Lo que necesitamos es una tecnología de la conducta. Podríamos solucionar nuestros problemas con la rapidez suficiente si pudiéramos ajustar, por ejemplo, el crecimiento de la población mundial con la misma exactitud con que determinamos el curso de una aeronave; o si pudiéramos mejorar la agricultura y la industria con el mismo grado de seguridad con que aceleramos partículas de alta energía; o marchar hacia un mundo en paz con un progreso, siquiera parecido al seguido por la física en su camino hacia el cero absoluto (si bien ambas cosas, a no dudarlo, permanecerán fuera de nuestro alcance).
El planteamiento del brillante y desinhibido B F Skinner, un psicólogo experimental de merecida fama, es inatacable por lo obvio, en tanto que el hombre es “la medida de todas las cosas”: si “arreglamos” al ser humano, entonces éste, con su gran inteligencia desarrollada en eficiente cooperación, será capaz de arreglarlo absolutamente todo por sí mismo. Si esto no es aún posible es porque –según Skinner- existe una serie de prejuicios ideológicos que contaminan el análisis de una realidad tan simple y por ello hacen imposible la elaboración de la tecnología de la conducta. Estos prejuicios son también los que habrían dado lugar a formulaciones erróneas acerca de la naturaleza psicológica del ser humano. B F Skinner resalta el “mentalismo”, como la formulación errónea más significativa.
Deberíamos seguir el camino que nos trazan la física y la biología. Deberíamos prestar atención directamente a la relación existente entre la conducta y su ambiente, olvidando supuestos estados mentales intermedios.
Hace ya mucho tiempo que William James corrigió la interpretación, prevaleciente entonces con respecto a la relación existente entre sentimientos y acción. Y aseguró, por ejemplo, que no escapamos porque tenemos miedo, sino que tenemos miedo porque escapamos.
Aristóteles opinaba que un cuerpo descendente aceleraba la velocidad de su caída porque, conforme se iba acercando a su destino, se sentía más y más jubiloso e impaciente ante la perspectiva de llegar. (…) La biología todavía continuó durante mucho tiempo apelando a la naturaleza de las cosas vivas; y no abandonó por completo el recurso a las "fuerzas vitales" hasta el siglo veinte.
La grave objeción al mentalismo es que el mundo de la mente escapa a toda demostración y la conducta no se reconoce en sí misma como sujeto de estudio. En psicoterapia, por ejemplo, las cosas extrañas que una persona dice o hace son consideradas casi siempre como meros síntomas, y, en comparación con los dramas realmente fascinantes que tienen lugar en las profundidades de la mente, la conducta misma aparece por cierto como algo muy superficial.
Según este planteamiento, la conducta no es la superficie de una serie de fuerzas ocultas dentro de la mente (acerca de las cuales, de todos modos, poco podemos llegar a saber, puesto que son internas y están ocultas) sino que supone la exteriorización inmediata de una complejísima sucesión de influencias ambientales (y todo esto sí es observable).
Cuando Pavlov demostró que se podían producir nuevos reflejos a partir de determinados condicionamientos, nació toda una nueva psicología en torno a las relaciones estímulo-respuesta.
El ambiente no solamente impulsa o encadena, sino que selecciona. Su función es semejante a la de la selección natural, aunque a una escala de tiempo muy distinta, y por lo mismo fue descuidada durante muchos años.
Pero vaya por delante que B F Skinner se equivoca al apelar al trabajo científico puro para solucionar los problemas del comportamiento humano. Y no solo por la complejidad de la tarea....
Ciertamente no tenemos una tecnología conductual comparable en poder y precisión a la tecnología física y biológica
...sino porque el problema más grave estriba en que lo de la solución científica a los problemas sociales ya se inventó antes de Skinner: era el marxismo, supuestamente basado en la “ciencia social” y en la “ciencia económica”… y también los nazis decían basarse en la ciencia: una supuesta “ciencia racial”. B F Skinner se refiere ahora a la “ciencia psicológica del comportamiento”.
Discutiremos estos temas "desde un punto de vista científico". Pero esto no significa que el lector necesite conocer los detalles de un análisis científico de la conducta. Una simple interpretación será suficiente. (…) Los especialistas nos explican por qué son así las cosas. Podemos, por supuesto, poner en duda esas explicaciones: no conocen "los hechos" y lo que afirman no puede ser "demostrado", pero en cualquier caso tienen más probabilidades de acertar que aquellos que carecen de experiencia.(…) Las instancias de conducta que se mencionan a continuación no se aducen como "pruebas" de la interpretación. La prueba hay que encontrarla en el análisis básico. Y los principios que utilizaremos en la interpretación de esas instancias tienen una verosimilitud de la que carecerían en el caso de que los hubiéramos deducido de observaciones causales no científicas.
¿”Análisis básico”?, ¿”verosimilitud”?, ¿”experiencia” de los "especialistas"?
Los ciudadanos habrían de depender de individuos que elaboran teorías y que inevitablemente disienten entre sí acerca del desarrollo del proceso. Los no científicos no podríamos poner en juicio sus criterios, solo constatar cómo disputan acerca de cuál de entre los métodos científicos es el más acertado. En el fondo, es lo mismo que decía Lenin, de que una cocinera debía ser capaz de entender el marxismo (“una simple interpretación será suficiente”) cuando lo que sucedió en realidad fue que quienes elaboraban las directrices del Estado socialista no solo no eran cocineras ni nada parecido, sino que las cocineras carecían de poder político y tenían que resignarse al alarde de “experiencia” de los especialistas y a dar por verosímil el “análisis básico” que se les ofrecía en textos como “"El ABC del Comunismo", sin necesidad de entender ni interpretar nada. ¿Cómo podía saber una cocinera rusa si el método científico acertado era el que propugnaba Stalin o lo era el que propugnaba Trotsky?
Éste es un problema (el de las constantes herejías de las doctrinas por el bien común) que el mismo Skinner admite que viene de antiguo:
Rousseau tenía fe ilimitada en la bondad de los maestros, que de este modo usarían su absoluto control sólo en bien de sus alumnos. Pero, como veremos más adelante, la bondad no es una garantía contra el abuso de poder
¿Existen especialistas de la psicología lo suficientemente puros y fiables (ya no "buenos", puesto que se admite que la bondad no es garantía) como para ponernos en sus manos a la hora de aceptar directrices para nuestro comportamiento social (es decir, “a prueba de herejías”)?
Para saber si BF Skinner era uno de ellos, podríamos juzgar un poco si poseía, aparte de su criterio científico, una ideología peculiar. Porque si la tenía, entonces siempre habría existido el riesgo de que tal ideología contaminase sus criterios en forma de prejuicios…
¿Tiene la vida, en cuantas formas aparece sobre la superficie terrestre, un propósito?
Existen maravillosas posibilidades —tanto más maravillosas cuanto ineficaces han sido los puntos de vista tradicionales—. Es difícil imaginar un mundo en el que las personas convivan sin pelearse; se mantengan a sí mismas mediante la producción del alimento, el cobijo y la ropa que necesiten; se distraigan y contribuyan a la distracción de otros, por medio del arte, la música, la literatura y los deportes; consuman solamente una parte razonable de los recursos naturales del mundo y eviten en cuanto sea posible la contaminación ambiental; no engendren más hijos de los que pueden criar y educar decentemente; continúen la exploración del mundo que les rodea y descubran métodos mejores de dominarlo; y lleguen, finalmente, a conocerse exactamente a sí mismos y, por consiguiente, sepan manejarse a sí mismos con eficacia. Con todo, por difícil que parezca, todo ello es posible, y aun el más insignificante signo de progreso debería proporcionar una forma de cambio que, en términos tradicionales, podría decirse que aliviaría la vanidad herida, eliminaría el sentido de desesperanza o nostalgia, corregiría la impresión de que “ni podemos ni necesitamos hacer nada por nosotros mismos”, y promovería un “sentido de libertad y dignidad” mediante la creación de “un sentido de confianza y valor”.
Aquí podemos ver condicionamientos culturales previos. Como, por ejemplo, considerar la cuestión de que la vida tenga o no un “propósito”, o lo que se refiere al cuidado de los hijos, el contenido emocional de la “confianza y valor”, o dar por sentado que una cultura futura también necesitará “distracciones” de las artes, deportes y literatura, de modo que su planteamiento científico habrá de ponerse al servicio de una determinada forma de vida convencional actual… a pesar de la experiencia de cómo se dan los cambios sociales a lo largo del tiempo (¿por qué considerar importante que la vida tenga un “propósito” o no?, ¿por qué es importante cuidar de los hijos o siquiera que haya hijos?, ¿por qué hay que “distraerse”?).
Aún con más claridad puede observarse el ideario de Skinner en su famosa novela utópica "Walden Dos", escrita en 1948: Nos contentaremos con el grado de felicidad que han logrado otras comunidades o culturas, pero no nos sentiremos satisfechos si no conseguimos, además, la inteligencia de grupo más despierta y dinámica que jamás haya aparecido sobre la faz de la Tierra.
El problema de la ideología lo acepta el mismo autor…
El planificador de una nueva cultura siempre permanecerá estando ligado a ciertos factores culturales, puesto que él mismo no será capaz de inhibirse enteramente de las tendencias que hayan sido engendradas por el ambiente social en el que ha vivido. Hasta cierto punto, planificará necesariamente un mundo que a él le guste.
Y, fuera de un ideal particular de vida, ¿podemos determinar cuál es el objetivo de desarrollar una ciencia de la conducta?
Hacer a los organismos más sensibles a las consecuencias de su acción.
Acelerar el desarrollo de prácticas que hagan entrar en escena las consecuencias remotas de la conducta.
Esto es una formulación más sensata que la descripción de una serie de ideales de acuerdo con la cultura convencional del momento, pero incluso así es criticable: ¿podemos determinar la importancia de las “consecuencias remotas” con respecto a las circunstancias inmediatas?, ¿no pueden darse casos en los cuales lo inmediato podría ser de mayor importancia que lo remoto?
De todas formas, la declaración de principios en cuanto al uso de la razón científica y la necesidad de intentar nuevos caminos sí que es valiosa.
Si economías planificadas, dictaduras benevolentes, sociedades perfeccionistas y otras aventuras utópicas han fracasado, debemos recordar que también han sucumbido culturas no planificadas, no impuestas, e imperfectas, respectivamente. Un fracaso no es siempre una equivocación; puede que sea, simplemente, lo más que se pueda hacer dadas las circunstancias. La verdadera equivocación es renunciar a seguir intentándolo.
La única esperanza estriba en la diversificación planificada, que reconoce la importancia de la variedad.
Sin embargo, el público puede no entusiasmarse con la idea de prestarse a un experimento científico que lleve a un fracaso, mientras que si cientos de millones de seres humanos se vieron seducidos por las promesas del marxismo fue no tanto por la promesa de un radiante porvenir, sino porque de forma inmediata se vieron emocionalmente satisfechos por los medios y fines propuestos por la ideología de la lucha de clases. Fuese o no una experiencia que acabó en un fracaso, el proceso satisfizo en su momento los deseos de justicia social de muchos (o liberó su ira originada por el resentimiento, lo mismo da).
La tecnología de la conducta que surge es neutral desde el punto de vista ético, pero cuando se aplica a la planificación de una cultura, la supervivencia de la cultura actúa como un valor.
Lo cual resulta poco atractivo, ya que solo a la larga podemos averiguar si la cultura planificada, neutralmente ética, sobrevive o no. Mientras tanto, carecemos del incentivo ético para perpetuar la forma de vida determinada por esa cultura en particular que, como todas las culturas, acabará viéndose superada con el paso del tiempo.
En lo que Skinner sí tiene probablemente razón es en lo que se refiere al auténtico significado del control y los prejuicios contra éste:
Las literaturas de la libertad y de la dignidad han convertido el control de la conducta humana en una ofensa punible.
Es por eso que el libro se titula “Más allá de la libertad y dignidad”. No tanto porque Skinner no creyese en los valores liberales, ya que era un buen demócrata norteamericano, sino que consideraba que en la "literatura de la libertad y de la dignidad" se les da a estos conceptos un valor exagerado e impropio que estorba la consecución de los mismos fines buscados:
La dignidad o valor de la persona parecen quedar en cuarentena apenas existe cualquier evidencia de que su conducta pueda ser atribuida, no a su propia voluntad, sino a circunstancias externas.
Es la apariencia de control la que ofende lo que él llama “la literatura de la libertad y la dignidad”, una falta de realismo que nos perjudica a la hora de afrontar problemas reales graves: nadie quiere ir al psiquiatra y al hacerlo ponerse en sus manos; nadie quiere que un guardia nos dé ordenes, nadie quiere ser controlado o, al menos, controlado de forma demasiado evidente. Y eso es irracional y poco realista.
Muchas prácticas sociales, esenciales para el bienestar de la especie, implican y exigen el control de una persona por parte de otra, y nadie que tenga una dosis mínima de interés en el progreso humano puede suprimir ese género de control. (…) El problema no estriba en liberar al hombre de todo control, sino de ciertas clases de control. Y este problema sólo puede ser resuelto si nuestro análisis tiene en cuenta todo tipo de consecuencias.
A este acierto de reivindicar la necesidad de algún tipo de control y de aceptar esto de forma madura y responsable, se suma la crítica a diversos sistemas de control tradicionales, que él llama “débiles”:
El error fundamental de cuantos adoptan métodos débiles de control (tolerancia absoluta, la mayéutica, la dirección y la dependencia de las cosas, el cambio de mentalidad) consiste en suponer que el balance del control queda en manos del individuo, cuando en realidad queda, por el contrario, en manos de otras condiciones. Esas otras condiciones resultan con frecuencia difíciles de detectar, pero continuar descuidándolas para atribuir sus efectos al hombre autónomo es mantenerse al borde del desastre. Cuando las prácticas de control quedan ocultas o camufladas, es más difícil el contra-control.
A su vez, y esto es importante, parece que Skinner se equivoca al abogar por un determinado tipo de control
El problema auténtico estriba en la efectividad de las técnicas de control. No resolveremos los problemas del alcoholismo y la delincuencia juvenil mediante el aumento del sentido de la responsabilidad. El verdadero "responsable" de la conducta inconveniente es el ambiente, y es, por tanto, ese ambiente lo que debemos cambiar, no ciertos atributos del individuo.
Pero puesto que los cambios en el ambiente son difícilmente previsibles (salvo que estuviéramos dentro de un terrible sistema totalitario… un poco parecido a los sistemas de control que Skinner utilizaba en su laboratorio con animales) parece que la mejor situación sí sería “cambiar al individuo” en alguna medida, funcional, de forma que estuviera en condiciones de afrontar por sí mismo los problemas ambientales (que no siempre son previsibles).
Por supuesto, el voluntarismo de apelar al “sentido de la responsabilidad” tiene poco efecto (pensemos en materias escolares como "Educación para la Ciudadanía"), pero el “cambio de mentalidad” que se opera en muchas religiones sí resulta objetivamente eficiente y, de hecho, es el que se encuentra detrás de la mayoría de los cambios culturales.
Los suecos son más responsables y cívicos que los españoles no porque tengan mejores leyes (un factor ambiental), ni mucho menos porque practiquen el voluntarismo de querer ser mejores ciudadanos cada día, sino porque, entre otros factores psicológicos, el inconsciente de cada individuo ha asimilado en el pasado la ética protestante (una variedad religiosa, elemento nuclear de la cultura sueca) y esto ha dado lugar, a la larga, a una peculiaridad común en el comportamiento social de la población. Éste es el gran error de la teoría de B F Skinner, y lo es a pesar de lo mucho que tiene en cuenta los factores culturales. ¿Quizá Skinner pensaba que una mera suma heterogénea de estrategias conductuales (una casuística, una heteronomía) podía acabar formando una propia visión cultural, sin necesidad de una ideología, cosmovisión o simbología, elementos fundamentales en una cultura?
El hombre mismo puede quedar controlado por su ambiente, pero se trata de un ambiente que es casi por completo producto de su propia industria.
La evolución de una cultura es, en efecto, un tipo de ejercicio gigantesco de auto-control.
El cambio cultural supone un “lavado de cerebro” integral que consta de un núcleo ideológico simbólicamente expresado que, poco a poco, casi imperceptiblemente, afecta la forma en que el individuo reacciona ante cualquier tipo de nueva contingencia ambiental. Un protestante lo hará de determinada forma, un católico de otra, un musulmán o un confuciano de otra. Tenemos conductas diferentes porque tenemos individuos diferentes en buena parte como consecuencia de su programación cultural previa. La cultura los ha programado para ser diferentes y la consecuencia de ello son diferentes conductas.
La persona preocupada que acude al psicólogo (que puede ser un conductista) se expone a un sistema de control tanto como el que acude a una Iglesia. Pero mientras que el individuo que tiene un problema de alcoholismo o agresividad recibe del psicólogo conductista la enseñanza de algún truco, como beber cerveza sin alcohol como sucedáneo o como contar hasta diez antes de ponerse a pegar puñetazos (casuística que puede dar algún resultado), la realidad sigue siendo que, por ejemplo, las naciones de cultura protestante suelen tener estadísticamente menos problemas con el alcoholismo, con la agresividad y con casi todos los problemas antisociales que las naciones de cultura católica (en todo caso, siempre tienen menos criminalidad). Otro ejemplo de la importancia de los factores culturales sería que los muy costosos esfuerzos educativos que se desarrollan dentro de las prisiones a cargo de profesionales (tratamiento casuístico) suelen tener menor efecto sobre los delincuentes violentos que las conversiones religiosas (factor cultural... y a veces también son efectivas las conversiones políticas). Y por cierto que las diferencias culturales entre naciones más o menos exitosas (si nos atenemos, por ejemplo, a la menor corrupción o a los mejores resultados en la educación o a la salud) sí parecen ir en un sentido parecido al que señala el mismo Skinner:
El cometido de quien pretenda planificar una cultura consiste en acelerar el desarrollo de prácticas que hagan entrar en escena las consecuencias remotas de la conducta.
Pagar los impuestos es un buen ejemplo de un comportamiento inmediatamente inconveniente para todo ciudadano como individuo, pero en ciertas culturas se hace con más civismo que en otras porque lo que se tiene en cuenta es precisamente la consecuencia remota del bienestar general futuro. De la misma forma, estudiar es un fastidio para los jóvenes del mundo entero, pero en ciertas culturas se hace con más dedicación que en otras porque se tiene en cuenta la consecuencia remota del éxito social que unos buenos estudios suponen para el joven al cabo de unos años… La aceptación de este hecho por el contribuyente o por el estudiante no es fruto del voluntarismo, sino de la programación psicológica previa que la cultura ha insertado en la "mente" del individuo (recordemos que Skinner no cree en la existencia de la "mente"... pero existe un conjunto de patrones de comportamiento peculiares en cada individuo que, sometido a estudio, podría revelar sus potencialidades).
De momento, el proceso de cambio cultural no está planificado de forma tan clara como Skinner lo hace: lo que movió a los protestantes del norte de Europa fue vivir su fe cristiana de una forma más auténtica, y fue a través de determinados simbolismos cómo asimilaron la nueva ideología de cuyos beneficios prácticos futuros no podían ser conscientes en el momento de su elección.
De forma que la cuestión es que sí tenemos que cambiar las mentes (¿o las actitudes?) de los individuos a fin de cambiar su conducta, y cambiar las mentes solo podemos hacerlo si cambiamos su ideología y sensibilidad íntimas. Ahora bien, para conseguir esto, que no es nada fácil, se ha de recurrir a todo tipo de estrategias psicológicas, y no solo apelando –como acertadamente señala Skinner- al simple “aumento del sentido de responsabilidad".
La sociedad, enmarcada en cada cultura particular, promueve la educación, el pluralismo y la tolerancia como mecanismos de reforma, pero el resultado de tales cambios, que con frecuencia ha de enfrentar graves resistencias culturales, suele darse o bien por invasión de culturas extranjeras (por ejemplo, el modelo occidental, liberal, de origen protestante), o bien por larguísimos periodos de evolución cultural.
Un método skinneriano aplicado a la reforma cultural sería, ciertamente, una innovación revolucionaria, pero habría de someterse a un cuidadoso perfeccionamiento, sobre todo por su falta de originalidad ideológica (lo que lo hace culturalmente incompleto) y por su dependencia de los “profesionales”. Es decir, que siendo la ideología la base del cambio cultural, al carecer los "skinnerianos" de una ideología diferente de la de la sociedad convencional no podemos hacernos muchas ilusiones con respecto a los efectos del cambio cultural promovido por estos "técnicos de la psicología".
Por lo demás, muchas de las técnicas del conductismo han pasado a lo que posteriormente a Skinner se ha denominado “psicología cognitivo-conductual” que busca estimular pautas de cambio del individuo para que éste reaccione en base a ellas ante las nuevas contingencias. Según wikipedia: Este modelo acepta la tesis conductista de que la conducta humana es aprendida, pero este aprendizaje no consiste en un vínculo asociativo entre estímulos y respuestas sino en la formación de relaciones de significado personales, esquemas cognitivos o reglas.
Se trata, por tanto, de un “cambio de mentalidad” -relaciones de significado personales, esquemas cognitivos o reglas- como consecuencia de la estimulación conductual racionalmente organizada, pero, en realidad, el objetivo debería ser crear algo muy parecido a una religión racional mediante instrumentos psicológicos testados por “prueba y error”, y que tenga parecidos efectos a los de las religiones tradicionales. Algo que también Skinner llega a plantearse.
En algo así como un centenar de generaciones se culminará el desarrollo de las prácticas religiosas modernas y, en un tiempo parecido, los sistemas políticos y legales ahora vigentes.
Ahora bien, esta “nueva religión”, como toda religión (¿una "religión del comportamiento"?), tendría que poseer una ideología, no podría ser “éticamente neutral” y muy probablemente chocase con la cultura convencional tanto como lo hace la crítica de Skinner a la “literatura de la libertad y dignidad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario