lunes, 26 de agosto de 2013

“El malestar en la cultura”, 1929. Sigmund Freud

Ninguna de mis obras me ha producido, tan intensamente como ésta, la impresión de estar describiendo cosas por todos conocidas. 

  Sí, pero el hecho de que el pensamiento burgués estándar del mundo occidental fuese reflejado con la lucidez e inteligencia del doctor Sigmund Freud (un sabio más que un científico, un genio más que un intelectual) nos permite conocer hoy no tanto la esencia de la naturaleza humana sino la esencia de la cultura de nuestro propio mundo. Porque no hemos avanzado mucho más allá de las formidables sentencias de este librito que Freud escribió en su madurez, ya en el ocaso de su vida, y que refunde y desarrolla otras obras “no médicas” del autor

Las tres fuentes de la infelicidad humana son la supremacía de la Naturaleza, la caducidad de nuestro propio cuerpo y la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad.

  Así de claro. ¿Y cuál es la solución tradicional?

La cultura sirve para proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí. La evolución cultural es un proceso por el que se imponen cambios a las conocidas disposiciones instintuales del hombre, cuya satisfacción es, en fin de cuentas, la finalidad económica de nuestra vida. (…) La cultura reposa sobre la renuncia a las satisfacciones instintuales

  Estos instintos… son presentados con necesaria y agradecida crudeza

El sentimiento de felicidad experimentado al satisfacer una pulsión instintiva indómita es incomparablemente más intenso que el que se siente al saciar un instinto dominado. Tal es la razón económica del carácter irresistible que alcanzan los impulsos perversos. 

   Es para echarse a temblar… Porque estos instintos se suelen satisfacer a costa de otros. Y no se trata sólo de los sexuales.

El hombre es un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. (…) La existencia de tales tendencias agresivas es el factor que perturba nuestras relaciones con los semejantes. 

  Entonces…

El fin de la vida que los hombres expresan en su propia conducta es evitar el displacer y gozar del placer. (…) Pero bajo la presión de grandes posibilidades de sufrimiento el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad. 

  Ese sufrimiento que aparece como consecuencia de la represión de nuestro placer está originado, naturalmente, por los intereses ajenos en conflicto con los nuestros, pero también por algo más…

Una de las formas en que el amor se manifiesta –el amor sexual- nos proporciona la experiencia placentera más poderosa y subyugante. (…) El punto débil de esta técnica es que jamás nos hayamos más a merced del sufrimiento como cuando amamos, cuando perdemos el objeto del amor. 

   Pero “el punto débil” de esta técnica no sólo estaría en que podamos perder el objeto del amor, sino en que tampoco es tan fácil conseguirlo: ¿por qué motivo ese sujeto ambicionado va a complacerse en servirnos a nuestro gusto convirtiéndose en objeto? En cualquier caso, lo cierto es que nuestros instintos nos ponen en una situación difícil. De ahí que aparezca la sublimación de estos… que es en lo que consiste la cultura

La sublimación de los instintos constituye un elemento cultural sobresaliente, pues gracias a ella las actividades psíquicas superiores, tanto científicas como artísticas o ideológicas, pueden desempeñar un papel muy importante en la vida de los pueblos civilizados. 

  Condenados a la infelicidad debido a que es imposible satisfacer nuestras ambiciones de placer, la cultura nos ofrece diversas técnicas más, aparte de la ya mencionada de hallar un objeto erótico complaciente (que después de hallado, podemos perder).

Para evitar el sufrimiento también se recurre a los desplazamientos de la líbido al reorientar los fines instintivos de manera tal que eludan la frustración del mundo exterior. El resultado será óptimo si se sabe acrecentar el placer del trabajo psíquico e intelectual. (…) Sería el caso del artista o el científico. (…) Nos parecen más “nobles” y más “elevadas”, pero su intensidad, comparada con la satisfacción de los impulsos instintivos groseros y primarios, es muy atenuada y de ningún modo llega a conmovernos físicamente. 

  Freud estaba informado acerca de ciertos valiosos logros en las culturas orientales

Mediante las prácticas del yoga, fijando la atención en las funciones corporales, se concebirían regresiones a estados primordiales de la vida psíquica, estos fenómenos podrían ser pruebas, en cierta manera fisiológicas, de gran parte de la sabiduría de la mística. La satisfacción de nuestros instintos se convierte en causa de sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella. Cabe por tanto pensar que al influir sobre tales impulsos instintivos evitaremos el sufrimiento (la sabiduría oriental, el yoga). (…) Idéntico camino se emprende al perseguir tan solo la moderación de la vida instintiva bajo el gobierno de las instancias psíquicas superiores. 

  Y he aquí que aparece una valiosa mención, después de recordarse que la capacidad de satisfacción individual depende también de la peculiaridad de cada individuo

Gracias a su constitución, una pequeña minoría de éstos logra hallar la felicidad por la vía del amor; mas para ello debe someter la función erótica a vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas. Estas personas se independizan del consentimiento del objeto, desplazando a la propia acción de amar el acento que primitivamente reposaba en la experiencia de ser amado, de tal manera que se protegen contra la pérdida del objeto, dirigiendo su amor en igual medida a todos los seres en vez de volcarse sobre objetos determinados; por fin, evitan las peripecias y defraudaciones del amor genital, desviándolo de su fin sexual, es decir, transformando el instinto en un impulso coartado en su fin. El estado en que de tal manera logran colocarse, esa actitud de ternura etérea e imperturbable, ya no conserva gran semejanza exterior con la agitada y tempestuosa vida amorosa genital de la cual se ha derivado.

   “Constitución” se refiere a lo que en general se conoce como variados temperamentos, o “constitución psíquica”:

En la búsqueda de la felicidad desempeña un papel determinante la constitución psíquica del individuo: el ser erótico buscará vínculos afectivos a otras personas, el narcisista se bastará a sí mismo, el hombre de acción buscará medir sus fuerzas en el mundo exterior…

   Se trataría de una buena pista en lo relativo a la evolución cultural: diversos temperamentos –constituciones psíquicas particulares- ofrecerían una diversidad de caminos culturales a la generalidad de la población, y estos caminos particulares serían más o menos aceptables dependiendo de las circunstancias del entorno. ¿Podríamos pasar por etapas culturales definidas por el predominio de “seres eróticos” o “narcisistas” o de “hombres de acción”?

  Se ofrecen más fórmulas de control cultural, algunas muy en boga en la época en que Freud escribió este libro:

Los comunistas creen haber descubierto la redención del mal. (…) La propiedad privada de bienes concede a unos el poderío; y con ellos la tentación de abusar de los otros. (…) No me concierne la crítica económica pero puedo reconocer como vana ilusión su hipótesis psicológica. Nada se habrá modificado con ello en las diferencias de poderío y de influencia, que la agresividad aprovecha para sus propósitos. El instinto agresivo regía casi sin restricciones en épocas primitivas, cuando la propiedad era bien poca cosa. (…) Nos preguntamos, preocupados, qué harán los soviets una vez que hayan exterminado totalmente a los burgueses.

  Cuando un hombre no sólo es inteligente, lúcido y creativo, sino además se vuelve profético, no queda más remedio que calificarle de genial: en 1929, época en la que Freud escribió “El malestar en la cultura” todavía faltaban unos pocos años para que comenzaran las matanzas de disidentes dentro del mismo partido comunista soviético… una vez exterminados totalmente los burgueses. También se ha sabido más tarde que, en el mundo comunista, la restricción del derecho a la propiedad fue compensado por asignaciones de “derecho de uso” sexual para la nueva clase dominante: por la época en que Freud escribía, los jefes, autoridades y cuadros bolcheviques ya solían recibir secretarias para ser usadas a modo de concubinas.

  Todo esto nos lleva también al ya mencionado tema de la agresividad, que no es el mismo que el de la satisfacción de nuestros instintos en “objetos amorosos”

El interés que ofrece la comunidad de trabajo no bastaría para mantener su cohesión, pues las pasiones instintivas son más poderosas que las racionales. La tendencia agresiva es el mayor obstáculo con que tropieza la cultura.

  Menudo plan: acosados por los instintos lujuriosos y agresivos, no es raro entonces que la humanidad haya existido en estado de brutal salvajismo durante cientos de miles de años (de ahí que Freud no creyera para nada en la utopía primitiva del “buen salvaje que vive en el estado de naturaleza”). No faltaron, pues, razones, para que surgiera la cultura.

La cultura pretende ligar mutuamente a los miembros de la sociedad mediante lazos libidinales. El hombre civilizado ha trocado una parte de posible felicidad por una parte de seguridad; pero no olvidemos que en la familia primitiva sólo el padre gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras los demás vivían oprimidos como esclavos. 

  Pero el caso es que la agresividad ha disminuido en la época civilizada, si bien tenemos hoy muy buenos motivos (y en 1929, había muchos más) para no darnos por satisfechos por las apreciables mejoras. Tal vez, si aprendemos cómo se alcanzaron éstas en el pasado, podamos avanzar algo en el hallazgo de las mejoras futuras…

Siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes. (…) Una vez que el apóstol Pablo hubo hecho del amor universal por la humanidad el fundamento de la comunidad cristiana, surgió la más extrema intolerancia de los cristianos hacia los gentiles. 

  Freud, víctima él mismo, como judío, de la intolerancia de los cristianos “amorosamente vinculados”, sabía de lo que estaba hablando. Pero la cultura cristiana tiene sus propios sistemas originales de combatir la agresividad, aparte del ya mencionado, que no es, desde luego, una invención de San Pablo.

De ahí el precepto del amor al prójimo que se justifica porque ninguno es, como él, tan contrario y antagónico a la primitiva naturaleza humana. (…) La ley no alcanza las manifestaciones más directas y sutiles de la agresividad humana. Sin embargo, sería injusto reprochar a la cultura que pretenda excluir la lucha y la competencia de las actividades humanas. 

  Antes de concluir con el método más ambicioso para la meta más ambiciosa, recordemos el principal “truco psicológico” utilizado por la civilización al fin de reprimir las tendencias destructivas del ser humano a la busca de la satisfacción individual de sus instintos

La agresión es introyectada, internalizada, devuelta en realidad al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo, así se forma el super-yo, que asume la función de conciencia moral. (…) La tensión creada es el sentimiento de culpabilidad.(...) La secuencia cronológica del origen del sentimiento de culpa sería: se produce una renuncia instintual por temor a la agresión de la autoridad exterior que lleva a que más tarde se instaure una autoridad interior. Así se equipara la mala acción con la intención malévola, de modo que aparece el sentimiento de culpabilidad y la necesidad de castigo. 

  Freud realiza esta aguda observación:

El hombre moral se caracteriza precisamente por su conciencia moral más severa y más vigilante, y si los santos se acusan de pecadores no lo hacen sin razón. (…) Las tentaciones no hacen sino aumentar en intensidad bajo las constantes privaciones, mientras que al concedérsele satisfacciones ocasionales, se atenúa, por lo menos transitoriamente. 

  Y es que Freud pensaba que el sistema de la cultura cristiana de agudizar el sentimiento de culpa estaba fallando, creando neuróticos:

El sentimiento de culpabilidad es el problema más importante de la evolución cultural, que señala que el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de la felicidad por aumento del sentido de culpabilidad. (…) El sentimiento de culpabilidad equivale al rigor de la conciencia. (…) Los síntomas de la neurosis son satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales no realizados. 

  De ahí la idea, bastante moderna y hoy generalmente aceptada (no así en 1929), de que un poquito de sexo inofensivo y amigable podría aliviar muchas tensiones sin que ello supusiera desmantelar el sentimiento de culpa en lo que a la agresividad se refiere. Esto, según Freud, habría sido descubierto por el psicoanálisis. Sólo faltaba que este descubrimiento pudiese influir benéficamente en la sociedad.

En cuanto a la aplicación terapéutica de nuestros conocimientos, ¿de qué serviría el análisis más penetrante, si nadie posee la autoridad correspondiente para imponerla?

   La queja del doctor estaba ampliamente justificada, y el mundo ha mejorado un poco desde entonces. Ahora bien, todavía no estamos satisfechos: la agresividad sigue existiendo y ocasionando sufrimiento sin fin.

El amor es una técnica del arte de vivir que persigue la independencia del destino y que traslada la satisfacción a los procesos psíquicos internos, utilizando al efecto la desplazabilidad de la libido, pero sin apartarse del mundo exterior, aferrándose por el contrario a los objetos y hallando la felicidad en la vinculación afectiva con estos. 

  Esto del amor parece una buena cosa, pero recordemos lo de que al “fijarlo a un objeto” podemos vernos penalizados por su pérdida (y por su difícil obtención, ya puestos). Es por esto que surgió la idea del amor universal. Recordemos también el párrafo anterior en el que se habla de personas de determinado temperamento (o “constitución psíquica”, según otra expresión que hemos aprendido).

Gracias a su constitución, una pequeña minoría de éstos logra hallar la felicidad por la vía del amor; mas para ello debe someter la función erótica a vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas 

  Y que…

Estas personas se independizan del consentimiento del objeto, desplazando a la propia acción de amar el acento que primitivamente reposaba en la experiencia de ser amado, de tal manera que se protegen contra la pérdida del objeto, dirigiendo su amor en igual medida a todos los seres en vez de volcarse sobre objetos determinados 

  Para mayor abundamiento…

San Francisco de Asís fue el que llevó más lejos la utilización del amor para hallar la satisfacción interior.(...)  Cierta concepción ética pretende ver en esta disposición al amor universal por la humanidad y por el mundo la actitud más excelsa a que puede elevarse el ser humano. A esto se le pueden presentar dos objeciones: el amor que no discrimina comete una injusticia ante el objeto, y no todos los seres humanos merecen ser amados. 

  Si estás son las objeciones al proyecto de una humanidad basada en el amor universal, parece que el asunto merece que se siga investigando, ya que las dos objeciones responden al mismo criterio: que hay que aplicar gratificaciones y castigos a nuestros semejantes de acuerdo con nuestro propio interés ("el amor que no discrimina comete una injusticia ante el objeto"), y el problema lógico de este planteamiento de que nuestro propio interés consiste precisamente en que pueda constituirse una sociedad basada en el amor universal. ¿Y cuál es el interés en adjudicar premios y castigos ("discriminar")? Supuestamente, se trata del placer de hacerlo, puesto que Freud no niega que una sociedad del amor universal sea posible si se ponen a ello los medios psicológicos adecuados mediante “vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas” y en una sociedad de esa clase sin duda deberían de acontecer todo tipo de ventajas que bien podrían hacer prescindible el placer un tanto ruin -¿agresivo?- de otorgar premios y castigos ("discriminar").

  Otro ejemplo de esta visión errónea de Freud la encontramos, precisamente, cuando discute acerca del objeto de “amar a los enemigos”

Mi amor es algo muy precioso, que no tengo derecho a derrochar insensatamente. Si amo a alguien, es preciso que éste lo merezca por algún título. El cumplimiento de los supremos preceptos éticos significará un perjuicio para los fines de la cultura, al establecer un premio directo a la maldad. 

   Un planteamiento equivalente al del ciudadano texano actual que no comprende por qué en Suecia se cometen tan pocos homicidios cuando tales delitos son castigados allí con levedad, mientras que en Texas se cometen muchos pese a estar castigados con la pena capital (y, de hecho, en “El malestar en la cultura” Freud hace una explícita defensa de la pena de muerte).

   En realidad, nada es más sensato que “amar a los enemigos” puesto que esta predisposición supone la garantía de que la sociedad ha superado la actitud agresiva que, entre otras cosas, se siente urgida por discriminar otorgando premios y castigos. Además, la idea de que el "amor" es escaso y por eso no se debe "derrochar insensatamente" es del todo gratuita: no se ha estudiado aún (y mucho menos en 1929) si el "amor" es escaso, y si puede o no autoalimentarse y "extenderse" socialmente por medio de la cultura. Los contrastes entre diversas culturas existentes en cuanto a las prácticas éticas parecen un indicio de que todo está por averiguar a ese respecto.

 De hecho, Freud señala con acierto nuestros deseos aparentemente indómitos de satisfacer nuestros instintos sexuales en “objetos amorosos” y nuestros deseos agresivos, pero ignora que en el ser humano existen muchos más deseos, aunque él los descarta todos como sublimaciones de los “groseros y primarios

El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad 

  Sin embargo, aunque pueda haber mucho de verdad en esto, en todo el libro se hace referencia a los cambios y modificaciones en la conducta humana que pueden obtenerse mediante la cultura (transformando la energía sexual). ¿Puede responder Freud acerca de cuál es el límite a la capacidad de la cultura para controlar la agresividad y el egoísmo humanos?

  Ya se nos ha dicho que este control de los instintos no puede llegar a nosotros por el mero uso de la razón:

El interés que ofrece la comunidad de trabajo no bastaría para mantener su cohesión, pues las pasiones instintivas son más poderosas que las racionales. 

  La solución, por lo tanto, estaría en las modificaciones psíquicas que pueden organizarse a lo largo de la evolución cultural, y el papel que pueda tener en ello la misma ciencia psicológica está lejos de haber sido precisado, pero de lo que no cabe duda es de que, antes de que ésta fuera creada por brillantes autores como el mismo Freud, ya la misma cultura se había dotado de medios para hacer que las pautas éticas fueran poco a poco imponiéndose al elaborar diversas estrategias con el fin de hacer realidad las necesarias “modificaciones psíquicas” o “cambios a las conocidas disposiciones instintuales

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