jueves, 5 de septiembre de 2019

“Diferencias de género en el comportamiento antisocial”, 2004. Moffitt, Caspi, Rutter y Silva

Este libro presenta nuevos hallazgos del Estudio de Dunedin, que ha seguido a mil varones y mujeres de edades de los 2 a los 21 años. A diferencia de previos estudios de diferencias de género, incorporamos información sobre cómo el comportamiento antisocial cambia con la edad durante las dos primeras décadas de vida, un momento en el que emergen, llegan a su cumbre y se consolidan el desorden antisocial y los delitos graves.(pag XV)

El estudio de Dunedin se basa en múltiples fuentes de datos, e incluye informes de padres, de maestros y autoinformes que son recogidos de forma longitudinal. Además, hacemos uso de datos de observadores, informes de policía y jueces, de conocidos y de parejas sentimentales de los individuos (p. 3)

    En este ensayo, realizado a partir de los informes del estudio Dunedin y coordinado por los psicólogos Terrie Moffit, Avshalom Caspi, Michael Rutter y Phil Silva, se parte de una evidencia incontestable: la enormidad de la diferencia entre hombres y mujeres en lo que a la comisión de delitos violentos se refiere. Se trata, sin duda, de la principal diferencia de conducta entre hombres y mujeres. La prueba indiscutible de que, psicológicamente, hombres y mujeres no son iguales.

  Ante todo, los datos de la justicia penal…

Generalmente los varones cuentan para entre los dos tercios y los cuatro quintos de todos los delitos [a cualquier edad].(p. 34)

Los individuos de sexo femenino en un curso vital antisocial son extremadamente raros. Aproximadamente un 1% de mujeres parecen estar en un curso vital de persistente comisión de delitos. [En cuanto a comisión de delitos violentos en general,] la proporción entre los sexos es de 10 varones por cada mujer (p. 226)

   Diez a uno. Se trata de una enormidad y aún podría ser mayor porque se señala también  que

Un hallazgo clave es que la delincuencia de las mujeres jóvenes se ve fuertemente exacerbada cuando se emparejan con un individuo antisocial, mientras que los hombres jóvenes no se ven afectados así, lo cual señala la importancia de las influencias sociales dentro de las relaciones íntimas en el caso de las mujeres con comportamiento antisocial (p. 242)

Los hombres antisociales son los motores en la transición de las mujeres de la delincuencia adolescente al crimen adulto (p. 193)

   Y todavía sería peor –esto no se menciona en este libro- si se separaran además los casos de mujeres cuyas características hormonales más “masculinas” están muy por encima de la media.

   Y todavía sería peor si se tuviera en cuenta la sensibilidad al entorno de las mujeres.

Las mujeres perpetradoras [de actos antisociales] tenían historiales significativamente peores de relaciones dentro de su familia de origen que los perpetradores masculinos (p. 91)

  El contraste es tan grande que a veces parece que hombres y mujeres Homo Sapiens son seres de especies diferentes.

  El estudio llega a la conclusión de que hay ciertas características de comportamiento innatas que son las que hacen que los varones cuenten con una mayor proclividad a la antisocialidad:

El comportamiento antisocial masculino puede comprenderse como que tiene orígenes en un desorden durante el neurodesarrollo que, de forma similar al autismo, la hiperactividad y la dislexia, muestra una fuerte preponderancia masculina. (…) Esta diferencia [entre los sexos] es un buen candidato a la investigación fenotípica de tipo molecular y genéticamente cuantitativo. Por otra parte (…) el grueso del comportamiento antisocial, especialmente para las mujeres, se comprende mejor como un fenómeno social que se origina en el contexto de las relaciones sociales, con aparición en la adolescencia y con alta prevalencia (p. XVI)

Los hallazgos fueron chocantes al mostrar que los varones es más probable que experimenten déficit neurocognitivos, como rasgos de poco control temperamental, poco control de los impulsos e hiperactividad (p. 7)

  Todo aclarado, por esa parte: los varones poseen algunas tendencias a un diferente neurodesarrollo relacionado con la conducta. El desorden antisocial sería uno de estos casos (como lo son el autismo, la dislexia…) y podría descomponerse en rasgos conductuales concretos, la mayoría relacionados con la dificultad para controlar los impulsos.

  El informe después profundiza en algunos casos en los cuales la diferencia entre varones y mujeres no es tan grande. Se señala tres:

Los datos confirman la ubicuidad de la diferencia de sexo, pero también revelan algunas interesantes excepciones a esta regla. En particular, varones y hembras son notoriamente similares con respecto al uso de drogas ilícitas y con respecto a su implicación en la violencia doméstica. (…) Es también notable que la diferencia de sexo es mínima con respecto a las formas comunes de comportamiento antisocial que tipifican la edad adolescente y que están relativamente no asociadas a tipos de patología (p. 4)

   En la adolescencia es, pues, cuando la diferencia de antisocialidad entre chicas y chicos disminuye. La rebeldía adolescente, digamos.

En marcado contraste [con la actividad antisocial adulta], en el sendero adolescente de antisocialidad [la diferencia] era solo de 1.5 varones por cada mujer (p. 237)

   En cuanto al consumo de drogas, quizá no se trata de antisocialidad directamente, sino de las consecuencias derivadas del consumo. Además, los varones “atrevidos” influencian mucho a las chicas en este tipo de cuestiones.

  Pero donde el informe Dunedin realmente resulta sorprendente es en lo referido a la violencia doméstica. Es uno de los informes psicológicos serios que más ha interesado a quienes niegan la existencia de la violencia de género

Varios estudios sugieren que las mujeres es tan probable que golpeen a su pareja íntima como que los hombres lo hagan (p. 53)

[Se trata de] una desviación del patrón general [de mayor violencia masculina que femenina]. Según los informes propios, tanto como los informes de las parejas, las mujeres informaban de tanta violencia física hacia sus parejas como lo hacían los hombres (o ligeramente más)(p. 57)

   Considerando los datos anteriores, esto no podría ser más sorprendente… ¿Qué es entonces la antisocialidad? ¿Cómo podemos hablar del mismo fenómeno si en un escenario de conflicto –violencia de género- hombres y mujeres estarían equiparados y en otro –homicidios- los varones superan a las mujeres nada menos que en diez a uno?

Concluimos que el fenómeno de desarrollo antisocial temprano que es típico de un 5% de los varones se asocia con rasgos neurocognitivos y probablemente implica fuertes influencias genéticas y otras de tipo biológico. En cambio, el desarrollo antisocial de las hembras tiende a fluctuar mucho más según las circunstancias, sugiriendo que la variedad de implicación antisocial que es más típica de las mujeres se ve particularmente influenciada por los factores sociales. De hecho, en contraste con la asunción de que la socialización genera diferencias de sexo, encontramos evidencia de que los efectos de la socialización pueden generar similitudes de sexo en el comportamiento antisocial. En particular, los hallazgos señalan a la conclusión de que, con respecto a las influencias de socialización, los pares varones juegan un papel prominente en modelar el comportamiento antisocial de las mujeres (p. 8)

   Quizá aquí se nos da la respuesta: el comportamiento antisocial femenino viene determinado por la demanda del entorno –influencias de la socialización-. Así, las bofetadas de las mujeres a los hombres no son, probablemente, más que un código social. Al fin y al cabo, a las muchachas se las enseña a abofetear y empujar –que puede contar como “golpear”- a los varones cuando estos realizan sus acostumbrados avances sexuales –que no cuentan como “golpear”, recuérdese-.

Las comparaciones de los sexos en comportamientos específicos encuentran que las mujeres es más probable que abofeteen, mientras que los hombres es más probable que agredan el cuerpo de sus parejas (p. 68)

   Si la señorita no abofetea o empuja al insolente –en otros tiempos las chicas solían ir provistas también de alfileres para punzar dolorosamente al varón impulsivo- entonces la convención social concluye que se está aceptando el avance (“cuando dice no, quiere decir sí”… una bofetada, en cambio, es inequívoca). Incluso dentro de las relaciones de pareja, este lenguaje femenino persiste ante los constantes acosos, humillaciones y amenazas que la mujer recibe del hombre dentro del contexto machista habitual.

  Esta posibilidad no es contemplada por los autores de este libro, limitándose a decir que las bofetadas femeninas no son “defensa” –pues las mismas mujeres son las que inician la “agresión”...- y que las mujeres que hacen violencia de pareja son también mujeres con cierta trayectoria antisocial con independencia de sus conflictos de pareja (pero recordemos la enorme diferencia entre hombres y mujeres en lo que a trayectoria vital antisocial se refiere).

   Estas “antisociales”, de todos formas, y aunque resulte que en un 50% serían iniciadoras de las “agresiones”, resultan poco letales

[Solo] un tercio de las heridas domésticas son infligidas por mujeres (p. 69)

  Lo que quiere decir que los dos tercios son infligidas por los hombres… y eso ya no es el cincuenta por ciento.

  Y

Aproximadamente [solo] un cuarto de los homicidas domésticos son mujeres (p. 66)

   Lo que nos deja ya en el 25%. Con todo, es cierto que sería un porcentaje superior al habitual del 10% que quedaría en lo que se refiere a los homicidios en general…

  Para colmo, los autores del libro amenazan a las damas por su uso de las bofetadas

La perpetración de las mujeres de la que se informa en investigaciones comunitarias puede parecer benigna, pero podría ser promovida a la lista de factores de riesgo para las heridas de mujeres porque un comportamiento abusivo de la mujer [¿bofetadas?] puede incrementar la probabilidad de que su pareja tome represalias y se escale la violencia hasta niveles de lesión (p. 68)

  Lo que supone un poco culpabilizar a la víctima…

   Pero en resumen, el “informe Dunedin” es concluyente: determinadas características neurocognitivas del varón lo predisponen a la antisocialidad: escaso control de impulsos, descontrol temperamental, hiperactividad.

Temperamento poco controlado, un rasgo de personalidad llamado “débil capacidad de limitación” e hiperactividad. Estos factores de riesgo del neurodesarrollo que explican la diferencia entre los sexos sirven también con una regla para los mismos factores que explican la mayor variación en el comportamiento antisocial en cada sexo (p. 237)

   Lamentablemente, no se investiga la probable relación entre estos rasgos antisociales con otros que suelen ser alabados en la sociedad convencional, como la “asertividad”, el “amor propio” o el “carácter fuerte” en general… Igualmente, el informe no profundiza en otra cuestión similar que al menos sí menciona

La gente joven imita a los pares antisociales en un esfuerzo de afrontar su disforia [contrario a euforia: sentimientos negativos] en el lapso previo a la madurez (p. 223)

   Es decir, cierta tendencia admirativa hacia la antisocialidad durante la pubertad. Probablemente más habitual entre los varones, pero en cualquier caso de origen cultural.

   Si la humanidad tuviese un fin a realizar en su trayectoria civilizatoria, seguramente lo más conveniente sería la selección del sexo de los bebés a fin de disminuir lo más posible el número de varones. De esa forma, nos libraríamos de la mayor parte de los inconvenientes congénitos de la antisocialidad, mientras que, por otra parte, no nos privaríamos de cualidad cognitiva, intelectual o de personalidad de tipo prosocial alguna, pues el varón no supera a la mujer en ninguna de ellas. Afortunadamente, no tenemos por qué someternos a tal dilema, porque no consta que la humanidad cuente con finalidad colectiva alguna. Podemos con tranquilidad seguir afrontando nuestros problemas particulares según siga el curso un tanto azaroso del desarrollo civilizatorio...

   Si acaso, sería controlar la antisocialidad la principal tarea y el conocer cómo se genera ésta supone el primer paso para ello. Varones agresivos y poco controlables, violencia de pareja, influencia del entorno… Cuando menos, los problemas pueden abordarse uno por uno.

    Por otra parte, el informe Dunedin podría también proporcionar información valiosa acerca de cómo se desarrollan las pautas antisociales en su origen; es decir, cómo pautas de conducta que se juzgan convencionalmente inocuas - ¿los deportes competitivos?, ¿el lenguaje agresivo típicamente masculino?, ¿las travesuras infantiles?-  acaban derivando, bajo determinadas condiciones, hasta la antisocialidad. Pero de ello no aparece nada en este libro, aparte, quizá, de la mención a la imitación de “los pares antisociales” por parte de los jóvenes.

Lectura de “Sex Differences in Antisocial Behaviour” en Cambridge University Press, 2004; traducción de idea21

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