domingo, 15 de septiembre de 2019

“Lo que el dinero no puede comprar”, 2012. Michael Sandel

  El filósofo Michael Sandel ha escrito un buen libro acerca de la grave amenaza que supone para la sociedad actual la mercantilización de las relaciones humanas. Cómo el comprar y vender cada vez más cosas puede degradar la consideración mutua entre las personas.

Necesitamos un debate público sobre lo que quiere decir mantener a los mercados en su lugar (…) Necesitamos preguntarnos si hay algunas cosas que el dinero no debería comprar (Introducción)

  Aunque las compras y las ventas existen desde tiempos ancestrales, en este caso se señala a fenómenos actuales en concreto

El cambio más fatal que tuvo lugar durante las pasadas tres décadas [-escrito en 2012-] no fue un incremento en la codicia. Fue la expansión de los mercados, y de los valores del mercado, en esferas de la vida a los que no pertenecía (Introducción)

  Sin embargo, en este libro, se echan en falta cosas. Al fin y al cabo, hace no tantos siglos o milenios, se compraban esclavos, esposas e incluso, en algunas culturas, seres humanos para usarlos como alimento. Tampoco en este libro se abordan cuestiones actuales tan graves como la prostitución o la gestación subrogada, aunque sí hay menciones de algunos casos actuales sorprendentes, en el sentido de mercantilizaciones marcadamente “indignas”.

Como madre soltera con un niño de quince años en la escuela, KS necesitaba dinero para la educación de su hijo. En una subasta online en 2005, ofreció ponerse un anuncio permanentemente tatuado en su frente para cualquiera que pagara 10.000 dólares. Un casino online pagó (capítulo 5)

   Sin embargo, el libro se centra más bien en determinadas anécdotas que señalan un actual y peculiar tipo de mercantilización que puede dar lugar a equívocos en el sentido moral, la mercantilización que es propia de una sociedad supuestamente amable y democrática. Recuérdese que muchos atribuyen los éxitos en libertad y dignidad humanas precisamente a la expansión del capitalismo de consumo, en cierto modo, el “doux commerce” (concepto popularizado por Montesquieu).

   Por ejemplo, algo aparentemente menor como que los asientos de espectadores a las sesiones del Congreso de los Estados Unidos, que deberían ser accesibles a todos, sean comprados subrepticiamente por particulares interesados en influir en los legisladores.

La corrupción se refiere a algo más que a los sobornos y pagos ilícitos. Corromper un bien o una práctica social es degradarlo, tratarlo según un modo más vago de evaluación del que le es apropiado. Pagar por la admisión a los plenos del Congreso es una forma de corrupción en este sentido. Trata al Congreso como si fuese un negocio más que una institución del gobierno representativo (…) Implícito en cualquier cargo de corrupción está una concepción de los propósitos y fines que una institución (en este caso el Congreso) persigue propiamente (capítulo 1)

La corrupción consiste en comprar y vender algo (un veredicto judicial favorable, digamos, o una influencia política) que no debería estar en venta (…) [Pero también] corrompemos un bien, una actividad, o una práctica social cuando la tratamos según una norma más baja de la que le es apropiada (capítulo 2)

   El ayuntamiento de Nueva York quiere poner la cultura al alcance de todos los bolsillos y programa un gran festival de Ópera con entradas a muy bajo precio. Para obtenerlas, hay que hacer cola. Pero los aficionados a la ópera más pudientes pagan a un pobre hombre para que esté horas haciendo cola por ellos. El discurso capitalista dice que el que más paga es el que más interés tiene en adquirir ese bien. El mercado es justo y democrático ¿o no?

La voluntad de pagar por un bien no muestra quién lo valora más. Eso se debe a que los precios reflejan la capacidad tanto como la voluntad de pagar.(…) Aquellos que pagan más por los tickets pueden no valorar mucho la experiencia (capítulo 1)

   En estos casos, está claro que se hace trampa, porque se desvirtúa el propósito de la acción que era hacer accesible un bien cultural.

   Igualmente, se utilizan tácticas comerciales con fines presuntamente filantrópicos.

Aquellos que llaman soborno [a que una mujer drogadicta se esterilice para no tener niños enfermos] sugieren que, tanto si el trato es o no coercitivo, éste es corrupto. Y la razón de que es corrupto es que ambas partes –el comprador y el vendedor- valoran el bien vendido (la capacidad de ser madre de la vendedora) de forma incorrecta (…) Ellos tratan su capacidad reproductiva como una herramienta para una ganancia monetaria más que un don que debe ejercerse de acuerdo con normas de responsabilidad y cuidado (capítulo 2)

  Lo que cambia es el hecho de que, abolida la esclavitud y perseguida oficialmente la prostitución, el abuso de los poderosos –incluidas las autoridades- adopta formas más sutiles.

Para decidir lo que el dinero debería –y no debería- ser capaz de comprar, hemos de decidir qué valores deberían gobernar los variados ámbitos de la vida social y cívica. Cómo llegar a una conclusión en esto es el asunto de este libro (Introducción)

Los economistas con frecuencia asumen que los mercados no tocan o contaminan los bienes que regulan. Pero esto no es cierto. Los mercados dejan su marca en las normas sociales. Con frecuencia, los incentivos del mercado erosionan o desplazan los incentivos que no son del mercado (Introducción)

   ¿Qué debe o no debe entrar en el mercado?

[Es preciso realizar una] nítida distinción entre dos clases de bienes: las cosas (como amigos y el Premio Nobel) que el dinero no puede comprar, y las cosas (como los riñones y los niños) que el dinero sí puede comprar pero que se rechaza que sea así (capítulo 3)

   Un ejemplo de buena intención en la mercantilización que parece inocuo: se pagan dos dólares a un colegial poco aplicado para que se lea un libro.

Pagar a los niños para que lean libros podría llevarlos a leer más, pero también enseñarles a considerar la lectura como un trabajo más que una fuente de satisfacción intrínseca  (Introducción)

  Mejores intenciones aún: pagar para dejar de fumar o cualquier otra conducta que lleve a la buena salud

La buena salud (…) se refiere a desarrollar la actitud correcta para nuestro bienestar físico y tratar a nuestros cuerpos con cuidado y respeto. Pagar a la gente para que se tomen sus medicinas hace poco para desarrollar tales actitudes y puede socavarlas. Esto es así porque los sobornos son manipuladores. (…) El soborno puede acabar formando hábitos (…) [mientras que] una preocupación adecuada a nuestro bienestar físico es parte del propio respeto (…) [Y además] más del 90% de los fumadores a los que se pagó por dejar el hábito volvieron a fumar seis meses después de que acabó el incentivo (capítulo 2)

   Otra cuestión son las multas como forma de disuasión. Un conocido estudio partía de la situación de multar a los padres que tardaban en recoger a sus hijos de la guardería; lo que sucedió fue que tardaron más aún en recogerlos cuando se dieron cuenta de que pagar la multa les permitía prolongar discrecionalmente la demora.

Trataron la multa como si fuese un impuesto (…) Mercantilizar un bien puede cambiar su significado (capítulo 2)

Las multas registran una desaprobación social, mientras que las tarifas son simplemente precios que no implican juicio moral (capítulo 2)

   Y parece ser que ya hay estudios que demuestran lo erróneo de querer pagar por aquello que, según nuestros convencionalismos, debería hacerse voluntariamente. Por ejemplo, se paga a los jóvenes encargados de realizar una colecta benéfica.

Los estudiantes a los que no se pagó [para llevar a cabo la colecta] recogieron un 55% más en donativos que a los que se les ofreció una comisión del 1 por ciento. Aquellos a los que se ofreció un 10% lo hicieron considerablemente mejor que los del 1% pero menos que aquellos a los que no se pagó nada (capítulo 3)

    Obsérvese: que se pague más o menos dinero sí influye en promover una actividad, pero los incentivos “morales” pueden llegar a ser más poderosos que cualquier dinero que se pague. Esto merece una mayor atención porque nos puede permitir explorar incentivos para el trabajo en común que sean eficientes y no se basen en el beneficio económico.

Hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado (…) Una sociedad de mercado es una forma de vida en la cual los valores de mercado se filtran a todo aspecto emprendedor humano. Es un lugar donde las relaciones sociales están hechas sobre la imagen del mercado (Introducción)

¿Bajo qué condiciones las relaciones del mercado reflejan la libertad de elección, y bajo qué condiciones ejercen algún tipo de coerción? (capítulo 2)

   En el post-stalinismo, el régimen soviético trató de utilizar el relanzamiento de la economía para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Sin embargo, los dirigentes soviéticos se negaban a restaurar el mercado para fijar cuáles eran las necesidades –y deseos- de consumo y, por tanto, de producción. Realizaron incluso una tentativa de desarrollar algoritmos informáticos que reemplazasen al mercado. El sistema no funcionó. ¿Es el mercado, entonces, insustituible como mecanismo que coordine las necesidades económicas y las capacidades industriales?

   Hasta ahora, siempre hemos aceptado que una armoniosa interacción de la oferta y demanda nos proporcionaba un sistema sano de relaciones económicas. Pero también contamos con la evidencia de la problemática moral de esta mercantilización. Y, si observamos con atención, también contamos con la evidencia de que existen recursos productivos y recursos de incentivos que pueden desarrollarse fuera del mercado. Aún caben nuevas tentativas a ese respecto.

Lectura de “What the Money Can´t Buy”, Penguin Books, 2012; traducción de idea21

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