sábado, 25 de octubre de 2025

“El fin de la guerra”, 2011. John Horgan

El fin de la guerra no quiere decir el fin de todos los conflictos, como aducen los escépticos con frecuencia. Si cesa la violencia militar a gran escala, el mundo aún tendrá que soportar disputas económicas, políticas, étnicas y religiosas. (Introducción)

  El planteamiento del periodista científico John Horgan no es, por tanto, propiamente pacifista, sino que se refiere a la erradicación un fenómeno violento en particular, que es el enfrentamiento entre grupos humanos sistemáticamente organizados.

  Ahora bien, si el planteamiento no es pacifista, la alternativa puede ser muy vulnerable a la corrupción.

La teoría de la manzana mala de la guerra (…) sostiene que incluso si la mayor parte de nosotros queremos paz, gente agresiva, incorregiblemente violenta, logrará arrastrarnos de nuevo a la guerra (Capítulo 4)

  Por lo tanto, lo que se propone es una actitud moderada para tratar de rebajar las posibilidades reales de conflicto. En un momento dado siempre podrá aparecer un Hitler o un Putin que arbitrariamente desencadena una agresión, y ante semejante amenaza debemos estar preparados.

Einstein era un portavoz del pacifismo. Rechazaba la teoría de la guerra justa, arguyendo que uno no hace menos probable que ocurran las guerras formulando reglas para la guerra. Hablando en Estados Unidos en 1930, urgió a la audiencia a negarse a participar en el servicio militar. Después de la invasión nazi de Bélgica, sin embargo, Einstein anunció que si él fuese belga alegremente firmaría por el servicio militar. Los nazis habían de ser enfrentados por la fuerza para salvar la civilización europea (Capítulo 6)

  Las propuestas solo “moderadamente pacifistas” no nos proporcionan metas muy concretas para alcanzar la deseada paz.

Creo que la gente tiene derecho a defenderse contra ataques violentos. También tenemos el derecho, y a veces el deber, de ayudar a otros que son amenazados por matones (Capítulo 6)

La comunidad internacional podría (…) mantener una pequeña fuerza que ayude a enfrentar amenazas internacionales (Capítulo 6)

  Si la fuerza es pequeña es posible que no sea eficaz. Recordemos, además, que en el momento presente en que se escribe esta reseña (cuando la Rusia de Putin mantiene su guerra de agresión contra Ucrania) la propaganda belicista asegura que la fuerza de la OTAN no está para ayudar a enfrentar amenazas internacionales sino que su objetivo real es extender el imperialismo “occidental” (o estadounidense, no se sabe bien) frente al cual la agresión de Putin no sería sino una legítima defensa.  Así pues, cualquier “pequeña fuerza” que sea promovida por un bando cumplirá asimismo el papel de amenaza para el otro.

  Con todo, este realismo de reconocer el derecho a la defensa (aunque con medios debilitados, lo que supone una incoherencia más)  coexiste con una esperanza de paz mundial duradera.

A medida que los humanos aprendan a extender su innata empatía y altruismo a los demás, la guerra desaparecerá en algún momento de este siglo (Capítulo 6)

  Por desgracia, el autor no da ninguna indicación de cómo podría llegar a suceder un cambio de semejante magnitud. Y es una lástima, porque contamos con indicios de que no es imposible organizar una sociedad humana de forma pacífica.

  Lo que sí se ofrecen son algunas observaciones útiles sobre cómo acercarnos al objetivo de una sociedad sin guerras. Para empezar, apoya la visión ideológica de que la guerra es algo antinatural.

[Existe una] necesidad de una campaña educacional a nivel mundial para acabar con el mito de que la guerra es instintiva, intrínseca a la naturaleza humana, o inevitable por que se alega una base biológica (Capítulo 1)

  Queda el dilema de si es admisible postular ideas injustificadas simplemente porque ello de alguna manera favorece el bien común. 

[El científico Francis] Crick escribe que “si bien parece que tenemos libre albedrío, de hecho, nuestras elecciones pueden haber sido predeterminadas para nosotros y no podemos cambiar eso”. Sujetos que leían este pasaje era más probable que engañaran en un test que los sujetos de control que leyeron un pasaje sobre ciencia neurológica que no mencionaba el libre albedrío. La mera exposición a la idea de que en verdad no somos responsables de nuestras acciones parece que nos hace menos morales (Epílogo)

   Se menciona la declaración internacional de Sevilla de 1986, según la cual "la violencia no es una fatalidad biológica, sino una invención social".  Y entonces, en base a lo anterior, tenemos que concluir que, incluso aunque no fuese cierto, reconocer públicamente lo contrario (que las sociedades humanas sí están predispuestas a la guerra) tendría graves efectos.

  La verdad es que, en términos generales, la teoría rousseauniana de que la guerra no existía en la prehistoria no es muy creíble.

La guerra no surgió hace millones de años (…) sino menos de hace doce mil años, cuando nuestro antepasados abandonaron su estilo de vida nómada y se establecieron en tierras con abundante ganado, plantas comestibles y agua (…) [A partir de entonces ] tenían más bienes que robar y defender (Capítulo 3)

Durante la mayor parte de la prehistoria, la gente podía simplemente alejarse de las disputas porque la tierra era tan abundante (Capítulo 3)

   La idea de que las pequeñas sociedades prehistóricas contaban con la opción de desplazarse indefinidamente para evitar los conflictos no explica por qué corrieron riesgos navegando para encontrar tierras nuevas o habitando terrenos difíciles como desiertos o tundras, cuando luchar contra unos intrusos no habría supuesto siempre un riesgo mayor que afrontar tales riesgos. Y en cuanto la población aumentó (por el desarrollo de mejor tecnología para procurarse alimentos) por fuerza hubo de disputarse los territorios más productivos y quedarían muchas menos opciones de huida.

  Igualmente, el autor niega el valor de los tristes descubrimientos de la guerra chimpancé de Gombé.

  Y se contradice al abordar el caso de los aborígenes del continente australiano.

Los aborígenes australianos eran cazadores-recolectores, no granjeros, y sin embargo hace diez mil años [realizaron] dibujos en las rocas que parecen describir que luchaban unos contra otros (Capítulo 3)

  Si los australianos, que se mantuvieron en la prehistoria, sin influencia alguna de civilización desarrollada (no conocían ni la agricultura, ni la ganadería ni las ciudades), no dejaron de ser belicosos, parece poco probable que los prehistóricos que habitaron otras partes del mundo antes de la civilización fueran más pacíficos que ellos.

  La teoría que se presenta aquí es que la guerra es “inventada”, que se trataría de una creación cultural. No habría existido siempre y por tanto podría dejar de existir.

La guerra, una vez inventada, se convierte en una tradición, una costumbre, un hábito, y su propia causa (Capítulo 4)

La tolerancia cultural de la guerra (…) es causa de su persistencia y no tanto unos impulsos agresivos innatos. Para acabar con la guerra (…) necesitamos un cambio en las creencias morales, no un cambio en el poder o en la política. (…) El canibalismo, el sacrificio humano, el castigo corporal y la esclavitud (…) como la guerra, [fueron también] malas costumbres que surgieron hace miles de años (Capítulo 5)

  Cabe preguntarse si los casos del canibalismo y la esclavitud son comparaciones pertinentes, aunque desde luego que es imaginable que se produzcan en el futuro cambios culturales que acaben con las guerras al igual que con los otros fenómenos culturales cruentos. Pero se tratará de cambios profundos.

   Se comenta también que, por ejemplo, los agentes de policía en principio surgieron para enfrentarse a los delincuentes, pero que actualmente hemos asumido que la neutralización de tales delincuentes no ha de ser su prioridad, sino el bien común. 

Los agentes de policía ponen la seguridad de los civiles por encima de otros fines (Capítulo 6)

  Por lo que los agentes solo pueden hacer uso de sus armas en defensa propia (o de la vida de otras personas). Esta diferencia de planteamiento podría aplicarse también a las fuerzas armadas.

Podríamos comenzar por debilitar nuestra milicia, abolir la venta de armas a otros países y librarnos de nuestro arsenal nuclear. Estos pasos, más que retórica vacía, animarán a otros países a desmilitarizarse también. (Capítulo 6)

  Pero ya sabemos que los dirigentes políticos no suelen desaprovechar ventajas para acceder a la supremacía. Y donde no existen amenazas, la propaganda las creará. El que un país se desmilitarice le supone siempre correr un riesgo terrible de volverse vulnerable.

  No se han conocido sociedades sin guerra, incluso la sociedad amish (sin policías, jueces, cárceles, ni multas) existe bajo la protección de la nación estadounidense. La especulación de que la guerra era desconocida en la prehistoria choca con la evidencia australiana. Pero no hay ningún motivo para no pensar que no pueda en el futuro desaparecer. Ahora bien, no podrá desaparecer sin que al mismo tiempo desaparezcan las estructuras políticas y se ponga bajo control la agresividad humana innata, y esas son cuestiones que no se abordan en este libro.

Lectura de “The End of War” en McSWEENEY’S BOOKS 2011; traducción de idea21

miércoles, 15 de octubre de 2025

"Por qué todos los demás son hipócritas”, 2010. Robert Kurzban

 La hipocresía socava la imparcialidad  (p. 215)

  Aspiramos a relaciones personales de confianza. Eso exige que actuemos y nos expresemos con veracidad (evaluación o juicio imparcial demostrable). Pero, de momento, la confianza escasea porque no constatamos mucha veracidad en lo que los demás nos cuentan. Hipócrita es el que pretende hacer creer que su comportamiento es opuesto al que realmente lleva a cabo. Y todos dicen que hipócritas son todos los demás, pero nunca ellos mismos.

El diseño modular de la mente humana garantiza la hipocresía  (p. 205)

  ¿Qué es esto de los “módulos”? Pues según el psicólogo Robert Kurzban y otros autores que le han precedido, resulta que, por muy buena voluntad que tengamos, no podemos ejercer total control sobre nuestros actos, pues pensamiento, deliberación y manifestación se desarrollan en apartados diferentes de la misma mente llamados “módulos”. Y así no podemos ni fiarnos siquiera de nosotros mismos. Poca veracidad.

Un modulo es un mecanismo de procesado de información que está especializado en llevar a cabo alguna función (p. 24)

La mente humana (…) es modular (…) Consiste en un gran número de partes especializadas, y esto tiene profundas implicaciones para comprender la naturaleza humana y el comportamiento humano (p. 21)

La razón para la inconsistencia moral humana (…) [la encontramos en que] diferentes partes de la mente, con diferentes funciones, generan diferentes juicios morales  (p. 205)

  La teoría modular de la mente humana lleva un tiempo funcionando, y los neurocientíficos más o menos la admiten. Algunos experimentos demostrarían que tomamos decisiones ANTES de construir el razonamiento que supuestamente las justifica. Es decir, que la justificación parece producirse siempre a posteriori, no como debería ser.

No sabemos las razones por las que moralmente condenamos algunas acciones. Solo pensamos que están mal, y decimos que están mal, y [después] tratamos de justificar esta visión  (p. 204)

  Nunca vamos a reconocer fácilmente que nuestros juicios morales nos son impuestos por el entorno y no por nuestro libre albedrío. Tratamos de convencernos a nosotros mismos de que no somos conformistas.

Los módulos moralistas constriñen el comportamiento de los demás (…) Al mismo tiempo, otros módulos avanzan nuestros propios intereses adaptativos, con frecuencia gracias a llevar a cabo los mismos actos que condenan nuestros módulos morales. En este sentido, la explicación de la hipocresía subyace en la bastante cotidiana noción de competición. (p. 214)

  Nosotros no tenemos esta sensación de que competimos contra nosotros mismos. Pensamos que somos uno solo, que tenemos una visión completa sobre nuestra propia voluntad. Que podemos garantizar nuestra veracidad y ser merecedores de confianza.

“Tú” –la parte de tu cerebro que experimenta el mundo y siente que está en control- es mejor considerarlo como un secretario de prensa que como el Presidente (p. 22)

  La evidencia tiene a veces un valor escaso para nosotros.

Un estudio muestra que las personas implicadas en accidentes [de tráfico] lo suficientemente serios como para enviar a algún otro al hospital se califican a sí mismos casi de forma idéntica al grupo de control en cuanto a que tomen medidas en habilidades de conducción y seguridad  (p. 103)

  Esto tiene que ver con el conocido fenómeno de la “reducción de la disonancia cognitiva”: la evitación de la realidad lleva a distorsionar la visión que tenemos de ella. Nunca queremos reconocer que nos hemos equivocado. O, más bien, algunos módulos no quieren reconocerlo.

  Sin embargo, no todo está perdido: la mera comprensión del fenómeno del sesgo puede ayudarnos a desenvolvernos a pesar de lo negativo que pueda parecer en un principio. Conozcámonos mejor a nosotros mismos… módulo a módulo. 

   Junto con el deseado control de la agresividad, el progreso de la civilización siempre se ha considerado en el sentido de avanzar hacia una evaluación más exacta y productiva del entorno: las enfermedades no son consecuencia de la brujería, sino de accidentes de la naturaleza en buena parte previsibles y reparables; y sacrificar una res a los dioses no nos ayudará a tener una buena cosecha.

  Ahora bien: sucede que ese mundo de ilustración, imparcialidad y honestidad de juicio aún no es aquel en el que vivimos. Podemos tener que admitir que buena parte de nuestro sistema social está adaptado a la tradición, el conformismo y la hipocresía… 

Ser ignorante, equivocarse, ser irracional e hipócrita puede darte mucho mejor resultado que ser razonable, correcto, consistente y con conocimiento. En tanto que tú seas ignorante, irracional, hipócrita y te equivoques de forma correcta. (p. 3)

  Ello es contrario, en el ideal de una sociedad “moderna”, a nuestros buenos propósitos de una vida social en armonía, que suelen consistir en equiparar el juicio imparcial y equilibrado con el consenso social. Es más: “equivocarnos de forma correcta” puede ser bueno para nosotros a corto plazo porque nos evita el conflicto social… pero a la larga, la evaluación incorrecta de la realidad nos perjudicará a todos.

  Aparte del conformismo (que muchas veces sentimos como forzoso) hay otros sesgos que nos llevan al comportamiento generador de poca confianza (hipocresía… entre otros).Nuestra misma voluntad de velar por nuestros propios intereses nos impulsa a autoafirmarnos. E incluso reivindicando el autocontrol opuesto al conformismo, acabamos cayendo en el error.

El autocontrol [es discutido aquí] de una forma equivalente a la discusión sobre el autoengaño: ¿quién controla a  quién?  (p. 151)

   La confianza en el autocontrol, en el libre albedrío y en la autonomía moral se estrella ante la evidencia del autoengaño. Podemos creer que nos autocontrolamos cuando nos autoengañamos. Y podemos pretender que nos autocontrolamos tan solo para generar en los otros una confianza inmerecida pero conveniente.

    De todas formas, si realmente nos interesa conocer la verdad, tenemos medios para ello. Al fin y al cabo, si ha acabado habiendo algo de progreso ilustrado, progreso científico y progreso moral es porque, paso a paso, se han creado las condiciones culturales –sociales- para acercarnos más a un juicio objetivo acerca de nuestra propia capacidad para juzgar.

  El autor, por ejemplo, recurre a descubrimientos de la psicología social, como el Test de Asociación Implícita. Haciendo uso de esta ingeniosa invención podemos descubrir nuestro propio descontrol. En un caso muy conocido por las circunstancias sociales de los Estados Unidos, se revela que muchas personas son racistas contra la minoría afroamericana sin ser conscientes de ello.

La gente que tiene módulos que contienen una fuerte asociación implícita entre afroamericanos y negatividad no están mintiendo necesariamente cuando informan de que no es así. Lo que sucede es que esta asociación no está disponible en los módulos del habla  (p. 70)

  Hay más módulos. Podemos acceder a ellos, entender cómo funcionan e interactúan. Pero lo principal es que tenemos que saber que existen, que esta limitación –nuestra propia hipocresía interiorizada- puede ser superada como otras muchas. Curiosamente, alcanzamos una verdad cristiana: todos somos pecadores… aunque todos podemos salvarnos.

Lectura de “Why everyone (else) is a hypocrite" en Princeton University Press 2010  ; traducción de idea21

domingo, 5 de octubre de 2025

“Prometer el bien y hacer el mal”, 2023. Adams, Crary y Gruen (Editoras)

    La comunidad humanitaria “Altruismo eficaz” funciona un poco como un entramado de organizaciones en torno a una idea simple pero que, en su simplicidad, encubre lo que podría ser el embrión de una novedosa ideología de cambio social: potenciar los impulsos humanitarios en una concepción racional e inequívoca del altruismo. Es decir, “Altruismo eficaz” centra toda su atención en el rasgo conductual del altruismo, desconectado de cualquier contexto cultural previo. Aunque presume de ser un desarrollo de la ética “consecuencialista” (“hacer el mayor bien para el mayor número”), en realidad presupone una “ética de principios” (o “deontológica”) pues una parte importante –o incluso fundamental- de la existencia del individuo habría de actuar a partir de una concepción racional del deber altruista, un sentimiento abstracto y autónomo: el altruismo por el altruismo mismo.

Altruismo eficaz comenzó en torno a los años 2000 como un movimiento social y filosófico basado en la razón y la evidencia (p. 27)

  Este compendio de ensayos, editado por Carol J. Adams, Alice Crary y Lori Gruen en 2023, parece señalar cierta alarma que se habría extendido entre otros movimientos humanitarios ante lo que parece un éxito del nuevo movimiento, que estaría en total contradicción con otras concepciones del humanitarismo actual.

¿Y si Altruismo eficaz, cualquiera que sean las intenciones de sus líderes y seguidores, daña sistemáticamente a aquellos a los que promete ayudar, estorbando la toma de decisiones democráticas, creando incentivos perversos y reforzando las mismas estructuras que producen el sufrimiento que intenta aliviar? ¿Y si Altruismo eficaz implica una concepción empobrecida del bien y de la razón que trata de fortalecer? ¿Y si Altruismo eficaz toma la función ideológica de reforzar los sistemas de opresión, asegurando a sus adherentes –ellos mismos beneficiaros de ese sistema- que son moralmente impecables? (p. ix)

Movimientos por los derechos de los trabajadores, animales no humanos, gentes de color, indígenas, mujeres, gente encarcelada y viviendo bajo reglas coloniales y autoritarias (…) para la mayor parte de Altruismo eficaz, estos movimientos son, a lo más, ejemplos de intentos inefectivos de hacer el bien, ejemplos negativos de los cuales prescindir o a los que corregir, no formaciones políticas de las cuales aprender, con las cuales crear coalición o a las que unirse (p. x)

  La mayor parte de la crítica a Altruismo eficaz en este libro (que desarrolla casi todos los ejemplos de su punto de vista en torno a la cuestión de la defensa de los derechos de los animales) se refiere a que Altruismo eficaz no es una organización concienciada políticamente. Y, en un planteamiento típico de la lucha de clases, se considera que si Altruismo eficaz no es de izquierdas, entonces es de derechas.

Un planteamiento reduccionista permea la comunidad Altruismo eficaz, un planteamiento que infravalora la complejidad de los determinantes sociales de la desigualdad (p.27)

  Y, además, serían machistas, racistas, imperialistas etc…

Serias evaluaciones de efectividad son, para el credo de Altruismo eficaz, las mejores bases para las decisiones, pero estas no son fáciles de producir tal como sugiere la lógica de Altruismo eficaz. Una evaluación seria de efectividad comenzaría cuando menos por preguntar quién está definiendo lo que es efectivo en primer lugar, y por asegurarse de que aquellos implicados en la definición incluyen personas de localizaciones sociales que no sean predominantemente blancos, masculinos o adinerados  (p. 53)

Negarse a apoyar el trabajo que hace un activista negro en las comunidades negras es mantener ideas de supremacismo blanco sobre qué comunidades son dignas de apoyo y cuáles no. En otras palabras, es racismo puro y simple (p. 7)

El movimiento Altruismo eficaz no es solo blanco en términos de representación física (…) Se centra en maximizar la efectividad de los recursos de los donantes, lo cual deja el poder en manos de los donantes (…) Esto contribuye a una efectividad definida por el donante y reduce las experiencias, preferencias y visiones de los receptores de Altruismo eficaz (…) Esto es benevolencia y paternalismo blancos exquisitos (p. 28)

  Que se rechace a Altruismo eficaz por ser “blancos” no puede sino resultar tremendamente ingrato, pues uno de los empeños de Altruismo eficaz es priorizar las ayudas a África por el lógico argumento de que es allí donde éstas pueden ser más efectivas, como es el conocido caso del tratamiento contra la malaria, en el que por apenas 5.000 euros puede salvarse una vida, mientras que atender a los enfermos de Sida en Europa es muchísimo más caro y por tanto relativamente ineficaz. Las críticas y la defensa al respecto de la misma comunidad están fácilmente disponibles.

  En todo caso, lo que este libro nos adelanta es la resistencia y la hostilidad que encontrarán en un futuro los movimientos ideológicos humanitarios que traten de crear una alternativa no-política al fracasado socialismo.

Si Altruismo eficaz está dispuesta a aceptar apuestas a largo plazo –como evitar el exterminio de la humanidad por una Inteligencia Artificial descontrolada, evitar la destrucción por un asteroide y normalizar los sustitutivos de la carne-, entonces ¿por qué no actuar en áreas que tienen una posibilidad de hacer un mundo mejor, incluso si no llevan a cabo su potencial aparente? (p. 84)

La reducción del sufrimiento no es una estrategia para el cambio social. Los opresores siempre estarán dispuestos a reducir el sufrimiento, incluso a reducir sus beneficios, para asegurar una victoria mayor: el derecho a una explotación inacabable (p. 44)

Altruismo eficaz nos promete un mundo mejor mientras implícitamente nos anima a aceptar el mundo más o menos tal como es (p. x)

  En absoluto es así: Altruismo eficaz se posiciona explícitamente por el cambio global… pero lo hace promoviendo un incremento masivo de la acción altruista, algo que, dado el nivel de riqueza de la economía actual, es perfectamente viable.

Podemos construir un movimiento democrático que transforme las sociedades radicalmente (p. 157)

   No hay el menor indicio de que los cambios políticos radicales transformen las sociedades… al menos no en un sentido democrático. La fuerza de los movimientos de lucha de clases se ha basado siempre no tanto en los resultados de menor sufrimiento y mayor bienestar (que se remiten siempre a un futuro lejano)… sino en la acción justiciera –o resentimiento- al doblegar a los opresores.

  Otras objeciones son de mayor calado:

Es de destacar el pensamiento dualista que establece una contradicción necesaria e insuperable entre los ámbitos de la emoción y la racionalidad. (p. 20)

  El altruismo basado en la empatía siempre ha sido sospechoso: basta la exposición intencionada (y muchas veces sesgada) al sufrimiento humano para activar una acción altruista que no obedece a criterios de imparcialidad y que, por tanto, no es eficaz (como hacen, por ejemplo, los mendigos profesionales que practican la picaresca). Altruismo eficaz siempre se ha posicionado con claridad contra una empatía irreflexiva.

  Ahora bien, hay que tener en cuenta que la mayor fuente de altruismo se encuentra en el cambio moral que afecta a una sociedad en su conjunto: mientras más agentes altruistas, mayor eficacia del altruismo...  y un endurecimiento excesivo del evaluador compasivo para resistir los sesgos del altruismo empático puede acabar por anular psicológicamente la compasión genuina.

   Algo parecido puede suceder también en casos como el del “largoplacismo”: especular que es más importante poner en marcha medidas (casi siempre de una eficacia imposible de verificar) para prevenir catástrofes a largo plazo (cambio climático, la amenaza de una Inteligencia artificial descontrolada…), lo que puede llevar a ignorar el daño que se está haciendo ahora de forma inequívoca. Un cálculo superficial puede señalar que salvaríamos miles de millones de vidas en el futuro si luchamos ahora por evitar el cambio climático… pero si ignoramos el sufrimiento actual podemos dañar la psicología de nuestra compasión por dar demasiada importancia a una situación lejana en el tiempo que puede o no darse. Sería una situación parecida a la del marxismo, que lo sacrificaba todo al éxito político del Partido.

  Y de ahí la objeción relacionada con los factores educativos en la práctica de la moralidad.

Habría que empezar por reconocer el complejo alcance de lo que implica la práctica de los santuarios animales. Por ejemplo, el potencial para la educación y la formación moral entre las personas que visitan un santuario para animales de granja es difícil de cuantificar (p. 100)

En un contexto moral donde pensamos en lo que implica ser agentes morales, necesitamos atender en cómo se forman los agentes morales. La visión de la ética de la virtud es que no se trata solo de normas y regulación, sino un proceso de desarrollo del carácter (p. 101)

  Esta objeción por el poco interés que demuestra Altruismo eficaz en actuar directamente sobre la evolución moral (y su error general de ignorar la “ética de la virtud") es muy valiosa… aunque se vincule a la aún menos convincente estrategia de la lucha de clases. Si Altruismo eficaz, cuyos portavoces se ven movidos por lo que parece una ética de principios (“sentido del deber altruista”) que les lleva a un lúcido planteamiento utilitarista (“el mayor bien para el mayor número”), pretende hacer lo posible para que exista el mayor número de agentes altruistas tendría sentido que buscase explorar el ámbito de la “personalidad altruista” para contribuir a la conversión psicológica en este sentido del mayor número de personas (“el mayor número de agentes altruistas capaces de generar el mayor número de acciones altruistas”). La “ética de la virtud” existe siempre en relación al marco cultural de los sujetos. Una sociedad creada a partir de principios éticos altruistas creará un modelo de virtud favorecedor del mayor número posible de obras altruistas.

  Menos acertada es la crítica a la pretensión de imparcialidad a la hora de elegir estrategias altruistas.

La misma idea de que deberíamos calcular y ser capaces de anticipar las consecuencias de cada decisión benéfica, una cuestión fundamental de Altruismo eficaz, no es práctica ni razonable. El pensamiento de Altruismo eficaz (…) no es cómo la mayor parte de la gente toma sus decisiones (p. 186)

  Aquí es Altruismo eficaz quien toma una actitud de evolución cultural: precisamente hay que hacer que la gente cambie su forma de tomar decisiones. Una caridad sesgada puede ser tan negativa como una que deliberadamente ignore la necesaria imparcialidad del que obra buscando siempre aliviar el mayor sufrimiento posible.

Habiéndose (…) arrogado los estados gemelos de razón y felicidad, Altruismo eficaz se presenta al mundo como el humilde portador de la verdad definitiva, una solución a los grandes problemas de la historia y la sociedad. Confundiendo a sus muchos críticos, Altruismo eficaz alegremente marcha extendiendo su alcance imperial sobre la filantropía global y el discurso del movimiento social por igual (p. 204)

Cuando se trata de evaluar acciones coordinadas con vistas a la transformación social, la imagen de la empresa moral de Altruismo eficaz es patentemente implausible. Tales acciones son esfuerzos para reestructurar la organización normativa de la sociedad, y sus efectos relevantes, lejos de obedecer meramente leyes causales, quedan en el ámbito impredecible de la política. (p. 238)

  El gran logro ha sido precisamente haber puesto en marcha un movimiento de cambio social no-político basado en principios compatibles con una cultura de la benevolencia. Por desgracia, aún no se trabaja directamente por construir una cultura de benevolencia que puede esperarnos al final de un proceso de evolución moral en el cual ya es posible participar hoy como agentes personalmente comprometidos.

Lectura de “The Good it Promises, the Harm it Does” en Oxford University Press 2023; traducción de idea21