miércoles, 15 de febrero de 2017

“La Era Axial y sus consecuencias”, 2012. Bellah y Joas (Editores)

  “La Era Axial y sus consecuencias” es un libro fruto de un debate intenso y cuidadoso:

Los capítulos de este volumen son versiones revisadas de trabajos presentados en una conferencia sobre “La Era Axial y sus consecuencias para la subsiguiente historia y el presente” mantenida en el centro Max Weber de la Universidad de Erfurt, en Alemania, del 3 al 5 de Julio de 2008

   Entre los autores que participan en el libro tenemos, entre otros, y aparte de, por supuesto, Robert Bellah y Hans Joas, a Charles Taylor, Merlin Donald y Shmuel N Eisenstadt, todos ellos eruditos de primera línea que abordan una cuestión imprescindible: cuál es la naturaleza del cambio social humano a lo largo de la historia y cuáles son sus límites de acuerdo con el desarrollo del pensamiento y psicología religiosos y filosóficos.

  Todo ello, a partir del reconocimiento de la relevancia del fenómeno de la “Era Axial”:

La Era Axial fue, sobre todo, un periodo en el que la sociedad humana comenzó a reflexionar conscientemente sobre cómo construir un proceso institucional de autorregulación colectiva.

   Para simplificarlo mucho, la “Era Axial” se refiere a un periodo de la historia de entre hace tres mil y dos mil años, cuando surgen las grandes civilizaciones que desarrollan doctrinas religiosas y filosóficas complejas que expresan inconformismo con la misma condición humana: las grandes civilizaciones clásicas de Próximo Oriente, China, India, antigua Grecia e Israel. Puede complicarse mucho el debate acerca de la precisión histórica de esta descripción, pero eso no es lo importante; lo importante es que se transita de las civilizaciones basadas en la veneración del mito (como la de los griegos arcaicos que se retrata en Homero) a las civilizaciones basadas en un pensamiento cada vez más racional y complejo que, aparentemente, concluye en la civilización moderna, con los niveles más altos de control de la violencia y promoción de la cooperación económica eficiente conocidos hasta ahora.

El rasgo central de la Era Axial, si hubo un rasgo común en estas (…) sociedades altamente diversas, fue una revolución representacional o de visión del mundo (…) La humanidad pasó por un importante cambio evolutivo en automonitorización y supervisión que puede ser descrito como metacognición. Esta capacidad implica una forma abstracta de auto-apercibimiento, un rasgo de la mente que es esencial para planificar acciones y para la autorregulación consciente en general. (…) Las religiones de la Era Axial proporcionaron una visión metacognitiva a nivel de grupo impulsada por burocracias teocráticas

   Relacionándola con la religión o con la filosofía, la Era Axial es hoy recordada sobre todo por sus grandes maestros del pensamiento y el espíritu, como Confucio, Sócrates, Zaratustra, Buda o los profetas hebreos…

En el primer milenio ac, [tiene lugar] la emergencia, en los centros de alta cultura del mundo antiguo, (…) del fenómeno del rechazo religioso del mundo caracterizado por una evaluación extremadamente negativa del hombre y la sociedad, y la exaltación de otro ámbito de la realidad como el único verdadero e infinitamente valioso (…) Se contrasta esto con un hecho igualmente chocante: la virtual ausencia del rechazo al mundo en las religiones primitivas

  El inconformismo es la base de todo pensamiento de progreso. De hecho, la misma idea de “progreso” comienza a abrirse paso, aunque el principio se lo enmascare como el retorno a un brillante  pasado legendario.

  Una vez el ser humano se muestra disconforme con su propia realidad y comienza a usar la mente para buscarle remedio, todo es posible. Pero ¿cuáles fueron los mecanismos psicológicos para dar este paso formidable?

[Según ciertos autores] el rasgo característico de la Era Axial es el reconocimiento del simbolismo como simbolismo, la comprensión de los signos simbólicos como que señalan a un significado que no puede agotarse del todo en tales signos

Los mecanismos simbólicos pueden influenciar el mismo proceso representacional, cambiando los condicionantes de la imaginación (…) Ejemplos de sistemas simbólicos revolucionarios pueden incluir monedas, sistemas financieros, pinturas y esculturas, construcciones simbólicas como iglesias, mapas, ecuaciones matemáticas, diagramas científicos, novelas...

  El simbolismo es un mecanismo cognitivo que requiere cierta potencia cerebral (memoria, elaboración de patrones de pensamiento, reconocimiento de tiempos pasados, expectativas de futuro…) y por ello solo ha podido aparecer con el Homo Sapiens. Su relevancia en la cultura es tan grande que podemos decir que no se limita a comunicarnos ideas, sino que llega a crearlas por sí mismo al estimular la capacidad mental de los individuos en sociedad. Pero, como otras potencialidades humanas (por ejemplo, el mismo lenguaje, la aparición del arte, cambios económicos y sociales como el sedentarismo y la agricultura), depende de que ciertas circunstancias puedan ponerlo en marcha.

  La teoría de Merlin Donald divide las etapas de desarrollo civilizatorio de la cultura humana en los períodos mimético, mítico y teórico. Lo mimético implica la representación de la realidad  mediante la expresión simbólica gestual y probablemente se dio en los homininos que precedieron al Homo Sapiens. Lo mítico implica la representación de las ideas sociales mediante una narrativa relacionada con un pasado mágico. Lo teórico sería el paso propio de la Era Axial.

El periodo mítico podría ser reconstruido como la época en la que evolucionaron las competencias simbólicas, pero en lo que a la visión del mundo concierne se usaban todavía primariamente para propósitos de indexado, para comunicar sistemas de relaciones binarias entre personas y grupos sociales por un lado y, vagamente, entre personas y el mundo por el otro.

  La tricotomía de Peirce (iconicidad, indexalidad, simbolicidad) se aplica al principio de evolución cultural mimética-mítica-teórica, en tanto que lo indéxico implica una relación y lo simbólico una idea (y lo icónico, obviamente, una imagen). ¿Y qué es una idea? Pues básicamente es una acción. De modo que tenemos que las funciones cognitivas complejas del individuo inmerso en una sociedad pasan por las etapas de reflejar imágenes y relaciones indexadas (en la probable cultura mimética de nuestros antepasados prehumanos) a representaciones  de acciones (pasadas o futuras). Un símbolo es un signo que representa una idea, es decir, una acción… que solo es posible si contamos previamente con una concepción de la realidad basada en imágenes indexadas.

Cuando emerge la cultura teórica, los poderes lógicos de los lenguajes simbólicos se ponen en uso para hacer explícitas las relaciones de inferencia.

  Aunque los símbolos aparecen en la prehistoria (el arte rupestre, el ejemplo más celebrado) solo se desarrollan plenamente en la cultura teórica, con su descripción de las relaciones de causa y efecto, hechos de inferencia y trascendencia.

Reflexividad de segundo orden [equivale a] reflexión sobre las formas y sustancia del mismo pensamiento. En otras palabras, ha de ser posible reflexionar no solo sobre el curso de las actividades del día a día sino sobre las condiciones del mismo pensamiento.

  Esta reflexividad del “pensamiento del segundo orden” es la consecuencia última –hasta el momento- de la asimilación del lenguaje simbólico. Desde una perspectiva no conformista, una élite de pensadores –sacerdotes, escribas… maestros espirituales y de sabiduría- cuestiona el mito y la misma naturaleza de la divinidad. Lo cuestionan todo. Incluso su misma capacidad –y necesidad- de cuestionar.

[En las primeras civilizaciones axiales se creó] un entorno cuya principal preocupación era la visión general y el análisis de la misma vida humana, su origen, propósito y sutilezas. Esto generó una rica temática de tradición narrativa, la mayor parte en forma de historias seleccionadas, anécdotas y arquetipos

  Fueron cambios muy sutiles en el pensamiento de los agentes culturales más activos los que llevaron al cuestionamiento del mito, pero una vez éste quedó sometido a examen ya no se admitieron las soluciones fáciles por el estilo de que “lo que siempre ha sido, así ha de seguir siendo”.

La meta humana más alta ya no puede ser prosperar, como era antes [del pensamiento de la Era Axial]. O bien se sitúa una nueva meta, de una salvación que nos lleva más allá de lo que normalmente entendemos como prosperidad humana, o, si no, el Cielo o el Bien nos exigen imitar o encarnar su bondad ya no ambigua y en consecuencia alterar el orden mundano de las cosas aquí abajo. Esto puede -y de hecho normalmente lo hace- implicar la prosperidad a una escala mayor, pero nuestra propia prosperidad (como individuo, familia, clan o tribu) ya no es la meta más alta (…) [Sin embargo, y con todo,] los límites sociales que inhiben la revolución axial e incluso la invierten -la territorialidad, la tribu, la familia biológica y la guerra- no son abolidos tan fácilmente

  No pueden ser abolidos con facilidad porque la búsqueda de la prosperidad humana tiene lugar, de manera convencional, dentro de los ámbitos sociales que hacen –supuestamente- necesarios tales “límites” inhibitorios.

Por primera vez en la historia, el individuo, sea un profeta, eremita, asceta o filósofo andante, se convierte en una unidad social independiente, los seres humanos se atreven a confiar en sí mismos como individuos y confrontan a la mayoría (…) A nivel de pensamiento, ideas, costumbres y condiciones aceptadas hasta la fecha inconscientemente quedan sujetas a examen, son cuestionadas y liquidadas (…) [Se llega a la] trascendencia, la etización de la religión, la lucha del logos contra el mito, una nueva autocomprensión del ser humano ante el mundo, y al descubrimiento de la historia.

Por primera vez emergen nuevas élites de hombres virtuosos y de hombres de letras de la religión diferenciados de la condición común.

  El proceso ha comenzado cuando el individuo se convierte en objeto del interés primordial de los dioses, transformándose estos en generadores de justicia y moralidad, algo que antes de la Era Axial no se conocía (posible excepción: la preaxialidad de la religión egipcia, cuyos dioses premiaban a los justos).

Lo que es único en las religiones de la Era Axial es una forma de “racionalización” que incluye el desarrollo de soteriologías [doctrinas de salvación] trascendentes y universalizadoras; y la etización es un rasgo básico de esta visión universal y trascendente

El Nuevo tipo de religión queda basado en cinco transformaciones interrelacionadas que son compartidas por judaísmo, cristianismo, maniqueísmo y muchos otros movimientos religiosos del Imperio Romano tardío (…) “un nuevo cuidado del yo”, la aparición de “religiones del libro”, facilitada por la revolución de los medios de transmitir la memoria cultural efectuada por la invención de los códigos, “el fin del sacrificio” y la radical transformación de la cultura ritual mimética asociada con tal desarrollo, “el paso de la religión cívica a la religión de comunidad” con su igualmente radical transformación de las ceremonias religiosopolíticas abiertas al público, que pasan a ser cultos de una comunidad religiosa cerrada, y la transformación, en el modelo de paideia, “del maestro de sabiduría en maestro espiritual”

  La diferencia entre la sabiduría (preaxial) y la espiritualidad se halla en el mundo afectivo-emocional y es esta dimensión (psicológica) la que está detrás de estas cinco transformaciones -el “yo”, los textos sagrados canónicos, el fin del sacrificio, la comunidad religiosa privada y la aparición de los maestros espirituales-. Mediante un proceso de prueba y error la sociedad ha descubierto que, utilizando nuevas estrategias psicosociales como las cinco descritas, es posible afectar emocionalmente al individuo de modo que resulte más adaptado a una convivencia más difícil pero potencialmente más fructífera como es la de las primeras civilizaciones agrícolas a gran escala.

   El hombre sabio enseña la virtud propia del buen ciudadano, pero el maestro espiritual enseña la virtud del alma, que implica amor, felicidad y trascendencia. El cristianismo, la más emotiva de las religiones axiales, supone el punto más alto de la racionalización de la interioridad del individuo.

   Así, solo el cuestionamiento de aquello que en apariencia resulta imprescindible para nuestra vida es lo que nos puede llevar, indirectamente, a una vida mejor. Los instrumentos sociales para nuestra civilización que siempre han existido –supuestamente para nuestro bien- se revelan, en realidad, como obstáculos. Por eso, en la Era Axial, no hemos de buscar la prosperidad como “la meta más alta”. El Evangelio lo explica bien: “el que busca la vida, la perderá; el que la pierde, la ganará”. La Era Axial rechaza la prosperidad mundana, inmanente, como una ilusión. El sabio está al tanto de que si cada uno busca su propio provecho la sociedad no va a mejorar por el lógico conflicto de intereses entre individuos, dada nuestra naturaleza. Es preciso buscar objetivos comunes sobrehumanos a partir de los cuales sea factible la armonía.

  De la misma forma, el inconformismo axial ha de partir del rechazo al mal, el dolor y la muerte, a pesar de que tal sufrimiento forma parte de la vida natural.

El mal no es algo que debe ser vivido como parte del inevitable equilibrio de las cosas (…) Ya no es solo el lado negativo del cosmos el que llega a ser calificado como imperfección.

  Porque en el mundo mítico, todo quedaba integrado en un ciclo de la vida que el ser humano no podía –ni debía-  superar. Tanto la suerte como la desgracia: el mal como complementario del bien, la muerte como complementaria de la vida. Los dioses eran indiferentes y los humanos, impotentes.

  En la Era Axial, en cambio, el ser humano se independiza de una naturaleza mágica que es indiferente al destino humano. Los dioses son humanizados… y finalmente superados. Solo queda el ser humano mismo asociado a divinidades que actúan en función de éste. Al señalarse al individuo, los deseos humanos, sus aspiraciones, ya no se ven limitados por fatalismo cósmico alguno. El individuo se desvincula del conjunto de la naturaleza. Y a la vez, si a los individuos los vemos como independientes en comunidad, es preciso que sean virtuosos, pues de lo contrario tal comunidad no podría llegar siquiera a existir por el conflicto constante de intereses. Creer en la libertad implica creer en la virtud.

La sociedad llega a ser reconcebida como hecha por individuos.

La Era Axial funciona como un puente para reconocerse a uno mismo en el otro (…) Para darse cuenta de que una comprensión mutua profunda es posible.

  Por otra parte, a no muy largo plazo, poner a la divinidad en función del bienestar del ser humano –intelectualmente cada vez más enriquecido debido a su progresiva individuación- acabará dando lugar a los primeros precursores del puro racionalismo, aunque recordemos que ni Platón ni Aristóteles cuestionaban la divinidad, sino que la justificaban en función del bienestar moral del hombre. Claro que Platón y Aristóteles tenían sus responsabilidades ante el mundo convencional, mientras que sus inmediatos predecesores, los sofistas, por ser más insignificantes podían ser también más audaces…

La notable creatividad cultural de los sofistas [se muestra en que] desarrollaron una visión científica protosocial a la cultura y la religión, analizando las prácticas y creencias tradicionales en una forma conscientemente reduccionista y crítica

  Éste sería, por tanto, el proceso de la axialidad. Da igual que se trate de religión o filosofía (cierta idea de "filosofía", por supuesto, con contenido ético y con capacidad para afectar emocionalmente a la sociedad) porque lo principal es que la humanidad busca nuevas fórmulas de vida social mediante el perfeccionamiento del control o autorregulación de los instintos destructivos, “desenmarcándonos” del mundo natural que compartíamos con los animales y en el cual los humanos se veían insertos en un entorno mágico como única salida explicativa (el mito es la conclusión de esta circunstancia).

   Para que tal “desenmarque” llegue a darse hemos de partir de una identificación profunda de la individualidad humana y, por tanto, de la diversidad de los individuos los unos con respecto a los otros.

[La Era Axial] implicaba la articulación textual de una creciente reflexión humana y consciencia reflexiva, la habilidad de usar la razón para transcender de lo que no es inmediatamente dado.

[En algunos casos] la axialidad es una reacción a un nuevo tipo de condición humana donde ni las estructuras de parentesco ni la proximidad física ni un imperio político que se legitima a sí mismo bastan ya para estructurar al individuo en un contexto de significado y familiaridad.

  No resulta difícil de comprender cómo el racionalismo moderno (con su ciencia, su materialismo, su individualismo humanista) ha surgido de este proceso. Ahora bien, puesto que seguimos insatisfechos y seguimos considerando que nuestra naturaleza es, si no perfectible, sí controlable mediante nuevos artificios simbólicos, ¿qué sugerencias para el futuro nos proporciona esta reflexión acerca del proceso civilizatorio que representa la Era Axial?

Si bien [la cultura teórica] domina la ciencia, la ingeniería, la educación, el gobierno y el control de la economía, incluye solo a una minoría de la humanidad, e incluso en esa minoría, su influencia es, en cierta forma, tenue. La cultura teórica está así todavía en estado formativo, y la tercera transición es incompleta [primera transición de cultura episódica a mimética, segunda, de mimética a mítica]

  Una completa “tercera transición” –de la cultura mítica a la teórica- podría dar lugar a una humanidad cuyos individuos hubiesen interiorizado el principio racional de vida en comunidad. Podría implicar la asimilación de la capacidad simbólica en nuestra propia vivencia privada, es decir, la propia narración vital del individuo como alternativa a la narración mítica: vivir en novela, experimentar emocionalmente nuestra vida en comunidad en un sentido universal; hoy por hoy nuestra vida emocional en comunidad se limita al entorno próximo de extrema confianza: la familia o las relaciones íntimas, mientras que el resto de relaciones humanas se mediatizan gracias a la simbolización de las instituciones. De ese modo se diferencia entre lo “inmanente” (las rutinas de cada día, donde no participamos como individuos reconocibles) y lo “trascendente” (la privacidad que individualiza mediante los notables efectos emocionales que nos motivan para tomar las decisiones más graves de nuestra vida).

  Cuando leemos una novela (un recurso simbólico plenamente “axial”) comprendemos la vivencia de los personajes como trascendentes para el conjunto del relato, de modo que éste supone un entorno de privacidad vivida por el lector. La novela es trascendente porque cuenta con un significado que implica todas las acciones de la narración (al igual que el mito, pero la novela contemporánea no se refiere a un mundo mágico ajeno a nuestra vida cotidiana), mientras que la vida privada del individuo en sociedad no es así… solo una pequeña parte de nuestra existencia es trascendente para nosotros mismos y aún más pequeña es la actividad privada que es relevante para el conjunto de la sociedad. El ideal religioso de la Era Axial, en cambio, el propio del monje, sacerdote o “renunciante”, da trascendencia al conjunto de la vida al implicarlo en una totalidad de significado, de ahí las experiencias “de plenitud” del que vive inmerso en la marea de trascendencia (sensaciones complejas cuya existencia concreta y definida parece hoy verse también respaldada por la psicología de la conducta). Esa búsqueda de la trascendencia total del individuo equivale a la manifestación definitiva del inconformismo que cuestiona la sociedad humana convencional. El hecho es que solo a partir de tal inmersión total del individuo en la comunidad humana la plena virtud sería posible.

    El ideal cristiano subyacente implica un ideal de comunidad universal de extrema confianza, de familia –hermandad- universal. Alcanzada semejante meta, ya no habría razón para inconformismo alguno.

Cuando se reconoce el papel particular del desarrollo interno cristiano en el proceso general de secularización no es a fin de señalar la naturaleza contingente particular del proceso, sino más bien para señalar el significado universal de la condición única del cristianismo como, según la formulación expresiva de Marcel Gauchet, “la religión para salir de la religión”

  Podríamos hablar de una posible “metarreligión” o “religión de segundo orden” futura: ver la religión como medio del individuo para servir al individuo que forma parte de nuestra comunidad privada de extrema confianza a nivel universal, igual que se llegó a concebir en la Era Axial a una divinidad centrada en el futuro humano (por lo tanto, una divinidad que sirve al ser humano... una contradicción con el criterio anterior de divinidad). Lutero concibió también una religión en la que todo ciudadano sería sacerdote. El futuro podría ser una "religión" que llevase a que todo individuo –ya no ciudadano, pues la ciudadanía se volvería innecesaria- fuese filósofo, científico, santo y poeta, protagonista de su propia trascendencia vivida en comunidad. Una vez alcanzado ese estadio –es decir, una vez que la cultura asimile esa concepción de la vida humana al permitir que la interiorice cada individuo a partir de su entorno inmediato- la misma religión ya sería innecesaria. La tecnología y la ciencia harían todo lo demás.

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