miércoles, 5 de junio de 2019

“El truco del 'yo'”, 2011. Julian Baggini

  El filósofo y divulgador Julian Baggini aborda la cuestión del “yo”, de la existencia humana, del hecho de existir para uno mismo.

La definición de una persona por John Locke [era] un “ser de pensamiento inteligente que reflexiona y puede considerarse a sí mismo como él mismo, la misma cosa pensante en momentos y lugares diferentes

   Sí, la filosofía (Aristóteles, Locke y otros…) algo tiene que decir al respecto, pero el complejo e imaginativo lenguaje filosófico no es ya suficiente. Hoy contamos con los datos científicos.

El enigma central que me he propuesto resolver concierne a la continuidad del “yo” sometido al cambio: ¿cómo podemos seguir siendo la misma persona a lo largo del tiempo, incluso cuando cambiamos, a veces considerablemente? La demencia es quizá el ejemplo más extremo [de esto] en la vida real, pero la mayor parte de nosotros puede captar la relevancia de la cuestión simplemente al intentar recordar cómo éramos en el pasado

La unidad y permanencia que sentimos a lo largo del tiempo en gran medida depende de nuestra habilidad para construir una narrativa autobiográfica que enlace nuestras experiencias a lo largo del tiempo (…) El “yo” es una construcción de la mente, una lo bastante flexible como para resistir la renovación constante

  En este último párrafo Baggini recoge principalmente el muy informado juicio del neurólogo Antonio Damasio. El “yo” es una construcción de nuestro cerebro, de la mente, particularmente de la memoria. Interesa averiguar por qué la naturaleza ha dado lugar a esta creación, pero no se trata de algo milagroso, no implica la existencia de una “sustancia” inmaterial separada del cuerpo. De ahí que Damasio titulase uno de sus libros de divulgación más célebres “El error de Descartes”: hasta hace relativamente poco tiempo se daba por sentado, según la opinión del filósofo del siglo XVII, que el hecho mismo de la autoconsciencia evidenciaba una naturaleza humana dual, con una parte material y otra inmaterial. Pero que nos parezca que es así no quiere decir que lo sea realmente.

Lo que nos hace el mismo es que creemos que somos el mismo

  Con esta perspectiva más realista –menos milagrosa- de nuestra existencia subjetiva y autorreflexiva, ¿qué ganamos a la hora de afrontar nuestra vida –solo nuestra?

El truco del “yo” no consiste en persuadirnos de que existimos cuando no existimos, sino en hacernos creer que somos más duraderos y sustanciales de lo que somos realmente. Puede haber una ilusión sobre lo que realmente somos, pero no acerca de que existimos realmente.

  En el pasado se creía que dentro de la carcasa biológica del ser humano existía el alma, una especie de preciada “perla” de contenido inmaterial, una sustancia espiritual –tal vez incluso inmortal- que equivalía a nuestra autoconsciencia, nuestra personalidad inalterable y nuestro sentido moral. Ahora parece demostrado que tal cosa no existe. Sin llegar a ser una ilusión –el budismo habla, incluso, de que el mundo es una ilusión- tampoco es inalterable ni se halla definido de forma concreta y exacta. Con todo, existimos. Si somos algo, somos eso.

La identidad no puede flotar libre fuera de lo físico. Pero de ello no sigue que sea en nuestros cuerpos donde encontramos la “perla del yo”. Nuestro sentido del “yo” está arraigado en lo que pensamos y sentimos. Nuestros cuerpos al menos en parte moldean este sentido del “yo”, como un molde puede dar forma a una estatua. Pero de la misma manera en que uno no debe confundir el molde con la obra de arte, así no deberíamos confundir el cuerpo con el núcleo del “yo”.

Emerge [fruto de las investigaciones] una imagen del “yo” en la cual no hay un núcleo duro, estable, pero sí hay una unidad real, si bien frágil, basada en los recuerdos y las mentes, enmarcada en un cerebro dentro de un cuerpo

  Consecuencia de ello es que aceptamos la flexibilidad del “yo”, en casos como el de la demencia (o trastornos neurológicos graves, como el famoso de Phineas Gage). En circunstancias que ya no son propias de enfermedad o progresivo deterioro, Baggini menciona también otros casos de flexibilidad del “yo”, como el de las personas transgénero, pero en general no nos resulta conflictivo aceptar que el “yo” persiste bajo circunstancias cambiantes no solo del entorno, sino de nuestra propia sensibilidad interior (cabe añadir también la intervención del inconsciente). ¿Cambiar es morir un poco?, ¿o ejercer la libertad para cambiar nos da precisamente más vida?

La libertad, si quiere decir algo, no puede ser acerca de estar fundamentalmente separado de la cadena de causa y efecto que rige a través del conjunto de la naturaleza. (…) Es mejor ver el opuesto [a la libertad] en la coerción. Quizá sería incluso mejor hablar, en lugar de libertad, de autonomía. La persona autónoma es aquella capaz de regular su propio comportamiento basado más en las maquinaciones internas de su cerebro que en los vientos y mareas de los sucesos externos

  Estas son cuestiones morales, culturales, que pueden dar lugar a infinitos cuestionamientos de nuestra propia condición de personas, de individuos. Si la libertad implica cambiar por iniciativa propia, debe permanecer, cuando menos, la voluntad de cambio y el fin por el que se opta al cambiar. En algún punto debe residir un mínimo de apoyo (¿ilusorio?) a nuestra concepción única y continuada de la propia identidad, con su pasado en el recuerdo y sus expectativas de futuro.

  Por otra parte, toca asumir las posibilidades que la sociedad actual puede aportar a la humanidad venidera. Si hoy la personalidad distintiva del “yo” es una cuestión moral y filosófica, en el futuro nos puede presentar auténticos dilemas existenciales.

  Ante todo, los cambios sociales y morales que podrían llegar ante cambios culturales futuros

Las relaciones que constituyen nuestra identidad son las relaciones que tenemos con otros, no aquellas que se mantienen entre pensamientos y recuerdos dentro de nuestras mentes. Entonces, ¿es cierto que somos construcciones sociales?

  Pero la amenaza más llamativa a la identidad podría llegar por el transhumanismo, que implica que podemos incorporar elementos de inteligencia, reflejos y memoria artificiales a nuestro propio “yo” de forma parecida a como se incorporaron herramientas de trabajo a nuestros brazos en el neolítico. ¿Sobreviviría el individuo a estos cambios y adiciones?

El recuerdo es la conexión más significativa que tenemos con nuestro “yo” del pasado y su ruptura causa daño real al “yo”. Pero la memoria no es la única conexión. Si hay una continuidad de rasgos de carácter clave, habrá alguna continuidad del “yo” también, si bien radicalmente disminuida

  Incorporar una inteligencia artificial, incluso incorporar recuerdos ajenos, podría no destruirnos, sino enriquecernos, siempre que conservemos suficientes elementos originales para que se dé la “continuidad”. Aparentemente podemos hacer analogías con respecto a lo que sucede con nuestro “yo” cuando pasamos de niños a adultos, o en las personas transgénero o cuando pasamos por un gran cambio "espiritual" (las conversiones religiosas con implicaciones de cambios de conducta, sobre todo en el ámbito de la moralidad). Aunque nunca se ha pensado seriamente en ello, la promesa de resurrección cristiana futura incorporaba elementos inquietantes, ya que el resucitado en el Cielo carecería de los mismos deseos y probablemente de la misma personalidad que su antecesor mortal, careciendo, entre otras cosas, de deseo sexual ("son como los ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección"). Y es de suponer que tampoco padecerán tentaciones de tipo moral (sexuales o no). Vivir la perfección es concebible pero ¿no impone un cierto vértigo la idea de ser más de lo que uno mismo es, puesto que, en cierto sentido, implicaría dejar de ser uno mismo?

El “yo” no es una sola cosa, es simplemente lo que el sistema del cerebro y cuerpo hace. Si esto es así, entonces no hay absolutamente ninguna razón en principio por la que el cerebro no pueda hacer diferentes cosas en tiempos diferentes (…) No solo la multiplicidad [personalidades múltiples] es biológica y psicológicamente posible sino que la posibilidad de desarrollar “yoes” múltiples es inherente a todo ser humano.

  La ciencia-ficción nos muestra muchas posibilidades por el estilo del Paraíso cristiano: fusionar nuestra personalidad individual en una personalidad colectiva (¿trascender?) o coexistir diferentes personalidades dentro de la misma mente (algo que parece que ya sucede en los extraños casos de “personalidades múltiples”) o someternos a profundos procesos de crecimiento intelectual y sensorial con la ayuda de suplementos neurotecnológicos.

   Con independencia de las posibilidades de las tecnologías futuras, la determinación del “yo” es hoy vital en nuestras relaciones entre individuos, entre otras cosas porque la mejor forma de ganarnos la confianza de otros es mostrándonos a estos como individuos claramente definidos, con sus riquezas y vulnerabilidades. De hecho, es probable que el surgimiento del yo en la primera infancia (¿en torno a los tres años?) tenga que ver con nuestra capacidad para empatizar con los extraños.

2 comentarios:

  1. Hola Idea21,
    Este tema del yo siempre ha sido un tema fascinante para mí. La concepción del yo de J. Baggini, resultado de investigaciones científicas, y no de elucubraciones y especulaciones filosóficas, como una construcción de mente-cuerpo que se hace en la medida en que se relaciona, reacciona, recuerda y sobrevive, nos da una pista de que seguimos evolucionando y nuestra mayor capacidad es la flexibilidad: pareciera que el truco del yo, ese de hacernos creer que somos más duraderos y más sólidos de lo que pensamos en realidad, sea una estrategia de nuestra especie para preservarse. Los desafíos los estamos colocando nosotros mismos al ir creando nuevas “herramientas” o extensiones que nos permiten seguir manipulando y dominando la materia. Para mí la pregunta es: ¿Cuáles serán los desafíos de seres humanos que puedan vivir más de 250 años, si la ingeniería genética sigue avanzando al ritmo que va?: ¿Cuál metafísica, cuál humanismo, cuál significado cobrará la vida humana?
    Muchas gracias por esta recensión. Autores para seguir reflexionando este tema, de los cuales algunos ya los has trabajado en tu blog: Antonio Damasio, Morris Bernan, Erwin Schrödinger, Edward Wilson, Michio Kaku, Raymond Tallis, entre muchos otros.

    ResponderEliminar
  2. La idea común es que el "yo" es una unidad de memoria, con pasado, presente y expectativa de futuro. Yo soy mis recuerdos. En la famosa peli "Memento", de Christopher Nolan tenemos un personaje cuyos recuerdos se volatilizan constantemente (algo que sucede, en efecto, en algunas condiciones neurológicas: amnesia anterógrada) pero mantiene, en apariencia, una identidad porque conserva un "sentido de propósito" o, quizá "una identidad moral". Básicamente, se reconoce a sí mismo como una individualidad diferenciada del resto de individuos con los que interactúa, contando con su propia finalidad. Es difícil, pero posible. En tal caso, podríamos sobrevivir a muchas otras circunstancias de alteración.

    Si la humanidad tiene algún futuro, parece que éste será la inteligencia artificial. Lo lógico sería entonces que el individuo "se fundiera" en la inteligencia artificial sobreviviendo su identidad de forma parecida a cómo el niño que éramos a los seis años sobrevive en nosotros mismos... Lo positivo es verlo como algo prometedor y apasionante, y no como algo aterrador. Los niños, desde luego, no se sienten aterrados al pensar en que cumplirán veinte, treinta años y dejarán de tener los mismos deseos y gustos que en la niñez.

    ResponderEliminar