Carol Gilligan, en un principio colaboradora del psicólogo interesado en la moralidad Lawrence Kohlberg, desarrolló en este libro una crítica a su mentor desde el punto de vista feminista, y al hacerlo dio lugar a una invención: “la ética del cuidado”, contrapuesta a la “ética de la justicia”.
Mientras que una ética de justicia parte de la premisa de la igualdad –que todo el mundo debería ser tratado igual- una ética del cuidado descansa en la premisa de la no violencia –que nadie debería ser herido-.
La “ética del cuidado” (“ethics of care”) también puede ser llamada “ética de la responsabilidad”
Mientras que la ética de los derechos es una manifestación de igual respeto, equilibrando las pretensiones del otro y las propias, la ética de la responsabilidad descansa en la comprensión que hace surgir la compasión y el cuidado por los demás.
La moralidad de los derechos difiere de la moralidad de responsabilidad en su énfasis en la separación más que en la conexión, en su consideración del individuo más que en la relación entre personas como fuente primaria
Gilligan encuentra el origen de estos diferentes puntos de vista acerca de las relaciones humanas en ciertas características innatas de cada uno de los sexos. Aunque pueda molestarnos un poco el que se refiera a “los hombres” o a “las mujeres” generalizando lo que podrían ser solo tendencias estadísticas (que son, además, muy discutidas), no cabe duda de que existen fuertes diferencias de comportamiento entre géneros que merecen atención (por ejemplo, el que los varones cometen nueve veces más homicidios que las mujeres). Así, si en un momento dado el feminismo se centró, necesariamente, en luchar contra las injustas y dañinas discriminaciones de las que eran objeto las mujeres en una sociedad dominada por los hombres, más adelante se trató de profundizar en estas diferencias, ya no solo para facilitar la integración de las mujeres hasta hace poco marginadas de la vida social, sino incluso para realizar aportaciones culturales propiamente femeninas a todo el conjunto de la sociedad.
Este libro registra diferentes modos de pensar acerca de relaciones, y la asociación de estos modos con voces masculinas y femeninas en textos psicológicos y literarios, y en los datos de mi investigación
Gilligan considera que la “ética del cuidado” es mejor que la “ética de la justicia”, si bien ambas pueden complementarse a fin de que la persona inclinada a la generosidad y cuidado de los demás (la mujer) ya no se vea damnificada por ello
Del mismo modo que el lenguaje de la responsabilidad proporciona una imaginería de las redes de relaciones que reemplazan un orden jerárquico que se disuelve con la llegada de la igualdad, así el lenguaje de los derechos subraya la importancia de incluir en la red del cuidado no solo al otro sino también al yo
Precisemos en todo lo posible cómo se articula esta “ética del cuidado” en oposición a la “ética de la justicia”.
Esta ética relacional trasciende la vieja oposición entre egoísmo y altruismo, que ha sido la moneda común del discurso moral
En esta concepción, el problema moral surge a partir de las responsabilidades en conflicto más que de derechos que compiten, y requiere para su resolución un modo de pensar que es contextual y narrativo más que formal y abstracto.
No vamos a encontrar muchas más precisiones, y está bien que así sea, pues basta con ello para que la invención quede a la luz y es a partir de ahí que hemos de hallarle fundamento y aplicaciones. Parece ser que algunos consideran este concepto de una “ética del cuidado” o “de la responsabilidad” como aplicable a nuevas fórmulas del viejo socialismo...
De momento, vemos que se pone bastante énfasis en el pacifismo, el altruismo y la no-violencia (como es natural si partimos de la mucha menor agresividad de las mujeres si las comparamos con los hombres).
Los problemas morales son problemas de las relaciones humanas, y al rastrear el desarrollo de una ética del cuidado, exploro la base psicológica para unas relaciones no violentas
El desarrollo de las mujeres delinea el camino no solo a una vida menos violenta sino también a una madurez que se realiza por la interdependencia y el cuidado mutuo
En la voz diferente de las mujeres subyace la verdad de una ética del cuidado, el vínculo entre relación y responsabilidad, y los orígenes de la agresión en el fallo de conexión.
Aparentemente, el ideal femenino habría sido hasta la época reciente de la liberación del sexo débil, el del sacrificio, la abnegación y la bondad absolutas. Pero, como hemos visto, Gilligan reconoce cierta necesaria complementariedad entre estos ideales de bondad absoluta y la reclamación masculina de derechos.
La oposición de pasión y derecho se une moralmente a un ideal de desprendimiento, la “perfecta bondad” (…) Tanto esta oposición como este ideal son puestos en cuestión por el concepto de derechos, por la asunción que subyace a la idea de justicia de que el yo y el otro son iguales. [Entre las jóvenes feministas] el concepto de derechos entró en su pensamiento para desafiar una moralidad de autosacrificio y autoabnegación
Cuando la preocupación por el cuidado se extiende del planteamiento de no herir a otros hasta un ideal de responsabilidad en tales relaciones, las mujeres comienzan a ver su comprensión de las relaciones como una fuente de fuerza moral. Pero el concepto de derechos también cambia los juicios morales de las mujeres al añadir una segunda perspectiva a la consideración de los problemas morales, con el resultado de que el juicio se hace más tolerante y menos absoluto
Este compromiso entre la supuesta generosidad femenina y la exigencia de derechos masculina sin duda es satisfactorio para la pretensión feminista de incorporar a las mujeres a la sociedad convencional. El único inconveniente lógico de esto –que Gilligan no menciona- es que esa sociedad convencional ha sido creada por los varones, por lo que podría ser que la ética del cuidado, reducida a socialismo, solo supusiera una reforma parcial de un sistema basado en el reparto de derechos y castigos entre individuos de intereses enfrentados.
En cualquier caso, se parte de que se ve el comportamiento femenino como radicalmente opuesto al masculino en la vital cuestión de la resolución de conflictos. En este ensayo se recogen observaciones, por ejemplo, acerca del comportamiento innato de niñas y niños cuando interactúan en el juego.
Los juegos tradicionales de niñas como saltar a la cuerda son juegos de tomar turnos donde la competición es indirecta ya que el éxito de una persona no significa necesariamente el fallo de otro
[En las discusiones] parecía que los niños disfrutaban de los debates legales tanto como del juego en sí, y que incluso los jugadores marginales de menor tamaño o habilidad participaban igualmente en estas disputas recurrentes. En contraste, la erupción de disputas entre las chicas tendía a acabar el juego (…) Más que elaborar un sistema de reglas para resolver disputas, las niñas subordinan la continuación del juego a la continuación de las relaciones.
Estas diferencias radicales podrían tener un origen psicológico profundo. En un experimento se pide a hombres y mujeres que desarrollen historias a partir de la imagen que ven en una fotografía
[Constatamos una] asombrosa imaginería de violencia en las historias [creadas por] hombres a partir de una imagen que aparecía como una escena tranquila, una pareja sentada en un banco junto a un río y un puente. En respuesta a esta imagen, más del 25% de los ochenta y ocho hombres [requeridos en el experimento] habían escrito historias que contenían incidentes de homicidio-violencia, suicidio, apuñalamiento, secuestro o violación. En contraste, ninguna de las cincuenta mujeres [requeridas en el experimento] había proyectado violencia en la escena
La diferenciación psicológica podría tener, a su vez, un origen biológico
Para los chicos y los hombres, la separación e individuación están críticamente vinculadas a la identidad de género ya que la separación de la madre es esencial para el desarrollo de la masculinidad (…) Ya que la masculinidad es definida por la separación mientras que la feminidad es definida por el apego, la identidad de género masculina está amenazada por la intimidad mientras que la identidad de género femenina está amenazada por la separación
Diferencias originarias que luego pasan a los roles de integración social
El poder y la separación aseguran al hombre en una identidad lograda mediante el trabajo, pero le dejan a una distancia de los otros, que parecen en cierto sentido fuera de la vista (…) La privacidad es una experiencia transformadora para los hombres mediante la cual la privacidad del adolescente se convierte en generadora del amor y trabajo adultos (…) Las mujeres, sin embargo, definen su identidad mediante las relaciones de privacidad y cuidado, los problemas morales que encuentran pertenecen a cuestiones de tipo diferente
Es decir, para el varón la construcción de la privacidad es un proceso de integración social en la vida adulta. La mujer contaría con una capacidad de integración social mediante la privacidad desde siempre, desde la infancia.
Las voces masculina y femenina hablan de la importancia de diferentes verdades: los varones del papel de la separación que define y potencia el yo, las mujeres del proceso continuo de apego que crea y sostiene la comunidad humana
Si de todo esto se deriva una diferencia a la hora de resolver disputas, en realidad se está desarrollando una diferencia temperamental decisiva que habría de influir en todo el comportamiento social.
El juicio de una chica contiene las interioridades centrales de una ética del cuidado, de la misma forma que el juicio del chico refleja la lógica del punto de vista de la justicia.
Partiendo de radicalidades tan extremas, a primera vista no parece haber necesidad teórica de conciliación alguna entre una y otra concepción ética: si en verdad se dan tales diferencias, la ética de la justicia supondría un obstáculo para la otra ética, que abarcaría la totalidad del comportamiento humano, disponible para todo tipo de relaciones sociales y mucho más completa a nivel civilizatorio. De la misma forma que la sociedad ha funcionado durante milenios basándose en la ética de la justicia, la sociedad podría funcionar mejor en el futuro basándose en la ética del cuidado. Cómo se articularía esto sería una compleja cuestión a determinar en el proceso de cambio cultural por venir.
Quizá valdría la pena averiguar si una diferenciación tan clara podría dar lugar a alternativas igualmente claras. Hace más de cien años escribió León Tolstói : “¿Igualdad ante la ley? Pero, ¿acaso la vida entera del ser humano se desarrolla en los dominios de la ley? Sólo una milésima parte de su vida está sometida a las leyes; el resto está fuera de ellas, está en los dominios de las costumbres y del concepto de la sociedad”
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