lunes, 11 de noviembre de 2013

“El alma primitiva”, 1927. Lucien Lévy-Bruhl

  ¿En el principio fue la mística? Lucien Lévy-Bruhl llegó a ser conocido mundialmente por su teoría de que “el hombre primitivo” (que es, nunca lo olvidemos, la base genética que conforma nuestro propio ser) posee una “mentalidad prelógica”, es decir, que su forma de interpretar el mundo parte, no de la observación objetiva de las causas y los efectos, sino de una participación de experiencias objetivas y subjetivas dentro de la cual ostentan la supremacía las interpretaciones sobrenaturales de todos y cada uno de los hechos trascendentes de su entorno.

Para la mentalidad primitiva, bajo la diversidad de las formas que revisten los seres y los objetos en la tierra, circula una misma realidad esencial. (…) Esta realidad misteriosa no puede, como es el caso de la sustancia universal de nuestros metafísicos, presentarse bajo la forma de un concepto. (…) Se la dio a conocer por vez primera [en las ciencias sociales] bajo el nombre de “mana”

El mana está unido a todas las cosas, puede ser bueno o maléfico. Siendo intangible, puede manifestar su presencia. (…) Es una de estas categorías vastas e indistintas cuyo contenido emocional es más patente que el intelectual.

El primitivo ve perfectamente, al igual que nosotros, la distancia que separa en general una piedra de un árbol y este árbol de un pez o de un pájaro, pero no lo siente como nosotros. La forma de los seres no le interesa más que cuando le permite adivinar lo que estos poseen de mana. (…) Los seres son todos receptáculos de estas fuerzas místicas.

   Lucien Levy-Bruhl fue un notable erudito señalado hoy como uno de los creadores de la moderna antropología, ya que distinguió esta disciplina del resto de las ciencias sociales en tanto que relacionaba los datos etnográficos sobre pueblos exóticos también con el hombre contemporáneo, lo cual da aún más valor a su percepción del mundo místico del hombre primitivo

El indígena no pretende disponer los objetos en series de clases, géneros y especies, sino que intenta desgajar en los objetos la presencia y las predisposiciones benévolas u hostiles de esa esencia o fuerza, el mana. (…) El éxito o el fracaso en la caza, en la pesca, en el cultivo de las plantas, depende antes que nada de la fuerza o de las fuerzas misteriosas, invisibles.

El primitivo pasará cerca de una roca o una piedra sin prestarle atención, pero por poco que alguna cosa de la misma detenga su mirada y dañe su imaginación, bien porque la forma sea extraña, su posición curiosa, o su dimensión anormal, al acto revestirá el carácter de estar investida de fuerza mística y, apropiándosela, aumentará su mana.

   No es lo que uno pensaría inicialmente. Uno pensaría que el hombre primitivo, que vive en medio de la naturaleza y cuya cultura iletrada aparenta ser tan básica y sencilla, carente de toda sofisticación, estaría acostumbrado a la observación ingenua y objetiva de las realidades más primarias. Pero Lucien Lévy-Bruhl, muy en la línea de los primeros intérpretes de las recolecciones etnográficas, se da cuenta de que el hombre primitivo vive rodeado de significaciones y de interpretaciones preconcebidas e irracionales que afectan su experiencia.

   ¿Qué es lo “místico”? En el sentido que lo utiliza Lévy-Bruhl, por lo menos (hay otras definiciones), coincide básicamente con lo que de forma común llamamos "superstición", es decir, atribuir a los fenómenos del azar unos efectos intencionales de los que tenemos noticia por la tradición: el número trece trae mala suerte o un bello sol al amanecer significa que hoy todo va a irnos muy bien. Si una suma de “supersticiones” se pone en función de un entramado más o menos coherente (“el número trece trae mala suerte porque viola el orden del número doce, que es el número de lunas que aparecen a lo largo de un año”) puede formarse una “realidad mística” con sus derivaciones mitológicas ("historia mítica"). En el mundo social del hombre primitivo, todas las costumbres girarían en torno a estas “supersticiones” asentadas por la tradición.

A los ojos del malayo, los tigres son seres humanos que para alcanzar sus fines toman la forma de un tigre. (…) Existe la creencia extendida de que el brujo toma la forma de un animal. 

Los muertos a veces aparecen bajo forma de animales.

Un nativo se considera sobrino de un cocodrilo porque su padre ha soñado que un cocodrilo lo ha llamado para convertirse en su hermano de sangre. (…) Para la mentalidad primitiva no es insólito ni absurdo que un animal aparezca bajo forma humana. 

   Pero ¿por qué esto es así? Lévy-Bruhl y otros eruditos de su época, como Frazier, Tylor, Malinowski o Spencer, trataron de determinar el origen de esta sucesión de “disparates” que tanta importancia tiene en las culturas ancestrales. Las especulaciones al respecto variaban: podía tratarse de una derivación de la angustia ante la muerte, o del asombro ante lo incomprensible del mundo natural, o una consecuencia de la experiencia nocturna del mundo de los sueños, o de los delirios derivados de enfermedades, situaciones de estrés o ingestión de alucinógenos (los “estados alterados de consciencia”).”

   Hoy en día parece predominar la opinión de que incluso los animales se vuelven “supersticiosos” con facilidad (es decir, que retienen en la memoria falsas relaciones causa-efecto) y que todo deriva, por contradictorio que pueda parecer en un principio, del uso de la observación objetiva en la lucha por la supervivencia: el rastreo de la causa de todo efecto... en la forma que nos sea más favorable para nuestros intereses (lo cual suele llevar al autoengaño).

   La acción no puede posponerse, y ahí está el gran problema. Si el hombre primitivo fuese un filósofo podría especular a largo plazo acerca de por qué el rayo golpea el árbol o porqué la fiera retorna a su guarida. Pero como se trata de sobrevivir a corto plazo sólo tiene la oportunidad de establecer una conexión causal inmediata y esto sólo lo puede realizar a partir de su propia experiencia interna, es decir, a partir de los propios estados emocionales del ser humano: el rayo está enfadado contra el árbol y lo hiere: el rayo es colérico y peligroso; el rayo tal vez lo ha creado un brujo; tal vez sea un brujo muerto que exige que se le ofrezcan alimentos en su tumba; y si la fiera retorna a su guarida es porque no es diferente al hombre, que también tiene un lugar al que regresar, luego la fiera es intelectual y emocionalmente equiparable al ser humano.

No podemos suponer que los primitivos tengan atisbo alguno de curiosidad especulativa, de deseo de saber por saber. Donde ese deseo existe es extraordinariamente débil. El primitivo encuentra suficiente satisfacción en las explicaciones místicas que su mentalidad se encarga de tener preparadas para cada caso concreto. (…) Se trata de representaciones colectivas poco nítidas en las cuales los elementos emocionales predominan y camuflan profundas contradicciones que no son percibidas ni sentidas.

El primitivo no tiene la idea de un encadenamiento más o menos complicado de fenómenos que se condicionan. La oposición entre la materia y el espíritu no existe en la mentalidad primitiva. No hay materia o cuerpo de donde irradie cierta fuerza mística diferenciada, sino que ambos se confunden. Tampoco hay realidad espiritual que no constituya un ser completo. 

    La teoría de Levy-Bruhl acerca de la “mente prelógica” del hombre primitivo ha sido muy criticada, incluso por el mismo Levy-Bruhl al final de su vida, pero, en términos generales, los estudiosos más modernos, como Alexander Lúriya, han llegado a confirmar que el funcionamiento de los procesos cognitivos entre los pueblos de culturas menos evolucionadas ("culturas orales") obedece a pautas sorprendentemente diferenciadas de las nuestras.

   En estos casos, la cognición no funciona en términos de las relaciones causales incluyentes, por el estilo de silogismos del tipo de “si la lluvia beneficia el huerto porque moja la tierra, el riego con una manguera también lo beneficiará porque también mojará la tierra”, más bien al contrario, los individuos tienden a responder en términos de su experiencia cotidiana, aunque a nosotros nos resulte difícil comprenderlo. Estos sujetos no perciben los silogismos como un sistema lógico unificado, no les atribuyen un carácter lógico de afirmación universal, sino que convierten cada parte del silogismo en algo parcial que no puede tener relación lógica con la parte correspondiente y de la cual se puedan extraer las correspondientes conclusiones. Ellos no han visto nunca una manguera, y un tubo por el que corre el agua no es lo mismo que la lluvia. Que la lluvia moje el huerto no quiere decir que necesiten el agua de una manguera por mucho que puedan comprender cómo funciona ésta, pues su experiencia les dice que lo que necesitan es la lluvia. La experiencia también les dice que si hoy no llueve, tal vez mañana la magia del brujo logre hacer caer la lluvia que se retrasa. Todo esto no es menos absurdo que el hecho de que el Imperio Romano, con su riqueza, su prolongadísimo periodo de paz y estabilidad política, sus conocimientos científicos, su concentración monetaria y sus clases privilegiadas gustosas del lujo, fuese incapaz de inventar la imprenta, el reloj de cuerda o la locomotora a vapor cuando disponían de toda la tecnología básica necesaria para ello.

   Las representaciones colectivas de los individuos civilizados suelen obedecer una serie de leyes generales, como por ejemplo la ley de la identidad, la de la contradicción, la causalidad, la generalización, la abstracción y la clasificación. En cambio, las representaciones de los hombres primitivos no son exclusivamente cognitivas, sino que están muy mediadas por factores emocionales y motores. Además, el pensamiento de los individuos primitivos parecía tener, por lo menos en ciertas tribus, un recurso constante a la memoria, mucho mayor del que se encuentra en el pensamiento civilizado, y que vendría a convertirse en soporte vital del pensamiento.

   Levy-Bruhl atribuye a la mentalidad primitiva una carencia para las operaciones lógicas en sentido estricto, u “operaciones discursivas del pensamiento”. Esto sería que en un gran número de sociedades inferiores parece darse un conjunto de hábitos mentales que excluyen el pensamiento abstracto y el razonamiento propiamente dicho. Los principios de contradicción y de identidad son operaciones discursivas características del pensamiento del individuo civilizado, y son, desde luego, principios lógicos, pero estos no están presentes en el pensamiento primitivo, sino que, en lugar de ellos, se observa una “ley de la participación”, que es una forma de mediar entre la identidad y la contradicción.

   En esta “participación” confluiría toda la masa de la experiencia subjetiva y objetiva de forma que se hace inviable una distinción clara entre asuntos lógicamente relacionados. Una mentalidad gobernada por la ley de la participación es lo que Lévy-Bruhl llama también “una mentalidad prelógica”, que no carece de cualquier lógica, pues las operaciones mentales de los individuos a nivel práctico son perfectamente lógicas... pero no sería lógica en general en lo referente a las representaciones colectivas.

En el culto occidental a las reliquias se extiende irresistiblemente el fervor a las pertenencias del dios o personaje mítico. Se produce una transferencia psicológica instantánea. Pero no parece suceder lo mismo entre los primitivos. La participación entre el individuo y las pertenencias no resulta de una transferencia bajo la influencia de la emoción, sino que es original, inmediata.

Comparada con la de ellos, la individualidad del hombre occidental parece haber sufrido una reducción, una suerte de encogimiento. Las pertenencias son para el primitivo partes integrantes del individuo, mientras que para nosotros no son más que dependencias. 

Para el primitivo, la imagen propia reflejada en el agua no es una reproducción del original distinta de éste. Es este mismo original. (…) Quizá se diga que hasta el primitivo más primitivo sabe muy bien que su imagen o su sombra es una cosa y que él mismo es otra. Este hecho no contradice que en la mentalidad primitiva lo que predomina no son los elementos objetivos controlados por la experiencia, sino los elementos místicos.

La mentalidad primitiva practica poco la abstracción. Muchas lenguas primitivas no se preocupan de distinguir ordinariamente el plural del singular. (…) Se representa en números propiamente dichos con dificultad; [el hombre primitivo] recurre más bien, cuando lo necesita, a números concretos, conjuntos-números (una docena, los dedos una mano…) Para el primitivo, la imagen de un ser es un ser, el original es otro ser: son dos seres, y sin embargo es el mismo ser. Dos en uno o uno en dos, para él no es nada extraordinario.

En los dibujos y esculturas del primitivo no se muestran demasiado cuidadosos por copiar exactamente la forma y las proporciones de los modelos. (…) No entienden la semejanza de la misma manera que nosotros la entendemos.

   Hay que decir que Levy-Bruhl, a diferencia de otros pioneros de la antropología que lo precedieron, como Tylor o Spencer, no era racista. Se había dado cuenta de que la mentalidad prelógica del hombre primitivo, aunque tal vez irreversible en los adultos, no era una limitación intelectual innata, sino fruto del efecto del entorno social, de la religión y cultura ancestrales. Levy-Bruhl no afirma que los primitivos no sean inteligentes por ser prelógicos, sino que parten de premisas diferentes, que son razonables con premisas no propias de la lógica aristótelica. Esto equivale a decir que el hombre primitivo es acientífico y acrítico. La mentalidad prelógica tiene una causa social, no psicológica.

  Muy bien podía haber subrayado Levy-Bruhl que también el hombre occidental de su tiempo se veía cognitivamente limitado por la experiencia social de las tradiciones y también podía haber concluido que, muy probablemente, el avance de la civilización (habido y por venir) se basa en la remoción de diversas barreras cognitivas aún existentes y no perceptibles en su momento como tales barreras.

   La igualdad entre el hombre y la mujer, la inexistencia de los seres sobrenaturales, o el estorbo que la violencia humana y las diferenciaciones nacionales y lingüísticas suponen a la cooperación plena, son conclusiones lógicas provenientes de la observación objetiva y que, sin embargo, tardaron o tardarán mucho en imponerse a la tradición. Del asombro ante las limitaciones cognitivas del hombre primitivo podríamos pasar al asombro ante nuestras propias limitaciones…

Con ayuda de ciertas drogas o fetiches algunos hombres dicen adquirir el poder de transformarse en hombres-leopardos. Cuando el brujo que quiere la muerte de alguien fabrica una imagen, la imagen participa del modelo.(…) La mentalidad primitiva es poco sensible a la diferencia que nosotros vemos entre lo animado y lo inanimado.

Los primitivos apenas se representan al individuo en sí mismo. Un individuo sólo existe para ellos en tanto que participa en su grupo o en su especie. A los ojos de un primitivo, la esencia mística de un ser tiene mucha mayor importancia que su apariencia exterior. Ciertos objetos de madera o de piedra pueden considerarse a la vez como el cuerpo de un hombre y de su antepasado totémico, y pueden convertirse en el doble del individuo. 

En el espíritu de los blancos se forma un dualismo, en el de los indígenas una dualidad. El misionero cree en la distinción entre dos sustancias, una corporal y perecedera, y otra espiritual e inmortal. (…) Para la mentalidad primitiva resulta extraña esta oposición entre sustancias: ellos sienten que todos los seres son homogéneos, todos son cuerpos o tienen cuerpo, y todos poseen en cierto grado las propiedades místicas. La mentalidad primitiva desconoce incluso la diferencia entre los que nosotros llamamos seres animados e inanimados. Todos ellos participan del mismo mana. Los animales, las plantas y los objetos tienen “dobles” igual que los hombres, y estos dobles forman parte de su individualidad, son ellos mismos. 

  Se ha considerado que Levy-Bruhl llega a exagerar un poco en lo referente a que la “mente prelógica” del primitivo no distingue entre realidad y fantasía. Es posible, por una parte, que la idea de “realidad” no exista de la misma forma en sus lenguas ancestrales que en la nuestra y, por otra parte, antropólogos “de campo” posteriores a Levy-Bruhl han demostrado que cualquier concepto lógico del lenguaje moderno puede ser comprendido por cualquier hablante de una lengua autóctona propia de un “pueblo primitivo”: las causas, contradicciones y similitudes evidentes, aisladas del contexto social, también son perceptibles para ellos.

   En cualquier caso, dentro de la cultura de las sociedades primitivas, incluso las más impactantes ideas acerca de la muerte y el más allá coinciden en parecidas características aparentemente “prelógicas” que tal vez no sean tan diferentes a las de religiones más modernas.

La muerte produce en los otros una sensación muy profunda. (…) La muerte es contagiosa. (…) El lugar donde alguien ha muerto ha debido de ser visitado necesariamente por espíritus antes del acontecimiento. (…) La muerte es contagiosa por razones místicas y materiales, inseparables. (…) Quienes han tomado parte en las ceremonias fúnebres deben pasar por un proceso de purificación. (…) Los ritos funerarios tienen por objeto impedir que el muerto, a pesar de su resistencia, permanezca en contacto con los vivos.

El ser vivo verdadero es el grupo, y los individuos solo existen por y para él. Es, pues, el grupo el que se siente directamente afectado. Esta muerte le acarrea la pérdida de una parte de su sustancia. 

El primitivo, por lo general, cree en la supervivencia de los muertos. El muerto cesa de formar parte del mundo de los vivos, pero no deja de existir. Pasa a otro mundo donde continúa viviendo más o menos tiempo en nuevas condiciones. Los muertos se hayan abocados a llevar una vida bastante semejante a la de aquí abajo. (…) La otra vida es una continuación de ésta, sólo que se haya uno despojado de su cuerpo.

Al ver que el cuerpo se destruye, el primitivo es refractario a la idea de resurrección. 

El muerto permanece en los alrededores durante los primeros días, invisible o tomando la forma de un animal. Matar un muerto no es algo por completo absurdo para estos indígenas que creen que la vida del otro mundo continúa la de éste: en ella se come, se bebe, se duerme, y también se muere. 

No debe confundirse la supervivencia, universalmente admitida por los primitivos, con la inmortalidad, de la cual no tienen ni un amago de sospecha. El africano dirá, casi de un tirón, que los muertos se han ido a una gran ciudad subterránea donde todo es puro, o que han partido hacia algún rincón lejano del este o del oeste. (…) La mayoría de los bantús, no todos, creen que los muertos vuelven a nacer. Los muertos viven, y de su buena voluntad depende la infelicidad o el infortunio de los que todavía están en la tierra. (…) Los escépticos son raros en estas sociedades. Los incrédulos lo son todavía más. 

Los primitivos se plantean preguntas acerca de los muertos. Pero no son de ese tipo de preguntas que, para nosotros, tendrían importancia primordial. Para nosotros el problema del destino individual predomina sobre los demás. (…) Para el primitivo no hay apenas destino individual ni tampoco eternidad. (…) No tiene por qué preguntarse acerca de lo que será de él en el otro mundo. Ya lo sabe de antemano. El clan existe allá abajo igual que existe aquí. Ocupará allí su lugar según su rango. (…) La idea de un castigo o una recompensa por la conducta que se ha llevado en la vida terrestre no les pasa por la cabeza. 

La mayor desgracia sería carecer de hijos porque los miembros del clan muertos no pueden prescindir del culto ni de las ofrendas a cargo de sus descendientes. (…) En las islas Fidji los hombres que tenían la mala fortuna de no haber tenido hijos eran muy desgraciados. Temían encontrarse en la ultratumba con sus ancestros, furiosos contra el miserable que no había dejado descendencia para continuar el culto familiar. 

Los muertos no son espíritus ni almas, sino más bien seres semejantes a los vivos, solo que decaídos y disminuidos, aunque aún poderosos y temibles. Cuando se aparecen tienen el aspecto de fantasmas. Tienen un cuerpo similar al nuestro, solo que sin consistencia ni espesor.

¿Qué es de los muertos a la larga? , ¿se conserva su individualidad? (…) Si se tratara de almas puramente espirituales serían inmortales de una vez por siempre. Pero en ninguna parte se imagina esa otra vida carente de fin. (…) Algunos dicen que tienen que morir tres veces, otros dicen que siete. (…) Pero todos están de acuerdo en que, después de haber degenerado por causa de las muertes sucesivas, terminan por quedar aniquilados de hecho. (…) Se admite en casi todas partes que los muertos acaban por desaparecer definitivamente 

  ¿Llevan necesariamente el misticismo y la mentalidad prelógica al fatalismo?

Para la mentalidad primitiva, una desgracia es siempre signo de que vienen otras tras ella.

Su derecho consuetudinario muestra que su conocimiento del bien y del mal es, en sustancia, el mismo que el nuestro. Con todo, sostienen ese principio paradójico según el cual la parte lesionada se hallará al albur de la dominación de las potencias malignas, quedando, en cambio, inmune a ella el culpable. La parte lesionada queda bajo la influencia de la mala suerte, así como también la comunidad entera. 

  ¿Es concebible la idea de un “hombre natural” plenamente racional, observador objetivo del mundo puramente material que lo rodea? No, en absoluto. La mente humana es una especie de mente animal excepcionalmente atiborrada de información, de memoria, de capacidades intelectivas inusitadas y de estados alterados de conciencia (sueños, delirios, fantasías) para los cuales no está en absoluto preparada, dado lo reciente de su aparición en el contexto de la larguísima historia evolutiva de los mamíferos. La superstición, la tradición y la mitología han sido las defensas que el cerebro ha creado para poder sobrellevar el peso abrumador de semejantes novedades. Y, pensándolo bien, no nos ha ido tan mal hasta ahora: tras una larga y agitada evolución cultural (superpuesta a la evolución biológica) hemos creado nuevas tradiciones sobre antiguas tradiciones, hemos creado símbolos que nos indican salidas cognitivas, instrumentos de mejora en las costumbres y, sobre todo, religiones (ideologías emotivas orientadoras).

   Sólo cuando la mente humana quede del todo alejada de la naturaleza será el ser humano capaz de hacerse cargo de ésta. El observador debe distanciarse de lo observado.

lunes, 4 de noviembre de 2013

“La gran divergencia”, 2011. Peter Watson

  Peter Watson, el erudito divulgador de ciencias sociales, nos ofrece con este libro un compendio de teorías acerca del sentido de la civilización, es decir, acerca del sentido de la naturaleza humana. ¿Podemos saber si la humanidad está destinada a desarrollarse socialmente en una determinada dirección y no en ninguna otra?

  Lo que se ha llamado “arqueología cognitiva” ofrece un fascinante método: la observación crítica de la gran divergencia entre el proceso civilizatorio de las culturas euroasiáticas y el de las culturas de la América precolombina nos mostraría lo que hay de innato en la organización social humana, dado que estos dos ámbitos poblacionales se crearon separadamente, sin contacto alguno, hasta 1492.

El presente libro gira en torno a la naturaleza humana, acerca de los rasgos diferenciales significativos, acerca de las causas de esa diversidad en las conductas y acerca de sus efectos en el devenir de la historia.

El mundo físico habitado por los pueblos primitivos, es decir, su paisaje, su vegetación y su fauna, además de sus rasgos climáticos dominantes, su latitud y la relación existente entonces entre la tierra firme y el mar, determinaron la ideología de los seres humanos, sus creencias, prácticas religiosas, estructura social y actividades comerciales industriales y, a su vez, la ideología, una vez surgida y constituida en un todo coherente, determinó la interacción típica entre los seres humanos y el medio.

   Inmediatamente parecen apreciarse algunas diferencias fundamentales entre los "dos mundos" surgidos por separado, expresadas sobre todo mediante el mensaje religioso, el núcleo explicativo más evidente de las sociedades antiguas.

La fertilidad fue la principal preocupación de las religiones del Viejo Mundo y la existencia de mamíferos domesticados ha sido otra influencia decisiva en su devenir histórico. (…) Por el contrario, en el Nuevo Mundo, las influencias dominantes fueron un clima extremo y virulento, y la mayor disponibilidad, variedad y abundancia de sustancias alucinógenas. 

    Conviene precisar lo que se refiere a las sustancias alucinógenas, que supone una de las sorpresas entre las teorías de este libro:

Los pueblos del Nuevo Mundo tuvieron una experiencia mucho más vívida y certera de la divinidad. (…) En América, debido a la abundancia de alucinógenos, la existencia del mundo de lo sobrenatural era algo mucho más convincente.

   Todo esto nos lleva al fenómeno social del “Nuevo Mundo” que resulta más chocante: la extremada violencia de los cultos religiosos de las civilizaciones mesoamericanas:

Solo acontecimientos extraordinarios pueden explicar la práctica para nosotros bárbara y sin embargo universal del sacrificio humano. 

En los cultos del Nuevo Mundo lo que más importancia tenía era el deseo de evitar que ocurrieran cosas: conjurar vendavales, terremotos, erupciones volcánicas, olas gigantescas o ataques de jaguares. Mientras que en las religiones de la fertilidad del Viejo Mundo la principal manifestación era la rogativa, en el Nuevo Mundo era la propiciación, consistente en pedir al dios que no haga algo. (…) En un medio así, puede que el hombre primitivo pensara que los dioses no sólo estaban enfadados sino que, además, estaban insatisfechos con las ofrendas que se les hacían, que no eran suficiente. 

Los dioses principales del Viejo Mundo eran sensibles a la devoción. Los dioses del Nuevo Mundo eran impredecibles y aparentemente imposibles de apaciguar. 

   Con todo, la línea de salida de ambos procesos de civilización habría sido la misma: la religión chamánica, la primera religión de la humanidad.

El chamanismo es una religión de cazadores y probablemente fue la primera manifestación de actividad religiosa, disciplina espiritual y práctica médica que evolucionó. (…) El chamanismo se centra sobre todo en la necesidad de acabar con vidas (de animales) para mantener la propia. El ser humano debe pagar por las almas de los animales que necesita matar para sobrevivir, de modo que el chamán vuela hasta el dueño de los animales para negociar un precio.(…) Por medio del trance el chamán puede viajar por diversos niveles cósmicos para realizar hazañas beneficiosas para la comunidad.

Existen similitudes asombrosas, nada fáciles de explicar, entre ideas y prácticas chamánicas de lugares tan distantes como el Ártico, Amazonia y Borneo.

  Y de este principio evolucionaron las religiones más complejas

La evolución de la ideología propició el abandono del chamanismo. El origen de la religión no chamánica se produce cuando aparecen seres humanos representados como dioses, y esto supuso un cambio de mentalidad antes de que se produjera la domesticación de plantas y animales.

    No es nada fácil sacar conclusiones de todo esto. De hecho, la suma de factores como la escasez de animales domésticos, la abundancia de alucinógenos y la frecuencia de cataclismos naturales no puede convencernos del todo de que ése es el origen de la frecuencia aterradora de sacrificios humanos masivos, guerras constantes y rituales sangrientos en culturas como la maya o la azteca. Peter Watson es consciente de ello:

El dolor tenía un sentido religioso. (…) El ascetismo, el estoicismo y la fortaleza eran admirados y valorados en las civilizaciones del Nuevo Mundo.(…) No sabemos como se origina este sistema y probablemente no lo sabremos jamás. 

   Y sin embargo, la cuestión de la violencia no es de importancia secundaria. Muy al contrario, es el centro de todo el desarrollo civilizatorio humano, pues es el control de la violencia lo que permite a las comunidades humanas cooperar y prosperar.

El conflicto prácticamente constante entre pastores nómadas y agricultores en el Viejo Mundo se prolongó entre los años 1200 ac y 1500 dc. Propició el fin de la Edad de Bronce y la aparición de las religiones de la Era Axial, la gran mutación espiritual que implicaba el rechazo a la violencia y que culminó en el monoteísmo. 

De la revolución ética surge el concepto de “santidad” como una condición excepcional.

   Esta teoría acerca del desarrollo civilizatorio en el Viejo Mundo, en el fondo, tampoco nos aporta mucho más que una orientación: la existencia de una amplia zona de grandes llanuras en Eurasia habría dado lugar a la forma social de los pueblos pastores nómadas, especialmente capacitados para la guerra (disponían de caballos, estaban habituados a las reyertas, podían moverse y atacar en grandes grupos… y todo pastor era un soldado, a diferencia del agricultor); los pastores habrían entrado en conflicto con las civilizaciones agrícolas en las tierras circundantes, pero queda por explicar por qué este fenómeno de violencia dio lugar a una reacción pacifista, mientras que la violencia de los pueblos de Mesoamérica no dio lugar a tal reacción, sino, muy al contrario, a la intensificación de las mismas prácticas violentas

En el Nuevo Mundo, en lugar de ser abolido, el sacrificio humano se fue extendiendo más y más. Los dioses airados del Nuevo Mundo nunca estaban del todo aplacados. (…) El culto no era eficaz y esa es la razón por la que los profesionales de los ritos alentaran la guerra para crear amenazas que pudieran controlar.

Algunos califican la religión azteca de “paranoia cósmica”. (…) Los volcanes activos pudieron intensificar la paranoia y la violencia en la sociedad azteca. La guerra debía considerarse la principal ocupación de los aztecas. 

En México, la superioridad militar dependía de un mayor nivel de conocimientos, organización social y moral. Esto se logró con el desarrollo de la ideología: los guerreros estaban imbuidos de un fanático celo religioso. 

   ¿Las guerras incontroladas producidas en el Viejo Mundo por los pueblos pastores nómadas conllevaron una reacción pacifista mientras que las guerras controladas en el Nuevo Mundo conllevaron una perpetuación de la violencia? Podemos dudar de esta conclusión, pero tampoco parece tan fácil presentarle una alternativa.

  Peter Watson recoge bastante fielmente los planteamientos de dos autores actuales muy conocidos: Jared Diamond y su teoría de la diferencia entre el eje geográfico norte-sur de América (menos propicio a la difusión de innovaciones culturales) y el eje este-oeste de Eurasia (más favorecedor a la difusión de innovaciones culturales), y Karen Armstrong, que desarrolla la teoría acerca de la “Era Axial” y las religiones compasivas (la supuesta reacción a las agresiones nómadas) -estas teorías, naturalmente, tampoco son creaciones originales de estos autores, sino que Diamond y Armstrong las han actualizado y difundido en los últimos años-. Parecen existir ciertos indicios de que algo de todo esto puede fundamentarse en hechos: incluso en México llegaron a existir la duda y la compasión.

En la sociedad azteca reinaba una ambivalencia filosófica que oscilaba entre un militarismo feroz y los sacrificios humanos, por una parte, y, por otra, ideas de benevolencia, humildad y compasión. Pero se impusieron las fuerzas del militarismo. 

Los aztecas conocían la capacidad de dudar, de contemplar con escepticismo los mitos. Muchos ejemplos de introspección en la poesía azteca eran obra de los tlamatini (“los que saben cosas”), que eran conscientes de la diferencia entre los conceptos basados en la observación y la experiencia, y los basados en la magia y la superstición. Hubo grafitis mayas, lo que hace pensar que durante algún tiempo el alfabetismo estuvo más generalizado de lo que se creyó originalmente. 

Ocurrió algo nuevo en Mesoamérica hacia entre 900 y 1000 dc. Los expertos creen que Quetzalcoalt fue originalmente una figura de carne y hueso, un gobernador real que también adoptó la consideración de dios. (…) Durante su reinado estalló una controversia religiosa sobre qué víctimas eran apropiadas para el sacrificio. Quetzalcoalt se oponía al sacrificio humano. (…) Si fue un personaje histórico, estos acontecimientos constituyen un paralelismo con lo ocurrido en el Viejo Mundo al final de la Edad de Bronce. (…) Sus ideas iban contra las prácticas tradicionales que imperaron durante siglos. Pero mientras que este pensamiento daba en el Viejo Mundo el paso a la Era Axial, en América se perdió el debate. (…) La controversia religiosa en Tula (oposición de Quetzalcoalt al sacrificio humano) fue un gran acontecimiento recordado por la cosmología azteca. (…) Los sacerdotes de Quetzalcoalt debían someterse a un largo y austero entrenamiento. (…) Los sacerdotes-chamanes devinieron una clase importante dentro de la sociedad. 

  Si es cierto que llegó a existir un debate acerca del sentido de la violencia religiosa, esto demostraría un paralelismo universal entre las civilizaciones del Nuevo y el Viejo Mundo. Que “Quetzalcoalt” perdiese la partida en el año 1.000 dc no quiere decir más que eso, porque mucho antes también Akenatón perdió la partida del monoteísmo en Egipto que reaparecería más tarde, y, asimismo, el escepticismo racionalista de los epicúreos fracasó en su tiempo para ser retomado mucho más tarde. Si se guardaba el recuerdo del dios que rechazó la tradición y pretendió crear un mundo menos violento, es muy probable que su doctrina, no olvidada, habría acabado por triunfar más adelante.

Las ideologías del Viejo Mundo cambiaron más a menudo y más radicalmente que las de las Américas. 

Se da un cambio gradual en el Viejo Mundo que va de la adoración de la Gran Diosa a la adoración de divinidades masculinas. (…) Este cambio se dio hace unos 3200 años y de forma prácticamente universal. (…) Por entonces las guerras eran mucho más frecuentes. Los valores masculinos cobraron más importancia que los femeninos, la humanidad se volvió “heroica”. Entre el 3000 y el 1000 ac se produjo la expansión del pastoreo nómada.

   Pero eso no quiere decir que esos cambios u otros muy parecidos no llevaran camino de producirse en otros entornos geográficos, incluso sin pastores nómadas. El hecho es que, con una menor población y la dificultad para las comunicaciones que suponían las montañas y el eje norte-sur del contenido americano (los aztecas nunca llegaron a saber de la existencia de los incas) no debe sorprendernos esta lentitud en los cambios de las ideologías (o religiones) del Nuevo Mundo.

    Peter Watson también aborda en su libro la cuestión del conocido estancamiento de las civilizaciones del Este de Eurasia:

Oriente quedó rezagado de Occidente por la fragmentación progresiva de las rutas comerciales, por el repliegue de China (la ideología del confucionismo menospreciaba el anhelo de ganancias comerciales e industriales) y por la peste, que afectó mucho más a Asia que a Europa en el siglo XIV. Al contrario que los teólogos cristianos, los intelectuales chinos buscaban la iluminación, no explicaciones. (…) Es característico del conocimiento iluminado que no sea posible expresarlo con palabras. En China las nuevas ideas se incorporaban siempre a las teorías ya existentes. 

     Al final, la conclusión es que el triunfo de Occidente tuvo lugar debido al surgimiento, por una serie de causas del entorno, de una ideología menos violenta, más cooperativa y que aportaba una cierta concepción de progreso, resultado de la combinación de una serie de ideologías previas: racionalismo griego, compasión india y monoteísmo judío.

La ciencia comenzó en jonia, una región que no pertenecía a ningún estado poderoso, habitada por un pueblo marinero en una zona que no estaba plagada de sacerdotes. 

El nuevo héroe de la Era Axial en la India ya no era el guerrero, sino el monje entregado a la no-violencia. 

Yahvé era un dios oculto que ya no se manifestaba en las violentas fuerzas de la naturaleza sino en un ligero murmullo, la voz de la conciencia. La principal preocupación de los profetas judíos solía ser la justicia social y la protección de los débiles.

Desde el principio, los teólogos cristianos pensaban que la aplicación del razonamiento resultaría en una interpretación cada vez más precisa de la voluntad de Dios. Esta es una diferencia crucial entre el cristianismo y otras religiones. (…) Agustín dijo que ciertas cuestiones relacionadas con la doctrina de la salvación no podemos conocerlas todavía… pero algún día lo conseguiremos. (…) Los cristianos, mucho más que los adeptos a otras confesiones, estaban comprometidos con el progreso por medios racionales.

  ¿Hubiera acabado sucediendo algo parecido en América, más tarde o más temprano, de no haber irrumpido a partir de 1492 los conquistadores europeos?

  Peter Watson a veces confunde el núcleo civilizatorio de Mesoamérica (los sanguinarios mayas y aztecas) con el de la región de los Andes (los incas y sus numerosísimos predecesores), pero el caso es que los incas no parecen haber sido más sanguinarios en sus rituales religiosos que, por ejemplo, los celtas o los fenicios, y ya habían descubierto el monoteísmo (y la momificación de los cadáveres, antes que los egipcios). ¿Queda, pues, la “aberración” mesoamericana, como un hecho aislado?

   En cualquier caso, esto solo es un tema más (si bien quizá el fundamental) dentro de este fascinante libro, que aborda muchas más cuestiones relativas al desarrollo de la civilización. Especialmente llamativo es que se especule acerca de un posible cambio genético sucedido hace unos 37.000 años, relacionado con la capacidad cognitiva y que coincidiría con la revolución cultural del Pleistoceno, el momento en el que aparecen las pinturas rupestres más antiguas y se generalizan los enterramientos. Recordemos (nunca se recordará lo suficiente) que la tendencia al sedentarismo se produce antes que el desarrollo de la agricultura (en la costa de Perú aparecieron civilizaciones sedentarias avanzadas que se basaban en la pesca y en Próximo Oriente tenemos el fascinante caso del santuario de Göbekli Tepe, creado por cazadores-recolectores antes del descubrimiento de la agricultura), de modo que el origen del gran cambio humano en el sentido de desarrollo de la civilización no parece haber obedecido a causas de tipo económico, sino a causas de tipo cultural: nuevas necesidades espirituales, del tipo de rendir culto a los difuntos o expresarse mediante las primeras manifestaciones de arte. Un cambio de ese tipo podría haber favorecido nuevas soluciones a problemas eternos, como la superpoblación (cuando un cambio climático permite la abundancia de alimentos) o la guerra (que ya practican los chimpancés).

   No menos conmovedor es el juicio acerca del posible origen del mito de la “Caida” en toda la humanidad:

Debió de haber una época en la que los humanos primitivos no habían establecido el vínculo entre el acto sexual y el nacimiento 

El conocimiento del funcionamiento de la reproducción debió de ser terrible: los seres humanos no surgen de una milagrosa fuerza divina, sino del acto sexual. Esta es la razón de que el hecho se considere una Caída. El vínculo entre el coito y el nacimiento produjo un cambio germinal en las actitudes hacia los ancestros, el papel del varón, la monogamia, la intimidad y la propiedad. (…) El hombre prehistórico hace entre catorce mil y ocho mil años experimentó un profundo cambio psicológico-ideológico, una revolución religiosa que fue de la mano de la domesticación de animales y plantas. 

  Este posible hecho habría sido uno entre muchos de los sucesos que habrían acontecido en la más sobrecogedora lejanía de los tiempos primeros del Homo Sapiens cazador-recolector y que podrían haber marcado la temática de muchos mitos universales.

Una síntesis científica relativamente nueva pretende conjugar la mitología y los últimos descubrimientos cosmológicos, geológicos, paleontológicos y arqueológicos, con el fin de reconstruir acontecimientos del pasado remoto que fueron catastróficos, traumáticos y desconcertantes. 

  El diluvio universal es de sobras conocido, y habría estado relacionado con las últimas glaciaciones, pero otros podrían haber estado relacionados con un acontecimiento cósmico no menos asombroso y bastante menos conocido hoy:

La luz solar se habría apagado por el desastre del Toba y quizá durante generaciones no se pudiera ver ni el sol ni la luna. (…) Mitológicamente tiene sentido ver en este acontecimiento el inicio de los tiempos.

   El Toba fue un volcán que produjo una gigantesca explosión hace más de setenta mil años, lo cual conllevó un desastre climático (por las partículas de ceniza en suspensión que oscurecieron el cielo) acompañado de la inevitable extinción de diversas especies animales.

   Incluso hoy, evocar tales sucesos no puede dejar de producirnos una cierta inquietud religiosa…

viernes, 25 de octubre de 2013

“El porvenir de una ilusión”, 1927. Sigmund Freud

  Panfleto ateísta o desahogo personal del genial Doctor con respecto a la religiosidad de su época y entorno, las reflexiones de Sigmund Freud en su breve ensayo “El porvenir de una ilusión” son no sólo representativas de las creencias de los intelectuales de entonces, sino que aún hoy nos aportan muchas respuestas y preguntas.

La principal tarea de la cultura, su genuina razón de existir, es protegernos de la naturaleza.

Toda cultura descansa en la compulsión al trabajo y en la renuncia de lo pulsional, y por eso inevitablemente provoca oposición en los afectados por tales requerimientos

Deseos pulsionales son los del incesto, el canibalismo y el gusto de matar. Suena extraño reunir estos deseos, en cuya reprobación todos los hombres parecen estar de acuerdo, con aquellos otros en torno de cuyo permiso o denegación se lucha tan vivamente en nuestra cultura; pero desde el punto de vista psicológico es lícito hacerlo.

Llamaremos «frustración» al hecho de que una pulsión no pueda ser satisfecha.

Se creería posible una regulación nueva de los vínculos entre los hombres, que cegara las fuentes del descontento con respecto a la cultura renunciando a la compulsión y a la sofocación de lo pulsional, de suerte que los seres humanos, libres de toda discordia interior, pudieran consagrarse a producir bienes y gozarlos. Sería la Edad de Oro; pero es dudoso que ese estado sea realizable. Parece, más bien, que toda cultura debe edificarse sobre una compulsión y una renuncia de lo pulsional. 

   Y esto se explica fácilmente: el deseo pulsional es exclusivamente para nosotros, para cada uno de nosotros, y se goza ya, en el momento, ahora mismo, mientras que el fruto de los bienes producidos en común gracias a una óptima vinculación entre los hombres… nadie nos garantiza que vaya a suponernos una compensación suficiente por la renuncia a nuestro propio bien inmediato. Más vale pájaro en mano que ciento volando…

   De modo que…

Es  imprescindible el gobierno de la masa por parte de una minoría, pues las masas son indolentes y faltas de inteligencia, no aman la renuncia de lo pulsional, es imposible convencerlas de su inevitabilidad mediante argumentos y sus individuos se corroboran unos a otros en la tolerancia de su desenfreno.

  Y entonces…

Sólo mediante el influjo de individuos arquetípicos que las masas admitan como sus conductores es posible moverlas a las prestaciones de trabajo y las abstinencias que la pervivencia de la cultura exige. Todo anda bien si esos conductores son personas de visión superior en cuanto a las necesidades objetivas de la vida y que se han elevado hasta el control de sus propios deseos pulsionales.

   ¿Podemos salvarnos de esta situación?

Nuevas generaciones, educadas en el amor y en el respeto por el pensamiento, que experimentarán desde temprano los beneficios de la cultura, mantendrían también otra relación con ella, la sentirían como su posesión más genuina, estarían dispuestas a ofrendarle el sacrificio de trabajo y de satisfacción pulsional que requiere para subsistir. Podrían prescindir de la compulsión y diferenciarse apenas de sus conductores. Si hasta hoy en ninguna cultura han existido masas de esa cualidad, ello se debe a que ninguna acertó a darse las normas que pudieran ejercer esa influencia sobre los seres humanos, desde su infancia misma.

  Bueno, esto nos da alguna esperanza…

Es probable que nos aguarden desarrollos culturales en que satisfacciones de deseo hoy totalmente posibles parezcan tan inaceptables como ahora lo es el canibalismo. (…) Infinito es el número de hombres cultos que retrocederían espantados ante el asesinato o el incesto, mas no se deniegan la satisfacción de su avaricia, de su gusto de agredir, de sus apetitos sexuales; no se privan de dañar a los otros mediante la mentira, el fraude, la calumnia toda vez que se encuentran a salvo del castigo; y esto siempre fue así, a lo largo de muchas épocas culturales.

   Ciertamente. El mundo civilizado sólo lo está en términos relativos, e incluso podemos vislumbrar la utopía futura, al menos, en lo que NO será.

   Entre los factores de civilización que nos han llevado un poco por delante del salvajismo “pulsional” más desenfrenado, parece que se encontraría, entre los más importantes, la religión, que Freud identifica con la “ilusión

Las representaciones religiosas ejercieron el más intenso influjo sobre la humanidad, a pesar de su indiscutible falta de evidencia. (…) Es preciso preguntar: ¿en dónde radica la fuerza interna de estas doctrinas, a qué circunstancias deben su eficacia independiente de la aceptación racional? (…) Son ilusiones, cumplimientos de los deseos más antiguos, más intensos, más urgentes de la humanidad; el secreto de su fuerza es la fuerza de estos deseos. Sabemos que la impresión terrorífica que provoca al niño su desvalimiento ha despertado la necesidad de protección -protección por amor-, proveída por el padre; y el conocimiento de que ese desamparo duraría toda la vida causó la creencia en que existía un padre, pero uno mucho más poderoso. 

Llamamos ilusión a una creencia cuando en su motivación prima sobre todo el cumplimiento del deseo (…) Lo característico de la ilusión es que siempre deriva de deseos humanos; en este aspecto se aproxima a la idea delirante de la psiquiatría

En las épocas de su ignorancia y su endeblez intelectual, las renuncias de lo pulsional indispensables para la convivencia humana sólo podían obtenerse a través de unas fuerzas puramente afectivas. (…) La religión sería la neurosis obsesiva humana universal; como la del niño, provendría del complejo de Edipo, del vínculo con el padre.

   Pero si la religión –la ilusión- pudo tener algún valor positivo en otros tiempos, ahora parece que queda ya superada.

Sería una indudable ventaja dejar en paz a Dios y admitir honradamente el origen sólo humano de todas las normas y todos los preceptos de la cultura. Con la pretendida sacralidad desaparecería también el carácter rígido e inmutable de tales mandamientos y leyes. Los hombres podrían comprender que fueron creados no tanto para gobernarlos como para servir a sus intereses; los mirarían de manera más amistosa, y en vez de su abolición se propondrían como meta su mejoramiento. Significaría ello un importante progreso por el camino que lleva a reconciliarse con la presión de la cultura.

   En la parte final de su ensayo, para agilizarlo, Freud se inventa a un “antagonista” que le mostraría, de forma un tanto cínica, la necesidad de la religión habida cuenta de lo improbable que parece el advenimiento del reino de la razón científica para las masas.

Si pretende eliminar la religión de nuestra cultura europea, sólo podrá conseguirlo mediante otro sistema de doctrinas, que, desde el comienzo mismo, cobraría todos los caracteres psicológicos de la religión, su misma sacralidad, rigidez, intolerancia, y que para preservarse dictaría la misma prohibición de pensar. (…) Nos vemos precisados a imponer a la criatura en crecimiento algún sistema de doctrinas destinado a obrar sobre ésta como una premisa sustraída a la crítica; y el sistema religioso me parece con mucho el más apto para ello, desde luego, justamente por su virtud consoladora y cumplidora del deseo

Creo que ahora hemos trocado los papeles; usted se muestra como el visionario que se deja arrebatar por ilusiones, y yo defiendo la causa de la razón, el derecho al escepticismo. Lo que usted ha presentado paréceme edificado sobre errores que, siguiendo su mismo proceder, me es lícito llamar ilusiones, porque dejan traslucir sobradamente el influjo de sus deseos. Usted pone su esperanza en que generaciones que no hayan experimentado en su primera infancia el influjo de las doctrinas religiosas habrán de alcanzar con facilidad el anhelado primado de la inteligencia sobre la vida pulsional. Es sin duda una ilusión; la naturaleza humana difícilmente cambiará en este punto decisivo.

   A esto, Freud contesta (se contesta a sí mismo):

Mis ilusiones no son incorregibles, como las religiosas, no poseen el carácter delirante. Si la experiencia llegara a enseñar -no a mí, sino a otros que vengan después y piensen como yo- que nos hemos equivocado, renunciaremos a nuestras expectativas.

El primado del intelecto se sitúa por cierto en épocas futuras muy, pero muy distantes, aunque quizá no infinitamente remotas. Y como es posible que se proponga las mismas metas cuya realización espera usted de su Dios a la medida humana, desde luego, hasta donde lo permita la realidad exterior, el amor entre los seres humanos y la limitación del padecimiento, tenemos derecho a decir que nuestro enfrentamiento es sólo provisional, no es inconciliable.

A la larga nada puede oponerse a la razón y a la experiencia, y la contradicción en que la religión se encuentra con ambas es demasiado palpable. Tampoco las ideas religiosas purificadas podrán sustraerse de ese destino mientras pretendan salvar algo del contenido consolador de la religión. 

  Pero Freud probablemente se equivocaba en algunas cosas. Para empezar, no está tan claro que el poder consolador de la religión descanse exclusivamente en las invenciones de Dioses (alucinaciones para las personas intelectualmente desfavorecidas, fraudes para los más intelectualmente preparados). El poder consolador de la religión proviene de la construcción de doctrinas éticas simbólicamente expresadas que conmueven afectivamente a los individuos en comunidad, y esto no requiere de creencias irracionales, sin que por eso sean lo mismo que la política ni la educación (antes al contrario, la política y la educación suelen utilizar a la religión para sus propios fines, lo cual ha sido una calamidad recurrente a lo largo de la evolución social).

 La fe no es sólo “creer sin ver”, sino una necesaria convicción para actuar cuando nos resulta imposible conocer las consecuencias finales de nuestros actos, y sin la cual ninguna acción efectiva sería posible pues la certidumbre es inalcanzable. Un estudiante universitario de primer año necesita fe en que su capacidad intelectual estará a la altura de sus esperanzas a fin de esforzarse, aunque carezca de evidencia alguna sobre su capacidad real. Esta fe no supone sólo una expectativa a nivel cognitivo: es un efecto emocional que nos permite desarrollar una vida plenamente humana.

   La fe en esta acepción es, por tanto, una necesidad racional, y la necesidad de organizar el consuelo y mecanismos comunitarios de afectos es igualmente racional. Y para eso no hacen falta Dioses. Las religiones llevan milenios evolucionando y a lo largo de esa evolución (por ejemplo, desde el politeísmo brutal que exigía sacrificios humanos hasta el bondadoso Dios único de los cristianos reformados) se ha ido desarrollando también la racionalidad humana y se han alcanzado grandes mejoras sociales.

   Probablemente se equivocaba Freud también en considerar la “razón” como una fuerza moral irresistible e incompatible con la religión. La razón de su tiempo –y del nuestro- no era aún esa razón que estaría detrás de una sociedad futura en la que

satisfacciones de deseo hoy totalmente posibles parezcan tan inaceptables como ahora lo es el canibalismo

  Y no llegaremos a ella sin comprender previamente el auténtico significado del consuelo y posibilidades de acción que nos presentan las religiones. No es impensable que en un futuro se cree una forma de ideología simbólica, compatible con la razón, que sea capaz de conmover emocionalmente al individuo y que pueda promover un comportamiento prosocial, empático y altruista, capaz de dinamizar una vida armoniosa en comunidad.

  El mismo Freud hará en este ensayo la siguiente observación  acerca de las posibilidades de una cultura totalmente racional, alejada de la religiosidad (estamos, recuérdese, en 1927…):

Quiero asegurar expresamente que está lejos de mí el propósito de formular juicios sobre el gran experimento cultural que se desarrolla hoy en el vasto país situado entre Europa y Asia. No tengo el conocimiento ni la capacidad para decidir si es o no realizable, ni para examinar si los métodos empleados son adecuados al fin

    En cualquier caso, millones de hombres y mujeres pusieron su fe en aquel “gran experimento cultural”, cuya ideología y doctrina racionales se difundieron mediante escritos sagrados y símbolos reverenciados capaces de conmover y esperanzar a sociedades enteras. El experimento, como todos sabemos, fracasó rotundamente, pero de su fracaso, como del de las religiones teístas, algo podemos aprender hoy, tanto como también podemos aprender de los errores y aciertos de Sigmund Freud en su “El porvenir de una ilusión”.

lunes, 21 de octubre de 2013

“Estructura y función en la sociedad primitiva”, 1952. A.R. Radcliffe-Brown

Lo que el antropólogo social ha de estudiar es el proceso de la vida social, y no una entidad concreta, como “sociedad” o “cultura”. El objeto de estudio ha de ser una inmensa multitud de acciones e interacciones entre los seres humanos. En estas se dan ciertas regularidades y rasgos generales en un área determinada. Esto puede denominarse una “forma de vida social” o “cultura”.

Podemos aceptar provisionalmente la teoría de la evolución social de Herbert Spencer en el sentido de que ha habido un desarrollo de formas sociales más complejas a partir de otras más simples a partir de un proceso de diversificación. La adaptación cultural consiste en el proceso social mediante el cual el individuo adquiere hábitos y características mentales que le adaptan a un lugar en la vida social y le capacitan para participar en sus actividades. 

  El planteamiento de A.R. Radcliffe-Brown acepta, pues, una idea de progreso social, pero se centra en el estudio de cómo y por qué mecanismos el ser humano participa en el cambio de las estructuras colectivas cuyo estudio a lo largo del tiempo nos revelaría –o no- cómo llega a darse tal progreso.

Cualquier vida social humana requiere el establecimiento de una estructura social consistente en una red de relaciones entre individuos y grupos de individuos, relaciones que implican derechos y deberes que han de ser definidos. Esto se satisface mediante sistemas de justicia e instituciones legales. 

Una relación social existe entre dos o más personas cuando existe una cierta armonización de sus intereses particulares por convergencia y ajuste de intereses comunes. 

   El origen de las relaciones humanas siempre estará en la familia, pero la idea de familia no debemos entenderla en el sentido convencional de "familia nuclear" consanguínea.

Los miembros de un clan se consideran parientes aunque sea imposible demostrar su procedencia mutua de un antepasado común. Ésa es la diferencia entre un clan y un linaje. 

Una horda puede definirse como un grupo de parientes cercanos por línea masculina y exógamo [los cónyuges provienen de diferentes grupos de parientes].


   Los grupos de parientes masculinos en torno a los cuales se forma la "Horda" suponen una característica especial de los humanos y de otros pocos mamíferos, pues en la mayoría de los animales son las hembras las que forman el núcleo de la manada, de modo que los machos deben buscar las hembras en grupos extraños. Los grupos humanos "matrilineales" (formados en torno a un núcleo de parientes femeninas más sus cónyuges de grupos externos) son minoritarios con respecto al total (aproximadamente un diez por ciento), y cuentan además con peculiaridades de comportamiento propias.

  E incluso siendo familia, clan o linaje, hay que aprender a vivir juntos y con los vecinos. Cada día.

Se pueden considerar cuatro tipos de alianzas entre los pueblos primitivos: intermatrimonio, intercambio de bienes y servicios, fraternidad de sangre mediante ritos sagrados y relación burlesca. 

   Lo de la relación burlesca puede parecer a primera vista un poco intrascendente pero se trata de una pauta de conducta que, por su utilidad social, se repite en la mayor parte de las sociedades primitivas.

En la relación burlesca se da el privilegio de desacato y libertad, y se impone la obligación de no ofenderse. (Algo parecido sucede en las relaciones sociales de evitación.)

Entre algunos pueblos de diferente lengua hay relaciones de amistad a pesar de que se prohíbe el intermatrimonio. La relación de amistad se sustenta por prohibición solemne de agresión, intercambio de bienes y servicios, y algunos casos de relación burlesca que funcionan como “alianza catártica”, en la que se intercambian insultos. 

   Visto así, la vida aldeana parece relajada y apacible. Nuestros antepasados no carecían de recursos para hacerse la vida llevadera a pesar de la división en grupos...

El rasgo característico de la vida social es que las actividades de ciertas personas proporcionan gratificaciones a otras personas.

  Pero, a pesar de todo, las relaciones sociales resultan conflictivas, y los recursos más próximos no siempre sirven a nivel de grupo.

Las instituciones son las normas de conducta establecidas de una forma particular de vida social. Se trata de una pauta de conducta reconocida por un grupo o clase distinguible, del cual es institución. (…)  La estructura social, la familia, por ejemplo, para sus relaciones constitutivas necesita normas, que emanan de las instituciones. (...) Las instituciones sociales son modos regularizados de la conducta que constituyen la maquinaria mediante la cual una estructura social mantiene su existencia y continuidad. 

Una sociedad puede quedar sumergida en una situación de desunión o inconsistencia funcional, que sería el equivalente a enfermedad, aunque sería muy raro que muriera. Existe inconsistencia funcional cuando dos aspectos del sistema social dan lugar a un conflicto que sólo puede ser resuelto mediante un cambio en el propio sistema. La consistencia es algo relativo. Ningún sistema social consigue una perfecta consistencia, por lo cual todo sistema está cambiando continuamente. A veces este cambio se produce mediante el reconocimiento consciente de la insuficiencia por parte de los miembros de la sociedad y la búsqueda consciente de la solución. 

    Si ningún sistema social consigue una perfecta consistencia, es obvio que siempre habrá insatisfacción. Resolver ésta tal vez acabe promoviendo, a la larga, algún progreso futuro. Lo que pasa es que el cambio y el progreso requieren de cierta visión del mundo:

Para el primitivo no existe la ley y el orden naturales, toda la naturaleza forma parte del orden social y moral. Este concepto es fundamental para comprender la mentalidad primitiva y la religión. 

    Más sobre la religión:

La religión desempeña la parte más importante en el mantenimiento de la cohesión y equilibrio sociales. La religión es parte intrínseca de la constitución de la sociedad. 

La diferenciación entre magia y religión para Malinowski es que la magia es un ritual con un fin comprensible, mientras que la religión es un fin en sí mismo. 

La aparición de nuevas religiones puede interpretarse como intentos de superar un fallo funcional. De todas formas, una sociedad puede ser funcionalmente estable (unidad funcional y consistencia) practicando la brujería, el canibalismo y la poligamia, más que otra que nos parezca más avanzada.

   E incluso más allá de la religión:

Ley, moralidad y religión son tres modos de controlar la conducta humana que en las diferentes civilizaciones se mezclan y combinan. Para el mismo acto incorrecto puede haber sanciones legales, de opinión pública y religiosas. 

   Un gran descubrimiento tuvo lugar hace dos mil años, y muy lejos de Occidente:

En China, Mo Ti, después de Confucio, llegó a decir que los rituales eran inútiles y estorbaban a los propósitos altruistas verdaderamente útiles. Los seguidores de Confucio replicaron que los ritos cumplen una función social al ser una expresión embellecida de emociones altruistas y respetuosas.(…) Puede decirse que la religión desarrolla el sentido de dependencia hacia los antepasados y hacia sus sucesores, generando una obligación moral a nivel social. Los filósofos chinos ya racionalizaron esto hace dos mil años.

   Al aceptar el valor del ritual por el ritual, da la impresión de que los sabios chinos cayeron en una especie de utilitarismo cínico: no importa lo que signifiquen los rituales, lo que vale es que unen a la gente. Eso está a un nivel intelectual digno de la modernidad occidental… pero el problema es que se conformaron con eso, nadie creía en nada y así estaban bien mientras cumplieran los ritos y mostraran respeto, lo cual acabó convirtiéndose en un obstáculo al progreso social. Se podrá opinar que los romanos del Imperio pensaban de forma parecida, pero no es cierto: el ritualismo político de la religión romana no satisfacía a los sabios de Occidente y cuando los cristianos (y otras religiones trascendentes que compitieron con el cristianismo) arremetieron contra la religión oficial, surgió el caos… y el progreso. En cambio, la civilización china, siempre respetuosa del ritualismo político-religioso, se estancó.

   Por otra parte, esto de la religión como ritual que une, ya viene de las religiones ancestrales.

Para comprender el totemismo es preciso comprender en general la actitud ritual, pues el totemismo consiste en la imposición social de una actitud ritual respecto a ciertos objetos. Se sobreentiende que la actitud ritual con respecto a los objetos es representativa del orden social. Podría tratarse de la expresión colectiva del respeto al orden social.(…) Se puede comparar con los santos de la Iglesia católica, que son sagrados para todos los católicos pero que algunos son especialmente reconocidos por determinados grupos, como “patrones”. 

   Pero una cosa es hacer las cosas, y otra saber lo que estás haciendo y por qué…

En ciertas circunstancias el ser humano está inquieto respecto al resultado de ciertos hechos o actividad que depende de circunstancias que no puede controlar, por eso tiende a construir un rito que le tranquilice en alguna medida, como el caso de quien toma una mascota o amuleto.

Para comprender una religión es más importante fijarse en los ritos que en las creencias, puesto que los ritos son el elemento más estable y duradero. El cristianismo, en teoría, es diferente, pues pone el énfasis en la fe, la asunción de la creencia, y no en los ritos que la exteriorizan. (…)  Las instituciones religiosas son más antiguas que las doctrinas religiosas. 

   Una definición de “progreso”:

El progreso es el proceso mediante el cual los seres humanos logran un mayor control sobre el medio físico mediante el incremento del conocimiento y el avance técnico. La evolución sería el proceso de aparición de nuevas formas de estructura. 

   Esto es “estructura social”:

Una relación social puede darse entre particulares como hecho aislado, pero toda relación social puede interpretarse en tanto que forma parte de una red general de relaciones sociales entre particulares, y esto sería la estructura, dentro de la cual se dan las relaciones sociales. Tampoco hemos de relacionar “estructura social” con las relaciones entre grupos sociales, las relaciones de persona a persona pueden también darse como vinculadas a estructuras sociales.

   ¿Y qué es del pobre individuo, perdido entre relaciones y estructuras?

La conciencia es el reflejo en el individuo de las sanciones de la sociedad. 

Las obligaciones morales son reglas de conducta que si no se observan provocan una censura que conlleva sanción. En occidente se suele considerar que el pecado siempre es voluntario, pero en otras sociedades hay pecados involuntarios. 

Ley es el control social mediante la aplicación sistemática de la fuerza de la sociedad políticamente organizada. 

  Pero los mismos individuos son parte de este mundo que impone normas y represiones, ya que, al obrar sobre la persona, el mundo también crea, hasta cierto punto, al mismo individuo.

En el derecho nativo africano no se considera que un juez ha resuelto apropiadamente hasta que todas las partes afectadas están satisfechas con la sentencia. (…) Se considera impropio que la persona ofendida conserve resentimiento después de haber sido satisfecha su reclamación según la costumbre. En el derecho moderno los actos que caen dentro de la esfera del Derecho Civil son los que causan un perjuicio, pero no son motivo de reprobación. 

   ¿En qué mundo querríamos vivir?, ¿seríamos capaces de decidirlo por nosotros mismos?

lunes, 14 de octubre de 2013

“Los ángeles que llevamos dentro”, 2011. Steven Pinker

  El principal problema humano es, sin duda, la violencia. Sin las actitudes violentas, la capacidad humana para una cooperación inteligente por el bien común alcanzaría metas prácticamente inimaginables, así que el libro de Steven Pinker se centra en este primordial asunto, haciéndose notar en cada página la trascendencia del hallazgo de posibles soluciones. Trata de mostrarnos qué es lo que sabemos hasta ahora y, además, nos alienta con la constatación estadística de que en los últimos tiempos se han dado espectaculares progresos.

La mente es un sistema complejo de facultades emocionales y cognitivas. Algunas de estas facultades nos predisponen a cierta clase de violencia. Otras nos predisponen a la cooperación y la paz.  

Las sociedades más pacíficas también suelen ser más ricas, sanas y cultas. 

La agresividad no es un impulso único, es el resultado de varios sistemas psicológicos. Hay una violencia instrumental para obtener una serie de objetivos, y hay un deseo de dominio o autoridad. Hay también venganza, ideología y sadismo.

Los seres humanos vienen provistos de impulsos que pueden alejarnos de la violencia: empatía, autocontrol, sentido moral y razón.

   En cualquier caso, aquí tenemos datos creíbles que nos muestran que, al contrario de lo que deja ver la demagogia catastrofista supuestamente bien intencionada, la situación actual de la humanidad es comparativamente mejor de lo que nunca ha sido.

El cambio a las primeras civilizaciones fue acompañado por una disminución en las incursiones y las contiendas. (…) Entre finales de la Edad Media y el siglo XX los países europeos asistieron a una disminución entre diez y quince  veces en el número de homicidios. (…) Norbert Elias atribuía este descenso a la consolidación de un entramado de territorios feudales en grandes reinos con una autoridad centralizada. (…) En la Era de la razón, la Ilustración, se producen los primeros movimientos organizados para abolir formas de violencia hasta entonces socialmente toleradas. Algunos denominan a esto una “revolución humanitaria”.

El índice de muertes violentas en los yacimientos arqueológicos desde hace 14,000 años hasta el siglo XVIII da un porcentaje promedio del 15 %. (…) En las sociedades de caza y recolección que sobreviven, el porcentaje es muy parecido.

En el imperio precolombino de Mexico se llegaba a la cifra del 5 %, la más alta en las civilizaciones avanzadas. (...)  El índice anual medio de mortalidad violenta en las sociedades sin estado es de 524 por 100.000. En el Imperio azteca era aproximadamente la mitad. 

Un pueblo primitivo como los semai, que hacen lo posible por evitar la guerra, tiene todavía un índice de homicidio de 30 por 100,000 (el cuádruple del promedio mundial, incluyéndose en el cálculo las naciones civilizadas más violentas). (...)  Vivir en una civilización reduce la probabilidad de tener una muerte violenta.

  Tanto peor para la leyenda del "buen salvaje"

  Y yendo a datos más actuales…

En las últimas cuatro décadas del siglo XX, el porcentaje de muertes violentas en Estados Unidos, incluyendo los muertos en guerras, es inferior al 1%.(…) En general, puede ser estimado que durante el siglo XX murió de forma violenta el 0.7% de la población.

Entre 1970 y 1980 el índice de homicidios anual de Estados Unidos fue de 10 por 100,000 habitantes. (…) Si el índice llegara al 1000 por 100,000 tendríamos una probabilidad mayor del 50 % de morir asesinados.(..) El índice anual de homicidios de Estados Unidos pasó de 10,2 en 1980 a 4,8 en 2010.
  
El índice actual de homicidios en los países europeos occidentales está por debajo del 1 por 100,000. 

   Estados Unidos, aunque ha mejorado mucho desde 1980, sigue manteniendo un índice que es más del triple no sólo del de los estados europeos occidentales, sino también mucho más alto que el de Canadá, en la misma región cultural y geográfica. Dentro de los Estados Unidos, son los estados del sudeste los que cuentan con los índices más altos. Algunos estados en la frontera con Canadá tienen índices semejantes a los de Europa occidental.

  Si queremos llegar hasta el final, es decir, hasta el mayor índice posible de no-violencia social, tenemos que averiguar cuáles han sido los factores que han llevado a ese cambio y trabajar a partir de ahí. Steven Pinker refleja en su libro una asombrosa lista de teorías y reflexiones sobre el particular, pero, de todas ellas, la más convincente (aunque no lo explica todo) es la que parte de la teoría del ya mencionado Norbert Elías.

Norbert Elias atribuye el descenso de la violencia a un cambio psicológico. Los europeos inhibieron cada vez más sus impulsos, previeron las consecuencias a largo plazo de sus acciones y tuvieron en cuenta los pensamientos y sentimientos de otras personas. Una cultura del honor dio paso a una cultura de la dignidad (la disposición a controlar las propias emociones). Estos ideales tuvieron origen en instrucciones explícitas que ciertos árbitros dieron a los nobles y aristócratas.

  Norbert Elías se fija sobre todo en el cambio de la Edad Media, desde el feudalismo, que implicaba constantes luchas por el dominio de la tierra, hasta los estados absolutos, donde el poder político cada vez más concentrado en manos de los reyes permitió la imposición de un mayor orden. Pero está claro que los señores feudales jamás hubieran cedido su poder de no haberse dado la convicción de que el bien común podía justificar ciertas cesiones en la "cultura del honor".

  Veamos qué sería esta “cultura del honor” a la que Steven Pinker hace numerosas referencias (y a la que atribuye también la relativa alta tasa de homicidios en Estados Unidos, particularmente en los estados del sudeste del país):

La clave de la política de disuasión es la credibilidad de la amenaza a la que vamos a responder. Si nuestro adversario cree que puede eliminarnos al primer golpe, no tiene motivos para temer represalias.(…) Hay que refutar cualquier sospecha de debilidad. Puede actuarse por pequeñeces, como un signo de menosprecio. Hobbes, el autor de “Leviatan”, lo llamaba “gloria”, puede ser también “honor”, o, más funcionalmente, “credibilidad”.

   A propósito de Hobbes, la idea de la “trampa hobbesiana” es la de una escalada de intimidaciones preventivas a fin de alcanzar una disuasión creíble: has de atacar para disuadir que te ataquen, y lo mismo se espera que haga el otro… El circuito de ataques preventivos y consecuentes venganzas es lo que lleva al altísimo porcentaje de muertes violentas entre los pueblos de cazadores-recolectores.

    Sin embargo, una aproximación lúcida a la psicología humana nos demuestra cómo esta actitud ancestral puede ser contrarrestada para beneficio de la gran mayoría.

La disminución de la violencia acaso se deba en parte a una expansión de la empatía, pero también debe mucho a facultades de cocción más lenta, como la prudencia, la razón, la ecuanimidad, el autocontrol, las normas, los tabúes y las concepciones sobre los derechos humanos.

Las reformas humanitarias se producen por una mayor sensibilidad hacia las experiencias de los seres vivos y a un deseo genuino de aliviar su sufrimiento. El proceso cognitivo de la adopción de perspectivas y la emoción de la solidaridad deben figurar en la explicación de numerosas disminuciones de violencia.

Una cultura del honor. en la que se respetaba a los hombres por arremeter contra los insultos, se convirtió en una cultura de la dignidad, en la que se respetaba a los hombres por controlar sus impulsos.

  ¿Cómo pudo producirse este cambio?  Steven Pinker, como hemos visto arriba, ha llamado la atención acerca de la existencia de “ciertos árbitros” que dieron “instrucciones explícitas a nobles y aristócratas”, y que se hicieron notar en el mundo de la Edad Media al influir en el sentido de que se promoviera el apaciguamiento.

Lancelot tenía la costumbre de no matar nunca a un caballero que le pidiera clemencia.

La Europa medieval se calma un poco cuando los caballeros quedan bajo el control del rey.

El descenso europeo de la violencia estuvo acompañado por un descenso de la violencia entre la élite.

Había códigos militares de honor que intentaban inútilmente prohibir las matanzas de civiles en la guerra, y ocasionales protestas de pensadores de la modernidad temprana como Erasmus y Grotius.
  
Inglaterra fue el primer país en pacificarse.

  Las reformas humanitarias de la Ilustración tuvieron lugar bastante después de Erasmus y Grotius, y antes de ellos tuvo lugar el proceso de disminución de la violencia en la sociedad feudal a la que Norbert Elías hace referencia y que fue promovida por los “árbitros” mencionados. El cambio tuvo que comenzar antes y, sorprendentemente, en su largo libro, Steven Pinker no dedica mucho espacio a ello.

   ¿Quiénes eran, pues, los “árbitros” a los que Steven Pinker hace referencia y que actuaron antes de la Ilustración?, ¿cómo lograron ser escuchados?, ¿por qué Lancelot es clemente mientras que Aquiles es colérico e implacable?

  ¿Y antes de la Edad Media? Al fin y al cabo, esos "árbitros" no pudieron surgir de la nada...

En los siglos recientes, la Biblia ha sido reinterpretada, metaforizada y sustituida por textos menos violentos, como el Nuevo Testamento y el Talmud.

Los israelitas alardeaban de que su dios era moralmente superior al de las tribus vecinas porque exigía que se le sacrificaran vacas y ovejas, no niños

El profeta Isaías expresó la esperanza de que con las espadas se forjaran arados.

La prohibición del infanticidio quedó más clara en el Talmud y en el cristianismo, de donde pasó al Imperio Romano tardío; la prohibición provenía de una ideología según la cual la vida pertenece a Dios. 

  Lo que nos sitúa en la época romana e incluso un poco antes. ¿Se trata de la aparición del cristianismo? Steven Pinker no dice cosas muy amables sobre esta religión, ni sobre las religiones ni las ideologías en general…

Los martirólogos cristianos describen los tormentos de los mártires con un deleite pornográfico.

El voyeurismo de los martirologios no fue suscitado para suscitar indignación ante la tortura sino para inspirar respeto por la valentía de los mártires.

La costumbre de los sacrificios humanos cayó en desuso entre los judíos, si bien sobrevivió como ideal en una de sus sectas disidentes, según la cual Dios aceptaba el sacrificio-tortura de un hombre inocente a cambio de no infligir un destino peor al resto de la humanidad. La secta se llamaba cristianismo.

Es la ideología lo que ha desencadenado  las peores cosas que los individuos se han hecho unos a otros.

La teoría de que la religión es una fuerza de paz no cuadra con los hechos históricos.

   Y sin embargo, todo apunta a que fueron invenciones cognitivas (ideas) las que marcaron la diferencia en cuanto a la actitud del individuo frente a la violencia a lo largo del proceso histórico.

Las creencias y las prácticas religiosas responden a las corrientes intelectuales y sociales. Cuando las corrientes se mueven en direcciones ilustradas, las religiones suelen adaptarse a ellas.

  ¿”Corrientes intelectuales y sociales”?, ¿cómo se originan?, ¿cómo se expanden? Si logramos averiguar esto, tal vez tendríamos la clave para alcanzar niveles de apaciguamiento aún mayores.

El sentido moral humano, en las ocasiones en que se desarrolló adecuadamente,  puede reivindicar algunos progresos monumentales, incluidas las reformas humanitarias de la Ilustración.

    Pero, una vez más, volvamos al tiempo anterior a la Ilustración, que nos resulta imprescindible para conocer cómo la Ilustración misma tuvo lugar: ¿qué “corrientes intelectuales y sociales” llevaron a la necesaria situación previa? Según Pinker, no pudo ser la religión cristiana que se profesaba en la Europa pre-Ilustrada.

Se pasó de valorar almas a valorar vidas. La doctrina del carácter sagrado del alma suena vagamente a elevación del espíritu, pero en realidad es algo muy maligno. Reduce la vida en la Tierra a una fase temporal. (…) A la gradual sustitución de almas por vidas ayudó el ascenso del escepticismo y la razón. Las creencias debían estar justificadas por la experiencia y la lógica. (…) Las creencias deben fundarse en la razón.

  ¿Escepticismo y razón?, ¿creencias fundadas en la razón? ¿Eran los mencionados “árbitros” de la Edad Media predicadores del escepticismo y la razón? ¿Cómo es posible que nunca hayamos oído hablar de ellos? Veamos de nuevo:

Norbert Elias atribuye el descenso de la violencia a un cambio psicológico. Los europeos inhibieron cada vez más sus impulsos, previeron las consecuencias a largo plazo de sus acciones y tuvieron en cuenta los pensamientos y sentimientos de otras personas. Una cultura del honor dio paso a una cultura de la dignidad (la disposición a controlar las propias emociones). Estos ideales tuvieron origen en instrucciones explícitas que ciertos árbitros dieron a los nobles y aristócratas.

  Mucho nos tememos que Steven Pinker se hace un lío llevado por sus prejuicios personales contra religiones e ideologías en particular (Steven Pinker se ha definido públicamente a sí mismo como “ateo y judío”)… porque no existían escépticos en la Edad Media europea (y, desde luego, si había alguno, no era en absoluto influyente) y los únicos pensadores racionalistas de la Antigüedad clásica (muy lejos también, en cualquier caso, de la Edad Media) apenas si tuvieron un mínimo eco entre las élites durante un breve período. Lo que sí existió fue una evolución del pensamiento religioso y de la correspondiente ideología. Erasmus y Grotius  procedían de la Reforma (si bien Erasmus no se posicionó públicamente contra la Iglesia católica). La misma Reforma que dio lugar al desencadenamiento de terribles guerras de religión… pero que no sólo dio lugar al desencadenamiento de terribles guerras de religión.

La ideología surge de muchas de las facultades cognitivas que nos hacen inteligentes: prevemos largas y abstractas cadenas de causalidad; adquirimos conocimientos de otras personas y utilizamos abstracciones.

   En realidad, para que el escepticismo y la razón lleguen a tener alguna influencia, sólo pueden conseguirlo a través de las ideologías de masas, que antes del siglo XVIII sólo podían tener forma religiosa. El cristianismo era una versión del judaísmo fuertemente influida por el racionalismo de la filosofía griega, y los “árbitros” de la Edad Media que Steven Pinker y Norbert Elías mencionan, de forma un tanto vergonzante (no atreviéndose a señalarlos por su nombre), eran eclesiásticos que instigaron a las élites aristocráticas y guerreras la adopción parcial de las técnicas de autocontrol del comportamiento que se practicaban en los monasterios: la reglamentada caballerosidad medieval resultaba ser una versión atenuada de las reglas monásticas, de la misma forma que el amor cortés del caballero por su dama estaba inspirado en el culto a la Virgen María.

  Estas innovaciones, por supuesto, no equivalían aún al gran cambio de la Ilustración que tendría lugar después

Para que la actitud de rechazo a la guerra no dependa de la decisión de cada uno de ser virtuoso, debe estar cimentada en instituciones y políticas. Fue en la era de la Razón y la Ilustración cuando el pacifismo evolucionó desde un sentimiento piadoso pero inútil a un movimiento con una agenda factible. (…) En el siglo XVIII se produjo la aparición de teorías  según las cuales la guerra era irracional y evitable.

  Pero hasta el siglo XVIII era precisamente la voluntad de “ser virtuoso” la única forma en que los deseos de apaciguamiento podían realizarse en alguna medida. El “sentimiento piadoso” no era inútil, como el mismo Steven Pinker ha señalado veladamente al referirse al “proceso de civilización” que tuvo lugar al final de la Edad Media. Lo que sucede en el siglo XVIII es un gran avance al producirse el reconocimiento de los derechos individuales por las instituciones políticas, ahora ya independientemente de los ideales religiosos, pero este avance se dio en el mismo sentido ya marcado por las tendencias pacifistas que inspiraron la aparición del cristianismo, dos mil años antes de la “revolución humanitaria" (el pacifismo cristiano no surge de la nada: es la versión popular de los ideales elevados de la virtud de los filósofos).

  Otra teoría, sin embargo, habla de que el origen de todos estos cambios estuvo no en la mera expansión de ideas humanitarias (al principio religiosas, luego políticas), sino en el beneficio económico que comportarían:

Los individuos mostraron más autocontrol y desarrollaron mayor empatía. No lo hicieron como ejercicio de mejora moral, sino para afinar su capacidad de introducirse en la cabeza de burócratas y comerciantes y prosperar en una sociedad que dependía cada vez más de las redes de intercambio.

  A esto se puede responder que todo sistema económico es perfecto para las costumbres de su época y que las riquezas materiales no son siempre las más valoradas. El deseo de prestigio social, por ejemplo, puede favorecer que se busquen las riquezas mediante el saqueo a los enemigos, y no tanto mediante la cooperación. El guerrero, de fortuna variable, durante muchos siglos ha recibido mucho más reconocimiento que el acaudalado mercader.

Se dice que las personas se vuelven más compasivas a medida que su vida mejora. (…) Sin embargo, muchos de los estados más ricos de la época, como el Imperio Romano, eran un hervidero de sadismo. (…) De hecho, entre 1200 y 1800, ciertos patrones de bienestar económico, como los ingresos, calorías per capita, no revelaban una tendencia ascendente en ningún país europeo. 

La tesis del “doux commerce” (dulce comercio) consiste en que el comercio es una forma de altruismo recíproco que ofrece beneficios de suma positiva a ambas partes. (…) A los escépticos les gusta remarcar que en los años anteriores a la primera guerra mundial se alcanzaron niveles sin precedentes de mutua dependencia financiera entre Inglaterra y Alemania.

    Otro ejemplo de que el origen de la revolución humanitaria estuvo en el idealismo y no en la búsqueda de beneficios económicos es el mantenimiento de la institución de la esclavitud.

Los historiadores llevan tiempo discutiendo hasta qué punto la abolición de la esclavitud fue impulsada por la economía o las preocupaciones humanitarias.(…) La esclavitud del sur de los Estados Unidos no dio paso gradualmente a técnicas de producción más rentable, sino que fue abolida por una guerra. (…) La decisión británica de abolir la esclavitud fue por motivos humanitarios.

    Y Pinker se olvida de mencionar que, aún en el siglo XX, Hitler y Stalin demostraron que la esclavitud podía seguir siendo económicamente rentable. Eso no niega, por supuesto, el que tampoco nadie desaprovechara las oportunidades económicas que el proceso civilizatorio ofrecía.

A lo largo de la historia, las personas han ampliado  el abanico de semejantes cuyos intereses valoran como propios. Una cuestión interesante es saber qué amplió el círculo empático. Y una buena hipótesis es la expansión de la cultura. 

Cuando una comunidad lo bastante grande de agentes libres y racionales discute sobre cómo una sociedad debe llevar sus asuntos, guiándose por la coherencia lógica y el feedback del mundo, su consenso virará en ciertas direcciones.

Parte del mérito de la revolución humanitaria corresponde al incremento del cosmopolitismo de los siglos XVII y XVIII.

A finales del siglo XVIII aumentó el consumo de libros y aparecieron las bibliotecas de donde se podían sacar libros en préstamo. (…) Durante el siglo XVII se duplicó en Inglaterra la alfabetización. 

La moral es una consecuencia  del carácter intercambiable de las perspectivas.

  En resumen: el origen del humanitarismo está, muy anteriormente a la consolidación política de éste en el siglo XVIII, en el cambio psicológico que implica la gradual comprensión del “carácter intercambiable de las perspectivas”, y este cambio tuvo lugar, y siempre muy paulatinamente, primero en determinados entornos de la Antigüedad, como las islas griegas, con sus abundantes intercambios comerciales, con sus primeros viajeros y su constante mezcla de religiones, que llevaron a la aparición de los primeros filósofos, dramaturgos y teóricos políticos, y también en la India, donde surgirían religiones psicológicas que buscaban el apaciguamiento de la violencia individual.  Es en Grecia donde surgen el escepticismo y la razón modernos, y aquí se reciben, en la época helenística, las primeras noticias de religiones compasivas y pacifistas en tierras lejanas, como el budismo, originado en la India unos pocos siglos antes. Estas corrientes de pensamiento influirán en el judaísmo (judíos y griegos coexistían en el Mediterráneo oriental) para dar origen a una religión pacifista de masas, el cristianismo, que, con todas sus imperfecciones desde el punto de vista actual, seguirá promoviendo un proceso de autocontrol de la violencia individual (proceso de control que llevaría a las experiencias monásticas, donde se reglamentaba el comportamiento a niveles minimalistas con el objeto de obtener resultados radicales).

  Pero el deseo de vincular a los diferentes individuos, en la medida de lo posible, en torno a un sentimiento común de identificación (que en alguna medida debe excluir las luchas mutuas también entre los no emparentados consanguíneamente), se encuentra en la raíz de la misma idea religiosa.

La teoría de progreso moral explica que la selección natural dotaba a los seres humanos de un núcleo de empatía hacia parientes y aliados, que ha ido expandiéndose gradualmente a círculos cada vez más amplios de seres vivos.

   Si, una vez alcanzada la “revolución humanitaria” a partir del escepticismo y la razón ya ha finalizado la necesidad de ideologías y religiones, en tal caso, habría que ver qué métodos nos permitirían seguir avanzando hacia un control de la violencia mayor aún”
  
El desencadenante exógeno de solidaridad más poderoso es la adopción de perspectivas que realizan los individuos cuando consumen obras de ficción, biografías y reportajes.(…) Las reformas humanitarias se deben en parte a una mayor sensibilidad hacia las experiencias de los seres vivos y a un deseo genuino de aliviar su sufrimiento. El proceso cognitivo de la adopción de perspectivas y la emoción de la solidaridad deben figurar en la explicación de numerosas disminuciones de violencia.
 
  En cuanto al futuro, el libro de Steven Pinker es convencionalmente escéptico, y nos recuerda algunos supuestos inconvenientes de una expansión indefinida de los sentimientos humanitarios.

La empatía puede subvertir el sentido de la justicia: por ejemplo sentir empatía por un doliente próximo y perjudicar al mismo tiempo a otros muchos que están demasiado alejados para afectarnos.
    
Hace falta la argumentación moral abstracta para superar las restricciones intrínsecas de la empatía. Los objetivos fundamentales deben ser políticas y normas que lleguen a ser connaturales y que consigan que la empatía sea innecesaria.

  Ahora bien, otra posibilidad es seguir expandiendo la capacidad del autocontrol individual, que puede prescindir de los inconvenientes y superficialidades de las políticas y normas.

Aparte de la inteligencia, ningún otro rasgo presagia con tanta precisión una vida sana y próspera como el autocontrol.(…) El autocontrol guarda una correlación parcial con la inteligencia.

El autocontrol supone la contención de algunos de nuestros instintos básicos al servicio de motivos que somos más capaces de justificar.

En el caso de la violencia, una estrategia de autocontrol puede ser la reelaboración cognitiva de una ofensa.
  
Puede ser que las personas que aprendan estrategias de autocontrol disfruten de la sensación de dominar sus impulsos y transfieran  sus recién descubiertos trucos de disciplina desde una parte de su repertorio conductual a otro.

En una sociedad en las que los otros controlan su agresividad, una persona tiene menos necesidad de estar constantemente alerta ante posibles represalias, lo que a su vez elimina presión de los demás, y así sucesivamente.
  
  Incluso no son descartables nuevas ideologías que incidan más agudamente en el autocontrol de la violencia.

Según Martin Luther King, un tabú sobre la violencia impide que un movimiento se vea corrompido por matones y agitadores atraídos por la aventura y el caos; y preserva la moral y los objetivos entre los seguidores cuando el movimiento sufre las primeras derrotas. Al eliminar cualquier pretexto de represalia legítima por parte del enemigo, se mantiene en el lado positivo del libro de contabilidad moral a ojos de terceros.

  Ante estas posibilidades, el escepticismo convencional propio de quien favorece el statu quo de la época en que el autor escribe, parece un planteamiento pobre.

Siempre será necesario un grado moderado de violencia, aunque sólo se mantenga como reserva, en forma de fuerzas militares y policiales para impedir la depredación o neutralizar a quienes no pueden ser disuadidos.

  Cuando mucho más racional es pensar que

si los miembros de la especie tienen la facultad de razonar entre sí, así como suficientes oportunidades para ejercer esa facultad, tarde o temprano se encontrarán con los beneficios mutuos de la no violencia. (…) ¿Por qué necesitó la racionalidad humana miles de años para llegar a la conclusión de que quizás había algo malo en la esclavitud?

Uno de los medios en virtud de los cuales las personas pueden reconsiderar sus responsabilidades morales es entrar en un mundo hipotético y explorar sus consecuencias. (…) El tipo de razonamiento pertinente al progreso moral no es la inteligencia general en el sentido de capacidad intelectual en bruto, sino el cultivo del razonamiento abstracto. (…) La clase de razón que expande las sensibilidades morales no procede de grandes sistemas intelectuales, sino del ejercicio de la lógica, la claridad, la objetividad y la proporcionalidad. (…) A medida que la gente es más inteligente, hay menos violencia.

De vez en cuando el poder blando de terceros influyentes o la amenaza de la vergüenza y el ostracismo acaso tengan el mismo efecto que la policía o los ejércitos que amenazan con el uso de la fuerza.

La empatía es un círculo que se puede ensanchar, pero su elasticidad está limitada por el parentesco, la semejanza y el atractivo. (…) Es la razón la que nos enseña los trucos para ampliar la empatía.