viernes, 5 de abril de 2019

“El código de honor”, 2010. Kwame A Appiah

  El filósofo Kwame Appiah nos presenta un ameno libro acerca de cómo, a lo largo de la historia, el sentido del honor ha sido útil para promover las “revoluciones morales” en el sentido humanitario que hoy es tan estimado por la mayor parte de la comunidad mundial.

¿Qué podemos aprender sobre moralidad al explorar las revoluciones morales? (…) Una revolución moral ha de implicar una rápida transformación en comportamiento, no solo en sentimientos morales

   Porque parece ser que los sentimientos que llevan a los cambios en juicios morales aparecen mucho antes de que aparezcan las conductas acordes con ellos. El sentido del honor habría contribuido poderosamente a este cambio de conducta social. Y eso a pesar de que el honor –calderoniano o no- ha sido siempre un concepto sospechoso por sus vinculaciones con la civilización del pasado –“prehumanitaria”.

En un mundo de honor, alguna gente es definida como tus iguales en honor, porque los códigos hacen las mismas exigencias a ti como a ellos

Se puede perder [el honor] si fallas en cumplir el código

  A lo largo de los siglos siempre ha habido “honor”, y el honor, entre otras cosas, es lo que determina cuáles son tus iguales y por lo tanto te asigna un espacio de seguridad en un mundo social siempre conflictivo. Si sigues tu código de honor puedes tener asegurado tu puesto. Estamos, pues, en una sociedad jerarquizada, de clases, de castas.

Un código de honor dice cómo la gente de ciertas identidades puede ganarse el derecho al respeto, cómo pueden perderlo, y cómo tener y perder honor cambia la forma en que deberían ser tratados.

   Así que el deseo de ser honrado es bien egoísta. ¿Qué tiene esto que ver con la moralidad humanitaria?

[El honor] puede ayudarnos a hacer un mundo mejor

   Aparentemente, bajo ciertas condiciones, recibimos más honor cuando actuamos moralmente. ¿Cómo funciona esto? Si cuando obramos en público somos juzgados con la consecuencia de que se nos asigna a un grupo de iguales, vemos que resulta similar a lo que sucede cuando nos ganamos una reputación, pero –atención-  “reputación” y “honor” no son lo mismo, como señala inteligentemente Appiah.

El honor requiere que me conforme al estándar por sí mismo, no meramente por la reputación y sus recompensas. (…) Alguien que se preocupa de la reputación por sí misma está tomando un atajo deshonroso

Una persona de honor se preocupa primero no de ser respetado sino sobre todo de ser digno de respeto. Alguien que solo quiere ser respetado no se preocupa si está viviendo según el código; él querrá solo que se piense que está viviendo según él. Él estará controlando su reputación, pero no su honor

   Es decir, el honor es una especie de interiorización de nuestra reputación en un sentido moral. El honor es un sentimiento moral y emocional. Tradicionalmente, este sentido del honor solo es percibido así por las personas más distinguidas en las civilizaciones más socialmente avanzadas.

   Appiah examina tres casos de “revoluciones morales” registrados históricamente: la prohibición de los duelos (mediados del siglo XIX) y la esclavitud (primeros del siglo XIX) en Gran Bretaña, y la abolición del vendaje de los pies de las mujeres en China (primeros del siglo XX). Así, se nos muestra cómo en estos casos el sentido del honor llevó a la implementación de altas concepciones morales. Es importante subrayar de nuevo que el código de honor no creó el rechazo moral y que solo fue el instrumento para ello.

El colapso del duelo, el abandono del vendaje de pies y el fin de la esclavitud en el Atlántico tenían algunos rasgos en común inesperados. Uno era que los argumentos contra cada una de esas prácticas eran bien conocidos y claramente aceptados antes de que finalizasen. No solo estaban ya allí los argumentos, existían en términos que nosotros –en otras culturas y en otros tiempos- podemos reconocer y comprender. Lo que sea que sucedió cuando cesaron esas prácticas inmorales no era, me parece, que la gente fuera inflamada por nuevos argumentos morales

   Los argumentos morales los crearon otros, y hay buenos libros que abordan esta cuestión. Aquí de lo que se trata es de cómo un valor hasta cierto punto egoísta y elitista como el honor fue un mecanismo efectivo para el triunfo de la revolución moral.

¿Cómo fue que el duelo finalmente cayera en el desprecio? (…) [Entre otros motivos,] la aparición del estado administrativo, con su preocupación por la legalidad ordenada (…) [También] una prensa popular que volvió una institución de un grupo cerrado en un espectáculo del que se burlaban los extraños. (…)[Y finalmente] el cada vez menor arraigo del credo de los caballeros de la igualdad-dentro-de-la-superioridad.

   Appiah menciona que en la Inglaterra de principios del siglo XIX la práctica de los duelos era algo propio de las clases altas. Pero sucedía que la liberalización de la sociedad llevó al desprecio por tales hábitos arcaicos. La clase alta no pudo soportar este desprecio. Si quería mantener su posición, había de renunciar a los duelos.

   Es más: el honor jerarquizado estaba desapareciendo en la sociedad cada vez más democratizada. De la reputación pasábamos al honor y del honor a una nueva variedad: la dignidad, una especie de “honor de reconocimiento” universal.

Cuando respetamos a la gente poderosa, digamos un juez (…) nuestro respeto reconoce el hecho de ese poder. Pero podemos también respetar a una persona sensible al hablarle con amabilidad, o a una persona incapacitada, asistiéndole cuando nos pide ayuda. Respetar a la gente en este sentido, en otras palabras, no requiere que usted lo clasifique especialmente alto 

  Ahora bien, en cierto sentido, la dignidad tampoco es meramente regalada. Es otorgada a todos para que cada individuo la defienda.

Cualquier cosa que sea la dignidad hoy, en estos tiempos más democráticos, ha de ser algo diferente de lo que era en el pasado (…) La dignidad (…) ha llegado a referirse a un derecho al respeto que la gente tiene simplemente en virtud de su humanidad

La dignidad es una forma de honor también, y su código es parte de la moralidad

No has de ganar tu dignidad humana, no tienes que hacer nada especial para conseguirla, pero si fallas en dar vida a tu humanidad, puedes perderla (…) Si pierdes tu dignidad, así como sucedía con tu honor, lo que debes sentir es vergüenza

  El caso de la abolición de la esclavitud, que también tuvo lugar en Inglaterra, fue parecido al del duelo: existía una pujante corriente de opinión humanitaria –en buena parte procedente de los cuáqueros, cristianos reformados- que acabó influyendo no solo a las clases altas que se beneficiaban de la esclavitud, sino también a las clases trabajadoras que pugnaban por ganar también su propia dignidad. El desprecio a la esclavitud iba unido al desprecio general a la desigualdad.

   Un caso muy diferente es el de la lucha de los intelectuales chinos contra el vendaje de pies a las mujeres. Aunque los argumentos humanitarios en contra existían en China desde hacía mucho, el sentido del honor que influyó en este caso fue el honor nacional.

A pesar de [algunas] críticas tempranas, la Resistencia organizada [al vendaje de los pies de las mujeres chinas] comenzó solo tras las intrusiones de los misioneros [siglo XIX]

Al atacar el vendaje de pies, [los intelectuales chinos] señalaban que era una práctica desconocida en la época de Confucio y, de hecho, hasta mucho más de un milenio tras su muerte. Pero algunos también dijeron que los argumentos y publicaciones de los misioneros y [la liga contra el vendaje de pies fundada por estos] habían tenido un profundo impacto en su pensamiento, no poco debido a revelarles cómo el vendaje de pies había incurrido en el desprecio para China y su civilización

¿Por qué debería estar mi valor atado al valor de las cosas que se hacen en nombre de mi nación? Es un hecho que la gente nos estima si pertenecemos a grupos sociales estimables y nos desprecia cuando pertenecemos a grupos sin reputación

    Y así llegamos al último caso que relata el autor. Una revolución moral que, por desgracia, aún no ha tenido lugar: lo que se refiere a los crímenes de honor, los asesinatos de mujeres por honor que se siguen produciendo en muchas naciones islámicas, como por ejemplo en Pakistán.

[En el caso de la violencia contra las mujeres en el Islam] se puede producir una reacción defensiva nacionalista, en la cual la práctica bajo criticismo es asumida y defendida con renovado vigor porque precisamente los extranjeros incomprensivos se han declarado contra ella. 

   Observemos que la reacción es contraria a la de los intelectuales chinos de hace un siglo: precisamente porque los extranjeros nos llaman bárbaros, el orgullo nacional nos lleva a defender nuestras costumbres.

El honor debe volverse contra los asesinatos por honor como se volvió contra los duelos, el vendaje de pies y contra la esclavitud

   “Debe”, sin duda, pero parece que aún no es así, en pleno siglo XXI.

    Este fracaso del código del honor en promover la moralidad nos debería llevar a reflexionar que quizá Appiah se pasa de pragmático y que Kant tenía razón cuando no daba mucho valor al honor…

[Según Kant, la moralidad basada en el honor] es objetable porque, incluso cuando nos guía a hacer lo que es correcto, lo haremos por razones equivocadas

  Se trata de hacer el bien porque la sociedad nos premia por ello. Pero la sociedad también podría premiarnos por hacer el mal… si su código de honor es diferente al que concebimos nosotros. Los abolicionistas británicos de la esclavitud, inspirados en buena medida por los cuáqueros, ya pensaban en esta cuestión.

Considerando que todos acordarían que el honor debe estar subordinado a la moralidad, los [abolicionistas evangélicos] podría parecer que habían abandonado el sistema del honor en su conjunto. Pero Wilberforce [abolicionista político] tenía una respuesta a esta cuestión acerca de cómo combinaban moralidad y honor (…) Argumentaba que las Escrituras enseñan a los cristianos a desconfiar del deseo de estimación humana, y de la distinción y el honor. Cuando, sin embargo, la estimación y el honor mundanos son concedidos sin haber sido solicitados por acciones intrínsecamente buenas, hemos de aceptarlos como concedidos por la Providencia como un regalo de solaz y una recompensa a la virtud

  Ciertamente, las “recompensas a la virtud” son bastante tentadoras, pero no nos sacan del dilema.

   Quizá la visión correcta sería no tanto recibir la estimación de la sociedad convencional, sino de una sociedad ideal de alta moralidad. Quizá por eso era tan valiosa la idea de un Reino de los Cielos: el reino que no es de este mundo puede no referirse tanto a lo sobrenatural como al ideal moral. El individuo moral no puede ni ser un moralista autosuficiente, ni vivir sometido a las recompensas de la sociedad que desea cambiar: su “comunidad moral” puede estar en otro ámbito.

   Por otra parte, Appiah tiene razón en el sentido de que podemos utilizar el honor para ayudar al avance moral, pero el fracaso del humanitarismo cuando se trata del honor islámico, por ejemplo, demuestra las limitaciones de este planteamiento.

  Y, finalmente, hemos de ser pragmáticos en que muchas inmoralidades forman también parte de una evolución hacia la moralidad. Por ejemplo, en la misma cuestión de los duelos expuesta en el libro.

Los códigos de duelos fueron ellos mismos un avance moral: reemplazaron una cultura del renacimiento italiano en la cual los jóvenes encontraban su honor en reyertas sin regulación

   Por lo tanto, si prácticas hoy consideradas inmorales fueron un paso en el sentido correcto, no debemos ser muy críticos con que se considere lo mismo del sentido del honor. Ni tampoco dejar de considerar que si el honor fue un concepto más avanzado que la reputación, y la dignidad un concepto más avanzado que el honor, también puede ser que en el futuro se den creaciones morales más avanzadas todavía, más allá de la misma dignidad.

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