domingo, 25 de agosto de 2019

“Dialéctica de la Ilustración”, 1944. Horkheimer y Adorno

  Este libro un tanto extraño (en realidad, una compilación de ensayos, artículos y conferencias) es una mezcla de erudición literaria, especulación filosófica y utopismo políticos propios de su tiempo. Es de ese “tiempo” de lo que mejor puede hablarnos.

   En 1944, la segunda guerra mundial estaba finalizando con el resultado claro de la derrota del nazismo y la victoria del comunismo soviético. Los profesores Max Horkheimer y Theodor Adorno son dos intelectuales alemanes y judíos exiliados en la capitalista América. ¿Qué es lo que ven del futuro? ¿Cómo juzgan los sucesos del pasado reciente?

El primer objeto que debíamos analizar: la autodestrucción de la Ilustración. No albergamos la menor duda —y ésta es nuestra petitio principa— de que la libertad en la sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber descubierto con igual claridad que el concepto de este mismo pensamiento, no menos que las formas históricas concretas y las instituciones sociales en que se halla inmerso, contiene ya el germen de aquella regresión que hoy se verifica por doquier. Si la Ilustración no asume en sí misma la reflexión sobre este momento regresivo, firma su propia condena.  (p. 53)

      La Ilustración conlleva el germen de la regresión

La Ilustración es totalitaria como ningún otro sistema. Su falsedad no radica en aquello que siempre le han reprochado sus enemigos románticos: método analítico, reducción a los elementos, descomposición mediante la reflexión, sino en que para ella el proceso está decidido de antemano. Cuando en el procedimiento matemático lo desconocido se convierte en la incógnita de una ecuación, queda caracterizado con ello como archiconocido aun antes de que se le haya asignado un valor (p. 78)

  No es algo muy diferente de lo que por la misma época especulaba Karl Popper (otro judío alemán exiliado durante la guerra) que señalaba la tendencia al totalitarismo de toda ideología utópica (o de toda ideología en general...). Ilustración, liberalismo y derechos humanos, en teoría, los vencedores de la guerra contra el nazismo, resultan muy insuficientes y, a la larga, contraproducentes para las aspiraciones humanistas porque la ideología aspira al total control del escenario y establece una supremacía sobre cualquier pensamiento opuesto. Esto parece evidente para Horkheimer y Adorno en su crítica al materialismo propio de la sociedad capitalista, consecuencia (¿o causa?) del liberalismo ilustrado.

Una vez que se puede garantizar el sustento vital de los que aún son empleados en el manejo de las máquinas con una parte mínima del tiempo de trabajo que está a disposición de los señores de la sociedad, el resto superfluo, la inmensa masa de la población es instruida ahora como guardia adicional para el sistema, para servir hoy y mañana de material a sus grandes planes. (p. 91)

  El individuo queda entonces al servicio del sistema. Y esto sería coherente con la Ilustración porque es racional. El Homo economicus está en función lógica de una organización capitalista implacable. Todo enunciado racional, en tanto que enunciado basado en una lógica supuestamente irrefutable, impone su verdad y puede degenerar en totalitarismo. El capitalismo burgués es un enunciado que se justifica por sus resultados de avance económico… pero su justificación racional es manifiestamente deficiente ya que el objetivo del capitalismo no es el bienestar de la humanidad, sino el mantenimiento del sistema económico mismo. Por eso una Ilustración que da por sentado el capitalismo es intrínsecamente incoherente y tendente al totalitarismo.

El sentido de los derechos humanos consistía en prometer felicidad incluso allí donde no hay poder. Pero dado que las masas engañadas sienten que esa promesa, en cuanto universal, sigue siendo una mentira mientras existan clases, su furor resulta provocado: se sienten burladas. (p. 217)

  El nazismo no habría sido, entonces, más que una consecuencia inevitable de la aceptación de esta Ilustración incoherente (es la tesis habitual del marxismo de la posguerra: los nazis eran una forma particular de reacción capitalista frente a los movimientos de la lucha de clases).

  Por otra parte, muchos críticos del nazismo llegaron a considerar –Horkheimer y Adorno parecen también llegar a esto- que los totalitarismos modernos en general -es decir, los derivados de la Ilustración- no eran más que la consecuencia de un proceso de maquinización del individuo. Hasta el filósofo Heidegger, él mismo nazi, después del fracaso de aquella revolución de los espíritus en la que parece que puso grandes esperanzas, llegó a decir que las fábricas de la muerte de Auschwitz eran la última consecuencia de ese mismo proceso de maquinización.

   Tenemos por tanto una crítica al capitalismo desde el punto de vista social (opresión de una clase por otra) y otra desde el punto de vista filosófico (capitalismo como reificación o maquinización de la humanidad).

La racionalidad técnica es hoy la racionalidad del dominio mismo. Es el carácter coactivo de la sociedad alienada de sí misma. Los automóviles, las bombas y el cine mantienen unido el todo social, hasta que su elemento nivelador muestra su fuerza en la injusticia misma a la que servía. (p. 166)

Con la previa identificación del mundo enteramente pensado, matematizado, con la verdad, la Ilustración se cree segura frente al retorno de lo mítico. Identifica el pensamiento con las matemáticas. (p. 78)

   Horkheimer y Adorno, filósofos de la “escuela de Frankfurt”, llegaron a conclusiones diferentes de las de Popper o Heidegger a partir del mismo problema (el totalitarismo de toda ideología). “Dialéctica de la Ilustración” fue un libro que pasó desapercibido al principio, pero que hacia la década de 1960 recibió bastante atención en los medios intelectuales europeos. Quedó vinculado a la llamada “Teoría Crítica” y se lo puede considerar dentro del mismo movimiento al que pertenecen obras como “Eros y Civilización”, de Herbert Marcuse.

Se trata de que la Ilustración reflexione sobre sí misma, si se quiere que los hombres no sean traicionados por entero. No se trata de conservar el pasado, sino de cumplir sus esperanzas. (p. 55)

  Las críticas al capitalismo, al nazismo, al consumismo y materialismo de la sociedad industrial burguesa buscan retrotraerse a una tendencia instintiva de las clases superiores para imponer su sistema de vida. Los principios burgueses estarían ya sugeridos en la lejanísima “Odisea” de Homero. Y aquí ya se halla presente la amenaza de la Ilustración.

El astuto peregrino solitario es ya el homo economicus a quien todos los dotados de razón se asemejan: por eso es la Odisea ya una robinsonada. Los dos náufragos ejemplares hacen de su debilidad —de la del individuo mismo que se separa de la colectividad— su fuerza social. Abandonados al azar de las olas, aislados sin posibilidad de ayuda, su mismo aislamiento les obliga a perseguir sin miramientos su propio interés aislado. (p. 113)

   En “Dialéctica de la Ilustración” no hay ninguna crítica al totalitarismo soviético que en esa época aparecía como el claro vencedor militar de la guerra (y que probablemente no dominó Europa entera solo por la casualidad de que los norteamericanos fueron los primeros en inventar la bomba atómica). Es obvio por qué estos autores no señalan las brutalidades del régimen soviético: para los intelectuales exiliados que residían cómodamente en California, solo el marxismo podía rescatar a la Ilustración de sí misma, si bien muchos han interpretado –después, claro- que la crítica al totalitarismo que es consecuencia del vicio racionalista de la Ilustración –y la mención al terror, que también encontramos aquí- tiene que incluir el rechazo al proyecto totalitario soviético. En cualquier caso, este libro fue leído a partir de la década de 1960, cuando el marxismo, al que se unía ahora el tratamiento psicoanalítico, se consideraba vigente pero necesario de reforma.

Los nazis sabían que la radio daba forma a su causa, lo mismo que la imprenta se la dio a la Reforma. El carisma metafísico del Führer inventado por la sociología de la religión ha revelado ser al fin como la simple omnipresencia de sus discursos en la radio, que parodia demoníacamente la omnipresencia del espíritu divino. (p. 204)

  Esto se habría podido aplicar igualmente a Stalin y al sistema de propaganda comunista…

   Pero al fin y al cabo, la visión filosófica de “Dialéctica de la Ilustración” aún es valiosa cuando identifica la sociedad humana vinculada por el mito como integrada en la naturaleza, y cómo la Ilustración supone, por un lado, la rebelión contra la naturaleza e, inevitablemente, su propia corrupción al tender asimismo a crear nuevos mitos.

Para que las prácticas localmente vinculadas del brujo pudieran ser sustituidas por la técnica industrial universalmente aplicable fue antes necesario que los pensamientos se independizasen frente a los objetos, como ocurre en el yo adaptado a la realidad. En cuanto totalidad lingüísticamente desarrollada, cuya pretensión de verdad se impone sobre la antigua fe mítica —la religión popular—, el mito solar, patriarcal, es ya Ilustración. (p. 66)

  La conclusión ha de ser entonces que la Ilustración debería contar con su propia naturaleza racional separada de la tendencia mítica. La sociedad humana es una construcción hasta cierto punto maleable. La racionalidad ilustrada habría de buscar la transformación de la sociedad en una organización centrada en el bienestar humano más allá de los convencionalismos y más allá de la misma naturaleza humana instintiva (pues ya el lejano Odiseo era un “burgués”: el individuo tiende por tanto a aprovechar la injusticia social para su propio beneficio bajo cualquier circunstancia).

  Si la Ilustración no llega hasta ese punto degenera de nuevo al mito, ¿por qué? Porque el mito es la expresión convencional, instintiva de la sociedad (el ser social como integrante de un relato). Si no queremos reiniciar el mito, hemos de llevar la Ilustración hasta sus últimas consecuencias. Quedaría sociedad como mera suma de individuos vinculados por una base cultural y educativa común, pero perdería muchos de sus elementos básicos constitutivos según la concepción convencional: propiamente, la vinculación por elementos simbólicos tan emocionales como irracionales formulados en el inconsciente por la tradición (que es el contenido psicológico del mito).

Lectura de “Dialéctica de la Ilustración” en Editorial Trotta, 1998; traducción de Juan José Sánchez.

1 comentario:

  1. En base a una sugerencia que se me ha hecho, a partir de ahora trataré de incluir los números de las páginas de donde extraigo las citas de los libros reseñados, así como la edición en concreto. No sé si podré siempre, debido a que a veces leo en diversos tipos de ediciones digitales.

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