viernes, 25 de febrero de 2022

“La genealogía de la moral”, 1887. Friedrich Nietzsche

  Friedrich Nietzsche es uno de los "literatos sapienciales” más recordados. Filósofo de formación, se declaraba, no desacertadamente, “psicólogo”. ¿Qué era un psicólogo en esta época?

Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos  (p. 21)

  Las cosas no son lo que parecen. Sobre todo en el ser humano. Entre la conmoción del descubrimiento de Darwin (“El origen de las especies”, en 1859) y la madurez de la psicología del doctor Freud (“La interpretación de los sueños”, en1899) está Nietzsche.

Todo animal, (…)  tiende instintivamente a conseguir un optimum de las condiciones más favorables en que poder desahogar del todo su fuerza, y alcanza su máximum en el sentimiento de poder (p. 139)

  Puede que el sentido de la vida (humana) no consista exactamente en “desahogar del todo su fuerza” pero el reduccionismo de la acción humana a un impulso básico que hemos de identificar habrá siempre de partir de nuestra naturaleza animal. En el siglo XIX, el alma inmortal de naturaleza espiritual y divina ha dejado de existir. ¿Qué somos, entonces?

  ¿Y cómo hemos de vivir, los unos con los otros?

Durante demasiado tiempo el hombre ha contemplado «con malos ojos» sus inclinaciones naturales, de modo que éstas han acabado por hermanarse en él con la «mala conciencia». (p. 24)

Necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores -y para esto se necesita tener conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y modificaron (p. 28)

  Nietzsche escribe su “Genealogía de la moral” como continuación de una de sus obras más famosas, de sonoro título: “Más allá del bien y del mal”. Afirma su concepto –moderno- de “lo bueno” y “lo malo”, y ataca la concepción anterior, aún hegemónica, del cristianismo.

  Literariamente considera el dilema de las vanguardias intelectuales de la Europa de su tiempo:

La bestia darwiniana y el modernísimo y comedido alfeñique de la moral (p. 29)

  Somos como animales, y eso le gusta a Nietzsche. Porque los animales son lo puro, lo natural, lo que no engaña (o eso es lo que el escritor cree…).

Se necesitaría una especie de espíritus distinta de los que son probables cabalmente en esta época: espíritus fortalecidos por guerras y victorias, a quienes la conquista, la aventura, el peligro e incluso el dolor se les hayan convertido en una necesidad imperiosa; se necesitaría para ello estar acostumbrados al aire cortante de las alturas, a las caminatas invernales, al hielo y a las montañas en todo sentido, y se necesitaría además una especie de sublime maldad, una última y autosegurísima petulancia del conocimiento, que forma parte de la gran salud (p. 123)

El derecho de los sanos a existir (…) es (…) un derecho y una prioridad (…): sólo ellos son las arras del futuro, sólo ellos están comprometidos para el porvenir del hombre. (p. 161)

El hombre agresivo, por ser el más fuerte, el más valeroso, el más noble, ha poseído también un ojo más libre, una conciencia más buena, y, por el contrario, ya se adivina quién es el que tiene sobre su conciencia la invención de la «mala conciencia», - ¡el hombre del resentimiento! (p. 97)

  Pero el hombre agresivo no es “noble” en el sentido que Nietzsche lo proclama. Los animales sí son agresivos, pero no son “nobles” tampoco: los animales, en su lucha por la supremacía engañan, huyen y se muestran serviles cuando les conviene. El macho alfa lo que busca es vencer, dominar. Si para ello ha de traicionar, lo hace, si para ello ha de fingir servilismo, lo hace, si para ello ha de huir y dejar que otros luchen en su lugar, también lo hará: todos los etólogos han observado en los animales el comportamiento “maquiavélico”. Y el ojo del “agresivo” no es más libre puesto que está obsesionado no con cultivar valores “nobles” sino con vencer, con establecer la supremacía a cualquier precio.

  Los psicópatas, que son, en los seres humanos, lo más próximo al animal y lo más agresivo y masculino que podemos encontrar, todos ellos hacen cosas que no son “nobles” en absoluto.

   Por el contrario, el ideal humano del literato Nietzsche es el personaje de “Sigfrido” tal como lo diseña en sus óperas el también literato Richard Wagner: vive solo en la naturaleza, es fuerte, sano y violento, no conoce el miedo, detesta la debilidad, la cobardía y la traición, es leal, sensible a la belleza, incapaz de mentir y no siente apego por las riquezas ni gusta de alabanzas… pero nunca llegaría a ser el macho alfa.

¡Cuánto respeto por sus enemigos tiene un hombre noble! - y ese respeto es ya un puente hacia el amor... ¡El hombre noble reclama para sí su enemigo como una distinción suya, no soporta, en efecto, ningún otro enemigo que aquel en el que no hay nada que despreciar y sí muchísimo que honrar!  (p. 53)

  En realidad, el ideal nietzscheano tiene tantos enemigos –y tantos despreciados “no enemigos”- que su lucha suicida acaba en la soledad que ya comprendieron los griegos –el hombre que desea la soledad es o una bestia o un Dios, escribió Aristóteles-.

  Mucho más interesante es la crítica al antagonista del héroe –“hombre noble”-

En cambio, imaginémonos «el enemigo» tal como lo concibe el hombre del resentimiento -y justo en ello reside su acción, su creación: ha concebido el «enemigo malvado», «el malvado», y ello como concepto básico, a partir del cual se imagina también, como imagen posterior y como antítesis, un «bueno» - ¡él mismo!... (p. 53)

  El cristiano –que Nietzsche considera “el hombre del resentimiento”- solo ama a sus malvados enemigos en tanto que los perdona, es decir, en tanto que los incorpora a su círculo moral.

La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores (p. 50)

Su alma mira de reojo; su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos y las puertas falsas, todo lo encubierto le atrae como su mundo, su seguridad, su alivio; entiende de callar, de no olvidar, de aguardar, de empequeñecerse y humillarse transitoriamente. Una raza de tales hombres del resentimiento acabará necesariamente por ser más inteligente que cualquier raza noble, venerará también la inteligencia en una medida del todo distinta: a saber, como la más importante condición de existencia (p. 52) 

  Las concepciones de “resentimiento” y “mala conciencia” son vitales en la psicología de Nietzsche, y no están muy alejadas de las que luego el médico Freud analizaría más adelante.

  El “resentimiento” no es otra cosa que una agresividad convenientemente distorsionada. En un mundo brutal, darwiniano, los débiles han de contener su inútil agresividad frente a los fuertes. Uno a uno, los humanos son más débiles que los leones o los lobos. Ser “de raza noble” les llevaría a una estúpida destrucción. Lo que importa es ser “más inteligente”.

Por necesidad natural tienden los fuertes a disociarse tanto como los débiles a asociarse cuando los primeros se unen, esto ocurre tan sólo con vistas a una acción agresiva global y a una satisfacción global de su voluntad de poder, con mucha resistencia de la conciencia individual; en cambio, los últimos se agrupan, complaciéndose cabalmente en esa agrupación (p. 175)

  Los fuertes solitarios, los brutos “nobles”, no pueden sobrevivir ante los débiles que se asocian y que desarrollan su inteligencia. Los “nobles”, siempre en busca de enemigos y siempre llenos de desprecio –no de resentimiento- se autodestruyen, solitarios, como supuestos animales muy torpes (los machos alfa son más astutos…).

  Que la acción social de los débiles tenga por origen el “resentimiento” es absolutamente indiferente con respecto a la trayectoria y resultados del comportamiento civilizado, porque la consecuencia es, al fin y al cabo, que una agresividad frustrada se ve reconvertida en habilidad social y en un desarrollo cognitivo más elevado: ahí triunfan la humanidad y la conciencia moral.

  El cristianismo, que Nietzsche odia, es capaz de ir muy lejos en sus artificios.

Del cristianismo sería lícito decir que es como una gran cámara del tesoro llena de ingeniosísimos medios de consuelo (p. 168)

[En el cristianismo se desarrolla] una especie de demencia de la voluntad en la crueldad anímica que, sencillamente, no tiene igual: la voluntad del hombre de encontrarse culpable y reprobable a sí mismo hasta resultar imposible la expiación, su voluntad de imaginarse castigado sin que la pena pueda ser jamás equivalente a la culpa, su voluntad de infectar y de envenenar con el problema de la pena y la culpa el fondo más profundo de las cosas, a fin de cortarse, de una vez por todas, la salida de ese laberinto de «ideas fijas», su voluntad de establecer un ideal -el del «Dios santo»-, para adquirir, en presencia del mismo, una tangible certeza de su absoluta indignidad. ¡Oh demente y triste bestia hombre! (p. 119)

  Esta ingeniosidad cristiana ha sido, en efecto, capaz de construir la civilización, la ética avanzada, la vida social compleja y, como conclusión, las ciencias y la tecnología. 

  Cabe preguntarse si, en una sociedad sin Dios, la creación de ingeniosísimos medios de consuelo no supone una gran ventaja. El cultivo de las virtudes “nobles” que nos ofrece Nietzsche nos empuja a la soledad, a la violencia y a la hipocresía -¿”amor” al enemigo que se combate?, ¿en qué nos beneficia tal clase de “amor”, en tanto que condenados a la destrucción mutua?-. Más bien lo que necesitamos son medios de consuelo ante las durezas de la vida animal tan alejadas de las aspiraciones sociales complejas del ser humano. Y mientras más ingeniosos sean tales medios, mejor. Si hay consuelo, la vida es más soportable y en tales condiciones también es más probable que mejor podamos afrontarla en común. Además, el consolarnos unos a otros es muestra de benevolencia y empatía, y nada mejor también para alentar la cooperación.   

   Por otra parte, la culpabilidad a partir del “pecado original” fija la necesidad del autocontrol y supervisión moral constante. Somos bestias en origen, en efecto, y se requiere todo tipo de artificios cognitivos –un ideal, una pulsión de autocorrección constante…- para construir un estilo de vida armonioso. Un resultado menos tenso, probablemente de lo que Nietzsche imagina, pero ciertamente fundamentado sobre principios de insatisfacción con respecto a nuestra naturaleza originaria. 

Suponiendo que fuera verdadero algo que en todo caso ahora se cree ser «verdad», es decir, que el sentido de toda cultura consistiese cabalmente en sacar del animal rapaz «hombre», mediante la crianza, un animal manso y civilizado, un animal doméstico, habría que considerar sin ninguna duda que todos aquellos instintos de reacción y resentimiento, con cuyo auxilio se acabó por humillar y dominar a las razas nobles, así como todos sus ideales, han sido los auténticos instrumentos de la cultura (p. 56)

  Sin ninguna duda. Freud lo tenía muy claro: "La cultura reposa sobre la renuncia a las satisfacciones instintuales“.  Algo que, por supuesto, solo podemos conseguir apelando a otros instintos que los contrapesen. Manipular la propia naturaleza humana con los recursos que esta misma naturaleza nos da es lo que hace la cultura.

  Y, por reducción al absurdo, Friedrich Nietzsche sostiene el mismo criterio que, en suma, es el del cristianismo. Un cristianismo que ahora, liberado de las antiguas supersticiones de lo sobrenatural, aún nos ofrece mecanismos psicológicos de consuelo y cohesión mutua: unión de los débiles… algo que todos somos, fuera de las fantasías heroicas. La creatividad humana es la que permite un desarrollo progresivo de la civilización.

Lectura de “La genealogía de la moral” en Alianza Editorial 2005; traducción de Andrés Sánchez Pascual

martes, 15 de febrero de 2022

“El buen libro de la naturaleza humana”, 2016. Schaik y Michel

La creencia en Dios, según piensan muchos psicólogos evolutivos, promueve la cooperación, y los rituales religiosos potencian nuestro sentido de comunidad (Capítulo 1)

    Hay unos cuantos “libros sagrados” de los que se tiene noticia en la historia de la humanidad, libros que se refieren a los designios de la divinidad y que son objeto de culto por los seguidores de las religiones respectivas. Por diversos motivos, la Biblia no solo es el más conocido y el más difundido, también es el más valioso como documento de la historia evolutiva de la humanidad.  Entre otras cosas porque fue escrito a lo largo de casi ochocientos años (desde el siglo VII antes de Cristo al II después de Cristo).

[La Biblia] es el libro más importante de toda la Humanidad. Ninguna otra obra ha revelado tanto sobre nosotros. La Biblia es “el buen libro de la naturaleza humana”   (Introducción)

  El primatólogo y antropólogo Carel van Schaik  y el historiador y filólogo Kai Michel se atreven a resumir el sentido de todo este relato desde el punto de vista de la evolución de la cultura y la civilización.

Vivir en un mundo para el cual no hemos sido hechos: este es el auténtico asunto de la Biblia. (…) La gente hizo lo que pudo para sobrevivir a catástrofes como sequías, epidemias, opresión y guerras. Los hermanos se hicieron enemigos, las mujeres perdieron su libertad y los poderosos se dejaron llevar por su egoísmo y se enriquecieron más allá de toda medida (Epílogo)

  Cuestionarse el sentido de esta disfunción y proponer soluciones es el motivo por el cual la sabiduría se ha elaborado, conservado y utilizado. Y en los primeros tiempos, la sabiduría siempre se ha difundido como religión. Todos los humanos son religiosos intuitivamente. Otros dirían “supersticiosos”: sí, pero la religión suma, a la superstición, el sentido social. La superstición existencial sumada a las necesidades sociales. La religión da un sentido comprensible a la existencia en sociedad.

Cualquier explicación es mejor que ninguna. Esta asombrosa conclusión se ha establecido en la moderna psicología  (Capítulo 4)

  Pero en el desarrollo civilizatorio, a la religión intuitiva, innata –dioses de la naturaleza, espíritus de los antepasados…-, se suma una nueva forma de religión, la religión intelectual (una religión que “adoctrina” con “sabiduría” acerca del sentido de las cosas, la moralidad correcta y las instituciones políticas). La religión intuitiva resultará insuficiente para afrontar los retos del cambio radical que supone pasar de la vida en estado de naturaleza –la caza y la recolección en grandes familias extendidas- a la vida sedentaria.

La Torá es muy probablemente el intento más ambicioso nunca emprendido para afrontar los problemas masivos originados por el mayor error de la humanidad: la sedentarización (Capítulo 7)

Los problemas existenciales que aparecen en el amanecer de la sedentarización eran tan graves que (…) se hizo esencial el emprender rápidas elaboraciones culturales. Estas soluciones llevaron a su vez a nuevas costumbres, convenciones y formas de pensar. (Capítulo 1)

Vemos cómo un producto cultural (la religión intelectual) se superpone a un fenómeno mucho más próximo a nuestro fundamento biológico (la religión intuitiva) (Capítulo 9)

  La Biblia, precisamente al elaborarse durante ochocientos años, permite hacernos una idea de la evolución moral de los mandatos divinos.

  Para empezar, el mundo religioso de la Biblia no surge de la nada. El pueblo judío tal como lo conocemos –el pueblo elegido por Yahveh, Dios único moralista que castiga a los injustos y premia a los justos- es relativamente reciente: siglo VII ac (posterior a Homero, por tanto…), y los contenidos mitológicos de la Biblia pertenecen, en origen, a una Antigüedad más remota, propiamente la de Mesopotamia (Asiria y Babilonia).

Durante el cautiverio de Babilonia, los cuentos individuales fueron fundidos para crear la historia épica que conocemos hoy (Capítulo 7)

  El “cautiverio de Babilonia” nos da la clave del origen de la peculiar religión judía.  El poderoso rey babilonio Nabucodonossor destruye el reino de Judá y se lleva cautivos a Mesopotamia a buena parte de los vencidos (entre ellos, sin duda, las élites ilustradas). Para mantener la fe en su propia religión, los vencidos crean la fórmula de que han sido castigados por sus pecados y que los babilonios son instrumento de la justicia divina –parece un caso típico de “reducción de disonancia cognitiva”-. Algo similar pudiera haberse dado en otros casos de pueblos oprimidos. Pero lo que lo cambia todo es que, al final, los nuevos amos persas liberan a los judíos y los devuelven a su tierra. ¡Sin duda han redimido sus culpas! : queda justificada la fe en el Dios moralista.

¿No era el fin de la cautividad una prueba adicional de que Dios lo dirigía todo? Esta vez había usado a los persas para recompensar la obediencia de su pueblo al retornarles la tierra prometida (Capítulo 9)

  Ha surgido un nuevo tipo de religión. Las consecuencias las vivimos aún hoy.

El Dios de la Torá es predecible (…) Todo estará bien en el mundo –en el aquí y el ahora de la Tierra- si la gente sigue las leyes de Dios (…) La noción de un mundo racional en el cual las causas predeciblemente producen consecuencias pavimentó el camino para posteriores formas de racionalización  (Capítulo 10)

  Los dioses antes no eran así. Desde luego no eran así ni los de Babilonia ni los de la antigua Grecia: había un caos de divinidades cuyos caprichos fatales –hambrunas, epidemias, todo tipo de catástrofes- había que intentar aplacar mediante sacrificios y adivinaciones. Pero con el Dios único y justiciero, ahora todo cobra un sentido moral.

  El planteamiento moralista implica un planteamiento racionalista. Incluso en las partes más primitivas de la Biblia –el Génesis- encontramos marcadas diferencias con los mitos de la Antigüedad de Próximo Oriente.

Mientras que el Sol y la Luna eran poderosos dioses en las culturas vecinas, el Dios de la Biblia los degrada a meras “luces”. El océano primordial, una vez la formidable diosa Tiamat, es ahora nada más que agua. Y mientras los dioses orientales habían de matar a uno de ellos a fin de obtener la sangre necesaria para despertar a la gente que ellos formaron con arcilla, en la Biblia solo es necesario el aliento divino de la vida. Es fácil ver aquí lo que Max Weber quiso decir cuando habló del “desencantamiento del mundo” (Capítulo 1)

 Ese es el cosmos, y el hombre aparece en el Paraíso terrenal. ¿Qué implica el “paraíso perdido”? Que en un principio, el estilo de vida humano era más acorde con nuestra naturaleza.

La historia del Jardín del Edén cuenta la historia de una existencia que empeora. Trata sobre un cambio cultural: en el comienzo vivíamos en un mundo de abundancia (…) La vida del cazador-recolector poseía algunos rasgos “paradisiacos” –al menos, comparada con las condiciones de vida que llegaron después-  (Capítulo 1)

[El árbol del bien y del mal en el Paraíso terrenal] era propiedad de Dios y porque Adán y Eva no siguieron la simple regla [de respetar la propiedad] fueron expulsados del Paraíso. De hecho, la invención de la propiedad privada es el resultado más consecuente de la adopción del sedentarismo, y respetar la propiedad de otros es el primer mandamiento del mundo sedentario (Capítulo 1)

  Siguiendo este planteamiento, observamos cómo también aparecen en el libro sagrado las cuestiones en conflicto relativas al parentesco y las relaciones sexuales.

La poliginia podría explicar porqué los hijos más jóvenes son favorecidos en la Biblia. Las mujeres jóvenes [las esposas más tardías] embrujaban a los hombres con sus encantos (Capítulo 2)

  De ahí que, en la Biblia, los primogénitos muchas veces resulten perjudicados.

  La poliginia crea muchos más conflictos.

Los perdedores creados por la forma de vida poligínica formaron los primeros tumultos urbanos (Capítulo 6)

  Los sodomitas, muy probablemente, lo eran por causa del acaparamiento de mujeres por los varones de clase alta.

  Al hacer evidente la conflictividad de la poliginia, las historias bíblicas señalan hacia un cambio futuro en la vida familiar. De forma semejante se aborda el fatalismo de las creencias arcaicas acerca de la responsabilidad social por estirpes:

En los tiempos bíblicos (…) la venganza de sangre, las reyertas tribales e incluso las guerras habían cultivado la creencia de que la gente sería responsable de las faltas de sus antepasados remotos (Capítulo 15)

  El rey Josías era justo, pero moría en batalla para expiar la culpa de su abuelo Manasés (“Reyes”). Esto corresponde a un determinado periodo evolutivo. Más adelante, nadie habrá de pagar por las deudas de sus antepasados: solo la conciencia moral individual nos hace responsables.

  “Reyes”, aparte de reflejar el mundo arcaico de las primeras aristocracias, supone también innovaciones, sobre todo en la perspectiva racional del juicio histórico

Los libros de los Reyes (…) operan como una conferencia histórica y filosófica que busca persuadir a los lectores de que, en tanto los líderes de Israel se mantengan en la letra de la ley, como hizo Josué, todo irá bien para ellos. A largo plazo, sin embargo, los reyes son simplemente incapaces de hacerlo y la Biblia no alienta ilusiones.  (Capítulo 11)

Mientras en otros lugares del mundo los reyes mantenían el derecho a hacer leyes, los sacerdotes de la Torá se aseguraron del que el mismo rey hubiera de seguir sus preceptos  (Capítulo 7)

El proyecto inacabado de la construcción de la torre de Babel es el arquetipo de los espejismos de grandeza humana  (Capítulo 5)

  Seguimos avanzando:

José (…) representa un nuevo tipo de actor en la Biblia: el genio social capaz de generar solidaridad con nada más que el poder de la palabra. No es coincidencia que José haya hecho una carrera en el muy desarrollado estado de Egipto, que valoraba la competencia mucho más que los vínculos familiares. José no es patriarca ni déspota. Parece promover un modelo de familia como el de la gente convencional de la época: solo tiene una esposa (Capítulo 6)

La monogamia (…) reduce la competición por las mujeres entre los hombres. También reduce la competición entre mujeres y entre sus hijos. Además, hay menos hombres solteros en las sociedades monógamas, lo que alimenta menos conflictos violentos. (Capítulo 6)

  Pero la gran innovación de la Biblia es la concepción espiritual de la moralidad. Por una parte, el dios moralista es legislador, impone sus mandamientos y también reglamenta meticulosamente –y casi maniáticamente- cuestiones como la pureza física, la alimentación y mil minucias de la vida cotidiana: nada escapa a su poder. Su naturaleza profunda llegará a su apogeo cuando entre en contacto con la filosofía griega, el ideal platónico de Dios moralista que habita en la conciencia racional humana y que, además, da la vida eterna a los justos.

El libro de Daniel (…) no solo nos narra el conocido cuento de la guarida de los leones, sino que también menciona, por primera vez en la Biblia, las ideas de resurrección y juicio final (preámbulo Parte IV)

  Más importante aún es la vinculación emocional de Dios con el individuo, con la propia conciencia.

Los Salmos nos presentan un Dios al que cualquiera en desasosiego existencial puede dirigirse directamente (…) Ofrece seguridad y nos aleja del miedo. ¿Es el mismo Dios que envió el diluvio? (Capítulo 14)

Dios expresamente pone a los pobres bajo su protección (…) Lo mismo es cierto sobre los extranjeros (Capítulo 7)

  Y la aparición de los profetas, que humanizan una religión que podría llegar a ser demasiado intelectual y legalista.

En términos teológicos, profetizar debería haber estado prohibido, dado que la revelación de Dios ya era completa. Pero precisamente porque Dios se había convertido en abstracto, [la] presencia [de las profecías] se hacía necesaria (…) [El libro de los profetas] de la Biblia nos ofrece evidencia de nuestra dificultad en entender una religión intelectual. Los profetas muestran que todavía necesitamos gente de carne y hueso (…) ¿Cómo se convence mejor a la gente? Con personas que se dedican a una causa que habla de nuestros ideales igualitarios como [los remotos] cazadores-recolectores –y si hacen milagros para convencernos de su misión, entonces mucho mejor-. Este es el fundamento de la “autoridad carismática” (Capítulo 12)

  Estos profetas, errabundos, carismáticos, milagreros y que se mezclan con el pueblo humilde para reprochar a los poderosos, profetizan sobre todo el siguiente paso en esta evolución: la conclusión de la Biblia es, para la mayor parte de la humanidad (es decir, no para los judíos), el Nuevo Testamento y la aparición de otro personaje que, como José, como Daniel o como Isaías, implica un cambio de paradigma: Jesucristo.

Dios no estuvo vinculado a la idea del Bien absoluto hasta que la filosofía griega se filtró a la religión judeo-cristiana (Capítulo 15)

El Dios judío y los niveles de moralidad sin precedentes que él esperaba de los individuos se fundían con la idea de la absoluta bondad tal como era propagada por los filósofos griegos como Platón y los estoicos (Capítulo 18)

  Hay que puntualizar que Platón no predicaba la “absoluta bondad”, sino el gobierno justo de los guerreros-filósofos, encarnación de las virtudes masculinas, y que los autores de este libro parecen confundir al Jesús histórico con el personaje evangélico que es el realmente relevante para la humanidad posterior.

Por una parte [el cristianismo] era una religión de amor que defendía a los pobres, a los débiles y los enfermos. Por otra parte era una religión de odio que demonizaba a sus enemigos.  (Capítulo 17)

  Difícilmente iban Pablo y los primeros predicadores cristianos a predicar el odio y la demonización de sus enemigos en el contexto del Imperio Romano en el que vivieron, ya que ello les habría aportado la inmediata destrucción, dada la debilidad de las primeras comunidades cristianas. Todo eso –el odio y demonización del enemigo-  tuvo lugar después, una vez los cristianos alcanzaron el poder político.  El gran milagro del cristianismo fue precisamente que se expandió como una religión pacifista y apolítica –al César lo que es del César- con independencia de que el Jesús histórico, del que casi nada sabemos, podía haber sido un agitador político en la línea de los Macabeos

  Todos los profetas, predicadores y legisladores de la Biblia actuaban en base a intereses políticos. Todo es, en origen, político en la Biblia y precisamente por eso el cristianismo originario supone la originalidad del apoliticismo. Apoliticismo forzado por las circunstancias… igual que fueron las circunstancias –el cautiverio de Babilonia- las que dieron lugar a la extraordinaria invención del Yahveh justiciero de la Biblia: para que las grandes invenciones sociales tengan lugar siempre es preciso que primero se produzcan circunstancias excepcionales que las desencadenen…

El Logos, o razón, se convertiría en un rasgo personal del Dios cristiano (Capítulo 18)

  Esta afirmación evangélica no es realmente de origen cristiano, pues ya se predicaba algo muy similar en los años previos a Jesús por parte de los filósofos judíos helenizados, como Filón de Alejandría, pero es el cristianismo el que une la razón a una religión de masas que, además, es profundamente emotiva y compasiva. Una combinación única.

  El siguiente paso, consecuencia de haber aceptado una religión “de la razón” –Logos-, será el desarrollo del racionalismo espiritual… que acabará llevando al materialismo que, a su vez y necesariamente, ha de excluir a una religión –la última- que, afrontando finalmente sus contradicciones, se extinguirá también como las demás…

Sin los monasterios, las escuelas de las catedrales, las escuelas dirigidas por órdenes religiosas y, más tarde, las universidades, Europa nunca habría experimentado el florecimiento de literatura, filosofía y artes –por no contar la ciencia-. Las ciencias son las hijas de la religión. O, para ponerlo con más precisión, son las herederas legítimas de la religión intelectual (Capítulo 19)

 Lectura de “The Good Book of Human Nature” en Basic Books 2016; traducción de idea21

sábado, 5 de febrero de 2022

“Ideas políticas de los socialistas utópicos”, 1982. Keith Taylor

   En lo que se refiere al socialismo, es cuando acaba la Revolución Francesa cuando todo comienza: durante milenios la insatisfacción ante la injusticia, ante el mal producido al hombre por el hombre, no había dado lugar a un cuestionamiento del orden social. Fuese Platón o fuese Lutero, la cuestión consistía en organizar la desigualdad de forma acorde con las costumbres y un mínimo de funcionalidad económica o política. Pero con la Revolución Francesa queda claro que todo puede ser cambiado –para mejor- mediante el examen racional de la realidad, también de la realidad política.

Saint-Simon (…) estaba convencido de que el grado de certeza alcanzado en las ciencias naturales podría también alcanzarse en la ciencia social si se emprendía la observación sistemática de los fenómenos sociales (p. 47)

   Saint-Simon, el aristócrata revolucionario, no fue el primero, pero él, junto a unos cuantos pioneros y visionarios sobre los cuales el politólogo Keith Taylor nos relata sus vicisitudes (Robert Owen, Charles Fourier, Etienne Cabet y Wilhelm Weitling, principalmente), sí fue de los primeros en intentar llevar a cabo propuestas concretas sobre alternativas sociales a un mundo injusto. Estos intentos en su mayoría tuvieron lugar en Europa occidental (y América del Norte) entre el fin del periodo napoleónico (1815) y las revoluciones de 1848. Coinciden, naturalmente, con el desarrollo de la primera revolución industrial y precedieron al después predominante socialismo de la lucha de clases –marxismo-. Sin embargo, aunque favorecieron las libertades personales, no siempre coincidieron en el impulso democratizador.

  Este periodo no fue bien comprendido y sin embargo hoy, cuando el marxismo está ya acabado, merece la pena que se le estudie de cerca. En este caso, el profesor Taylor escribe antes de la debacle del marxismo de 1989 y no busca el contraste con el socialismo de la lucha de clases. Parece más bien que ve a los “utópicos” un poco como precursores.

Estos pensadores eran ciertamente utópicos en el sentido de que buscaban describir la estructura de una futura sociedad ideal –una era dorada de felicidad- de la cual serían erradicadas las principales fuentes de conflicto humano; pero si eran utópicos en el sentido de ser completamente fantasiosos e irrealistas es una cuestión mucho más compleja a descubrir. (p. viii)

   Hoy en día se recuerdan sobre todo los intentos de estos primeros socialistas por crear “sociedades ideales en miniatura” como colonias, comunas o poblados. Muchos de ellos se establecieron en Norteamérica, dadas las condiciones económicas, geográficas y políticas de este extenso territorio por entonces. Sin embargo, la mayoría de los socialistas desconfiaban de tan modestos intentos, favoreciendo iniciativas a gran escala.

En el caso de los pensadores [Cabet y Weitling] la comunidad a pequeña escala tenía como fin simplemente ser  la etapa inicial en el proceso de crear una asociación comunista mucho más grande  (p. 200)

  Eran conscientes de la dificultad de cambiar radicalmente el estilo de vida mediante la mera seducción proselitista. Consideraban más fácil hacerlo desde una gran estructura colectiva.

Cabet [pensaba] que todos los hombres con buena salud tenían un deber igual de contribuir al bien común esforzándose al máximo en su capacidad. Tal deber sería inducido por el comunismo icariano, si bien la capacidad persuasiva del código moral icariano, enseñado a los niños en el hogar y la escuela, haría presumiblemente la compulsión física innecesaria (p. 173)

  Lo que implica que, previo a los supuestos efectos determinantes de la enseñanza en el hogar y en la escuela, la “compulsión física” sí sería requerida… La realidad histórica posterior demostraría que el comunismo solo es viable con una fuerte organización estatal que reprima la disidencia. Al fin y al cabo, ya existía el precedente de los jacobinos de la Revolución Francesa.

   Al menos, los “socialistas utópicos”, a diferencia de los marxistas que les sucedieron, tenían una idea clara de la complejidad de la sociedad, de la necesidad de desarrollar sistemas culturales más allá del cambio de modelo económico y político. 

Una de las formas más usuales de presentar la sociedad futura era la imagen de una gran y feliz familia; y en el caso de algunos utópicos, notablemente Owen, Fourier y los santsimonianos, esto en realidad implica superar la tradicional y más limitada familia nuclear (considerada un bastión de egoísmo, doctrina religiosa anticuada y divisiones sociales), y permitir sentimientos de amor (incluyendo, quizá, sentimientos de deseo sexual) para encontrar expresiones [afectivas] mucho más espontáneas y con el mínimo de restricción  (p. 4)

   La mayoría entendían que el estilo de vida, la cultura, incluso la religión se encontraban relacionadas con las consecuentes condiciones económicas y sociales –los marxistas lo entendían al revés: cámbiese el sistema económico y político, y todo lo demás se dará por añadidura- y por tanto parece que habrían tenido que extraer conclusiones de los fracasos continuos de sus modelos “a pequeña escala”… pero ninguno llegó a considerar que tales fracasos prácticos demostraban el fracaso del socialismo. 

  De hecho, ni siquiera el autor de este libro se preocupa mucho por ello…

Cuando los utópicos llegaron a trabajar sobre estrategias detalladas por las cuales alcanzar armonía, con frecuencia fracasaban y los desacuerdos, controversias y acaloradas disputas se hicieron características del movimiento socialista en los años 1830 y 1840. Así, si bien podían estar de acuerdo en la importancia de luchar por la asociación, la comunidad y la cooperación, los pensadores estudiados en este libro no podían ponerse de acuerdo en absoluto acerca de los pasos específicos que se requerían para hacer operacionales esas cualidades  (p. 9)

  Sin embargo, tras el fracaso de “New Harmony”, en 1827

[Robert] Owen llegó a la conclusión de que ningún experimento comunitario podía tener éxito sin un adiestramiento moral previo de los ciudadanos para una vida bajo condiciones totalmente nuevas  (p. 77)

  Como siempre, es el lúcido y pragmático británico Robert Owen –cuya biografía como obrero enriquecido y paternalista filántropo tiene mucho de ejemplar- el que está más cerca de la solución. Owen buscaba resolver problemas reales de precariedad vital en pleno auge del “industrialismo manchesteriano”.  Al fin y al cabo, si las empresas funcionan y ganan dinero, si las iglesias funcionan y ganan fieles, si los ejércitos funcionan y ganan batallas… también la organización de la vida comunitaria puede tener éxito cuando fija como metas la prosperidad general y la felicidad personal. Esto escribió en 1819:

Desde la infancia, tú, como otros, has sido hecho para despreciar u odiar a aquellos que son diferentes de ti en costumbres, lengua y sentimientos. Te han llenado de todos los sentimientos contrarios a la caridad y de ira hacia tus semejantes que han sido situados en oposición a tus intereses. Estos sentimientos de ira deben apartarse antes de que cualquiera pueda tener el poder en sus manos. Debéis conoceros primero a vosotros mismos, única forma por la cual puedes descubrir cómo son los demás. Entonces diferenciarás claramente que no existe un motivo racional para la ira, incluso contra aquellos que por los errores del presente sistema se hayan convertido en tus opresores y tus más amargos enemigos. Una infinita multiplicidad  de circunstancias, sobre las cuales no has tenido el menor control, te sitúa donde estás y tal como eres. De la misma forma, otros semejantes tuyos han sido formados por las circunstancias, igualmente incontrolables para ellos, para convertirse en tus enemigos y dañinos opresores  (p. 83)

[Owen] abogaba por una religión racional basada en la ciencia de la sociedad y una caridad cristiana fraternal y verdadera. Owen proporcionó esta nueva religión con su propia Biblia en su libro del “Nuevo mundo moral” que apareció entre 1836 y 1844  (p. 79)

Owen (…) urgía a todo individuo a comprender que todos sus semejantes eran víctimas inocentes de ciertas circunstancias sociales específicas. Esto quiere decir que las clases trabajadoras tenían una responsabilidad particular para evitar toda actitud de odio hacia sus opresores  (p. 83)

  El planteamiento no podía ser más contrario al resentimiento y odio que se presupone en el planteamiento de la guerra entre clases.

  Posiblemente hubiera sido más acertado preocuparse menos por los grandes esquemas políticos y más por el trabajo psicológico que las religiones solo abordan indirectamente, pero, como “socialista”, Owen también creía en el cambio de las estructuras del entorno. El componente religioso y educativo habría de quedar entonces como meramente complementario.

Los métodos empleados por Owen eran numerosos y variados pero todos partían de la convicción de que el carácter de un hombre es moldeado por el entorno en el que vive. La principal tarea, por tanto, era construir un mejor entorno  (p. 72)

Durante la década de 1820 y principios de 1830, Owen emergía como un crítico intransigente de la propiedad privada, el sistema capitalista de salarios y su asociada división del trabajo, y era esta perspectiva la que estaba ahora comenzando a atraer el apoyo de la clase trabajadora  (p. 76)

  En conjunto, encontramos en el socialismo utópico una actitud conciliadora acerca del progreso moral, un énfasis en la educación y una gran confianza en el progreso científico, tanto a nivel de progreso técnico como de progreso en la comprensión de las realidades sociales.

  Sin embargo, su optimismo revolucionario pronto se revelaría en contradicción con la realidad

Debido a que vivían y trabajaban en una época que era notable por su visión optimista de la historia y su fe romántica en un progreso ilimitado mediante la aplicación del razonamiento humano no debería sorprendernos que la noción de perfectibilidad humana subyaciera en mucho de su pensamiento. En sus numerosas descripciones de las sociedades ideales están ausentes todos los elementos de un conflicto humano serio, y la condición característica es una de armonía verdadera  (p. 1)

  En los intentos locales, en sus falansterios, comunas y poblados podrían enfrentar una realidad opuesta, pero no lograron establecer una alternativa viable.

[Los saintsimonianos] advertían del peligro de negligir la educación moral por lo cual ellos querían decir la iniciación de los individuos en la sociedad, la inculcación en los individuos de simpatía y amor por todos, la unión de todas las voluntades en una sola voluntad y la dirección de todos los esfuerzos hacia una meta común, la meta de la sociedad  (p. 157)

El movimiento socialista temprano más exitoso, el Icarianismo de Cabet, se basó desvergonzadamente en una doctrina de un nuevo cristianismo, una doctrina que enfatizaba, en particular, el comunismo primitivo de los primeros cristianos (p. 14)

  También los socialistas utópicos eran más humanos en el sentido de mostrarse en general pacíficos a pesar de que vivieron épocas de mayor precariedad y eran testigos directos de mayores injusticias de las que se darían más adelante, cuando predominará la revolución violenta de la lucha de clases.

El socialismo era visto con frecuencia como una tradición experimental, una visión que alentaba a los grupos a construir gradualmente una comunidad socialista, normalmente a pequeña escala, y esto quería decir que la revolución total, que implica abolir una sociedad entera, resultaba bastante inapropiada  (p. 15)

Creían que la revolución podría ser evitada mediante una concienciación general entre diferentes clases sociales por sus intereses comunes  (p. 35)

  Cabe mencionar que no todos los socialistas utópicos eran personas compasivas interesadas en expandir la democracia y las libertades. En muchos de ellos, siguiendo por cierto también las tradiciones de Platón y Thomas More, había claros impulsos totalitarios. Como por ejemplo en Saint-Simon, que relacionaba el socialismo con el progreso técnico e industrial.

El poder de decisión será confiado (…) a directores generales seleccionados sobre la base de su habilidad profesional para los cuales la política no será más que la ciencia de producción  (p. 55)

La reorganización de las instituciones temporales en la era científico-industrial había de ser acompañada, según Saint Simon, por una fundamental reestructuración del poder espiritual, implicando la elevación de los científicos y artistas positivos a las posiciones de liderazgo moral y educacional ocupada por el clero católico (p. 59)

  Otros, como Fourier, ni siquiera eran igualitarios

[El sistema de Fourier] no eliminaría todas las distinciones de riqueza, ya que habría quien poseería más propiedad que otros (Fourier siempre consideró que la propiedad igualitaria en el sentido del comunismo era totalmente inaceptable), y alguna gente ganaría más que otros debido a que hubiesen contribuido más a la comunidad en términos de capital, trabajo o conocimiento. En cada falansterio, por tanto, habría inevitablemente cierta cantidad de desigualdad  (p. 123)

  Pero Fourier sí creía en el “derecho a la felicidad”, de modo que nadie quedara desasistido, lo cual recuerda a ciertas versiones actuales del socialismo pos-comunista (una vez comprobado que el socialismo completamente igualitario y sin economía de mercado no es viable). Fourier, por cierto, fue todo un libertino ya que en algunos de sus escritos proponía incluso que la comunidad proporcionara satisfacción sexual a todos (es decir, prostitutas gratis).

  Por eso, en lugar de los teóricos franceses, hoy probablemente simpatizaríamos más con el británico Owen.

Era la esperanza [de Owen] que un día la entera noción de la familia individual, privada e interesada en sí misma sería desechada a favor del concepto de una comunidad cooperativa de varios cientos de personas que en muchos sentidos formaría una sola familia con un conjunto de intereses en común y en la cual los sentimientos de amor y afección serían tan universales que unirían no solamente a un hombre, una mujer y sus relaciones inmediatas sino a todos los miembros de la comunidad  (p. 87)

Lectura de “Political Ideas of the Utopian Socialists” en Frank Cass 1982; traducción de idea21