martes, 5 de noviembre de 2019

“Ritos de paso”, 1908. Arnold van Gennep

   La moderna antropología surge en plena época del imperialismo europeo del siglo XIX, y también en el apogeo de los avances científicos sistemáticos, asimilados al academicismo. La idea no podía ser más lógica: en lugar de especulaciones filosóficas más bien gratuitas, analicemos con criterios científicos el comportamiento humano, igual que se estudia el de cualquier otro animal social.

  A comienzos del siglo XX ya se habían recogido muchas observaciones rigurosas y se habían rechazado muchas conclusiones precipitadas a las que se había llegado antes a partir de observaciones menos ecuánimes y menos sistematizadas. Arnold van Gennep, en particular, realiza la gran contribución de una nueva terminología: al observar los rituales, que son el catálogo más notorio de diferenciaciones culturales entre pueblos, establece que algunos de ellos pueden englobarse dentro de una categoría general que denomina “ritos de paso”.

Las descripciones detalladas y los trabajos monográficos referentes a los actos mágico-religiosos se han acumulado durante estos últimos años en cantidad lo bastante elevada como para que pueda parecer oportuno intentar una clasificación de tales actos, es decir de los ritos, en conformidad con los progresos de la ciencia. (…)  Pero no parece que se haya captado hasta ahora su vínculo íntimo ni su razón de ser, ni que se haya comprendido el motivo de sus semejanzas. Y sobre todo, no se había mostrado por qué se ejecutan siguiendo un determinado orden. (p. 11)

He intentado agrupar todas las secuencias ceremoniales que acompañan el paso de una situación a otra y de un mundo (cósmico o social) a otro. Dada la importancia de estas transiciones, considero legítimo distinguir una categoría especial de ritos de paso, los cuales se descomponen, al analizarlos, en ritos de separación, ritos de margen y ritos de agregación. (p. 25)

   ¿Para qué sirven los ritos? A primera vista, ciertos ritos públicos, ceremonias solemnes y actos prefijados, proporcionan solaz y consuelo en cuanto que alientan al individuo a sopesar el apoyo que recibe de una comunidad más amplia. Pero este apoyo que se recibe está encaminado a que el individuo desempeñe determinadas funciones por el bien común. La persona existe en tanto que forma parte de un colectivo de funciones estables.

Ceremonias cuya finalidad es idéntica: hacer que el individuo pase de una situación determinada a otra situación igualmente determinada. (p. 16)

   El libro de van Gennep incluye pormenorizados, incluso prolijos, relatos de rituales complicadísimos que se practican en los pueblos “primitivos” (aborígenes australianos, pueblos siberianos, “tribus” africanas…) que abarcan todo tipo de situaciones en las que los sujetos han de pasar, bajo la supervisión de toda la comunidad, de un “estado” a otro. Puede ser el matrimonio o el funeral, pero también el emprender un viaje, prepararse para la guerra, recibir visitantes o simplemente pasar por el territorio de un pueblo vecino.

  Estas situaciones, en las sociedades tradicionales o primitivas, pueden ser solemnes y misteriosas, y no coinciden siempre por tanto con las prosaicas formalidades que se experimentan en el mundo contemporáneo a la hora de darse cambios evidentes en el rol social.

Para que un campesino se convierta en obrero, e incluso para que un peón se haga albañil, es preciso cumplir determinadas condiciones que tienen, sin embargo, en común lo siguiente: son únicamente de carácter económico o intelectual (p. 14)

   Así se plantea en la sociedad industrial de primeros del siglo XX, pero incluso en la sociedad contemporánea se conserva mucho de la solemnidad primitiva, por ejemplo, en las iglesias cristianas (en los “sacramentos”, pero no solo en ellos).

Es preciso realizar ceremonias, es decir, actos de un tipo especial, que suponen una cierta inclinación de la sensibilidad y una cierta orientación mental. Entre el mundo profano y el mundo sagrado hay incompatibilidad; hasta tal punto que la transición del uno al otro precisa de un período intermediario. (p. 14)

   Van Gennep no profundiza en el efecto psicológico que estos ritos producen en el individuo, por qué se requiere emocionalmente que el hombre primitivo se someta a tan complejas ceremonias. Lo que sí conjetura es que hay una relación con el sentido de lo religioso, de lo sagrado. La abundancia de este tipo de ritos presupone un mundo compartimentado en ámbitos de existencia inamovibles. Sagrados, en tanto que despiertan emociones automáticas de reverencia o blasfemia. Estos ámbitos de existencia, en el mundo primitivo, estarían mucho más presentes que en el estadio civilizado.

Se puede considerar cada sociedad general como una especie de casa dividida en habitaciones y pasillos de paredes tanto menos espesas y con puertas de comunicación tanto más amplias y menos cerradas cuanto más cerca se halle esa sociedad de las nuestras en cuanto a la forma de su civilización. Entre los semicivilizados, por el contrario, estos compartimentos se hallan cuidadosamente aislados los unos de los otros, y para transitar entre ellos se precisan formalidades y ceremonias (p. 45)

A medida que se desciende en la serie de las civilizaciones -tomando esta palabra en su más amplio sentido-, se constata un mayor predominio del mundo sagrado sobre el mundo profano; en las sociedades menos evolucionadas que conocemos engloba casi todo: nacer, parir, cazar etcétera, son en ellas actividades vinculadas a lo sagrado por múltiples dimensiones. Asimismo, las sociedades especiales están organizadas sobre bases mágico-religiosas, y el paso de una a otra adquiere el aspecto del paso especial que entre nosotros se señala mediante ritos determinados: bautismo, ordenación, etc (p. 14)

[El] individuo [se ve] categorizado en compartimentos diversos, sincrónica o sucesivamente, y obligado, para pasar de uno a otro a fin de poder agruparse con individuos categorizados en otros compartimentos, a someterse, desde el día de su nacimiento al de su muerte, a ceremonias frecuentemente distintas en sus formas, semejantes en su mecanismo. Ora el individuo estaba solo frente a todos los grupos, ora como miembro de un grupo determinado estaba separado de los demás. Las dos grandes divisiones primarias eran: bien de base sexual, hombres por una parte, mujeres por otra; bien de base mágico- religiosa, lo profano de un lado, lo sagrado del otro. Estas dos divisiones atraviesan todas las sociedades, de un extremo a otro del mundo y de la historia. Luego están los grupos especiales que sólo algunas sociedades generales comparten: sociedades religiosas, grupos totémicos, fratrías, castas, clases profesionales. En el interior de cada sociedad aparecen a continuación la clase de edad, la familia, la unidad político-administrativa y geográfica restringida (provincia, comuna). Aliado de este complejo mundo de los vivos está el mundo anterior a la vida y el de después de la muerte. Tales son los puntos de referencia constantes, a los que se han añadido los acontecimientos particulares y temporales: embarazo, enfermedades, peligros, viajes, etc. Y siempre un mismo fin ha condicionado una misma forma de actividad. Para los grupos, como para los individuos, vivir es un incesante disgregarse y reconstituirse, cambiar de estado y de forma, morir y renacer. Es actuar y luego detenerse, esperar y descansar, para más tarde empezar de nuevo a actuar, pero de otro modo y siempre hay nuevos umbrales que franquear, umbrales del verano o del invierno, de la estación o del año, del mes o de la noche; umbral del nacimiento, de la adolescencia o de la madurez; umbral de la vejez; umbral de la muerte, y umbral de la otra vida -para quienes creen en ella. (p. 260)

El paso de un estado a otro es un acto grave, que no podría llevarse a cabo sin precauciones especiales (p. 253)

   Hoy contaríamos con tradiciones en este sentido en cierto modo residuales.

La contrapartida de los ritos de iniciación son los ritos de destierro, de expulsión y de excomunión, que son por esencia ritos de separación y de desacralización. Los de la Iglesia católica son bastante conocidos (p. 161)

 No se entra en la valoración, pero no cabe duda de que nuestros ideales de universalidad y autorresponsabilidad chocan con la necesidad de enfrentar tales resistencias al cambio. El ritual de separación o de integración presupone que existen fuerzas y ámbitos inamovibles que nos dan estabilidad pero que al mismo tiempo nos limitan. Lo que nos hace ver hoy la existencia de tales ritos en el pasado es una rigidez ultraconservadora que busca preservar un equilibrio en las relaciones humanas duramente ganado tras asentarse las costumbres ancestrales. Una sociedad sería más evolucionada, desde este punto de vista, cuando el individuo puede actuar sin verse sometido al control social del ritual que determina si está o no capacitado para asumir una nueva etapa dentro de un rígido sistema social de roles, públicamente controlado.

  ¿Una sociedad más avanzada eliminará todo ritual? Sí, pero habrá de sustituirlo por una comprensión total y autónoma de las relaciones humanas. Muchos de nuestros hábitos actuales en las relaciones personales –sobre todo en el uso del lenguaje- están sometidos a lugares comunes, estereotipos y moldes prefijados. La ventaja del rito es que te hace consciente de tu situación –si bien se trata tan solo de una serie de rígidos modelos- de manera que para prescindir del rito habremos de construir una capacidad total de hacernos conscientes de la propia situación en las relaciones humanas en todo momento, conscientes de cuál es el rol, los fines, los valores y la comprensión del otro con el que se interactúa en la situación en la que se interactúa.

Lectura de “Ritos de paso” en Alianza Editorial, 2008; traducción de Juan Ramón Aranzadi Martínez 

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