Este libro de 1939 (posteriormente reeditado, corregido y ampliado) supuso una de las más valiosas contribuciones al conocimiento sobre cómo se originan los cambios sociales. En él, el autor nos muestra un proceso de alteraciones del comportamiento interpersonal (también del comportamiento privado) cuyas consecuencias llegan hasta hoy. Lo hace centrándose en una fundamental transformación de las costumbres en la civilización europea que tiene lugar a finales de la Edad Media.
El objeto de esta investigación son formas de comportamiento que se consideran típicas del hombre civilizado occidental y mostrar el camino hacia la comprensión del proceso psíquico de la civilización.
El objetivo de estos cambios “civilizatorios” no es otro que permitir una mayor cooperación social, algo que sólo puede conseguirse mediante un proceso de pacificación, de autocontrol de la violencia (violencia cuyo fin es defender los intereses egoístas de cada individuo). Se nos explica que para permitir un mayor progreso económico es preciso un poder político consolidado, una mayor organización social, de modo que ha de restringirse la belicosidad individual y centralizar el monopolio de la violencia en una autoridad política fiable que cuide del bien común.
Este proceso es el que permite en la Edad Media acabar con las luchas feudales entre nobles, ceder el poder al rey y que éste garantice un relativo orden que permita una mayor prosperidad para todos. Ahora bien, ¿cómo conseguir que los nobles feudales, que previamente han acabado con las reyertas de la clase baja y el bandidaje, cesen de combatir entre sí y acepten el arbitraje del Rey? Porque el poder del Rey para imponer su criterio no puede venir más que del consentimiento de sus gobernados, y si estos persisten en sus hábitos belicosos, evidentemente no cederán a nadie su poder, su capacidad para la violencia.
Aquello a lo que llamamos «sociedad» no es una abstracción de las peculiaridades de unos individuos sin sociedad, ni un «sistema» o una «totalidad» más allá de los individuos, sino que es, más bien, el mismo entramado de interdependencias constituido por los individuos.
La agresividad se ve restringida y sujeta, gracias a una serie considerable de reglas y de convicciones que han acabado por convertirse en autocoacciones.
La regulación de las emociones individuales se produce por medio de coerciones internas o externas y con ellas se afecta la estructura de todas las manifestaciones humanas, alcanzándose transformaciones a largo plazo de las estructuras de la personalidad, y en especial de las regulaciones emotivas de los seres humanos
A partir de la baja Edad Media y del Renacimiento temprano se da un aumento especialmente fuerte del autocontrol individual, especialmente de este mecanismo automático, independiente del control externo al que nos referimos hoy día con conceptos como «interiorizado» o «internalizado».
Hay una evolución de los nuevos impulsos en la dirección de un control mayor de las emociones y la «imposición de la renuncia a la satisfacción inmediata en interés de la organización disciplinada y de los motivos a largo plazo de la personalidad».
De alguna forma, las clases altas, el Rey feudal y sus consejeros y ayudantes (la Corte), logran seducir con su oferta de monopolio de la fuerza y arbitraje a los belicosos señores feudales y, gradualmente, a lo largo de los últimos siglos de la Edad Media (siglos XIII, XIV…), logran que la violencia disminuya, permitiendo una mayor prosperidad, en buena parte gracias al fomento del comercio y la industria en las ciudades libres.
Son las personas situadas más alto en la jerarquía social las que, de una u otra forma, exigen una regulación más exacta de los impulsos, así como la represión de éstos y la continencia en los afectos. Se lo exigen a sus inferiores y, desde luego, a sus iguales sociales.
Y puesto que la iniciativa viene desde el poder político, desde la corte del rey, se desarrollan así una serie de hábitos que se llamarán “cortesía” y que acabarán extendiéndose, de arriba a abajo, a todas las clases sociales, de una u otra forma. De hecho, así se describía en una época ya posterior, en un diccionario de 1736:
“La cortesía deriva su nombre, sin duda, de la corte y la vida cortesana. Es hacer creer al otro que se está dispuesto a servirle en todo momento y con todas las fuerzas, aunque muchas veces no tengamos tal inclinación. El otro queda convencido de nuestra voluntad de servicio; ello nos hace acreedores de su confianza.»
Tenemos una idea equivocada del feudalismo como un fenómeno de barbarie y oscuridad, cuando Norbert Elias y otros estudiosos nos demuestran que se trata de algo muy distinto:
El «sistema feudal» contrasta de modo especial con el sistema tribal. Con la disolución de éste, aparecen nuevas integraciones y nuevas formas de agrupación.
El juramento de vasallaje no es otra cosa que la confirmación de la alianza de protección entre guerreros individuales, la consagración ceremonial de la relación individual entre un guerrero que proporciona tierra y protege, y otro guerrero que presta servicios.
Es decir, feudalismo y vasallaje implican la confianza para establecer pactos basados en virtudes de la conducta que llegan a ser paradigmáticas –pensemos en la caballerosidad de “Don Quijote”-, una forma de interdependencia que va más allá del mero ejercicio común de la violencia. Y que sólo se hace aceptable por el cambio de costumbres.
Este sistema de juramentos, de vasallajes, de consejos reales, de Cortes, no lo conocían los griegos y romanos, aunque tuviesen instituciones que a simple vista nos parezcan similares, como el clientelismo y el Senado. La diferencia es más íntima, se basa en lealtades objetivas, de virtud “interior”, y no de mera proclamación del honor del guerrero. En suma, el caballero medieval tenía alma, mientras que el guerrero griego y romano sólo contaba con reputación.
Ahora bien, ¿cómo se articuló semejante proceso de aceptación del cambio de costumbres?
¿Hay cambios de larga duración de las estructuras emotivas y de control de los seres humanos que mantienen una única dirección a lo largo de una serie de generaciones?
Da la impresión de que Norbert Elias responde a esta pregunta negativamente, o, al menos, da opción a que se entienda así. Desde un planteamiento más bien marxista, encuentra el origen de estos cambios del comportamiento (acordes con las necesidades políticas y económicas) en una serie de alteraciones en las condiciones objetivas del medio:
Procedentes de Oriente presionan sobre Francia las tribus eslavas. A fines del siglo VIII se encuentran ya en el Elba. El movimiento de los eslavos también queda detenido algo más tarde como quedó el de los árabes. Los grandes movimientos se estabilizan
Desaparecería así la posibilidad de que los guerreros hicieran nuevas conquistas. Ya no hay forma de enriquecerse obteniendo más botín y no quedaría más remedio que coexistir en el mismo territorio. De ahí la exigencia de disminuir la belicosidad.
En correspondencia con este cambio de la estructura de las interdependencias, también se transforma la modelación del comportamiento y de toda la vida emocional, la configuración de la estructura espiritual.
Pero esto parece un error. No habría sido la primera vez que durante un periodo histórico se produce una estabilización de los movimientos de los pueblos guerreros. Roma y China son buenos ejemplos de ello, durante períodos de largos siglos. ¿Por qué no surgió entonces un cambio de costumbres que acabara dando lugar a la pacificación y la cortesía en las relaciones de interdependencia, y más adelante al Renacimiento, la Reforma y la Ilustración?
La construcción psicológica del hombre romano y el hombre medieval se manifiesta no sólo en las interdependencias políticas entre los poderosos (reyes y caballeros), sino en otras realidades humanas, como, por ejemplo, la institución de la esclavitud, en declive durante la Edad Media, la desaparición de los espectáculos violentos más crueles, como las luchas de gladiadores (reemplazadas transitoriamente por los duelos y torneos), y la condición de la mujer, que durante la Edad Media pasa a convertirse en objeto del “amor cortés”.
Norbert Elías no nos resuelve el origen de estas diferencias. El proceso de estabilización de la propiedad tras el fin de los movimientos de invasiones bárbaras y la consecuente necesidad de repartirse mejor el poder en un sistema de propiedad de la tierra que ya no puede ampliarse podría ser más bien la consecuencia y no la causa de los cambios. Sin embargo, se nos da una pista más interesante cuando se habla de fenómenos sociales que estaban teniendo lugar en una época en que, por cierto, tales invasiones bárbaras, aún persistían:
La estrecha relación de la casa real con la Iglesia convierte a los conventos, abadías y obispados dentro de las zonas de dominación de los otros señores territoriales en bastiones de la realeza y pone a disposición del monarca la influencia espiritual que tiene la organización eclesiástica en todo el país.
En los monasterios reina, parcialmente, una renuncia absoluta a los alimentos de carne, esto es, renuncia por presión más o menos autoimpuesta y no por carencia, así como una infravaloración radical o una limitación también radical de la comida.
Los clérigos ilustrados escribieron de vez en cuando en latín libros sobre las normas de comportamiento en la mesa que constituyen testimonios sobre las pautas reinantes en su época. Al lado de estas normas de conducta, escritas en latín por los círculos clericales se dan, también, los testimonios correspondientes en las diversas lenguas profanas a partir del siglo XIII, procedentes, al comienzo sobre todo, del círculo de la sociedad caballeresco-cortesana.
Lo que nos muestra Elias aquí es cómo, aparentemente, la institución eclesiástica y los monasterios siguieron la pauta marcada por los reyes. Pero esto no es cierto. Al referirse a los cambios de costumbres en los monasterios, como no comer carne, está obviando el hecho de que tales cambios de costumbres (que implicaban mucho más que no comer carne) aparecen con antelación de que surjan las cortes medievales y el comportamiento cortesano.
La abstinencia de comer carne, la aversión al castigo físico, el culto al trabajo manual, la organización racional de la toma de decisiones y la humildad son principios que aparecen explícitamente en la Regla de san Benito que regía los monasterios ya en el siglo VI, y que parte de otros reglamentos monásticos aún anteriores, más o menos de la época final del Imperio Romano.
En suma, lo que Norbert Elías no nos señala (y menos aún Steven Pinker, en su reciente libro "Los ángeles que llevamos dentro", que analiza el comportamiento humano civilizado a partir del examen de Elías) es que todo el cambio de comportamiento cortesano de la Edad Media, su proceso de civilización (de pacificación), está originado en el monasticismo cristiano y en las pautas de la vida eclesiástica.
El monasticismo cristiano explica el declive de la esclavitud, no porque el cristianismo prohibiese la esclavitud, sino porque exaltaba el trabajo manual y la pobreza (que en Roma implicaba la necesaria degradación del pobre trabajador manual: el esclavo); también explica la pacificación de costumbres, no porque sea conveniente para que el Rey disponga del monopolio de la fuerza, sino porque permite la práctica de la virtud cristiana (algo que secundariamente permite, por supuesto, que también el rey incremente su poder); incluso explica el amor a la mujer devoto y contenido, porque se inspira en el culto a la Virgen María, paradigma de unas virtudes femeninas que para los romanos eran desconocidas (para el romano, la mujer era sólo un objeto de deseo sexual).
En suma, da la impresión de que es la influencia clerical y monástica la que inspira gradualmente a los poderosos a imponer una pacificación de costumbres. ¿Por qué motivo, si no, se toleraba la existencia de los monasterios?, ¿y por qué se toleró a las ciudades libres, que mermaban el poder del rey?
Norbert Elías nos da las siguientes fechas:
Las formas de comportamiento características de gran parte de la clase alta en los siglos X, XI y XII, solamente pueden encontrarse posteriormente entre algunos marginados. Sigue dándose la falta de regulación y de contención de los impulsos. Falta todavía la transformación de estos impulsos.
Hay un aparente error en la cronología, tal como Elías nos las ofrece: fin de las invasiones hacia el siglo VIII, persistencia de las costumbres violentas hasta el siglo XII, transformación de la civilización por el cambio de costumbres a partir del siglo XIII, XIV (quinientos años después de que, supuestamente, cesaran las invasiones) y el Renacimiento posterior, con su quattrocento y su cinquecento. Pero, como vemos, el cambio de costumbres lo han iniciado los clérigos y monjes mucho antes. Y lo han hecho con el consentimiento del poder político. En la Roma clásica no existía nada parecido a los monasterios (otra cosa es que, de una forma u otra, comenzase a ser demandada ya entonces tal línea de comportamiento), y es después, incluso en la época “bárbara” del siglo VI (las invasiones mencionadas no habrían cesado aún), que se protege a estos grupos de hombres que viven según pautas de conducta pacificadas, que trabajan manualmente, que cambian la coerción física por el autocontrol psicológico, que reprimen sus impulsos sexuales y violentos, que se rigen mediante leyes escritas muy estrictas y meticulosas, y que desarrollan el intelecto a un nivel muy superior al de los guerreros que tienen el poder político.
El monasticismo no es un invento cristiano tampoco. Los primeros monjes son los budistas, y la filosofía budista de autocontrol de las pasiones pasa después al estoicismo y cinismo griegos, anteriores a los cristianos: el pensamiento judío del que surge el cristianismo había sido influido ya por tales doctrinas.
Así pues, volvemos a la pregunta que se hace Norbert Elías en su libro sobre “El proceso de civilización”.
¿Hay cambios de larga duración de las estructuras emotivas y de control de los seres humanos que mantienen una única dirección a lo largo de una serie de generaciones?
Da la impresión de que es así. De que un larguísimo proceso de cambios de costumbres de “pacificación y autocontrol” llega hasta el cristianismo, que logra imponerse dentro de la civilización romana (y esto no puede ser sino porque la misma civilización romana demandaba una solución de este tipo), que acaba destruyendo la civilización romana y que da lugar después a un largo proceso de transformación social en Europa.
Como escribe Norbert Elias:
Todo lo que puede observarse científicamente en un ser humano es su comportamiento
Y
La evolución que llevó a un conocimiento objetivo y a un control creciente sobre los procesos naturales por parte del hombre, también fue una evolución hacia el autocontrol de los seres humanos.
El monasterio podemos concebirlo como un “Centro de Alto Rendimiento” de la conducta, un esfuerzo deliberado de obtener, mediante el uso de recursos extremos (como si se tratase de procesos para obtener nuevas especies de hortalizas y ganado), nuevas pautas de comportamiento en el sentido de una mayor cooperación mutua, y la mayor cooperación sólo puede ser el resultado de unas relaciones de extrema confianza, solo posible, a su vez, si los individuos ejercen autocontrol sobre su propia agresividad. En estas circunstancias, la mejora económica se hace evidente y el sistema va siendo gradualmente adaptado a las formas políticas.
El guerrero protege a los monjes y a los clérigos porque su comportamiento es estimado y su protección le da prestigio. Lleva también a su castillo a frailes y sacerdotes por el mismo motivo de prestigio… y también porque le proporcionan algún tipo de consuelo psicológico (igual que un señor romano llevaba con él a filósofos, poetas y oradores). Les asigna encargos prácticos. Gradualmente, el modo de vida “pacificado” del clérigo y el monje acabarán influyendo en las costumbres de las jerarquías de guerreros, y estos se apercibirán de las ventajas prácticas que suponen además de las ventajas psicológicas que previamente les han llevado a tolerarlos e incluso a protegerlos.
Esta parece la concatenación correcta de las causas y los efectos, y no tanto la que muestra Norbert Elías de cambios poblacionales y económicos previos. El mayor factor económico es siempre el uso que el ser humano hace de su capacidad para desarrollar pautas de conducta de interdependencia. Otra cosa es cómo llegan a surgir las nuevas pautas de conducta de interdependencia (es decir, las invenciones cognitivas y simbólicas del tipo "caballerosidad", "cortesía", "humildad") y si se dan las condiciones para que éstas sean o no aceptadas. Una hambruna, una epidemia, una invasión o cambio climático puede ser el disparador de un cambio... siempre y cuando se halla incubado previamente la predisposición a éste. Parecidas circunstancias del entorno tendrán diferentes consecuencias para pueblos culturalmente diferentes.
En teoría, todo sistema económico es perfecto en la medida en que es aceptado socialmente. Antes de que llegasen los europeos, China y Japón tenían sus propios sistemas sociales y económicos, que en su contexto funcionaban a la perfección. No tardaron mucho en darse cuenta de que los europeos contaban con un sistema mejor y en consecuencia acabaron adoptándolo. Pero para que ese sistema llegara a existir en Europa, un cambio cultural profundo del comportamiento humano tuvo que darse previamente.
Los cambios culturales, como el software de los computadores, son meras invenciones. El ser humano inventa la escritura, la rueda, la agricultura o el feudalismo porque los necesita, pero primero necesita que se de lugar al cambio cognitivo que haga visible la conveniencia de poner en práctica la invención. Al igual que el barro, la madera o el mineral, el ser humano –su comportamiento- es también objeto de manipulación artesanal.
¿La civilización surge porque el fin de las glaciaciones hizo posible la invención de la agricultura? Muchos pueblos no inventaron la agricultura a pesar de que el clima lo permitía. De hecho, la agricultura llevó a muchos pueblos a alimentarse peor (menos carne) que cuando vivían de la caza (siempre hay caza abundante si limitas el crecimiento de la población). La realidad es que antes de que se inventara la agricultura ya habían aparecido las pinturas rupestres, los primeros enterramientos e incluso los primeros templos: es después de que se haya producido ese cambio cognitivo cuando surge la necesidad (más bien el deseo) de una vida sedentaria y con más relaciones interpersonales (mayor población), y de la misma forma seguirían produciéndose aplicaciones prácticas (económicas y políticas) a partir de las nuevas invenciones cognitivas.
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