viernes, 25 de octubre de 2019

“Los que guerrean y las que se preocupan”, 2014. Joyce Benenson

   Se ha hecho ya casi inevitable que cualquier moderno estudio sobre diferencias innatas entre el comportamiento masculino y femenino lo firme una mujer. Éste de la profesora de psicología Joyce Benenson, en concreto, especula acerca de las posibles adaptaciones diferenciadas para hombres y mujeres seleccionadas a lo largo del proceso evolutivo a fin de asegurar la supervivencia humana, es decir: un reparto psicológico de roles entre hombres y mujeres para la supervivencia del grupo.

Mi meta es mostrar que muy pronto en el desarrollo, en diversas culturas, chicas y chicos difieren en sus intereses y en sus comportamientos consecuentes. Esto proporciona una notoria evidencia de una base innata para algunas diferencias sexuales. Una base innata sugiere que si casi cada miembro de un sexo en una especie muestra este comportamiento, entonces es que tal conducta debe resolver algún problema muy importante. Este problema habría influenciado la supervivencia de nuestros genes, de modo que aquellos individuos que no exhibían tales rasgos no sobrevivieron para permitir el paso a generaciones siguientes de su material genético, la fuente de sus sesgos innatos (p. ix)

  Lo que parece establecerse a partir de tal planteamiento es que, en la sociedad prehistórica, el rol masculino tenía que ver sobre todo con la guerra entre grupos, mientras que el rol femenino tenía que ver con la supervivencia inmediata de los individuos de la especie. Los hombres guerreaban –con el riesgo que esto implica- y las mujeres cuidaban de mantener con vida a todos, lo que implicaba alejarlos de los riesgos. Por supuesto, la guerra en sí, en tanto que disputa por unos recursos naturales limitados, formaría parte también de la lucha del grupo por la supervivencia.

Los varones están programados para desarrollar rasgos de carácter que les facilitan convertirse en guerreros, y las mujeres están programadas para desarrollar características que les facilitan convertirse en cuidadoras. (p.13)

   La diferencia sexual entre hombres y mujeres es una de tipo esencial, forma parte de un instinto integrado en la naturaleza de cada individuo. A nivel práctico, nunca podremos calificar a un ser humano indistintamente como “persona”, sin consideración de su sexo. Las personalidades “femenina” o “masculina” existen, y tenemos un conocimiento instintivo de ello.

Ningún investigador ha conseguido persuadir a un niño de más de 5 o 6 años de que simplemente cambiar la longitud de su pelo o sus ropas transformará a un niño de un sexo en uno de otro sexo (p. 85)

   Y recordemos los casos, cada vez más divulgados, de niños o niñas que desarrollan a muy temprana edad una identidad de género distinta de la que les es asignada convencionalmente por su morfología aparente (“niños atrapados en el cuerpo de niñas”).

   Por otra parte, la profesora Benenson no considera la posibilidad de que las mujeres de hoy sean el resultado de un largo proceso de domesticación a lo largo de la etapa civilizada al haber sido seleccionadas como esposas por los varones durante cientos de generaciones (de forma parecida a como los animales domésticos han desarrollado, como consecuencia de la constante selección, pautas de conducta diferentes de sus ancestros en “estado de naturaleza”), pero es también cierto, en cualquier caso, que la evidencia de las mujeres de los pueblos no civilizados muestra ya características diferenciadoras semejantes o iguales a las de las mujeres de los pueblos civilizados.

Sugiero que los genes de las mujeres las han programado para mantenerse a sí mismas, a sus hijos y a sus parientes más próximos, con vida y saludables. Los hombres aman los riesgos. Las mujeres los evitan siempre que es posible. La razón es sencilla: la supervivencia y la buena salud de una mujer en concreto son mucho más importantes que la de un hombre. Una contribución básica del hombre a la procreación requiere apenas unos minutos de actividad. Más adelante, si ya no está disponible, otro hombre puede fácilmente reemplazarlo. No sucede así con una mujer.(p. 130)

   Porque la mujer no solo ha de llevar a cabo su embarazo, sino que después ha de dedicar años a la crianza del niño y todo ello supone una costosa inversión para el grupo humano. La pérdida de una madre y su hijo supone una desastrosa pérdida para el grupo.

   En lo que se refiere a las características varoniles, éstas son más o menos las que siempre se han considerado: agresividad, impulsividad, intrepidez, fuerte deseo sexual, búsqueda de la supremacía… Más algunas otras no tan conocidas

La competición no interfiere con la amistad [en los varones] de la misma forma que lo hace con las mujeres (p. 51)

El amor de los varones por las reglas sugiere que los chicos y los hombres no están simplemente interesados en vencer a sus competidores individuales, como en la mayor parte de especies de primates. Quieren vencerlos según las reglas (p. 81)

Ser un chico requiere encajar en un marco [muy] estrecho (…) No es la homosexualidad per se lo que amenaza a los hombres y muchachos [en su temor a mostrar falta de virilidad]; más bien es una profunda preocupación acerca de la falta de compromiso de algunos hombres para la acción cooperativa de combatir a los enemigos (p. 85)

  Es decir, los varones serían en cierto modo menos individualistas que las mujeres: estarían programados para funcionar en equipo, siguiendo las reglas y con una solidaridad mutua a prueba de riñas. Su identidad va siempre referida al grupo –grupo de potenciales combatientes- y de ahí el celo por ganarse un estatus no solo de viriles individuos, sino también de miembros solidarios de grupos varoniles estructurados.

   Las mujeres nunca funcionarían tan bien en equipo como los varones. No tan lejos del mundo prehistórico, las bandas juveniles de los barrios marginales –un mundo ciertamente primitivo- muestran buenos ejemplos. Hoy en día hay bandas integradas por chicas pero…

Casi cada testimonio acentúa que la pertenencia a una banda de chicas en comparación con una de chicos refleja un mayor porcentaje de renuncias, una vida más breve, una falta de liderazgo y organización, y persistentemente un sentido de falta de propósito. Las jóvenes no demuestran un buen comportamiento como miembros de bandas (p. 120)

   A primera vista, las características femeninas se parecen mucho más a las virtudes de prosocialidad que hoy son más alabadas:

Tener rasgos de cuidadora es útil en contextos diferentes del cuidado de niños. Los rasgos que acompañan el cuidar de individuos vulnerables a largo plazo (…) pueden usarse en otras profesiones de ayuda también. (p. 14)

A los 14 meses de edad, cuando los bebes ven que un adulto tiene un accidente, los bebés varones muestran menos preocupación que las niñas. (p. 73)

La ira es la única emoción que las niñas y mujeres ocultan mejor que los niños y hombres (p. 74)

Las mujeres tienen un sentido moral que no depende de seguir reglas (p. 79)

Incluso cuando las mujeres sí se meten en peleas, se autocontrolan mucho más que los hombres (…) Los bebés masculinos golpean, pegan puñetazos, muerden, tiran, empujan, patean a otros mucho más que los bebés femeninos (p. 145)

Las chicas sonríen más que los chicos desde el nacimiento. Las chicas y mujeres sonríen más que los chicos y hombres en las culturas más diversas. Debido a que incluso las niñas recién nacidas sonríen más que los niños, es probable que los genes hayan preparado a las mujeres para sonreír más.  (p. 154)

[En un experimento con juegos infantiles] las chicas jugaban igual de duro para ganar, pero perjudicar las probabilidades de otras era una pérdida de tiempo. Solo los chicos competían de esta forma [buscando arruinar al competidor] –solo por diversión (p. 198)

En torno a los tres años, si no antes, las niñas cumplen las órdenes y peticiones de las figuras de autoridad más que los niños (p. 246)

    Estas conclusiones en general coinciden con las que ya observó Carol Gilligan. Las mujeres, en tanto que cuidadoras, son menos conflictivas, más cooperativas y mucho más altruistas.

   Pero según Benenson, este paraíso oculta algunos aspectos siniestros.

Por debajo de su “dulce” fachada, las mujeres siempre están compitiendo (…) Y así debe ser. De lo contrario, su propia supervivencia y bienestar y el de sus hijos no sería maximizado. Solo porque la mente de una niña o mujer  sea inconsciente de que compite no quiere decir que no lo haga (p. 184)

A cualquier edad, las chicas relacionaban más amistades que habían terminado que los chicos (…) Dos veces más las chicas que los chicos informaron de que su actual mejor amiga había hecho algo que las había hecho sentir mal (…) Para una chica, el que te hagan sentir inferior ya es una razón crítica para acabar una amistad (p. 200)

Las parejas de niñas [de seis años en un experimento] era más probable que excluyeran a una recién llegada que los varones (p. 187)

Las amigas femeninas no es solo que sean fuentes de asistencia no muy buenas, es que son competidoras (…) La amistad entre mujeres se caracteriza por una serie de estrategias calculadas para asegurar que una amiga quede fuertemente vinculada, sin signos de competición. La amistad de chicas y mujeres es intensa y exclusiva y estrictamente igualitaria, de modo que ninguna tome ventaja (…) Por debajo de estos comportamientos está el miedo y la competencia. Lo que pasa por intimidad en realidad es aseguramiento [o mutua vigilancia] (p. 252)

   Es decir, la aparente prosocialidad femenina oculta una fuerte agresividad encubierta en las relaciones entre mujeres: la mujer lucha contra otras mujeres en la disputa por el hombre y en la disputa por los recursos necesarios para la crianza de su hijo. De ahí que, supuestamente, las mujeres no cooperen fácilmente entre ellas, que cultiven el disimulo y la constante desconfianza mutua. Así le parece a la profesora Benenson en base a sus estudios.

  Otro aspecto negativo sería, además, que las mujeres son más miedosas

El miedo asegura que una niña o mujer preste una mayor atención a su salud, y a su seguridad y a la de sus hijos. Las mujeres exhiben más y más fuertes temores que los hombres en todo tipo de cosas: miedos sociales, miedo a los grandes espacios, miedo de sufrir daño y a la muerte, y miedo de animales inofensivos (p. 137)

Los chicos es más probable que, a diferencia de las chicas, reaccionen violentamente [en una situación de conflicto] mientras que las chicas sienten más ansiedad y depresión y se retiran antes. (p. 13)

   Naturalmente, la señora Benenson puede haber errado un poco en sus estimaciones, pero en términos generales sus observaciones parecen correctas, sobre todo porque coinciden con el comportamiento de los animales más próximos a los humanos (mamíferos) y porque su estudio se ha realizado en buena parte con niños demasiado pequeños como para haber sido predeterminados por la cultura en su comportamiento

Estudio a los niños porque los niños me permiten observar la naturaleza humana antes de que la sociedad ejerza demasiada influencia (p. 3)

   Pero ya no vivimos en la prehistoria. Ahora, por primera vez, las mujeres son libres, entre otras cosas, para asegurar su supervivencia y elegir las condiciones de su maternidad –o no maternidad. Por lo tanto, ya no tiene mucho sentido que, por ejemplo, se disputen entre sí el conseguir el imprescindible apoyo del varón. Sin embargo, ¿en qué medida pueden seguir siendo influidas por las tendencias instintivas heredadas?

   Se trataría de instintos útiles para seguir un estilo de vida por completo diferente al actual… mientras que la diferencia no sería tan grande en el caso de los varones. Porque la mujer ahora puede prescindir del hombre para su sustento, para realizar su maternidad y probablemente también para vivir su afectividad y su sexualidad; no tiene por qué competir con otras mujeres. Mientras que el varón, integrado en una sociedad aún competitiva y agresiva, sigue luchando por su estatus dentro de la jerarquía de guerreros.

Lectura de “Warriors and Worriers” en Oxford University Press, 2014; traducción de idea21

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