sábado, 25 de noviembre de 2023

“La masa enfurecida”, 2019. Douglas Murray

  El escritor y periodista Douglas Murray escribe un libro combativo contra lo que parece una moda peligrosa en las costumbres -¿o ideología?- que podría haber surgido a mediados de la década del 2000, extendiéndose desde los medios universitarios anglosajones. Una ola de intolerancia a favor de una determinada visión de la justicia social.

La interpretación del mundo a través de las lentes de la “justicia social”, “política de identidad de grupo” e “interseccionalismo” es probablemente el esfuerzo más audaz y comprensivo desde el fin de la guerra fría en crear una nueva ideología (Introducción)

Este libro se ha centrado en cuatro de las cuestiones más consistentemente aparecidas en nuestras sociedades: cuestiones que no se han convertido solo en tema de noticia diaria, sino en la base de un movimiento completo de moralidad societaria. Defender la situación de las mujeres, los gais, gente de diferentes entornos raciales y la de los trans se ha convertido no solo en una forma de demostrar compasión sino una demostración de una forma de moralidad. Se trata de cómo practicamos esta nueva religión. Luchar por estas cuestiones y ensalzar su causa se ha convertido en una forma de mostrar que eres una buena persona (Conclusión)

  Un movimiento completo de moralidad societaria. Centrado en la denuncia de una ideología supremacista que sería la de las clases superiores blancas y masculinas opuestas a la diversidad racial y las reivindicaciones de género sexual diverso. Todo esto tendría su origen en la evolución del pensamiento izquierdista a finales del siglo XX, y con tal origen, su movimiento sucesorio no puede sino resultar de lo más sospechoso.

En público y en privado, online u offline, la gente se está comportando de forma que es cada vez más irracional, enfebrecida, borreguil y simplemente desagradable (…) El origen de esta condición raramente se reconoce. Se trata del simple hecho de que hemos estado viviendo a través de un periodo de más de un cuarto de siglo en el cual todas nuestras grandes narrativas han colapsado. Una por una, las narrativas han sido refutadas, se han hecho impopulares de defender o imposibles de sostener. Las explicaciones para nuestra existencia que solían ser proporcionadas por la religión desaparecieron primero, del siglo XIX en adelante. Entonces, a lo largo del siglo pasado las esperanzas seculares mantenidas por las ideologías políticas comenzaron a seguir el destino de la religión. Al final del siglo XX hemos entrado en la era posmoderna. Una era que se define por su desconfianza contra todas las grandes narrativas. Sin embargo (…) la naturaleza aborrece el vacío y en el vacío posmoderno han comenzado a deslizarse nuevas ideas con la intención de proporcionar explicaciones y significados por su cuenta. (Introducción)

[La] interseccionalidad (…) es una invitación a pasar el resto de nuestras vidas intentando solucionar cada afirmación de identidad y vulnerabilidad en nosotros mismos y los demás, y organizarlos mediante cualquier sistema de justicia emergente de la perpetuamente móvil jerarquía que denunciamos. Es un sistema que no solo es inviable sino demencial, que hace exigencias que son imposibles hacia fines inalcanzables (Introducción)

  Ciertamente, esta forma de ir contra todas las grandes narrativas en particular nos muestra una nueva narrativa bastante precisa pero intolerante ante sus oponentes. Intolerancia que, según Murray, se demuestra por su voluntario oscurantismo que ayuda a cerrar toda discusión.

Los que sustentan las ideologías de justicia social e interseccionalidad tienen en común que su trabajo es ilegible. Sus escritos tiene un estilo deliberadamente obstructivo empleado cuando alguien o bien no tiene nada que decir o necesita ocultar el hecho de que lo que dice es incierto (Capítulo 1)

   Para Murray es evidente que muchas de las aserciones de la nueva narrativa que va contra todas las narrativas son bastante inasumibles.

Nuestras sociedades se han hundido en el espejismo de que las diferencias biológicas –incluidas las diferencias de aptitud- pueden ser desplazadas, negadas o ignoradas. Un proceso similar ha sucedido en las diferencias sociales (Capítulo 2)

  El antirracismo se vuelve entonces en una especie de racismo al revés, donde el origen racial determina un rechazo social parecido a como sucedía en países marxistas como Rusia o China con los orígenes de clase.

Ya que todo ha sido establecido por una estructura de hegemonía blanca cada cosa en esa estructura está creada con implícito o explícito racismo, y en consecuencia cada aspecto separado de ello debe ser excluido (Capítulo 3)

   La intolerancia lleva incluso a dictaminar que

[La] diversidad de pensamiento es solo un eufemismo por “supremacía blanca” (Capítulo 3)

   Lo que nos comunica una intolerancia total por parte del nuevo estilo ideológico de pensamiento: no se admite diversidad fuera del nuevo relato “que va contra todos los relatos”.

   De la cuestión racial se pasa a la del género.

El problema en el presente no es la disparidad, sino la certeza –la certeza espuria con la cual una cuestión increíblemente compleja [la cuestión trans] se presenta como si fuera la cosa más clara y mejor comprendía imaginable (Capítulo 4)

El objetivo de los que hacen campaña por la justicia social ha sido consistentemente tomar a cada uno –gais, mujeres, razas, trans- que puedan presentar como una agresión a los derechos y presentar su caso de la forma más incendiaria. Su deseo no es curar sino dividir, no aplacar sino inflamar, no apagar el fuego sino iniciarlo. En esto puede ser vista la subestructura marxista. Si no puedes dominar una sociedad –o pretender regirla, o intentar regirla y hacer colapsar todo- entonces puedes hacer algo diferente: en una sociedad que está pendiente de sus errores y que sin embargo, como imperfecta, queda como una mejor opción que cualquier otra cosa que se ofrezca, debes sembrar duda, división, animosidad y miedo. Más efectivamente, puedes intentar hacer que la gente dude de absolutamente todo. Hacerles dudar de si la sociedad en la que viven es buena en absoluto. Hacerles dudar de si la gente realmente recibe un buen trato. Hacerles dudar sobre si existen agrupaciones como hombres o mujeres. Hacerles dudar sobre casi cualquier cosa. Y entonces te presentas como el que tiene las respuestas: el grandioso y amplio conjunto de respuestas que te lleva a algún lugar perfecto (Conclusión)

  Con todo, como siempre, las críticas de Murray y otros autores por el estilo se exceden al negar una determinada ideología que, con sus errores, también tiene cosas que aportar a un mundo que lucha por el avance moral y que, inevitablemente, necesita nuevas ideologías, a la vista de que las anteriores (el socialismo, el liberalismo) no han aportado el resultado esperado.

¿Cómo se puede reconciliar la información de que las mujeres deben ser siempre creídas con el hecho de que hay industrias enteras cuyo objetivo es ayudar a las mujeres a engañar a los hombres? (Capítulo 2)

  ¡Aquí está refiriéndose a la cosmética y a la moda!

A una mujer debe permitírsele ser tan sexy y sexual como desee, pero esto no quiere decir que pueda ser sexualizada. Sexy pero no sexualizada. Es una exigencia imposible (Capítulo 2)

  Esto son opiniones necias, no menos necias que anécdotas como las que relata Murray de un vendedor de comida mexicana que es denigrado por no ser mexicano y estar por tanto robando la identidad racial ajena.

  Tampoco es exacta esta defensa de los personajes del pasado hoy discutidos:

La gente solo piensa que ellos habrían actuado mejor en la historia porque saben cómo acabó la historia. La gente que ha participado en la historia no tenía y no tiene ese lujo. Ellos tomaron buenas o malas elecciones en sus tiempos y lugares en los que estaban, dadas las situaciones en las que ellos se encontraron (Capítulo 3)

  No podemos aceptar como modelos morales individuos que no defendían los ideales morales alcanzados hoy, por mucho que sus elecciones correspondiesen a las situaciones en las que ellos se encontraron. Deben ser evaluados justamente desde la perspectiva histórica, pero eso no niega que sea correcto que hoy se retiren en Estados Unidos, por ejemplo, las estatuas del general Lee, o que cualquier presentación de la obra de Kipling recuerde su imperialismo.

  Ahora bien, y esto no lo menciona Murray, muchos influyentes autores de izquierda merecerían ser igualmente reprobados. En las novelas de García Márquez hay numerosas incitaciones a la pederastia (niñas que gozan siendo violadas por adultos), Pasolini abusó de niños cuando fue maestro rural y en novelas de Julio Cortázar se exalta la violación. Es rarísimo que alguien de los que promueven el relato de justicia social recuerde tales cosas. O que denuncie la dictadura de Cuba.

  Esto contrasta con el trato que se da en medios intelectuales a aquellos que reconocen haber cometido errores de juicio moral en el pasado –es decir, no haber estado en su momento lo suficientemente avanzados moralmente-.

Hemos creado un mundo en el cual el perdón se ha convertido en algo casi imposible (…) Hoy parecemos vivir en un mundo donde las acciones pueden tener consecuencias que nunca podríamos haber imaginado, donde la culpa y la vergüenza están más a mano que nunca, y donde no tenemos medio alguno de redención (Capítulo 3)

  Según algunas sensibilidades, los nuevos moralistas de la justicia social están constantemente escarbando en el pasado de las personalidades públicas para detectar sus errores pasados y así clasificarlos como enemigos. Un señalamiento que parece inevitablemente vinculado a una agresividad bastante pronunciada y poco prometedora para una sociedad mejor.

Lectura de “The Madness of Crowds” en Bloomsbury Publishing   2019; traducción de idea21

miércoles, 15 de noviembre de 2023

“Las leyes de la naturaleza humana”, 2018. Robert Greene

   La intención del exitoso escritor Robert Greene es ayudar al ciudadano común a la hora de desenvolverse en el mundo real, donde el inconsciente nos impone sus reglas sin que la mayoría nos demos cuenta de ello. Tanto más arriesgado es esto cuanto que todos los que nos rodean están igualmente sometidos a tales reglas no escritas.

Estamos sujetos a fuerzas profundas dentro de nosotros mismos que impulsan nuestro comportamiento y que operan por debajo del nivel de nuestra consciencia (p. 12)

Se estima que más del 65 por cierto de toda la comunicación humana es no verbal, pero que la gente percibe e interioriza solo aproximadamente el 5% de esta información  (p. 93)

Este es el punto ciego en la naturaleza humana: estamos pobremente equipados para coordinarnos con el carácter de la gente con la que tenemos que tratar (p. 126)

Debido a que principalmente reaccionamos en lugar de pensar, nuestras acciones están basadas en información insuficiente (p. 183)

  Así que tenemos que estudiar la naturaleza humana para desenvolvernos mejor entre nuestros semejantes, que son fuente de nuestra felicidad tanto como amenaza. En nuestra sociedad convencional estamos expuestos a engaños, a falsas apariencias y a expectativas decepcionantes. La actitud primera, entonces, es ver en todo individuo un enemigo potencial y que nosotros mismos debemos estar alerta para obtener ventaja allí donde sea posible. Greene cree que puede descubrirnos el lado más evidente y práctico de ello. Y no todas sus indicaciones son convencionales.

Las “Leyes de la naturaleza humana” pretenden sumergirle en todos los aspectos del comportamiento humano e iluminar la raíz de sus causas. Si usted deja que le guíe, alterarán radicalmente cómo percibe usted a la gente y toda su capacidad para tratar con ellos. Cambiarán radicalmente también cómo se ve usted a sí mismo (p. 16)

  Un poco de autoayuda está bien. Además, se le informa a uno de fenómenos psicológicos cotidianos que sin embargo no son tan fáciles de percibir y, para hacerlo más entretenido, Greene utiliza ejemplos de famosos personajes históricos que tuvieron que afrontar dilemas y situaciones de riesgo insospechado, todo ello consecuencia de que las cosas no son lo que aparentan, especialmente en lo que a comportamiento humano se refiere.

Como estudiante de la naturaleza humana (…) debes convertirte en un consumado observador de ti mismo cuando interactúas con grupos de cualquier tamaño. Comienza con la asunción de que no eres tan individual como imaginas. En gran medida, tus pensamientos y creencias han sido fuertemente influenciados por la gente que te ha criado, los colegas del trabajo, tus amigos y la cultura en general.  (p. 463)

  Naturalmente, hay un claro sesgo en cómo se presentan estos asuntos. El objeto es siempre conseguir el éxito social, pero tales tensiones también pueden verse compensadas por actitudes racionales mucho más armoniosas. Y aquí es donde encontramos lo más original de este planteamiento que en principio nos daba una imagen más bien agresiva de la vida social.

  Por ejemplo, en un mundo competitivo el deseo de emulación y de alcanzar el éxito –que no tienen en sí nada de malo- puede dar lugar a la lastimosa envidia.

En lugar de meramente felicitar a la gente por su buena fortuna, algo fácil de hacer y fácilmente olvidado, tú debes en lugar de eso activamente sentir su alegría, como una forma de empatía. Esto puede ser un tanto antinatural, ya que la primera tendencia es sentir una punzada de envidia, pero podemos entrenarnos para imaginar cómo deben sentirse los otros que experimentan su felicidad o satisfacción. Esto no solo limpia nuestro cerebro de una fea envidia, sino también crea una forma inusual de relación (…) Al interiorizar la alegría de otra gente, incrementamos nuestra propia capacidad para sentir esta emoción con relación a nuestras propias experiencias  (p. 319)

  Esto es una magnífica idea que puede llevarnos fácilmente por el camino de la benevolencia y el bien común. Requiere, como se ha explicado, entrenamiento para la interiorización y reconocimiento de que una mejor forma de vida social tiene que ser también un poco antinatural.

Acércate a la gente con la que te reúnes por primera vez o solo conoces superficialmente, con varios pensamientos positivos –me gustan, parecen listos, etc- Ninguno de estos se verbaliza, pero haz lo que puedas para sentir esas emociones (p. 242)

  Incluso cierto benévolo desapego, en el sentido de desarrollar un mundo interior cálido y consolador, puede venirnos muy bien especialmente en una sociedad establecida sobre principios conflictivos.

Vale la pena cultivar momentos en la vida en los cuales sentimos una inmensa satisfacción y felicidad separada de nuestros propios éxitos y logros. Esto sucede comúnmente cuando nos hallamos ante un bello paisaje –montañas, mar, un bosque-. No sentimos los ojos interesados y comparativos de los otros, la necesidad de tener más atención o afirmarnos a nosotros mismos (p. 320)

  Otro desarrollo interesante es compatibilizar el individualismo con el hecho social de la diversidad. Empatizar con los semejantes implica también aceptar la diferencia.

Nuestra cultura tiende a enfatizar el valor supremo del individuo y los derechos individuales, animando una mayor implicación en uno mismo. Encontramos cada vez más personas que no pueden imaginar que los otros tienen una perspectiva diferente, que no todos somos exactamente lo mismo en lo que deseamos o pensamos (p. 61)

  Y si no queremos el conflicto y si tampoco podemos predisponernos a una afectuosa armonía universal, cuando menos, cultivemos la objetividad.

La racionalidad no es un poder con el que has nacido sino uno que adquieres mediante adiestramiento y práctica (p. 30)

Ve a las otras personas como fenómenos, tan neutrales como los cometas y las plantas (…) [Así ] dejarás de proyectar tus propias emociones en ellos  (p. 50)

  Porque la mayor parte de las veces, al proyectar las emociones en los demás lo que hacemos es juzgarlos y clasificarlos según que puedan servirnos a nuestros propios intereses. Un buen principio es empeñarnos en un juicio objetivo. Puede ayudarnos la advertencia de que nada es del todo objetivo, pero si al principio de objetividad le sumamos una orientación humanista y benevolente es probable que obtengamos buenos resultados.

Lectura de “The Laws of Human Nature” en Penguin Random House  2018; traducción de idea21

domingo, 5 de noviembre de 2023

“Los caminos y el poder del amor”, 1954. Pitirim Sorokin

   Este es un libro extraño. Pitirim Sorokin, el primer catedrático de sociología de Harvard, nacido en Rusia y testigo privilegiado de la Revolución, escribe en el Estados Unidos de la guerra fría un libro sobre una alternativa social para la humanidad basada en el amor. Es verdad que también por la misma época Erich Fromm escribió su “El arte de amar”, ¿se trataba quizá de dar una respuesta no violenta a la promesa comunista de un mundo solidario y justo?

Nos concentraremos en este estudio principalmente en los planos psicológicos y socioculturales del amor –amor como un fenómeno psicosocial empírico visible-.  (p. 14)

  ¿Qué es el amor?

Éticamente el amor se identifica con la misma bondad. El amor se ve como la esencia de la bondad inseparable de la verdad y la belleza  (p. xvii)

Psicológicamente la experiencia del amor es un complejo consistente en elementos emocionales, afectivos, volicionales e intelectuales. Tiene muchas formas cualitativas referentes a cuestiones como empatía, simpatía, bondad, devoción, admiración, benevolencia, reverencia, respeto, adoración, amistad…por mencionar solo unos pocos  (p. 10)

En cualquier experiencia psicológica genuina de amor, el ego o el yo del individuo que ama tiende a fundirse e identificarse con el amado tú. (…) En una relación de amor, los egos de las partes están libremente mezcladas en un “nosotros” (…) Su amor mutuo es el amor final. Cada parte hace y da cualquier cosa por el bienestar del otro. No hay regateo, ni cálculo de beneficios, placeres o utilidades. (p. 76)

Ofrecer un asiento a otra persona en un tranvía es una acción de amor, si bien de poca intensidad  (p. 15)

  Se trata, por tanto, de una pauta de conducta, una manifestación conductual de una actitud personal de benevolencia hacia el semejante que facilita la plena cooperación entre las personas.

El amor reemplaza la lucha por la existencia por la unidad armoniosa y la ayuda mutua (p. 8)

   La solución a todos los problemas sociales. Pero no parece  corresponderse con lo que sabemos del comportamiento humano convencional. Más bien el amor se da en circunstancias excepcionales dentro de las vivencias entre particulares. No parece tratarse de un fenómeno social a gran escala.

Las formas más puras e intensas del amor han sido producidas espontáneamente y principalmente en las interacciones de miembros de la misma familia, de amigos íntimos o de pequeños grupos –escolásticos, religiosos, políticos, ocupacionales, étnicos, culturales y otros-.  (p. 16)

   Una idea de Sorokin, esencial en su concepción, es que el amor se produce primero porque algunos individuos excepcionales descubren la conexión entre los cambios de comportamiento humanos y una virtud trascendente y eterna que denomina el “supraconsciente”.

El supraconsciente parece ser la fuente de los mayores logros y descubrimientos en todos los campos de la actividad creativa humana: ciencia, religión, filosofía, tecnología, ética, derechos, artes, economía y política  (p. 98)

El supraconsciente crea y descubre mediante la intuición supraconsciente  (p. 99)

Las grandes religiones (…) pudieron ser creadas solo mediante el supraconsciente y no mediante la mente empírica y lógica. Esta conclusión se refuerza por el invariable fracaso de todos los intentos de crear una religión “racional y científica”, lógica, sensata, empáticamente verificable. Tales religiones nunca pueden ir más allá de filosofía vulgarizada y seudociencia de tercera categoría, divulgada entre un mero puñado de intelectuales racionales despojados de la gracia del supraconsciente (p. 110)

   Se puede ser despectivo con la “seudociencia”, pero todo este sistema de Sorokin recuerda un poco a Jung. Y nos encontramos aquí con una dificultad para hacer una lectura constructiva del panorama de la mejora moral que presenta Sorokin. Por una parte, está el protagonismo que se da a los líderes espirituales.

Jesús, Buda, Mahavira, Lao Tse, Confucio y Francisco de Asís (…) junto con un puñado de seguidores remodelaron la mente y comportamientos de millones, transformaron culturas e instituciones sociales y decisivamente condicionaron el curso de la historia. Ninguno de los grandes conquistadores y líderes revolucionarios pudieron remotamente competir con estos apóstoles del amor en la magnitud y duración del cambio que llevaron a cabo gracias a sus actividades  (p. 71)

  Sabemos poco sobre estos personajes históricos –de hecho, algunos tienen más bien naturaleza legendaria- y de los pocos mencionados que son más asequibles al estudio –como Gandhi- está por ver que su actitud moral sea equiparable a la perfección psicológica y social tal como la entendemos desde principios objetivos.

El mayestático, gigantesco poder del amor y la amabilidad, el poder de las grandes encarnaciones de amor como Buda y Jesús, San Francisco y Gandhi (…) [suponen] la forma más efectiva y accesible de adquirir el máximo de poder constructivo es amar de forma verdadera y sabia. (p. 12)

Mediante [la] imitación de unos pocos héroes del amor se levantan los estándares morales de las masas mucho más efectivamente de lo que pueden hacerlo miles de razonadores ético y predicadores racionales  (p. 484)

  Pero el desarrollo del altruismo a nivel universal requiere de planteamientos menos excepcionales. Ahora bien, ¿cómo llegar de la excepcionalidad de la virtud a una generalización de la virtud altruista como estilo de vida a nivel universal?

  Ante todo, hemos de considerar que se trata de interiorizar pautas de conducta.

El almacenamiento de la energía del amor en los individuos quiere decir hacer sus acciones y reacciones de amor espontáneamente habituales, interiorizadas y arraigadas hasta tal punto que se conviertan en una segunda naturaleza. (p. 45)

  Esto es el ámbito de “lo sagrado”, la pauta moral emocionalmente interiorizada conlleva la reacción refleja que condiciona el comportamiento en el sentido marcado por la doctrina moral.

  Pero ¿cómo llevar esto a cabo, al tratarse de conductas fuera de lo convencional, que no pueden surgir de la mera educación y de la mera interactuación con las personas convencionales?

Las escuelas intentan instigar en sus alumnos el egoísmo y los valores de competición tanto como el yo sin ego y el valor del amor; glorifican el culto al éxito y la victoria sobre los competidores más que el servicio humilde (p. 246)

  Sorokin tiene el acierto de señalar una posición intermedia entre la genialidad de los santos y la escasa sensibilidad del mundo convencional: el monasticismo y las escuelas de la virtud.

[Hay] tres principios básicos de los grupos altruistas: identificación ideológica y conductual del grupo y de sus miembros con los valores supremos del amor (llamado de formas diferentes); criterio común de los valores básicos para todos los miembros; y la afiliación total de cada miembro con la comunidad (monástica o no), con el resultado de someter todos los egos y afiliaciones al valor supremo de la comunidad y la comunidad misma (p. 454)

Las escuelas [convencionales] no son las mejores agencias para adiestrar a los genios de creatividad altruista. Solo instituciones grupales institucionales establecidas intencionalmente para los propósitos del adiestramiento altruista pueden cumplir tal requerimiento (p. 246)

   La enseñanza del altruismo requiere, ante todo, la motivación del que quiere ser enseñado y esto implica, por tanto, tener en cuenta el cambio social previo.

Por parte de los altruistas ateos (…) su ideal y valores más altos es frecuentemente llamado por varios nombres prosaicos: la mayor felicidad, el mayor bien, el mayor placer, el valor social más alto, el impulso emocional más profundo, la mayor necesidad social, libido, energía vital y demás. Estas formas denotan en tales casos algo mucho más trascendente que su significado literal (p. 146)

  Puesto que ya no vivimos en la época de las creencias tradicionales de lo sobrenatural, son las creencias racionalistas las que deben tomar provecho de las enseñanzas de la Antigüedad en la búsqueda de la virtud altruista –o prosocial, usando un término más preciso-. La insatisfacción de las fórmulas políticas y económicas puede acabar empujando la inquietud social a una búsqueda efectiva de un estilo de vida que forme una base firme del desarrollo de la civilización que no se quede en meras vaguedades de buena intención.

Hay muchas personas que profesan amar al conjunto de la humanidad. La extensión de su amor es por tanto enorme. Pero su amor a la humanidad raramente va más allá de declaraciones y muestra poco en sus obras. Esto es amor de baja intensidad con vasta extensión  (p. 20)

  En las reglas monásticas, sin embargo, Sorokin encuentra un buen ejemplo de cómo un trabajo metódico sobre las emociones humanas pueden llevarnos a una existencia armoniosa.

El [monasticismo nos muestra el] carácter de las técnicas usadas por altruistas eminentes para el despertar y desarrollo de sus conductas y actividades de amor (…) Su objetivo es el despertar y desarrollo del supraconsciente para la difícil realización de las acciones de amor supremo. Rezos al supraconsciente (llamado por diferentes nombres) en varias formas; aislamiento eremítico de todos los seres humanos y de toda la civilización con todas sus fuentes para el desarrollo del conocimiento racional, libros, bibliotecas, conferencias, instrucción etc; sostenida meditación y concentración que ni busca ni trata con los problemas del desarrollo del intelecto humano y su conocimiento científico; silencio por largos periodos, entrenamiento ascético y semiascético en el control de las propensiones conscientes e inconscientes; trances de éxtasis, obras peculiares del altruismo como el acto repentino de San Francisco de abrazar leprosos y besar sus horribles heridas: estos y cientos de otras técnicas no son diseñadas ni efectivas para el desarrollo intelectual del hombre ni para el juego más placentero y espontáneo de las propensiones inconscientes y bioconscientes (p. 139)

   La variedad de estrategias exige un detenido análisis. Besar las horribles heridas de los leprosos puede resultar poco conveniente para el desarrollo de un altruismo efectivo a gran escala, aunque fuese apropiado para la visión mística de San Francisco. Pero es mucho más valioso el énfasis en las transformaciones conductuales cotidianas, la psicología de la benevolencia y sus consecuencias.

Casi todas las constituciones monásticas contienen varias reglas explícitamente prohibiendo (…) el ayuno excesivo u otras formas de extremo ascetismo. Una de las razones para tal prohibición es que el extremo ascetismo puede disparar el espíritu de competición, vanagloria y autosatisfacción que son extraños a la continencia  (p. 404)

Que no haya signo de enfado, implacabilidad, celos o contención entre los monjes; ningún gesto, movimiento, palabra, mirada, expresión o nada parecido que esté calculado para desatar la ira de un compañero  (p. 397)

   ¿Se puede articular esto en un monasticismo propio de la sociedad actual? De hecho, podría suponer una ventaja el contar hoy con el análisis y metodología científicos para avanzar en la mejora moral.

Todas las medidas que faciliten un incremento de la creatividad constructiva en los campos de la verdad y la belleza también sirven al propósito de incrementar la creatividad en el campo de la bondad  (p. 19)

  Sorokin no nos da una fórmula viable. Todo se queda en llamar nuestra atención sobre el fenómeno real del desarrollo altruista y exigirnos actuar. 

Los existentes poderes inconsciente, consciente y supraconsciente del hombre son suficientes para la eliminación de la mayor parte de las guerras interhumanas, así como para un espléndido renacimiento del hombre mismo, de su cultura y su universo social. Tan pronto como estos poderes estén organizados según un plan, comenzarán su trabajo y en un tiempo comparativamente breve alcanzarán resultados  que excederán las mejores expectativas.  (p. 488)

   ¿Una organización de poderes inconsciente, consciente y supraconsciente? No se da mayor detalle.

  Sin embargo, la sociedad actual produce millones de científicos, técnicos y teóricos, una asombrosa abundancia si lo comparamos con los tiempos de Arquímedes y Aristóteles. ¿No podría suceder algo parecido al nivel de la moral?

  Incluso en la psicoterapia, de la que Sorokin tanto desconfía, encontramos indicadores de la mejora conductual.

La transferencia positiva, esto es, el sentimiento afectivo y cálido del paciente hacia el terapeuta –en contra de la transferencia negativa con su sentimiento de hostilidad- es generalmente considerada la condición necesaria para la mejora del paciente (p. 64)

   Consideremos también otro mecanismo de desarrollo del amor que ya remarcaron algunos intelectuales del siglo XIX: la literatura dramática.

Una gran tragedia con frecuencia conmueve a la audiencia mucho más profundamente que un elocuente sermón, una gran novela o una gran sinfonía con frecuencia nos inspiran aspiraciones morales más fuertes que una excelente conferencia sobre ética (p. 319)

   Se trata, por tanto, de que la búsqueda de la virtud es un fenómeno que puede describirse y articularse en funciones comprensibles y efectivas.

Ningún desarrollo altruista notable es posible sin tres cambios personales y socioculturales mutuamente conectados: una autoidentificación del individuo con algún tipo de valores altruistas, concebidos bien en su forma más elemental o en su formar más sublime; una respectiva reordenación del propio ego, valores y estándares; y una correspondiente reordenación de las afiliaciones de grupo y entorno (p. 287)

  Al cabo, el camino monástico –hoy abandonado- puede ser el más valioso, pues se trataría de desarrollar comportamientos estándar asequibles a muchos –aunque no a todos, pues el factor motivación varía mucho de unas personas a otras- que pueden mediar entre el ideal heroico –de dudosa existencia, pero útil como ideal- y una sociedad convencional que sigue buscando soluciones sociales innovadoras.

El excepcionalmente alto nivel de las exigencias monásticas para la perfección moral requiere una movilización de todos los poderes creativos de un monje, reforzados por el entusiasta apoyo de su comunidad monástica a fin de que el monje y la comunidad puedan alcanzar sus fines. (p. 404)

   Y como conclusión, parece que el error más grave del punto de vista de Sorokin es que rechaza la racionalización de la mejora moral.

Ni las acciones sublimes del amor ni la ética de reverencia para la vida pueden basarse, derivarse o motivarse por puro pensamiento científico, racional o consciente. Para ello es necesaria una directa visión interior más profunda, intuitiva y mística del deseo vital (p. 128)

   El pensamiento científico, racional o consciente también puede –y debe- alcanzar el ámbito de las emociones morales, dando una explicación asumible de lo místico y lo intuitivo. La acción altruista debe informarse también racional y analíticamente de las experiencias del pasado en las cuales se dieron grandes pasos para la mejora moral, por mucho que este camino estuviera entonces condicionado por tradiciones históricas que hoy ya hemos dejado atrás.

Lectura de “The Ways and Power of Love” en Templeton Foundation Press 2002; traducción de idea21