Para muchos estudiosos, las necesidades económicas determinan el carácter de los pueblos. A lo largo de cientos de miles de años, por tanto, el comportamiento humano en general habría estado determinado por estas necesidades económicas que han de exigir la adopción de prácticas culturales específicas. Pero en qué medida sucede esto es discutible.
La concepción común de la «economía» consiste en una relación entre medios y fines, ésta es la concepción capitalista e individualista del objeto económico. (…) La «economía», sin embargo, se convierte en una categoría de la cultura más que de la conducta, más cercana a la política y a la religión que a la racionalidad o a la prudencia. Ya no se trata de actividades que sirvan a las necesidades individuales, sino del proceso vital esencial de la sociedad.
El desarrollo de culturas más avanzadas no ha tenido tiempo de determinar nuestra constitución genética. En esencia, seguimos siendo cazadores-recolectores que en tiempos relativamente recientes y mediante tradiciones culturales nuevas nos hemos adaptado a la civilización basada en la agricultura. pero no parece claro que el origen de este cambio estuviera en sus ventajas productivas. Por un lado, algunos consideran que el hecho económico podemos verlo como una estricta relación entre medios y fines, siendo los medios insuficientes, por lo que debe darse una elección, pero otros consideran que la adaptación ancestral del hombre a la naturaleza ya proporcionaba una satisfacción suficiente de las necesidades básicas.
El neolítico no representó ningún progreso sobre el paleolítico en cuanto a la cantidad de tiempo per capita requerido para la producción de la subsistencia; aun es probable que con el advenimiento de la agricultura el hombre haya tenido que trabajar más.
Por lo menos algunos aborígenes australianos, los Yir-Yiront, por ejemplo, no diferencian lingüísticamente trabajo y juego
Sin embargo, el descubrimiento de la agricultura sí supuso, a la larga, importantes cambios de las expectativas de vida. Podemos considerar, pues, que cualquiera que fuese el origen del cambio del modelo económico, a la larga éste sí reportó beneficios.
La agricultura no sólo elevó a la sociedad por encima de la distribución de las fuentes de recursos alimenticios, también permitió a las comunidades neolíticas mantener elevados índices de orden social donde los requerimientos de la subsistencia humana se sustraían al orden natural. En algunas estaciones del año era posible economizar suficiente comida para sostener a la población en las épocas en las cuales no podían cosecharse alimentos en absoluto; la consecuente estabilidad de la vida social era imprescindible para su desarrollo material. La cultura fue entonces de triunfo en triunfo, en una especie de contravención progresiva de la ley biológica del mínimo.
Estos triunfos económicos irían parejos a cambios culturales, tuvieran estos o no que ver con las motivaciones originarias del cambio del nomadismo al sedentarismo.
A medida que la estructura se politiza, en especial a medida que se centraliza en la autoridad de los jefes, la economía familiar se embarca en una causa social más general. Aunque el cacique o jefe primitivo pueda estar impulsado por la ambición personal, encarna los objetivos colectivos; él personifica un principio de economía pública opuesto a los fines privados y a las insignificantes preocupaciones individualistas de la economía familiar. Los poderes tribales en vigencia y los que van en camino de serlo invaden el sistema doméstico para minar su autonomía, doblegar su anarquía y desencadenar su productividad.
Las ventajas económicas, en suma, favorecen un tipo de organización social autoritaria. Pero el régimen autoritario también favorece una disminución de la violencia que habría sido inevitable al agruparse las unidades familiares en una comunidad más amplia y densamente poblada. El vivir dispersos permitía evitar conflictos que en las poblaciones más concentradas se iban a hacer inevitables.
En un lugar donde el derecho a actuar por la fuerza es común a todos en vez de estar políticamente monopolizado, la discreción se convierte en la parte más importante del valor, y el espacio en el principio más firme de la seguridad. Reduciendo al mínimo el conflicto originado por los recursos, los bienes y las mujeres, la dispersión es el mejor protector de las personas y de las posesiones. En otras palabras, esta división de la fuerza que los filósofos imaginaron, los llevó a imaginar también una humanidad dividida, poniendo entre uno y otro hombre la mayor distancia a modo de precaución funcional.
El conflicto se establece entre una tendencia crónica a dividir y dispersar la comunidad y la evolución de controles políticos que puedan controlar esta escisión y llevar a cabo una dinámica económica más adecuada a la capacidad técnica de la sociedad.
Fuera por la necesidad económica o fuera por la necesidad de disminuir los daños personales, está claro que hay ventajas en el esquema autoritario. De hecho, parece que los primeros jefes de las sociedades primitivas más que abusadores cleptócratas se caracterizaban por su generosidad.
Entre la mayoría de los pueblos primitivos, y sobre todo en América, la generosidad es un atributo esencial del poder.
En la medida en que la sociedad está entregada a las relaciones de parentesco, está moralmente obligada a la generosidad; por tanto, todo el que sea liberal concita de inmediato la estima general. La tenencia por parte de los productores de sus propios medios económicos excluye lo más compulsivo que ha conocido la historia: el control exclusivo de tales medios por unos pocos, que vuelve dependientes a muchos otros.
El juego político tiene que jugarse en niveles por encima de la producción, con símbolos tales como alimentos y otros productos acabados; entonces, por lo general, la mejor jugada, así como también el derecho de propiedad más codiciado, es regalar cosas. La liberalidad del jefe debe estimular la producción más allá de los objetivos usuales de la supervivencia doméstica
En su liberalidad, el jefe sólo devuelve a la comunidad lo que ha recibido de ella. ¿Dónde está entonces la reciprocidad? Tal vez ni siquiera devuelva todo lo recibido. El ciclo tiene tanta reciprocidad como el regalo de Navidad que el niño entrega a su padre después de haberlo comprado con el dinero que éste le dio. Sin embargo, este intercambio familiar tiene eficacia social, y lo mismo sucede con este sistema de redistribución.
De modo que no era muy frecuente que se dieran en la misma forma que conocemos los principios de reciprocidad y justicia que nos parecen tan elementales en la vida económica.
Considerada como una transferencia material, la reciprocidad a menudo nada tiene que ver con eso. En realidad, es precisamente mediante el escrutinio de los momentos en que se aparta de un intercambio equilibrado la forma en que podemos entrever la interacción entre la reciprocidad, las relaciones sociales y las circunstancias materiales. La reciprocidad es toda una clase de intercambio, un continuo de formas.
«La reciprocidad generalizada» se refiere a transacciones que pueden ser consideradas altruistas, transacciones que están en la línea de la ayuda prestada, y, si es posible y necesario, de la ayuda retribuida. El aspecto material de la transacción está reprimido por el social: el reconocimiento de las deudas importantes no puede ser expresado abiertamente y, por lo general, se lo deja de lado. Esto no significa que entregar cosas de esta manera, incluso a los «seres queridos» no genere una contraobligación. Pero esa contraobligación no se estipula por tiempo, cantidad o calidad; la expectativa de reciprocidad es indefinida. En la economía primitiva pocas veces se encuentra una «reciprocidad» que abarque datos materiales precisos. El hecho característico del intercambio primitivo es la indeterminación de los precios.
Esta situación cambia a medida que las sociedades se vuelven más avanzadas: el jefe ya no es un mero donador a cambio de prestigio, sino que se lucra de su posición, ello lleva también a un incremento de las pautas de reciprocidad (“yo te doy si tú me das”) y, finalmente, a un incremento de la producción como consecuencia de las ventajas sociales del enriquecimiento.
El proceso de intensificación en la producción aparece unido a la reciprocidad en el intercambio. De este modo, el hombre laborioso, con el objeto de patrocinar festivales conmemorativos y de participar exitosamente en el comercio exterior, no sólo debe demostrar su industriosidad personal, sino que también debe ser capaz de provocar la industriosidad de los demás. Debe tener un grupo de seguidores.
En las formas más avanzadas de cacicazgo la redistribución no se realiza sin beneficios materiales para el jefe. Lo que comienza con una distribución de su producción en beneficio de los demás, por parte del posible jefe, termina de algún modo poniendo los demás su producción al servicio del jefe.
Marshall Sahlins encuentra que el hombre primitivo, que vivía en su mundo comunista originario (aunque no fuese muy idílico), se fue metiendo poco a poco en un callejón sin salida donde aparecieron la propiedad privada de los medios de producción y el apropiamiento mismo de unos individuos por otros. Lo que pasa es que no parece que debamos ver esto como algo necesariamente negativo: ¿había otra forma de incrementar la producción, favorecer las grandes comunidades humanas y estimular las capacidades creativas del ser humano?, ¿había otra forma de disminuir las constantes agresiones mutuas aparte de otorgar a un jefe reconocido el monopolio de la fuerza?
La función económica parece ser que, en un principio, se trataba de una faceta más de las funciones sociales. Solo con posterioridad el esfuerzo económico fue valorado en sí mismo como un bien quizá como consecuencia de una progresiva valoración del bienestar individual.
La economía es más bien una función de la sociedad que una estructura, porque el armazón del proceso económico lo proporcionan los grupos concebidos clásicamente como «no económicos». En particular, la producción está instituida por grupos domésticos que, por lo general, se ordenan como familias de uno u otro tipo.
Sahlins recoge la llamada “regla de Chayanov” sobre la economía primitiva, que resulta de lo más lógica no solo en esta forma de vida, sino también en muchas más facetas del comportamiento humano en comunidad que nos resultan familiares:
La intensidad del trabajo en un sistema de producción doméstica para el consumo varía inversamente a la capacidad de trabajo de la unidad de producción (La intensidad productiva está inversamente relacionada con la capacidad productiva.)
O sea, que lo importante no es la capacidad de producir sino el que se cubran unas necesidades limitadas trabajando lo necesario y no al límite de la capacidad. Mientras más podamos producir, menos intensamente trabajamos. La intensidad del trabajo ha de ser la que requiera el medio en particular para obtener los bienes que cubran tales necesidades: el trabajo es solo trabajo, y no la realización del individuo a través de él, por lo que no se reconoce ningún mérito a la productividad. Por eso las relaciones sociales determinarían los medios y no al revés: trabajaremos más y mejor si el sistema de producción así lo exige, no en base a la "necesidad", porque las necesidades, en el sistema doméstico, siempre son las mismas. La idea de “necesidades limitadas” contrasta con el modo de producción de la sociedad industrial, donde las necesidades son siempre ilimitadas y la intensidad productiva se mantiene siempre al máximo.
De todas formas, también entre los pueblos primitivos (más o menos primitivos) al consolidarse las relaciones económicas entre comunidades diferentes, surge el comercio y lo que ello conlleva.
El engaño en el trato con tribus extrañas es una práctica moralmente aceptada. Los actos no son de por sí buenos o malos. Para los primitivos, "no parientes" lleva implícito la negación de la comunidad (o del tribalismo); a menudo es un sinónimo de «enemigo» o «extraño»
Marshall Sahlins ve algunos aspectos positivos en la precariedad de la sociedad de mera subsistencia previa al desarrollo económico que contrastan con las formas de vida de las sociedades económicamente más desarrolladas.
La población más primitiva del mundo tenía escasas posesiones, pero no era pobre. La pobreza no es una determinada y pequeña cantidad de cosas, ni es sólo una relación entre medios y fines; es sobre todo una relación entre personas. La pobreza es un estado social.
Es la escasez y no la abundancia lo que hace generosa a la gente, eso es comprensible y funcional «donde todos pueden encontrarse en dificultades alguna vez». Sin embargo, es aún más comprensible y más probable en los lugares donde persisten la comunidad y la moral de parentesco.
La comida no se vendía. Podía darse, pero por tratarse de «mercaderías libres» no debía venderse según las normas de los Pomo. Los artículos manufacturados tales como canastos, arcos y flechas eran lo único que podía venderse. Para los Tolowa-Tututni los alimentos sólo eran comestibles, no comerciables (...) El regateo es una estrategia marginal en el mundo primitivo
Nada puede explicarse insistiendo en que el valor de intercambio en el comercio primitivo corresponde a la oferta y la demanda, ya que los mecanismos competitivos, según los cuales se piensa que la oferta y la demanda determinan los precios en el mercado, no existen en el comercio primitivo.
Y finalmente, la diferencia esencial entre la economía primitiva (de cazador-recolector o de campesino) y la economía burguesa:
«Simple circulación» es, sin duda, más aplicable al campesino que a las economías primitivas. Pero al igual que los campesinos, las gentes primitivas eran constantes en la persecución de valores de consumo, relacionados siempre con el intercambio por el interés en el consumo y, por consiguiente, a la producción por un interés de aprovisionamiento. En este aspecto, el antagonista histórico de ambos es el capitalista burgués interesado en el valor de cambio. El hecho es que mientras uno es un sistema económico de objetivos determinados y finitos, el otro proclama la meta indefinida de «todo lo posible».
Los intercambios económicos podrían tener que ver, en su origen, con el intento de establecer la paz en lugar de una agresión constante entre individuos y grupos.
La conexión entre la corriente material y las relaciones sociales es recíproca. Una relación social determinada puede dificultar cierto movimiento de bienes, pero una transacción específica puede —del mismo modo— inducir una relación social particular. Si los amigos hacen regalos, son los regalos quienes hacen amigos.
La sociedad primitiva considera todas sus transacciones como tratados de paz. Es decir, que todos los intercambios deben incorporar a su propósito material cierto peso político de reconciliación. O, como dicen los Bosquimanos, «lo peor es no dar regalos. Si las personas no simpatizan unas con otras, pero una entrega un don y la otra se ve obligada a aceptarlo, esto trae la paz entre ellos. Damos lo que tenemos. Esa es nuestra manera de convivir». Todo intercambio, al encarnar cierto coeficiente de solidaridad, no puede ser comprendido en sus términos materiales dejando de lado sus términos sociales.
La pacificación no es un hecho intersocial esporádico, sino un proceso continuo que se desenvuelve dentro de la sociedad misma.
Quizá podamos concluir de todo esto que existe una relación entre el desarrollo humano y el desarrollo económico, pero que no es de la forma en que habitualmente se ha pensado. Los seres humanos no se desarrollaron socialmente para huir de la escasez (aún se discute si existió o no un estado generalizado de escasez), su sistema económico ancestral de caza-recolección ya les proporcionaba los bienes que necesitaban porque, si bien el gusto por la posesión siempre ha existido, su forma de vida no concebía más riquezas de las que ya tenían en un mundo de necesidades limitadas. Más bien parece que se produjeron cambios culturales previos que implicaron nuevos hábitos de convivencia (el sedentarismo) que a su vez forzaron nuevas formas económicas (la agricultura). El deseo de posesión y las relaciones sociales complejas fueron las que llevaron, a partir de ahí, a los nuevos tipos de relaciones económicas y sociales.
Los cambios culturales son los que mueven los cambios económicos, no al revés, y el trabajo es un medio y no un fin social. En cuanto a qué mueven los cambios culturales (qué hizo aparecer el arte, la religión, el sedentarismo, el deseo de vivir en comunidades más grandes y complejas) eso todavía está por descubrir, pero existen indicios de que se produjo una mutación biológica que afectó las pautas sociales de nuestros antepasados.
Que buena síntesis del texto. Gracias por compartirla!
ResponderEliminarGracias, me alegro de que lo que hago para mí mismo (ayudarme en la comprensión de un texto extenso) pueda interesar también a otros...
ResponderEliminarLástima de la explicación última sea "una mutación biológica". Y es que la moda que la biología explica todo incluso aparece aquí. O sea, los cambios culturales y sociales, fueron debidos a un gen. Por Dios!!!
ResponderEliminarNo se trata tanto de una moda, sino que parece ser una evidencia de que las facultades de comportamiento, como el lenguaje o la capacidad para la interacción social se reflejan genéticamente. La capacidad para los cambios culturales y sociales son cambios del comportamiento social, y el comportamiento, como todas las funciones de un ser vivo, está determinado genéticamente.
ResponderEliminarNo tenemos que confundir la facultad para comportarse de una u otra forma con que exista o no tal facultad general. De repente, los Homo Sapiens empiezan a demostrar facultades que sus antepasados desconocían por completo. Por ejemplo, pintar en las cuevas de Lascaux, enterrar a sus muertos y repartir equitativamente las piezas de caza cobradas. Dentro de esta pauta general de comportamiento -determinada genéticamente sin duda- pueden producirse variaciones culturales (pintar figuras humanas y no animales, por ejemplo), pero en mi texto hago una alusión general a las facultades propiamente humanas: "qué hizo aparecer el arte, la religión, el sedentarismo, el deseo de vivir en comunidades más grandes y complejas".
No creo caer en lo que parece un error común de exagerar el determinismo genético en los cambios culturales más particulares, como parece que es este caso: http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2016/01/una-herencia-incomoda-2014-nicholas-wade.html
muchas gracias por este resumen! realmente muy bueno!
ResponderEliminarGracias a ti por tu atención
ResponderEliminarbuenisimo muchas gracias!!
ResponderEliminarEstoy con el amigo anónimo. Pensar que los cambios culturales son debidos o tienen que ver con cambios genéticos es no entender nada. El proceso de desarrollo cultural es lamarckiano y no darwiniano, la cultura se transmite de generación en generación y los genes no actuan aquí para nada. La cultura es una construcción social. El determinismo genético ya está superado!
ResponderEliminarBueno, Alex, no voy a insistir mucho, pero recuerda que yo me refiero a la "capacidad para los cambios culturales", no a los cambios culturales en particular a los que da lugar esa capacidad. Sí, la cultura se transmite de generación en generación (supongo que sabes que los chimpancés y otros simios y otros animales también tienen cultura), pero la capacidad para una cultura acumulativa, compleja y abstracta como la nuestra solo la tenemos nosotros, como especie. Y eso, en tanto que atributo de especie, solo puede estar genéticamente determinado.
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