Este libro de los historiadores Naomi Oreskes y Erik Conway nos ilustra acerca del “liberalismo económico” o “fundamentalismo de mercado”. Se trata, en apariencia, de una teoría económica que ha sido aceptada por muchos políticos, y que pretende retrotraerse a la “mano invisible” de Adam Smith. Pero sucede que ni es una teoría surgida de la especulación científica, ni se la debemos a Adam Smith. (Otra crítica anterior al liberalismo económico, desde otra perspectiva, es obra del economista y filósofo Karl Polanyi)
En la década de 1990, George Soros popularizó el nombre que consideramos más apropiado: fundamentalismo de mercado. Es una creencia cuasirreligiosa según la cual la mejor forma de cubrir nuestras necesidades —económicas o de cualquier tipo— es dejar que el mercado ejerza su magia, en lugar de recurrir al gobierno. El fundamentalismo de mercado trata «el Mercado» como un nombre propio: un ente único y autorreferencial que tiene voluntad e incluso inteligencia, que funciona mejor cuando no está constreñido ni se le molesta o perturba. (Introducción)
La ideología del fundamentalismo de mercado (…) niega los fallos del capitalismo y rechaza la mejor herramienta que tenemos para responder a esos fallos: el gobierno democrático. Tampoco reconoce el papel de otras herramientas, como la gobernanza corporativa. El fundamentalismo de mercado pregona los beneficios de la desregulación y el valor de la libertad económica, eclipsando casi totalmente cualquier otra consideración. (Introducción)
[Sin embargo,] los economistas liberales clásicos —Adam Smith incluido— reconocían que el gobierno desempeñaba funciones esenciales, como la construcción de infraestructuras para el beneficio de todos y también la regulación de los bancos, que, si se dejasen a su libre albedrío, podrían destruir la economía. Además, reconocían que necesitaba impuestos para desarrollar esas funciones. Pero a comienzos del siglo XX un grupo de autodenominados «neoliberales» cambiaron radicalmente el pensamiento político y económico. Argumentaron que cualquier intervención del gobierno en el mercado, aunque fuese bienintencionada, ponía en entredicho la libertad de los individuos de hacer lo que les plazca y, por tanto, nos pondría en el camino del totalitarismo. (Introducción)
En realidad, el liberalismo económico tal como lo conocemos, y que llegó a convertirse en un hito cultural a partir de las políticas de los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en la década de 1980, no se origina ni en Adam Smith, ni tan siquiera en los prestigiosos economistas europeos Friedrich Hayek y Ludwig von Mises (muy citados en este libro) sino en Milton Friedman.
En la década de 1980, Friedman fue asesor del presidente Reagan y alabado como uno de los intelectuales públicos más poderosos del país (Capítulo 10)
Milton Friedman ganó mucha popularidad con una serie de televisión y, desde luego, pese a la extravagancia de muchas de sus afirmaciones, no debe carecer de prestigio intelectual, puesto que le fue concedido el premio nobel de Economía.
En este libro se discute que su teoría sea “solo una teoría”. Aparentemente, se trata del resultado de una activa conspiración por parte de los privilegiados del sistema económico capitalista que es anterior a Friedman y que decenios antes ya apoyó financieramente la publicidad a todos los niveles de teorizaciones similares contrarias al control estatal de la empresa privada.
La Asociación Nacional de Fabricantes (NAM) (…) fue fundada en 1895 (…) pasó a ser conocida principalmente por su oposición a la sindicación y a los impuestos federales. (…) La NAM insistía (…) en que el Gobierno federal debía dejar de obstaculizar los negocios y de regular los centros de trabajo. (Capítulo 1)
Se había creado una red de centros de pensamiento libertarios fuertemente financiados por industrias que vendían productos peligrosos, como tabaco y combustibles fósiles, para promover estas ideas en los colegios, las universidades y la vida estadounidense en general. (Introducción)
Estas iniciativas empresariales en contra de la regulación pública de sus actividades (por ejemplo, para impedir monopolios, para proteger el medioambiente, para proteger a los trabajadores…), alcanzaba también el mundo de la cultura, hasta el mundo del cine –rechazo a películas como "Las uvas de la ira"- y promovía producciones como las obras de Ayn Rand e incluso la aparentemente inofensiva "La casa de la pradera".
Desde la perspectiva actual, lejos de demostrarse que tal tipo de teorías son efectivas, a ellas se atribuye, entre otras, la catástrofe financiera de 2008 y la misma de 1929. En ambos casos, el disparador de la crisis habría sido la “desregulación” de los mercados financieros.
Tanto Carter como Reagan se esforzaron por desregular una gran parte de la economía estadounidense, pero Clinton, en cierto sentido, fue más lejos, con unas desregulaciones radicales de las telecomunicaciones y los mercados financieros. En 1996, declaró que «la era del gran gobierno ha terminado».(Capítulo 14)
En 2006, Larry Summers declaró que «todo demócrata honesto admitirá que ahora todos somos friedmanitas» (Capítulo 14)
No es sorprendente que siga el debate sobre las causas de la Gran Recesión. Pero muchos consideran que la derogación de la Ley Glass-Steagall, junto con otras iniciativas que disminuyeron la supervisión regulatoria y fomentaron las actividades fraudulentas, jugaron un papel significativo (Capítulo 14)
Puede discutirse el que las políticas liberales y desreguladoras de Reagan y Thatcher tuviesen o no efectos catastróficos, pero, a diferencia de Friedman, los autores de este libro más bien defienden una aplicación pragmática y moderada de la confianza en el mercado, alejándose de maximalismos en cualquier sentido.
Una de las peculiaridades de la teoría libertaria es que, en su propaganda, no solo se señala la eficacia de la mano invisible para crear riqueza, sino que se relaciona directamente con la libertad política. Solo es posible la libertad si hay libertad económica, y la libertad económica implica la libertad política.
Sin embargo, hay pruebas sobradas de lo contrario.
Milton Friedman, el más famoso de los fundamentalistas norteamericanos del mercado, llegó incluso a afirmar que el voto no era democrático, porque podía ser distorsionado fácilmente por intereses especiales y porque, en cualquier caso, la mayoría de los votantes eran unos ignorantes. Pero, en lugar de pensar cómo se podría mitigar la influencia de esos intereses especiales o cómo los votantes podrían estar mejor informados, sostuvo su idea de que la verdadera libertad no era la que se manifiesta en la urna electoral. «El mercado económico proporciona más libertad que el mercado político», afirmó Friedman en Sudáfrica en 1976 (Introducción)
[Hacia 1920] los líderes de los empresarios y los sectores conservadores argumentaron que el trabajo infantil era una cuestión de libertad: la libertad de dirigir una empresa como su propietario lo considerase adecuado y de los padres de decidir qué era lo mejor para sus hijos (Capítulo 1)
Friedman [incluso] (…) ve los mercados como una alternativa al gobierno. (Capítulo 10)
Friedman insistía en que el mercado era mejor garantía de la libertad que el gobierno en una época en que unas normas restrictivas y otras formas de discriminación impedían que judíos como él pudiesen vivir en muchos vecindarios estadounidenses. (Capítulo 10)
No fue siempre ilegal arrojar productos químicos tóxicos en lagos y ríos, pero ahora lo es. Hubo una época en la que era legal comprar y vender personas. (Capítulo 15)
Al abordar esta cuestión no pueden desecharse todos los argumentos liberales como manipulación interesada. Los partidarios del mercado inciden en causas lógicas por las que éste es más eficiente que la planificación estatal
Evocando a Mises, Hayek sostiene que el mercado debería entenderse como un medio de procesar información; el precio de un bien nos dice lo que vale ese bien para quienes lo tienen o lo quieren. (Capítulo 5)
Esto hace pensar en la tentativa soviética post-stalinista de crear una alternativa al mercado basada en otro método para recoger información de los múltiples factores de la economía.
En cualquier caso, en términos generales, los autores parecen tener razón: las naciones más prósperas son las que combinan estrategias de mercado con regulación estatal bajo control democrático.
Hay (…) una receta (…) general para crear ciudadanos altamente satisfechos: garantizar que las instituciones estatales sean de gran calidad, no corruptas, capaces de cumplir lo que prometen y generosas en el cuidado de sus ciudadanos en la adversidad (…) El Estados Unidos de las últimas décadas, con su énfasis en la decisión individual y la responsabilidad personal (y no social), sencillamente no se preocupa por sus ciudadanos como lo hacen estos otros países. (Capítulo 15)
Samuelson destacó que la experiencia de Suecia ofrecía una fuerte refutación [a las teorías libertarias de la Escuela de Chicago de Milton Friedman]: podías reducir la libertad económica y seguir sosteniendo toda una panoplia de libertades políticas. En unos pocos años, las experiencias de Chile y de China demostrarían que lo contrario podía ser cierto: podías incrementar radicalmente la libertad económica sin ganar mucha o ninguna libertad política. Sin embargo, Friedman nunca corrigió las siguientes ediciones de su libro. (Capítulo 10)
Y, además, la intervención estatal ha sido imprescindible en el desarrollo de la industria, entre otras cosas porque la magnitud de las inversiones necesarias para la innovación tecnológica no suele estar al alcance de las empresas privadas, que buscan el beneficio a corto plazo.
Las compañías japonesas y coreanas podrían haber sido eficientes, pero su éxito estaba en gran medida dirigido desde el gobierno. Samsung, la compañía coreana que vendía con más éxito a los estadounidenses, había conseguido su posición gracias a exenciones fiscales, préstamos bancarios preferentes, créditos a la exportación y otras ayudas del Estado. (Capítulo 13)
La creación de internet, el sistema de autopistas interestatales y la electrificación rural son ejemplos de un gobierno que asume un papel de liderazgo donde el mercado no llega. (Conclusión)
En conjunto, debemos considerar la crítica al fundamentalismo libertario en el contexto de la crítica a todos los irracionalismos. Y, por encima de todo, una crítica a la violencia sistémica de una sociedad dividida en clases.
Bismarck instituyó las reformas sociales en la Alemania del siglo XIX: una reforma moderada era la mejor manera de detener un levantamiento social no precisamente moderado. Franklin Delano Roosevelt pensaba fundamentalmente lo mismo: que no estaba acabando con el capitalismo, sino preservándolo. (Capítulo 7)
Hoy por hoy, el capitalismo es el mejor sistema económico conocido. Tampoco es que suponga muchas innovaciones con respecto al uso de la propiedad privada en general. Lo que sí supone una innovación es el control democrático de la economía privada por el bien común.
Y hay que considerar lo que nos espera en el futuro, tras la llegada de Trump por segunda vez a la Casa Blanca desde enero de 2025, con un programa económico que, de momento, muy pocos economistas académicos de prestigio consideran razonable.
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