooperación, la clave del progreso moral está en el desarrollo emocional de nuestros instintos más prosociales: el altruismo, la afectividad, la benevolencia, la empatía; esta moralidad con base en lo emocional es la única que puede asegurar la plena confianza y con ella la plena cooperación.

Lectura de “The Origins of Morality” en Oxford University Press 2011; traducción de idea21