sábado, 25 de febrero de 2017

“La evolución de todo”, 2015. Matt Ridley

La evolución es una historia, una narrativa acerca de cómo cambian las cosas. Es una palabra cargada con muchos otros significados, de tipos de cambio particulares. Implica la emergencia de algo a partir de algo diferente. Lleva una connotación de cambio gradual y acrecentador, lo opuesto a revolución repentina. Es tan espontánea como inexorable. Sugiere cambio acumulativo a partir de comienzos sencillos. Comporta la implicación de cambio que viene desde dentro, más que dirigido desde fuera. También implica normalmente que el cambio no tiene meta, pero queda abierta la cuestión de dónde acabará. Y ha adquirido por supuesto el significado muy específico de la descendencia genética con modificación sobre las generaciones en las criaturas biológicas mediante los mecanismos de la selección natural.

El cambio en las instituciones humanas, artefactos y costumbres es creciente, inexorable e inevitable. Sigue una narrativa, yendo de una etapa a la siguiente; se arrastra más que salta; tiene su propio impulso espontáneo (…); no tiene meta o final en mente; y sucede en gran medida por prueba y error –una versión de la selección natural.

  Ver la evolución como paradigma del desarrollo humano, de forma en cierto modo paralela a como sucede en el ámbito de la naturaleza no humana, puede parecer algo simplista, pero el divulgador científico Matt Ridley se ha documentado bien y no cabe duda de que tiene mucho que decir al respecto.

La rueda que mueve la historia es el cambio acreciente mediante la prueba y el error, con la innovación impulsada por la recombinación, y esto se refiere a muchas más clases de cosas que meramente aquellas que tienen genes. Ésta es también la principal forma en que el cambio llega a la moralidad, economía, cultura, lengua, tecnología, ciudades, empresas, educación, historia, ley, gobierno, religión, dinero y sociedad

  ¿Cómo podemos interpretar esto? ¿En el sentido de que no podemos planificar nuestras expectativas de futuro, sino dejar que las cosas evolucionen por sí mismas?

La prosperidad, cuando crece, crece de forma orgánica sin ninguna dirección desde arriba. La división del trabajo [elemento humano fundamental en el desarrollo económico] ha emergido dentro de la sociedad. Ha evolucionado. Se ve estimulada por nuestro deseo natural de comerciar

Alimentar París y el funcionamiento de un ojo humano son manifestaciones de orden igualmente complejas. Pero en ningún caso hay un mando inteligente central. El conocimiento se dispersa entre millones de personas/genes. Está descentralizado

Déjenme darles dos listas. Primera: la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, el Tratado de Versalles, la Gran Depresión, el régimen nazi, la segunda guerra mundial, la revolución china, la crisis financiera de 2008: cada uno [de estos casos] era el resultado de toma de decisiones de arriba abajo por un número relativamente pequeño de gente que intentaba llevar a cabo planes deliberados –políticos, banqueros estatales, revolucionarios y demás. Segunda: el crecimiento del ingreso mundial, la desaparición de las enfermedades infecciosas, la alimentación de siete mil millones de seres humanos, la limpieza de los ríos y el aire, la reforestación de mucho del mundo rico, Internet, el uso de  créditos de teléfono móvil a modo de banco, el uso de la huella del ADN para condenar a delincuentes y absolver a los inocentes. Cada una de estas cosas fue un fenómeno inesperado, serendipítico, producido por millones de personas que no pretendían causar estos grandes cambios (…) Por supuesto, se pueden encontrar contra-ejemplos (…) Solo porque algo sea ordenado no quiere decir que sea diseñado. Con mucha frecuencia surge mediante el serendipítico prueba y error

  Sin embargo, sí debemos actuar como comunidad intencionadamente organizada en algunos casos…

Hay un papel vital para el gobierno a jugar en mantener la paz, hacer cumplir las leyes y ayudar a los necesitados

  No queda por ello muy claro el mensaje del libro en el que lo que más llama la atención es el apoyo al conocido ultraliberalismo económico (y cualesquiera que sean sus consecuencias políticas). Entre otras cosas, Ridley es de los que aseguran que la crisis económica del 2008 no tuvo por origen el exceso de liberalización en el mercado financiero, sino más bien que éste no se liberó lo suficiente. De hecho, se llega por ese camino a algunas afirmaciones contrarias a que los gobiernos asistan a los desfavorecidos…

Antes de que existieran Medicaid y Medicare cada médico comprendía que tenía una responsabilidad hacia los menos afortunados, y la asistencia médica libre gratuita era la norma.

  Por supuesto, nos consta que los menos afortunados padecían problemas de salud que resultaban mucho más graves que los que tenían los más pudientes antes de que llegaran a existir los programas de asistencia pública, a pesar de esa supuesta “norma” que haría innecesaria la intervención estatal. Pero todavía hoy, en las naciones con programas de asistencia sanitaria pública, los más acomodados pueden complementarlos con asistencia privada… y la “comprensión” de los médicos no parece jugar ningún papel en cambiar la situación más desfavorable para quienes no cuentan con tales medios. No existe tal “norma” de asistencia libre gratuita. Nunca existió más allá del margen relativo de la presión social por causa de la moralidad del momento, presión que hoy en día suele recaer precisamente sobre las instituciones estatales.

  Quizá el error de Ridley (y el de otros muchos) es no considerar que el auténtico factor de cambio social es la evolución de la moralidad, pues es ésta la que nos da, en general, los criterios de asociación entre los individuos (al fin y al cabo, sí es cierto que los individuos, y no solo el Estado, también se ven presionados por el entorno para actuar de forma más altruista). Todos los demás factores organizativos (tecnología, economía, administración, justicia) están subordinados a este, lo que se contradice con numerosas afirmaciones que aparecen en este libro. Como muchos ultraliberales, no olvida que Adam Smith era también un moralista.

La negociación moral entre la gente corriente gradualmente cambió las visiones comunes en la sociedad, con los maestros de la moralidad reflejando los cambios a lo largo del proceso. La moralidad, bastante literalmente, evolucionó

  La moralidad, en efecto, ha evolucionado en cuestiones tan evidentes como el rechazo a la homosexualidad o la aceptación del infanticidio o la pedofilia, pero también ha evolucionado en cuestiones económicas, en lo referente a la igualdad social, el papel de la usura, la condición de los trabajadores y los propietarios… Da la impresión de que ahí tenemos la auténtica evolución que afecta a los cambios sociales. Ridley no se olvida tampoco de los descubrimientos de Norbert Elías acerca de los cambios en el comportamiento, sutiles y casi imperceptibles para los actuantes, que precedieron los grandes cambios sociales del siglo XVI en adelante.

Elias se dio cuenta de que hemos internalizado el castigo por violar ciertas reglas (…) en forma de sentido de la vergüenza

  El “proceso de civilización”, no fue impuesto por la ley penal, ni por la acción política, sino interiorizado psicológicamente a medida que todo tipo de variables de comportamiento evolucionaban. Desde pequeñeces como sonarse la nariz en un pañuelo o no querer mostrarse en público desnudo hasta una concepción diferente de la moralidad por el rechazo gradual a los castigos penales crueles y públicos, tales cambios inconscientes acaban por tener consecuencias sociales y políticas. El hombre se civiliza (más el “hombre” que la mujer, pues ésta parece estar dotada de más capacidad para la empatía y la compasión que el varón). El resultado de este proceso en buena parte inconsciente es una sociedad que a su vez se condiciona por un entorno que los diversos factores sociales contribuyen también a crear.

  Primero, de forma inconsciente se percibiría la necesidad de cambiar el comportamiento social humano. Igual que en algún momento los Homo sapiens comenzaron a enterrar a sus muertos, en algún momento los individuos comenzaron a mostrar mayor consideración hacia la individualidad propia y ajena. Esta reacción aparece en algunos individuos antes que en otros y probablemente se da también antes en algunas subculturas específicas, como clases sociales altas, o monjes o renunciantes religiosos. Dentro de estas subculturas se fomenta esta tendencia mediante indicaciones y marcadores de comportamiento más o menos explícitos: educación, urbanidad, imitación, ejemplaridad…

La gente más rica y más urbana, en contra de lo que a veces sugieren los magazines de opinión, son menos materialistas, menos violentos, menos superficiales que los pobres y la gente del campo

  Matt Ridley podría atenerse a esta descripción evolutiva del comportamiento civilizatorio, pero en lugar de ello toma el camino de identificar el ultraliberalismo económico (cuyo sistema moral se basa en que cada uno busque su propio beneficio con independencia de cómo esto perjudique a otros) con una parte esencial del proceso evolutivo civilizatorio.

Mientras más abierto y libre sea el mercado, menos oportunidad hay para la explotación y la predación porque más fácil es para los consumidores boicotear a los predadores y para los competidores arrebatarles sus beneficios excesivos (…) Es todo lo opuesto al individualismo agresivo y egoísta que tantos clérigos y otros parecen pensar que es. El mercado es un sistema de cooperación de masas.

  En absoluto podemos decir que la economía de mercado no es agresiva y egoísta, puesto que se basa en la motivación exclusivamente egoísta del actor económico en constante competición con todos los demás actores. En realidad, el mercado es un sistema de cooperación solo en la medida en que existen límites morales a este egoísmo, límites que se reflejan sobre todo en el control que sobre el conflicto de intereses ejerce la autoridad reguladora.

  Esa libertad del mercado a la que se refiere Ridley no es otra cosa que la intervención de factores políticos impulsados por los deseos morales de quienes los dominan. La libertad de los competidores y consumidores obra en perjuicio de todos y cada uno de los comerciantes, porque si la única motivación del propietario de un bien es el propio beneficio ¿por qué va a respetar el complicado y molesto juego limpio de la economía de mercado? Mucho más beneficioso para el interés privado es establecer –mediante la violencia y/o el engaño- un monopolio que le dé el control total sobre los bienes del mercado. Y en realidad, siempre ha existido comercio y siempre ha habido capitalistas detentadores de beneficios... pero solo cuando el progreso ético creó las exigencias para un mercado igualitario a los factores económicos no les quedó más remedio que atenerse a las nuevas condiciones de igualdad. Y era la sociedad que había interiorizado la nueva moralidad, no los agentes comerciales, los propietarios de bienes y servicios, la que forzaba al Estado a que se obedecieran las nuevas reglas de mercado "libre" (de juego limpio, en suma) derivadas de la nueva moralidad.

  El mercado regulado impide la aparición de monopolios (fructíferos para el actor económico, perjudiciales para la comunidad) e indirectamente promueve el avance tecnológico que, desde la prehistoria, es el auténtico factor de progreso económico. Sin capacidad para imponer el monopolio (u oligopolio), al comerciante no le queda más remedio que optar por la mejora de la productividad y la tecnología. Se convierte en industrial como única forma de obtener beneficios.

Es el cambio tecnológico la principal fuente del incremento de los rendimientos (…) El nuevo y crucial ingrediente no era la disponibilidad del capital, sino la llegada de la innovación probada en el mercado e impulsada por el consumidor (…) ¿Pero la innovación solo sucede, o es en sí misma un producto que puede ser creado? (…) De la misma manera que el mundo simplemente fue tomado por sorpresa por la revolución industrial, puesto que emergió de miles de fragmentos individuales de conocimiento parcial más que de un plan, así cada innovación hasta hoy es el resultado de miles de personas intercambiando ideas. Nunca podemos predecir la innovación; solo podemos decir que emergerá misteriosamente en cualquier lugar donde haya gente libre para intercambiar.

    Lo malo es que si consideramos “misteriosa” la fuente de la innovación, podríamos caer en la superstición de pensar que existe una especie de divina providencia que lo resuelve todo por sí solo.

La solución a la explosión demográfica resultó ser la Revolución Verde y la transición demográfica. Los fenómenos que surgen más que la coerción y la planificación. La evolución, no la prescripción. Fue un fenómeno evolutivo, espontáneo y no planeado lo que ha detenido el crecimiento de la población

  La prescripción, la decisión humana, forma parte también de la evolución. La “Revolución Verde” fue una gran suerte (la energía nuclear no lo ha sido, igual que tampoco lo fue la propagación de epidemias por culpa de la práctica de la ganadería) pero la historia nos muestra ejemplos en los cuales la falta de coerción y planificación llevó al desastre de civilizaciones: casos de sobreexplotación de terrenos de cultivo, destrucción de bosques, exterminio de animales y plantas beneficiosos. Resulta muy peligroso confiar en una evolución ciega para resolver los problemas. Sin duda el desastre acabará creando alternativas... pero antes de que lleguen las soluciones el desastre tendrá que producirse primero, lo que implica el sufrimiento de muchos.

La causa real de la pobreza hoy –ahora que puede evitarse- es el poder incontrolado del estado contra la pobre gente sin derechos

  Esto es inaceptable hoy por hoy, puesto que sin Estado -y salvo que se produzca una nueva revolución en la moralidad humana- volveríamos al Neolítico donde los más fuertes abusarían de la pobre gente en su propio beneficio. En realidad, los “derechos” de toda persona, a falta de una fase definitiva del proceso civilizatorio (cambio moral, interiorización del comportamiento prosocial), solo puede garantizarlos el Estado. Para los agentes económicos determinantes (el poder de facto del propietario, comerciante, financiero o industrial) la “pobre gente” es solo una mercancía más, y solo el Estado democrático ha permitido que los más desfavorecidos vayan ganando “derechos”. Se dirá que si el origen del reconocimiento de derechos se encuentra en el avance moral, en tal caso no haría falta el desarrollo del Estado para evitar los abusos contra los desfavorecidos, ya que bastaría con que los agentes del mercado obraran moralmente… pero si los agentes del mercado fueran morales hasta ese punto es muy poco probable que se interesaran por el propio beneficio egoísta, que es la motivación indispensable de los emprendedores que buscan el éxito financiero…

  De momento, sabemos que la disminución gradual de la pobreza a lo largo de la historia ha evolucionado de forma paralela al incremento del poder de los Estados. Antes de los Estados modernos (Estados de soberanía popular) era cuando la pobre gente carecía no solo de derechos, sino siquiera de consideración humana válida. Los derechos aparecieron como consecuencia de la evolución moral en la cual el individuo pasó a formar parte de una comunidad universal de semejantes (en la mitología del Cristianismo: todos hijos de Dios por igual, dotados de alma inmortal).

  En realidad, las crisis surgen por sí solas, las especies se extinguen por sí solas y los modos de producción y organización social que surgen espontáneamente no tienen por qué ser tan felices. La formulación de nuevas estructuras políticas ha llevado a la aparición de nuevas estructuras económicas, pero detrás de todo ello está la evolución moral y ésa sí ha sido, hasta ahora, espontánea e incontrolable.

  Ridley es lo suficientemente honesto (o quizá desorganizado) como para señalar el éxito puntual de algunas empresas cooperativas en los mismos Estados Unidos. Incluso menciona una en la cual el empleado mejor pagado no supera en siete veces el salario que percibe el menos pagado, algo en extremo chocante sobre todo en Norteamérica, donde la desigualdad es espectacular. También podríamos mencionar el éxito de la economía planificada en la antigua Unión Soviética… éxito casi limitado a la carrera de armamentos y la exploración espacial, pero que en todo caso demuestra que la invención tecnológica y la organización de la producción pueden tomar todo tipo de formas. Más formas podrán llegar en el futuro, pero al igual que el marxismo se equivocaba creyendo que la estructura económica es fundamental en la organización social, también Ridley y los ultraliberales se equivocan en pensar que la renuncia a los poderes reguladores del Estado llevará a la aparición espontánea de riqueza y prosperidad. En cualquier caso, utilizar el supuesto paralelismo con la evolución biológica no parece una forma adecuada de demostrarlo.

2 comentarios:

  1. "Ridley y los ultraliberales se equivocan en pensar que la renuncia a los poderes reguladores del Estado llevará a la aparición espontánea de riqueza y prosperidad".

    ¿Cual es el error?

    Saludos.

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  2. Intenté explicarlo en la reseña: sin poderes reguladores del Estado los capitalistas tenderán a lo que más beneficio les proporcione, lo cual es, claramente, el monopolio -las mafias. No el libre mercado del juego limpio. Para jugar limpio, o bien necesitamos un alto nivel moral que nada tiene que ver con la codicia personal (Benjamin Franklyn ya escribió sobre eso), o bien un Estado que vele porque se cumplan las reglas (por ejemplo, con las leyes antimonopolio).

    En todos los juegos de psicología social, tipo "del prisonero", la búsqueda del beneficio personal incluye, naturalmente, la traición y el engaño. La búsqueda de beneficio personal siempre es antisocial.

    Lo que vivimos hoy es una mezcla de mejora moral (una reputación de honestidad favorece la confianza y por tanto los negocios, como escribió Franklyn) y control político del Estado (el Estado democrático vela por el bien común). Un exceso de poder del Estado podría llevar a su corrupción de éste y que se convirtiera en un factor monopolista del interés privado. Un "exceso" de moralidad -en mi opinión- llevaría a la desaparición del Estado, del capitalismo y de la economía de mercado. Claro que en el paraíso tampoco se viviría tan mal...

    Si tienes alguna lectura o idea que sugerirme al respecto, te lo agradecería.

    Gracias por tu interés, en cualquier caso.

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