Este libro del psiquiatra William Sargant es uno más de los que se escribieron durante la guerra fría contra las estrategias antisociales del totalitarismo. El término “lavado de cerebro” comienza a utilizarse hacia 1950, a partir de las revelaciones sobre el psicologismo de la represión carcelaria del comunismo chino. El asunto llegó a popularizarse hasta el punto de que, inspirado en tales casos, se produjo un gran éxito cinematográfico, “The Manchurian Candidate” en 1962, basado en una novela anterior.
Pero el autor inteligentemente retrotrae las estrategias de “lavado de cerebro” a tradiciones religiosas anteriores al psicologismo científico de Charcot o Pavlov, a los que, por otra parte, se hace constante referencia (también Sargant hace referencia a las investigaciones antropológicas de su amigo Robert Graves). Con Pavlov entramos en la crudeza que implica la necesaria conexión entre los padecimientos físicos y el estado mental.
Los experimentos de Pavlov con los perros son tan notoriamente aplicables a ciertos problemas del comportamiento humano que el señalamiento de que “los hombres no son perros” se hace a veces casi irrelevante (p. 47)
El considerar la influencia del estado fisiológico sobre la mente humana tiene un aspecto positivo: no podemos culpabilizar al sujeto de lo que, bajo el control de un agente antisocial, supone una imposición violenta sobre su cuerpo, perfectamente equiparable a la tortura física.
[Los hombres] están dotados de aprensiones religiosas y políticas, y están dotados con el poder de la razón; pero todas estas facultades están fisiológicamente vinculadas al cerebro (p. 239)
El propósito de este libro [es] discutir los posibles aspectos fisiológicos de la conversión política y religiosa (p. 235)
Si el sujeto que padece estos fenómenos es una víctima, con más motivo debemos condenar a quien planea y ejecuta el "lavado de cerebro" si lo que hace es violentar nuestra capacidad para juzgar y evaluar racionalmente nuestra propia realidad.
Sin duda, habremos de tener en cuenta, por la misma causa, que toda cultura nos condiciona en alguna medida, pero el “lavado de cerebro” tiene la peculiaridad de hacer explícito e inequívoco el forzamiento de la mente humana con fines malévolos, no relacionados con el bienestar común, sino simplemente por la búsqueda del poder político o hasta por motivaciones llanamente delincuenciales (normalmente pretextando ideologías religiosas o humanistas).
Este libro no trata acerca de la verdad o falsedad de cualquier religión o creencia religiosa. Su propósito es examinar los mecanismos fisiológicos implicados en la fijación o destrucción de tales creencias en el cerebro humano (p. 11)
Políticos, sacerdotes y psiquiatras con frecuencia enfrentan el mismo problema: cómo encontrar el medio más rápido y permanente de cambiar las creencias de un hombre (p. 19)
Los experimentos de Pavlov con los perros fueron considerados ya entonces inadecuadamente crueles, pues implicaban causar sufrimiento a los animales a fin de averiguar hasta qué punto podían ser intencionadamente condicionados en su comportamiento. Pero los sistemas autoritarios nunca han tenido escrúpulos a la hora de poner en marcha estrategias extremas y con frecuencia dolorosas para permitir el dominio sobre los seres humanos.
Bajo un estrés severo y prolongado, gente de un temperamento fuertemente excitable o débilmente inhibitorio (…) alcanzaría estados de excitación incontrolada o paralizante inhibición (p. 56)
La experimentación animal (…) ha mostrado que cuando el cerebro es estimulado más allá de los límites de su capacidad para tolerar el estrés, la inhibición protectora acaba imponiéndose. Cuando esto sucede, no solo pueden los comportamientos previamente implantados en el cerebro ser suprimidos, sino que las respuestas condicionadas positivas previas pueden volverse negativas y viceversa. (p. 59)
La evidencia (…) sugiere que los mecanismos psicológicos que hacen posible la implantación o remoción de patrones de comportamiento en los hombres y animales son análogos; y que cuando el cerebro colapsa bajo un estrés severo el comportamiento resultante cambia, lo mismo en el hombre o en el animal, dependiendo tanto del temperamento heredado por el individuo como de los patrones de comportamiento condicionado que han sido construidos por una adaptación gradual al entorno (p. 92)
Aunque la preocupación del momento en que se escribe este libro es el comunismo, se muestra el paralelismo con, por ejemplo, las estrategias religiosas del evangelismo metodista.
John Wesley y sus métodos exigen un estudio particular en el tiempo presente tanto para los políticos como para los clérigos, incluso si su doctrina del fuego del infierno que predicaba pueda parecer anticuada (p. 12)
Por supuesto, se trata de estrategias cuyo origen es muy anterior a la predicación del señor Wesley, si bien en formas menos sofisticadas.
Todos los sistemas autoritarios de éxito, tanto políticos como religiosos, usan ahora condicionamiento de seguimiento y lo extienden desde arriba hasta lo más bajo del movimiento. Las sociedades primitivas también han usado reuniones de grupo periódicas, donde se excitan las emociones mediante tambores y danzas para ayudar a mantener las creencias religiosas y consolidar las actitudes religiosas previamente implantadas (p. 223)
[Un predicador evangélico] había primero de persuadir a un ciudadano americano común y decente de que había llevado una vida pecadora y de que estaba de cierto condenado al fuego del infierno, antes de persuadirlo a aceptar un tipo particular de salvación religiosa. Los especialistas en la conversión política de forma similar hacen confesar a la gente común que han llevado vidas de error plutocrático, que han actuado como bestias fascistas y que, por medio de la expiación, alegremente aceptarán cualquier castigo severo que se les imponga, incluida la muerte (p.158)
Lo lógico es plantearse si este tipo de principios puede aplicarse a buenos fines. Determinadas realidades del comportamiento grupal humano quedan al descubierto, hay reacciones previsibles, efectos cuantificables…
Este libro no está en principio preocupado con ningún sistema político o ético; su objeto es solo mostrar cómo las creencias, lo mismo buenas que malas, falsas o verdaderas, pueden ser implantadas de forma forzada en el cerebro humano (p. 26)
Por mucho que algunas creencias sean “verdaderas”, si se trata de forzar al individuo para convertirlo en “creyente”, debemos descartar cualquier aplicación positiva de estos conocimientos en particular. El forzamiento se suele producir induciendo estrés y nos damos cuenta de que hay todo tipo de tácticas psicológicas que se utilizan de forma común en este sentido en todo tipo de relaciones sociales. Por ejemplo, el hostigamiento en la instrucción militar y las novatadas. Y también cuando se fuerza a alguien que ingresa en una congregación religiosa a aprenderse la Biblia de memoria o cualquier otro sometimiento oneroso. El fenómeno de la reducción de la disonancia cognitiva tampoco anda muy lejos de este tipo de tácticas.
La cuestión abordada en este libro no es tanto cualquier tipo de estrategia para convencer, sino un tipo de estrategias en concreto que utilizan el sufrimiento como condicionante.
Lectura de “Battle for the Mind” en Doubleday & Company 1957; traducción de idea21